Es un primer paso, bien. Pero es insuficiente. El impuesto de sociedades (IS) efectivo mínimo global que ha sido anunciado este sábado por el G-7 es un acuerdo de mínimos. No podemos pensar que tan solo 2,5 décimas por encima del tipo nominal de Irlanda (12,5%) sea un impuesto que vaya a acabar con la elusión fiscal ni que vaya a realizar el correcto reparto de los ingresos fiscales que debería buscar una acción de coordinación global como la firmada estos días.
El IS mínimo es un parche. Igual que el impuesto a los servicios digitales, conocido como la tasa Google. Son impuestos que intentan cubrir agujeros fiscales de ingresos, pero que no se acoplan a la nueva economía globalizada. Simples muestras de la poca determinación por parte de los gobiernos de los países líderes a la hora de decir basta a la industria de la planificación fiscal y la elusión de impuestos. Son parches en formas de leyes que van muy por detrás de las trampas. Es querer abordar problemas del Siglo XXI con las herramientas fiscales del siglo pasado. Porque aunque este acuerdo tenga la novedad de abordar el problema mediante la coordinación y cooperación internacional (lo cual se agradece), se sigue pensando en el beneficio de las empresas con una mentalidad arcaica, que no sirve para el actual panorama de empresas globalizadas. En resumen, los sistemas fiscales de ayer no sirven para la economía de hoy.
Es un parche porque no elimina la ingeniería fiscal, no acaba con las prácticas de erosión de la base imponible o transferencia de beneficios (BEPS por sus siglas en inglés), ni con los paraísos fiscales, ni con los tax ruling (acuerdos bilaterales entre empresas y algunos países), no impone sanciones a países con tributaciones nulas o en los que todavía persiste el secreto bancario y, sobre todo, sigue sin asegurar que las empresas paguen impuestos allí donde realmente generan sus beneficios.
Y ahí está el peligro de este impuesto de sociedades mínimo: que nos conformemos, que nos creamos que ya está todo hecho y que veamos a los ministros de Economía del G-7 como azotes de los evasores de impuestos… y entonces bajemos la guardia y dejemos de exigir que este viento de cola hacia un cambio fiscal global se quede en un simple soplo sin efecto real. Se necesitan nuevos acuerdos y medidas de calado internacional para acabar con la elusión fiscal, los paraísos fiscales, que las multinacionales aporten lo que deben y que no quede todo en una simple operación de maquillaje.
¿Solo un 15%?
La primera crítica es clara: ¿solo un 15%? Es de agradecer el apellido que se le ha colocado a ese porcentaje: “efectivo”. Pero, repito, es insuficiente. Si hace bien poco en España el IS era del 35%, al igual que en Estados Unidos antes de la llegada de Donald Trump, ¿dónde está el acuerdo histórico en plantar un mínimo que roza de cerca los tipos nominales de sumideros de impuestos como Irlanda o Suiza?
Que Calviño y sus homólogos en Francia, Alemania e Italia hayan apostado por un 15% justo un día antes de la reunión del G-7 puede parecer una victoria. Un giro a la izquierda… pero también puede ser una simple subida al carro tras ver que Estados Unidos empuja en dicha dirección. Queda feo de puertas para afuera no ir en la misma sintonía que la primera potencia mundial, pero también queda fuera de puertas para dentro tocarle mucho el bolsillo al Ibex 35. Acordar un 15% es la medida perfecta para maquillar ambas cosas.
Según los cálculos del think tank Eutax Obserbatory, en su informe La recaudación del déficit fiscal de las empresas multinacionales: simulaciones para la Unión Europea, indica que un IS mínimo del 15% podría recaudar unos 48.300 millones de euros extra para el conjunto de Estados miembro. En cambio, los mismos cálculos señalan que un tipo efectivo mínimo del 21% podría recaudar hasta 98.000 millones de euros y un tipo mínimo del 25% podría llegar a ingresar 167.800 millones. Para España, con este tipo mínimo se calcula que se ingresarán 700 millones de euros más al año. Con un tipo del 21% mínimo se recaudaría 5.400 millones y con un tipo del 25% se llegaría a ingresar 12.400 millones extra anualmente. Subir ese mínimo acordado este sábado del 15% al 25% nos daría una capacidad recaudatoria de nada menos que 11.700 millones de euros al año.
El primer paso se ha dado con este acuerdo, pero nada nos impide ahora seguir empujando para subir ese IS mínimo a porcentajes más acordes y necesarios que se asimilen a las aportaciones que hacían las empresas a las arcas públicas hace un par de décadas.
País por país
Como he dicho, el IS mínimo es un parche a una economía cambiante. La globalización, la economía digital y la industria de la planificación fiscal han modificado la estructura económica, empresarial y fiscal de las multinacionales. Y van varios pasos por delante de los sistemas tributarios. La nueva fiscalidad del presente debe gravar los beneficios allí donde se generan, no donde la multinacional ha plantado una oficina.
Para los países que ven (vemos) como grandes empresas extranjeras se llevan el negocio creado en sus territorios a otros de baja tributación, poco les sirve un impuesto sobre beneficios mínimo, porque no tienen beneficios que gravar. Si tu suscripción a Netflix se va directa a una filial holandesa o esos ingresos de publicidad de empresas españolas dirigidas a personas en España que vemos en Facebook se van directamente a Irlanda, ¿de qué nos sirve un 15% mínimo? Si luego Estados Unidos cobra a Netflix lo que no le cobra Países Bajos, pero España no ve un euro… ¿Dónde están las ganancias de este sistema para países como España? Está claro que el beneficio se encuentra en lo que declaran las empresas españolas en esos territorios de baja fiscalidad, pero eso es solo una pequeña parte del pastel.
Ya existe una herramienta para arrojar algo de luz sobre estas prácticas: el Informe país por país (CBC report, por sus siglas en inglés). Este informe obliga a que las multinacionales que facturan más de 750 millones de euros muestren su contabilidad de beneficios, empleados y activos de manera diferenciada en todos los países donde tienen actividad. Pero, hasta el momento, esa información se entrega al Ministerio de Hacienda de forma anónima. El primer informe de la Agencia Tributaria sobre los informes país por país de las multinacionales españolas ha mostrado que 22 multinacionales españolas solo pagaron un 1,3% de tipo medio efectivo de Sociedades a nivel global, pero no sabemos qué empresas son ni cuánto pagaron o dejaron de pagar en cada país.
Un informe país por país público sería la herramienta idónea para visualizar las tácticas de elusión de impuestos mediante técnicas de traslado de beneficios a territorios de menor tributación. Podríamos calcular los beneficios a gravar basándonos en su facturación real en un país y no según lo que nos digan sus cuentas anuales auditadas por las mismas empresas que hacen de la planificación fiscal su principal negocio. En resumen, si Netflix tiene medio millón de abonados en España, debe pagar por los beneficios obtenidos por ese medio millón de cuotas. Ahora no lo hace. Si una filial holandesa de Inditex con apenas 182 empleados reporta el 18% del beneficio total del grupo, es que algo falla. Y esos fallos no los va a corregir ningún impuesto mínimo global.
¿Qué pasa con el Sur global?
Es probable que este mínimo global no sirva para que países como España consigan gravar a las grandes multinacionales tecnológicas estadounidenses, pero sí que servirá para gravar los beneficios de empresas españolas que solo hayan pasado por las laxas tributaciones de los paraísos fiscales. Pero, ¿qué pasa con los países del Sur global?
Los paraísos fiscales han servido de herramienta de triangulación a las empresas de occidente, también a las españolas, para extraer riqueza de los países del Sur sin apenas aportar a sus arcas públicas y su desarrollo. El IS mínimo global del 15% servirá de muy poco a los países que no tienen grandes empresas nacionales y que sus débiles gobiernos no tienen la fuerza del G-7 para perseguir y acorralar a la industria de la evasión fiscal.
¿Y las sanciones?
De nada servirá este tipo de acciones globales si no van acompañadas de represalias contra aquellos territorios que no decidan colaborar. Y está bien claro que habrá territorios que no van a colaborar. Se les va la vida en ello, diría que literal. Pequeños Estados como Bahamas o Islas Caimán han generado una burbuja económica basada íntegramente en atraer sedes de grandes empresas y en torno a la industria de la planificación fiscal (o sea, de bufetes de abogados que se encargan de que grandes multinacionales y patrimonios evadan impuestos).
Un acuerdo global de estas características tiene que ir acompañado de sanciones internacionales a aquellos territorios no cooperantes. Sanciones comerciales, como aranceles a todos sus productos o embargos totales, tal y como se lleva haciendo con Cuba durante décadas sin que la isla sea ni una centésima parte de lo perjudicial para el resto del planeta de lo que son otras islas como la Caimán o Bahamas. Las primeras potencias firmantes de este acuerdo deben bloquear los tratados de libre comercio con los países que nos están robando impuestos al resto.
Hay que llamar a las cosas por su nombre y actuar en consecuencia: Europa tiene paraísos fiscales en su propio seno. Irlanda, Países Bajos, Luxemburgo y Malta lo son. Los territorios de ultramar británicos, como Isla de Man o Jersey, son paraísos fiscales. Andorra, Gibraltar y Suiza son paraísos fiscales. Las sanciones también tienen que apuntar a todos estos Estados, aún cuando estén protegidos por la City londinense o Bruselas.
En paralelo a estas sanciones, la industria de la planificación fiscal debe ser vigilada e igualmente sancionada con dureza. Los facilitadores de la evasión son pieza fundamental en este puzzle. Desde grandes bancos como el HSBC a despachos como el de Mossack Fonseca en Panamá, forman un mercado creciente que se enriquece con el empobrecimiento del resto del planeta. Las sanciones a este tipo de empresas colaboracionistas de la evasión deben ser mayores y contundentes. De nada servirá hacer nuevas leyes si no ponemos coto a los que inventan las nuevas trampas.
En resumen, el IS mínimo efectivo global ha sido un gran primer paso y es de celebrar, pero debe ser eso: un primer paso. Los vientos de cola en el cambio de paradigma económico y fiscal globalizado deben venir acompañados de otras medidas fiscales que avancen hacia un sistema de fiscalidad justa global que ponga barreras a la evasión fiscal globalizada.
*Yago Álvarez Barba, economista.
Artículo publicado en El Salto.
Foto de portada: Las empresas ofrecen evitar intrusiones con encriptación, una clara referencia a las de los Papeles del Paraíso y Panamá. BYRON MAHER SANCHO R. SOMALO