A partir del 7 de octubre, «Israel en guerra» se convirtió en el principal titular emitido las veinticuatro horas del día en los canales de noticias mundiales. Pero para la audiencia internacional, la reciente agresión israelí ha trascendido el mero hecho de ser una noticia de última hora; se ha convertido en una devastadora mirada a la vida cotidiana de los palestinos.
Aunque el sufrimiento, la muerte y la destrucción de los palestinos era una historia que la mayoría de los medios de comunicación habían ignorado o dado por sentada durante mucho tiempo, lo novedoso e inesperado ese día fue el ataque por sorpresa contra Israel, en el que murieron más de 1.400 israelíes.
El ataque de las facciones armadas palestinas en los territorios de 1948 supuso un cambio notable en la situación, sobre todo desde 1973. No sólo se saldó con la pérdida de vidas de soldados y civiles israelíes, sino que también echó por tierra la ilusión de que podía alcanzarse una solución a la cuestión palestina sin contar con los palestinos.
Para emplear la tristemente célebre «matriz de Rumsfeld», para Israel, Estados Unidos y los países de la región, el atentado sirvió de conmovedor recordatorio de lo «sabido»: la existencia de los palestinos.
Además, puso de relieve las «incógnitas conocidas», haciendo evidente que el régimen de apartheid de Israel perpetuará un estado de guerra ininterrumpida; las «incógnitas desconocidas», en las que, independientemente de la debilidad de los ocupados, la resistencia persistirá mientras dure la ocupación; y, por último, llamó la atención del mundo sobre las «incógnitas desconocidas», arrojando luz sobre las posibles consecuencias de proporcionar a Israel un apoyo incondicional e irresponsable en el contexto de la geopolítica mundial y de Oriente Medio.
Sin sorpresas
Dentro de la información «conocida» o esperada, el discurso de los principales medios de comunicación no tardó en establecer comparaciones entre el incidente del 7 de octubre y los atentados del 11-S, describiéndolo en ocasiones como un fallo de los servicios de inteligencia.
Cabe señalar que el 11-S fue un atentado que desafió todas las expectativas, superando los límites de la verosimilitud incluso en el contexto de la ciencia ficción contemporánea. Del mismo modo, la operación del 7 de octubre no tuvo precedentes ni en escala ni en ejecución. Sin embargo, ante una ocupación tan brutal, la rebelión difícilmente podía considerarse una sorpresa.
Las acciones de Israel durante las dos últimas décadas, en particular, han diezmado cualquier esperanza de una resolución política. Las políticas de apartheid no sólo han borrado cualquier atisbo de integridad territorial palestina, sino que han expandido sus colonias respaldadas militarmente por cada centímetro del territorio palestino restante.
Además, la decisión de Israel de transformar Gaza, en el mejor de los casos, en una «prisión al aire libre» o, más exactamente, en un «campo de concentración», ha venido a sumarse a las injusticias de larga data.
En esencia, ningún nivel de motivación, organización o preparación podría haber preparado los acontecimientos de forma más eficaz que las prácticas profundamente arraigadas del Estado de apartheid israelí.
Más allá de las brutales políticas de ocupación de Israel, una cuestión quizá más crítica es la persistente negación por parte de Tel Aviv de la propia presencia palestina en cualquier contexto que pudiera alterar potencialmente el statu quo existente. Dentro de los círculos políticos estadounidenses e israelíes, se ha convertido en un cliché predominante que los palestinos, especialmente las facciones palestinas armadas, niegan el «derecho a existir» de Israel.
Para quienes viven en las tierras ocupadas, esta retórica sirve esencialmente como medio de resistencia verbal. Pero para Israel, no se limita a la retórica; es un ritual diario de negación. Hasta que Israel no se reconcilie con la existencia de los palestinos y les otorgue el debido reconocimiento, seguirá siendo difícil encontrar una solución política o militar a la crisis actual.
Al erradicar toda vía concebible hacia una solución de dos Estados, Israel ha consolidado su condición de Estado de apartheid, sin que Palestina apenas figure en la ecuación, ni en los cálculos de sus dirigentes políticos ni en la conciencia colectiva de su sociedad en general.
De hecho, los palestinos apenas figuraban en su radar, ni como individuos ni como un dilema político acuciante.
En su deshumanización de los palestinos, el Ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, los llamó «animales humanos» y abogó por un «bloqueo total» de Gaza.
La agitación de la mentalidad política interna de Israel; la evidente crisis e incluso bancarrota política de la Autoridad Palestina no elegida; la falta de herramientas y experiencia de Hamás para transformar su presencia armada en una entidad política inclusiva para todos los palestinos y contraparte legítima para el mundo; las guerras y crisis democráticas que duran décadas en los países de la región; la alineación altamente ideológica y teológica de Estados Unidos hacia Israel, que niega por completo su papel de mediador; y la insignificancia geopolítica de Europa son más que suficientes para convertir la crisis actual en un callejón sin salida.
La crisis de credibilidad de Washington
El panorama actual es innegablemente sombrío y descorazonador. Sin embargo, en medio del pesimismo reinante, el 7 de octubre podría suponer un importante cambio tanto en la situación palestina como en la geopolítica de la región.
Ante todo, los palestinos deben reconocer que, aunque las penurias que han padecido durante décadas no vayan a terminar en un futuro próximo, tras esta guerra existe la posibilidad de una diferencia y una nueva era.
Han demostrado inequívocamente su existencia al mundo, especialmente a Israel, Estados Unidos y las naciones de la región, aunque esto ha tenido un profundo coste humano. Para evitar que se perpetúe la trágica pérdida de vidas civiles en Israel y Gaza y reavivar las esperanzas de una solución, las facciones palestinas necesitan urgentemente una perspectiva y un liderazgo políticos nacionales renovados.
Sería un grave error reducir estos últimos acontecimientos a una cuestión de Gaza, o simplemente a un medio para el intercambio de prisioneros o para alcanzar un precario acuerdo de seguridad con Israel u otras resoluciones y ganancias temporales de los países vecinos.
Al examinar las respuestas tanto de Washington como de Europa a la crisis actual, se pueden encontrar pocos motivos para el optimismo. Además, el comentario del Secretario de Estado estadounidense Antony Blinken, «Estoy aquí como judío en Israel», en medio del firme apoyo ideológico y militar de Estados Unidos, parece un comentario poco meditado que acentúa las divisiones étnicas y religiosas.
Esto es especialmente preocupante dado que la política de Washington en Oriente Medio está fuertemente centrada en Israel, lo que plantea el peligro de alinear la política mundial con la geopolítica estadounidense centrada en Israel. La posibilidad de que Estados Unidos y Europa desempeñen un papel sustancial en la geopolítica de Oriente Medio depende de su capacidad para ir más allá del intento de Israel de reducir los acontecimientos del 7 de octubre a una mera represalia.
En un mundo en el que la competencia geopolítica global y las crisis se intensifican a diario, existen dudas significativas sobre la perspicacia política y la sagacidad geopolítica del presidente Joe Biden para trascender el nivel de estadista criticado y ridiculizado durante la era Trump.
En particular, la administración Biden se ha quedado atrás en la conciencia colectiva de un amplio sector demográfico judío, que lleva meses criticando abiertamente las políticas del primer ministro Benjamin Netanyahu en las calles israelíes.
Ahora parece que la administración estadounidense se está alineando con lo que Edward Said denominó en su día el eje del «sionismo estadounidense». Las represalias y la búsqueda de venganza han fracasado sistemáticamente a la hora de encontrar una solución política en Oriente Medio. El desastre potencial reside en el caso de que la sagacidad mundial de Estados Unidos se rebaje a la mentalidad vengativa de Netanyahu.
Las recientes proclamas intolerantes de los políticos estadounidenses a raíz de esta reciente guerra, que destacan incluso en el contexto posterior al 11-S, reflejan un cambio notable en la política estadounidense.
En todo el espectro político, ya sea el presidente Biden afirmando falsamente haber visto fotos de bebés israelíes «decapitados» o el senador Lindsay Graham pidiendo explícitamente «bombardear Irán» -subrayado por su declaración de que «Estamos en una guerra religiosa… Level the place» – señalan innegablemente una notable transformación en el tenor de la respuesta estadounidense.
Este escenario plantea riesgos geopolíticos y de seguridad sustanciales, que se extienden más allá de la región y alcanzan a la competencia mundial entre potencias. La superación de la crisis de Israel no puede lograrse por Washington únicamente mediante tratos con Netanyahu.
Del mismo modo, la resolución de la cuestión israelí no puede abordarse a través de los remedios miopes e imprudentes del Golfo, o a través de un compromiso transaccional con Egipto, que considera la cuestión palestina como instrumentos y asuntos de seguridad en sus interacciones con Israel, todo ello mientras lidia con una agitación política y económica interna.
Estados Unidos debe empezar a buscar respuestas sobre el futuro de los palestinos implicando a los actores palestinos. Debería implicar a países como Turquía y Qatar, que mantienen sólidas comunicaciones con los actores palestinos, así como a actores regionales como los Estados del Golfo y Egipto con una hoja de ruta.
El 16 de octubre, el ministro turco de Asuntos Exteriores, Hakan Fidan, articuló durante una rueda de prensa en Ankara una fórmula para implantar un marco de «Estados garantes» que supervise una solución de dos Estados para el conflicto entre Israel y Palestina.
Fidan subrayó que esta propuesta se había planteado en diversos contactos diplomáticos. Fidan subrayó que los países garantes de la parte palestina deberían proceder de la región, y que Turquía debería ocupar un lugar destacado.
«Tras alcanzar un acuerdo aceptado por ambas partes, los países garantes asumirán la responsabilidad de garantizar el cumplimiento de las disposiciones acordadas», declaró.
En esta coyuntura, una alternativa a las hojas de ruta aparentemente ingenuas y a las nuevas aperturas puede consistir en trasladar rápidamente la competencia geopolítica mundial a la región. En tales circunstancias, el gobierno de Netanyahu quedaría relegado a una nota histórica a pie de página, y las repercusiones de la agitación subsiguiente serían considerablemente más graves.
La crisis actual presenta una situación calamitosa en la que depender de la benevolencia de Israel es imprudente, y no debe estar sujeta a la sola discreción de Estados Unidos.
En los últimos 10 días, hemos sido testigos de cómo la crisis, bajo el ámbito de la alianza estadounidense-israelí, tiene el potencial de escalar hasta convertirse en un desastre para Gaza, un estallido de conflictos en la región y dar lugar a importantes desafíos para la seguridad mundial.
La horrible y genocida masacre del hospital de Gaza fue el resultado del inquebrantable respaldo a la ocupación israelí como «derecho a defender» que tanto Biden como los líderes europeos parecen obtener una inmensa satisfacción al subrayar.
*Taha Ozhan es académico y escritor residente en Turquía. Es doctor en política y relaciones internacionales y actualmente es director de investigación del Instituto Ankara.
Este artículo fue publicado por The Middle East Eye. Traducido y editado por PIA Global.
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