Aunque todavía persisten fricciones y movimientos que generan suspicacias en ambas capitales, lo cierto es que Nueva Delhi y Pekín están ensayando un diálogo pragmático, intentando administrar las tensiones para evitar un nuevo deterioro que afecte la estabilidad de Asia meridional, una de las regiones más sensibles del mundo.
El ejemplo más reciente de esta dinámica ambivalente es la inauguración por parte de India de la base aérea de Mudh-Nyoma, ubicada a unos 13.700 pies de altura, apenas 30 kilómetros de la Línea de Control Real, la frontera de facto que divide a ambos países.
A primera vista, la modernización de esta instalación militar podría interpretarse como un gesto de firmeza hacia China, especialmente porque el 13 de noviembre un avión de transporte C-130J aterrizó públicamente por primera vez allí, demostrando la capacidad india de operar en altitudes extremas y fortalecer su logística defensiva en un territorio disputado.
Sin embargo, los analistas que siguen de cerca la relación chino-india coinciden en que Pekín no interpreta este movimiento como una escalada directa, sino como parte de los esfuerzos a largo plazo de Nueva Delhi por modernizar su infraestructura fronteriza, históricamente rezagada frente al impresionante despliegue de carreteras, túneles, bases aéreas y sistemas de transporte que China ha desarrollado en el Tíbet y en Xinjiang durante las últimas dos décadas. En otras palabras, India no está enviando un mensaje de confrontación, sino tratando de reducir la brecha estructural que la separa de su vecino.
El investigador He Xianqing, del Instituto Nacional de Estudios del Mar de China Meridional, lo expresó con claridad: la base de Mudh-Nyoma tiene relevancia estratégica, pues refuerza la capacidad india de patrullaje aéreo en la zona disputada. Pero incluso reconociendo esa importancia, el especialista subraya que el desarrollo no altera la correlación general de fuerzas, dado que China continúa teniendo una ventaja significativa en infraestructura, movilidad y despliegue militar a lo largo de la frontera.
En este contexto, lo más relevante no es la inauguración de la base en sí, sino que ni China ni India han permitido que este hecho interrumpa el frágil proceso de acercamiento que comenzó a ganar tracción en los últimos meses. El diálogo diplomático se ha mantenido, los canales militares continúan activos y los dos gobiernos han expresado —con matices— la intención de evitar incidentes como los ocurridos en 2020 en el valle de Galwan, cuando las tropas de ambos países chocaron con un saldo fatal que congeló prácticamente toda cooperación bilateral.
Lo que está emergiendo entre Pekín y Nueva Delhi es un entendimiento pragmático: la frontera puede seguir siendo un espacio tenso, pero no debe convertirse en un detonante que impida la cooperación en otros temas donde la interdependencia es ya inevitable.
La economía, la seguridad energética, la expansión del BRICS y la necesidad de moderar la influencia occidental en Asia configuran un escenario donde ambos países reconocen que la confrontación perpetua solo beneficia a terceros actores interesados en dividir a los gigantes asiáticos.
Aunque persisten profundas diferencias y ningún analista serio hablaría hoy de una alianza, existe una realidad que se impone sobre las narrativas belicistas: China e India están aprendiendo a coexistir en un entorno multipolar donde el poder se redistribuye y donde ambos necesitan mecanismos de estabilidad mutua. El acercamiento es leve, frágil y condicionado por los vaivenes internos de cada país, pero es un acercamiento real.
El desafío de los próximos años será transformar esta nueva etapa de diálogo en una arquitectura más estable de gestión del conflicto. Si lo logran, Asia podría transitar hacia un equilibrio más seguro y menos vulnerable a las presiones de actores externos. Si fracasan, la región volverá a enfrentarse a una competencia peligrosa entre dos potencias nucleares que son, al mismo tiempo, motores centrales del siglo XXI.
Hoy, incluso en medio de la rivalidad, China e India muestran que el camino del diálogo sigue abierto. Y en un mundo atravesado por crisis geopolíticas constantes, esa sola posibilidad ya es una señal de que Asia no está condenada a repetir los errores de otras regiones, sino que puede buscar un modelo propio de convivencia entre grandes potencias emergentes.
*Foto de la portada: Times of India

