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Implicaciones internacionales del nuevo concepto de política exterior rusa

Por Valdir da Silva Bezerra* –
Rusia aprobó el 31 de marzo un nuevo concepto de política exterior, cuyas implicaciones llevarán a importantes consecuencias para el papel del país en las relaciones internacionales.

En primer lugar, Rusia vuelve a presentarse como un polo de poder que pretende oponerse al modelo mundial unipolar defendido por EEUU, modelo que cuenta con la aquiescencia tácita de sus aliados europeos.

De este modo, Moscú tratará de desactivar las bases de apoyo al «unilateralismo» estadounidense en el mundo, en favor de una redistribución del poder global (tanto político como económico) hacia nuevos polos de poder y nuevos centros de influencia regional.

Al mismo tiempo, del documento se desprende claramente que Moscú sigue abierto al diálogo con Occidente, demostrando su intención de no cerrar definitivamente las puertas a una cooperación bilateral más justa.

Con ello, Rusia pretende colaborar con los países occidentales como un «igual entre iguales«, es decir, que sus intereses y preocupaciones sean tenidos en cuenta por europeos y estadounidenses, un punto que, cabe señalar, siempre estuvo presente en el discurso político del mandatario ruso, Vladímir Putin, en la década de 2000.

En segundo lugar, Rusia subraya la importancia de preservar sus tradiciones históricas y su especificidad civilizacional milenaria basada en la unión de culturas y pueblos distintos que han residido durante siglos en su territorio.

El papel del país en este contexto es el de iniciador de un nuevo proyecto de integración civilizacional en Eurasia, con aspiraciones de convertirse en un centro de poder e influencia independiente en las relaciones internacionales. El «colectivismo» predominante en el espectro social y de desarrollo ruso se opone así al proyecto «individual» y materialista de Occidente como modelo de organización social.

En consecuencia, Rusia seguirá siendo el principal obstáculo al proyecto occidental de globalización homogeneizadora, sirviendo de Estado modelo para que otros países defiendan su historia, sus valores y sus tradiciones frente a la agenda de deconstrucción encabezada principalmente por Washington.

El resultado es el acercamiento de Moscú al mundo islámico, que, al igual que Rusia, no comparte la agenda cultural y política impulsada por Occidente para el resto del mundo. En la práctica, se trata de poner fin a una cruzada más de los estadounidenses y (como no podía ser de otra manera) de los países europeos en su nueva «misión civilizadora» en el mundo, una práctica que contiene en sí misma claros signos de condescendencia con las sociedades consideradas —por así decirlo— «menos avanzadas».

Cuando el imperialismo político de los países occidentales se extendió por el mundo entre los siglos XVI y XIX, existía, además de razones económicas, la intención precisamente de «civilizar» a otros pueblos considerados inferiores y atrasados. Hoy, sin embargo, Rusia demuestra los límites de este nuevo proyecto y lo hace junto a otras importantes civilizaciones —o por qué no decir civilizaciones-estado— como es el caso, por ejemplo, de China y la India.

Con lo que respecta a estos dos países, el nuevo concepto de política exterior de Rusia hace especial hincapié en ellos, demostrando la consolidación del «giro asiático» de Moscú en un contexto de creciente aislamiento por parte de Occidente.

Después de todo, la idea de defender los intereses nacionales de Rusia mediante una cooperación más profunda con potencias asiáticas como China y la India ya había sido defendida a finales de los años noventa por el eminente diplomático Yevgeni Primakov, quien fue el ministro de Asuntos Exteriores entre 1996 y 1998 y el primer ministro ruso entre 1998 y 1999.

Al establecer alianzas con China y la India, Rusia pretende continuar el proceso de consolidación de un mundo multipolar que refleje la pluralidad de civilizaciones y sistemas de valores en las relaciones internacionales. No por casualidad, el propio presidente Putin reconoció en Primakov a «uno de los autores del concepto de un mundo multipolar» ya en la década de 1990, en un momento en que el dominio estadounidense parecía realmente inquebrantable.

Además, Rusia promete un enfoque pragmático y «desideologizado» en su acercamiento a los países latinoamericanos, basado también en el fortalecimiento de una asociación para la defensa de la «multipolaridad». En este sentido, existe una diferencia entre la relación de Moscú con los países de la región durante la Guerra Fría, basada en la expansión del modelo socialista soviético a diversas partes del mundo.

En el plan actual, Rusia pretende actuar sin un matiz ideológico predeterminado, pero sí establecer contactos más estrechos con América Latina no solo con fines comerciales, sino también para alcanzar el objetivo político de estrechar lazos con el sur global, trabajando juntos contra las aspiraciones hegemónicas de Occidente en el sistema.

En este contexto, también es necesario destacar el papel del continente africano, que tiene una fundada desconfianza hacia los países occidentales debido a su turbulento pasado histórico y colonial. La política intervencionista de los propios europeos, especialmente durante el siglo XIX, provocó que muchos países africanos se convirtieran en escenario de un resentimiento político que perdura hasta nuestros días.

Además, el continente aún mantiene viva en su memoria la ayuda ofrecida por Moscú durante la Guerra Fría para sus procesos de descolonización e independencia frente a las antiguas metrópolis, lo que ofrece un gran capital político a Rusia en su relación con los líderes africanos.

Así, este (re)acercamiento de Rusia a África y América Latina (sugerido precisamente en su nuevo Concepto de Política Exterior) pretende ampliar la política exterior de Moscú a zonas donde, hasta entonces, su presencia había sido limitada, especialmente tras el colapso soviético.

Sin duda, el futuro vislumbra la aparición de nuevas alianzas y asociaciones que demuestran que Rusia no está, ni ha estado nunca, verdaderamente aislada (como Occidente quiere hacernos creer), además de confirmar el papel activo de Moscú en la construcción de un mundo más diverso y multipolar.

*Valdir da Silva Bezerra, investigador, ruso, escritor. Maestría en Relaciones Internacionales en la Universidad Estatal de San Petersburgo. Postgrado en Mercado Financiero y de Capital en la PUC-MINAS. Miembro del Grupo de Investigación del USP sobre los BRICS (GEBRICS). Miembro del centro de investigación sobre Relaciones Internacionales en Asia (nupri-geasia)

Artículo publicado originalmente en Sputnik.

Foto de portada: © Sputnik / POOL.

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