Asia Eurasia

Kazajistán y los acuerdos de Abraham

*Por PIA Global – La decisión de Kazajistán de unirse oficialmente a los llamados Acuerdos de Abraham, impulsados por Estados Unidos, ha sacudido el tablero geopolítico de Asia Central.

Lo que algunos en Astaná presentan como un paso diplomático hacia la “paz y el desarrollo” es, en realidad, una jugada profundamente riesgosa que revela una peligrosa inclinación de la política kazaja hacia el eje de influencia occidental e israelí, y una clara señal de alineamiento con los intereses de Washington en la región.

Esta adhesión no es un acto aislado ni un simple gesto simbólico. Detrás del aparente entusiasmo por fortalecer la cooperación económica y tecnológica con Israel y Estados Unidos, se esconde un movimiento estratégico que apunta a redibujar el mapa de poder en Eurasia, debilitando la posición de Rusia, aislando a Irán y frenando la expansión del corredor económico euroasiático liderado por China. En este sentido, Kazajistán corre el riesgo de convertirse en el eslabón más vulnerable del tablero central del continente.

De la neutralidad al alineamiento

Desde su independencia en 1991, Kazajistán había sido un ejemplo de política exterior prudente y multieje: cultivó relaciones estables con Rusia, China, los países islámicos y también con Occidente, manteniendo un equilibrio que garantizó su estabilidad interna y su prestigio internacional.

Este enfoque pragmático permitió a Astaná convertirse en mediador regional y anfitrión de importantes procesos diplomáticos, como las conversaciones de paz sobre Siria.

Sin embargo, la decisión del presidente Kassym-Jomart Tokayev de adherirse a los Acuerdos de Abraham parece romper con esa tradición. Según los analistas, el objetivo inmediato es “ganarse el favor de Washington” y atraer inversión estadounidense, en momentos en que el país busca diversificar su economía y reducir su dependencia de China y Rusia.

No obstante, esta estrategia de aparente pragmatismo económico tiene un trasfondo geopolítico peligroso: una concesión que podría hipotecar la soberanía y la independencia diplomática de Kazajistán.

El acuerdo de 18.000 millones de dólares firmado entre Tokayev y Donald Trump, presentado como un impulso a la cooperación tecnológica y energética, es visto por el Atlantic Council y otros centros de pensamiento occidentales como un paso clave para expandir la influencia de Israel y Estados Unidos en Asia Central. En otras palabras, no se trata de una simple alianza económica, sino de un intento de penetración estratégica en el corazón de Eurasia, a pocos kilómetros del espacio tradicional de influencia rusa.

Los Acuerdos de Abraham: un caballo de Troya geopolítico

Originalmente concebidos como un mecanismo de “normalización diplomática” entre Israel y varios países árabes —entre ellos los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos—, los Acuerdos de Abraham fueron promovidos por la administración Trump como una vía hacia la paz en Medio Oriente.

Pero la realidad fue muy distinta: su verdadero propósito fue crear un nuevo bloque regional que aislara a Irán, marginara la causa palestina y consolidara la hegemonía israelí bajo el paraguas político y militar de Washington.

Ahora, con la adhesión de Kazajistán, el proyecto ha dado un salto geográfico que preocupa a las potencias del entorno. La expansión de los Acuerdos hacia Asia Central marca una nueva fase de la estrategia estadounidense para construir un “cordón de contención” alrededor de Rusia, Irán y China, aprovechando la posición estratégica de Kazajistán y su papel como puente euroasiático.

Este movimiento también supone una señal de que Washington busca reconfigurar el orden regional, desplazando la influencia de Moscú y Pekín en el corazón del continente.

El espejismo de la cooperación

El discurso oficial en Astaná intenta presentar la adhesión como un “mecanismo para reducir conflictos” y promover el diálogo económico y tecnológico. Temirlan Abugali, del Instituto Kazajo de Estudios Estratégicos (KazISS), sostuvo que los acuerdos “crean canales diplomáticos adicionales” y abren “oportunidades para la cooperación”.

Pero la realidad es que este tipo de acuerdos rara vez son neutrales. En términos prácticos, significan la apertura de estructuras financieras, logísticas y militares que responden a la órbita del poder occidental.

Por su parte el politólogo Gaziz Abishev trató de justificar la medida alegando que “no es una cuestión de elección de bloque, sino de desarrollo y pragmatismo”. Pero esta visión ignora la naturaleza intrínsecamente política de los Acuerdos de Abraham, que en la práctica no son tratados multilaterales de paz, sino instrumentos diplomáticos con un claro sesgo ideológico. Astaná, con su deseo de diversificación, podría terminar entrando en un campo minado de presiones cruzadas y chantajes económicos.

Un paso atrás en la multipolaridad

La adhesión de Kazajistán llega en un momento particularmente delicado. Mientras el mundo avanza hacia un orden multipolar impulsado por organismos como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), los BRICS+ y la Unión Económica Euroasiática, la decisión de Tokayev representa un retroceso conceptual: un retorno a la lógica de bloques bajo hegemonía occidental.

Kazajistán, miembro tanto de la OCS como de la UEEA, ha sido uno de los actores que más ha defendido la cooperación eurasiática basada en la no injerencia y la soberanía. Pero al aceptar integrarse a una iniciativa que, en su esencia, busca reforzar el dominio político de Israel y Estados Unidos en el mundo islámico, el país corre el riesgo de perder credibilidad frente a sus socios naturales —Irán, Rusia y China—, que podrían llegar a perciben este gesto como una traición a los principios de equilibrio regional.

Una jugada de alto riesgo

Más allá de las promesas de inversión y cooperación tecnológica, la adhesión de Kazajistán podría traer consecuencias imprevisibles. Irán, que mantiene vínculos religiosos, históricos y comerciales con el mundo turco y persa de Asia Central, podría interpretar el gesto como una provocación directa.

Rusia, por su parte, difícilmente verá con buenos ojos la expansión de un proyecto israelí-estadounidense tan cerca de sus fronteras del sur. Y China, que considera a Kazajistán una pieza esencial en su Iniciativa de la Franja y la Ruta, probablemente vea esta maniobra como un intento de socavar sus corredores económicos estratégicos.

En suma, el presidente Tokayev parece haber tomado una decisión que, bajo el ropaje de la diplomacia, encierra una peligrosa pérdida de autonomía. En lugar de fortalecer su posición internacional, Kazajistán podría haberse convertido en el nuevo laboratorio de la injerencia occidental en Eurasia.

El mensaje de Kazajistán al sumarse a los Acuerdos de Abraham es claro: busca complacer a Washington y consolidar un nuevo canal de influencia estadounidense en Asia Central. Pero esta “victoria simbólica” para Israel podría transformarse en una derrota estratégica para la soberanía kazaja. En tiempos en que el equilibrio global se redefine hacia la multipolaridad, alinearse con un proyecto que divide, manipula y sirve a intereses ajenos no es una muestra de madurez diplomática, sino una señal de dependencia política.

*Foto de la portada: AFP

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