Complejidad Multifactorial, Transdisciplinariedad y Poder
Reconsideraciones para la Disciplina de Relaciones Internacionales
Parte II
Anteriormente, compartimos una pequeña anécdota sobre el pasado del autor de estos dos artículos, en la cual se pudo observar cómo las visiones tradicionales y culturalmente engendradas de internacionalistas occidentales pueden formar graves obstáculos para comprender ciertas realidades de nuestro momento. Más allá de los aspectos supremacistas y/o raciales de este tipo de pensamiento, la incapacidad de predecir el auge de la China y su transformación de una potencia mediana regional a finales del Siglo XX, a un verdadero rival geopolítico global de Estados Unidos durante la tercera década del Siglo XXI, obedece a factores inherentes a la propia disciplina de las Relaciones Internacionales, con concepciones vencidas del Siglo XIX, como el poder militar y la diplomacia (los elementos de la llamada “Alta Política” que define el Realismo Político).
Seguidamente, abordamos en la primera parte temas como el declive de las grandes potencias, desde la perspectiva tradicional (conservadora), aun cuando el analista no comparte en su totalidad las nociones del llamado “establishment” gringo, como el inglés Paul Kennedy. El analista británico considera que cuanto más aumentan los estados su poder, más grande es la proporción de sus recursos que deben dedicar para mantener este poder. Si una proporción demasiado grande de los recursos nacionales se desvía para atender necesidades militares, esto a la larga conduce a un debilitamiento del poder. La capacidad de sostener un conflicto con un estado comparable o una coalición de estados depende, en última instancia, de la fuerza económica del Estado.
Es menester señalar, antes de continuar el debate que iniciamos en la primera parte de este trabajo, que el propósito de este documento no es explorar las fallas o las ventajas de una concepción u otra sobre el auge y el declive de las grandes potencias, sino emplear las serias fallas de ciertas concepciones sobre estos temas – los cuales son centrales para la disciplina de Relaciones Internacionales – con la finalidad de explorar las crecientes disparidades entre lo que las herramientas teóricas tradicionales nos siguen diciendo sobre el sistema internacional desde los Siglos XIX y XX – por un lado – y lo que nos demuestra controversialmente la realidad social internacional, ahora en la tercera década del Siglo XXI, por el otro. Nuestro objetivo es realizar un diagnóstico de la disciplina, sin abordar problemas particulares de una de sus subdisciplinas (el estudio del auge y declive de las grandes potencias es parte de la historia de las Relaciones Internacionales, una subdisciplina de la disciplina macro de las Relaciones Internacionales).
Retomando nuestro tema desde el pensamiento de Kennedy, para el analista británico el declive es de un Estado (imperial, o Estado-Nación), el poder que disminuye es, esencialmente, un poder del Estado mismo, el declive económico es – más o menos – una función del declive diplomático/militar, y los factores socioculturales raramente son considerados, quizás ni siquiera para efectos de diagnosticar el propio declive, y mucho menos como factores que efectivamente causan dicho declive, en primer lugar. El expansionismo imperial de una gran potencia, tarde o temprano, genera una carga económica que, sin lograr el equilibrio necesario entre sostener el imperio y a la vez las exigencias de la población imperial (sus sujetos, y no las poblaciones colonizadas), suele impulsar el declive. Tomando en consideración el caso romano, británico y finalmente el soviético, Kennedy y otros analistas occidentales consideran que el poder sólo puede mantenerse mediante un equilibrio prudente entre la creación de riquezas y el gasto militar, y las grandes potencias en declive casi siempre aceleran su desaparición desplazando el énfasis de sus políticas, de las primeras a las segundas.
La otra cara de esta moneda es el auge de las grandes potencias. Por lo general, el auge se materializa a través de un proceso, sin duda alguna (no suele ser un suceso o un evento individual), pero por lo general se relaciona a una serie de conquistas militares y actuaciones políticas/diplomáticas que, a lo largo del proceso de auge, consolidan la posición de una gran potencia en un sistema regional, o en el sistema internacional (como es el caso de potencias como la británica y la gringa).
Cuando hablamos del auge de una gran potencia – de acuerdo con la concepción tradicional de la historia de las Relaciones Internacionales – siempre terminamos de una manera u otra en los campos de batalla. Los romanos surgieron con la destrucción de Cartago, y luego el sometimiento de todas las potencias del Mediterráneo y del Medio Oriente (salvo los persas) durante las guerras civiles romanas de Julio César y César Augusto. Los británicos surgieron después de derrocar a Francia, primeramente, durante la Guerra de los Siete Años (1756–1763), y, en segundo lugar, durante las Guerras Napoleónicas (1803–1815). Los gringos y los soviéticos, a su vez, surgieron como potencia global después de la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Con cada auge de una potencia, se evidencia el declive de sus rivales geopolíticos, al igual sufriendo un proceso de declive, pero en términos generales relacionados con una o varias derrotas militares: los griegos, los cartagineses y los egipcios en el caso romano, los franceses en el caso británico, y los alemanes y los japoneses, en el caso de los gringos y rusos.
Entonces, ¿Cómo podemos explicar el auge de la China, en el Siglo XXI? En primer lugar, contrario a todas las expectativas del profesor que en 1998 consideró a la China como “primitiva y arcaica”, no cabe duda alguna a cualquier ser humano que vive en el 2021, que la China representa la “amenaza” mas contundente a la fabula de unipolaridad gringa. No se trata solamente del asunto mencionado en Anchorage, sino a una serie de elementos que abrumadoramente nos obliga a ver a la China como el rival principal de Estados Unidos. Adicionalmente, son los propios gringos que cada momento hablan de “our most dangerous competitors” (nuestros competidores más peligrosos), en referencia casi exclusiva a la China y Rusia.
¿Cómo podemos explicar esta situación paradójica de ver el constante auge de la China como potencia global, como competidor (esta palabra es un eufemismo que se emplea para referirse a un rival o enemigo) de Estados Unidos, cuando aún hasta el momento, el arsenal militar gringo sobrepasa el chino por lo menos tres o cuatro veces? ¿Cómo podemos explicar esta posición de rivalidad geopolítica global de la China, cuando esta potencia asiática aun no ha ganado o perdido batallas, apenas posee 2 portaviones, y no le dedica billones (por cierto, esos son millones de millones) de dólares a su maquinaria de “mantenimiento imperial”? ¿Cómo podemos hablar de la gran potencia global que es Estados Unidos como la más “adinerada” del mundo, cuando sufre de problemas graves de infraestructura interna y de bancarrota de varias de sus ciudades?
Lo que nos ofrecen los analistas anglosajones señalados en la primera parte no es útil para resolver las paradojas antes señaladas. Las ideas de Kennedy, a pesar de lo tanto que irritan a ciertos gringos como Huntington, Nye, Fukuyama y Krauthammer, no explican adecuadamente ni el declive de la potencia que aún posee el arsenal bélico más grande de la historia humana – a pesar de sus predicciones de declive estadounidense en su libro – ni mucho menos explica el auge de la China, la que no posee el poder militar que justifique el peso actual que posee en el ámbito internacional. Las ideas de Kennedy no explican completamente el declive estadounidense, a pesar de haber indicado eso en su obra magistral, porque deja la impresión que ese declive debe reflejar las mismas características que reflejaron otros procesos de declive, como el romano y el británico (en base a criterios como el poderío militar, el dominio diplomático, y todo lo que implica la llamada “Alta Política”), asunto que no se ve en el declive estadounidense actual.
Efectivamente, este ultimo punto es el tema principal de nuestros debates sobre la disciplina de Relaciones Internacionales. Aquí en este documento no pretendemos abordar una teoría sobre el declive y el auge de las potencias, sino una reconceptualización de las herramientas teóricas de la disciplina, en función de las fallas o limitaciones que surgen de sus prácticas actuales.
Si seguimos respaldando las nociones rankenianas (von Ranke) de insistir que la historia se trata fundamentalmente de la alta política, si seguimos pensando que el sistema internacional está dominado por un solo tipo de actor (el Estado Nación europeo), y, adicionalmente, si seguimos visualizando la naturaleza de este actor como algo altamente “monolítico”, independiente de su sociedad por un lado, y “soberana” de otras potencias y/o realidades del sistema internacional, por el otro, entonces nos quedaremos estancados en el uso de formas arcaicas de entender nuestra realidad social, formas que solo contribuyen a confundir y enredar, en vez de comprender y hacer comprender. El problema, obviamente, no se encuentra en supuestas “excepciones” (como el auge chino, el declive relativo estadounidense, y la continuidad de Rusia como rival geopolítico de los gringos) a las reglas del sistema internacional (las reglas de la historiografía tradicional rankeniana y el Realismo Político), sino en las herramientas que seguimos empleando, y que seguimos tratando de moldear la realidad que nos rodea para que se ajuste a nuestras herramientas vencidas, arcaicas y desgastadas, en vez de hacer exactamente lo contrario.
La noción de Kennedy de “desgaste” económico para mantener la expansión militar y el mantenimiento imperial, quizás sea útil para los verdaderos objetos de sus estudios: los imperios precapitalistas, y su propio imperio (el británico), pero no sirven para potencias como la gringa, la china y la rusa pos-soviética. Claro, no me refiero aquí a ningún tipo de “excepcionalismo” gringo, sino que el modo de producción imperante en la actualidad hace que las condiciones mismas para “medir” las riquezas de una potencia, sean muy diferentes a las que empleamos para determinar el poder de potencias como la España de los Borbones, entre otras. Adicionalmente, el orden internacional creado por Estados Unidos luego de su victoria en 1945 – ONU, Banco Mundial, FMI, sistema financiero, etc. – es cualitativamente diferente a todo lo que existió anteriormente, por lo cual los criterios de evaluación igualmente deben ser radicalmente transformados.
En el caso gringo, por ejemplo, cuando hablamos de su PIB y sus riquezas, y mencionamos su posición en el cenit del poder económico a nivel planetario, nos preguntamos cómo puede ser esto una realidad cuando la infraestructura nacional de ese país se encuentra desgastada y tantas de sus propias ciudades en quiebra. Claro, en este caso, una gran parte de la llamada “riqueza nacional estadounidense” se encuentran en manos de individuos como Elon Musk, Steve Bezos y Bill Gates, y no en la propia tesorería estadounidense. Pero este último asunto es parte de los problemas de conceptualizar una sociedad capitalista y su funcionamiento, sin considerar las realidades socioeconómicas de dicho modo de producción, particularmente la dimensión de las clases sociales y los conflictos estructurales entre estas.
Entonces, y antes de abordar de manera más precisa la problemática de la disciplina de Relaciones Internacionales, nos debemos hacer la siguiente pregunta: Si las herramientas historiográficas y teóricas existentes siguen fracasando en lo que debería ser las funciones fundamentales de la disciplina, si no explican ni interpretan la realidad social como efectivamente se puede evidenciar, ¿por qué aún existen, y por qué aún se siguen aplicando, a pesar de su pobreza utilitaria y su carencia de afinidad con la realidad observable?
El asunto es que la disciplina de las Relaciones Internacionales posee una doble utilidad, una que se encuentra en la mayoría de las ciencias sociales, pero no se evidencia (por lo menos de la misma manera) en las ciencias naturales. La mayoría de las ciencias sociales, lamentablemente, se prestan para una doble utilidad: o buscan estudiar la realidad social, o buscan “hacer política”. Estas dos funciones no son compatibles, en la realidad no solapan, y no poseen coincidencias metodológicas, epistemológicas, ontológicas, etc. O se hace una, o se hace la otra, pero por lo general, es imposible realizar ambas funciones de manera simultanea.
Le recordamos al lector los argumentos de Huntington y Nye, expuestos en la primera parte de este documento:
- El masivo gasto militar de su país no es necesariamente un “drenaje improductivo” de una economía;
- Si Estados Unidos es supuestamente “un imperio”, su modo de existir es fundamentalmente diferente de los imperios del pasado, con sus hambres por conquistar más y más territorios;
- Washington integra “voluntariamente” a los pueblos en un sistema duradero y más liberador de alianzas y mercados;
- El supuesto papel vital de la elección individual y el azar en la historia.
Estos argumentos, más allá del valor cómico que poseen, forman parte de una gran plétora de discursos y pronunciamientos profundamente ideológicos que generan los diplomáticos, los “expertos”, los llamados “Think Tanks”, los académicos y los periodistas del establishment gringo, y sus aliados (o siervos) ideológicos a lo largo del planeta, ya que el conservadurismo político suele compartir y reproducir sus ideas y discursos ideológicos con pocas barreras geográficas, nacionales, lingüísticas, culturales e incluso hasta temporales, gran ventaja que el progresismo político y el pensamiento revolucionario no posee, lamentablemente.
Cuando se pretende disfrazar la coerción imperial estadounidense como una “integración voluntaria de pueblos a un sistema duradero”, no se está analizando la realidad social, sino se está haciendo política. Cuando se hablan de “políticas competitivas” para mejorar la “independencia” de las acciones del mercado, para luego terminar con oligopolios masivos que controlan y dominan todo, como por ejemplo Disney, Microsoft y Kraft, y que poco a poco van exterminando los competidores que supuestamente le ofrecen “libertad” al consumidor, no se está analizando la realidad socioeconómica, sino que se está haciendo política. Cuando se habla de la “equidad jurídica” de los Estados ante el derecho internacional, mientras que Estados Unidos impone medidas coercitivas unilaterales sin consecuencia alguna para ese país, y luego vemos como ese país amenaza a los miembros de la Corte Internacional con cárcel por simplemente hacer sus trabajos, no se está analizando el derecho internacional, sino que se está haciendo política.
Más importante aún, cuando se emplea el liberalismo internacional para otorgarle una superioridad moral a una acción de un dado Estado en el sistema internacional, para luego emplear el Realismo Político para justificar otras acciones del mismo Estado que no requieren de “superioridad moral” sino de agresividad imperial, pues obviamente se está haciendo política. Por ejemplo, la agresiva intervención estadounidense y de la Unión Europea en el proceso de “regime change” en Ucrania en el 2011 se justifica con los “ideales” del liberalismo internacional: proteger la “democracia”, los “derechos humanos”, luchar contra la dictadura, el derecho de autodeterminación de los pueblos, etc. La respuesta rusa a estas acciones, las cuales representan realmente una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior” de la Federación de Rusia (como los gringos alegan que Venezuela la representa para Estados Unidos) – pues ese país euroasiático estaba a punto de perder el Puerto de Sebastopol y la península de Crimea – es vilificada, empleando los mismos instrumentos retóricos del liberalismo internacional: violación de soberanía, agresión contra toda la comunidad internacional, violación del derecho internacional, etc.
No obstante, cuando se habla de Estados Unidos amenazando a la Corte Internacional y sus jueces por condenar sus acciones ilegales y las acciones depredadoras de la Entidad Sionista, se tira a un lado el discurso del liberalismo internacional, y se aplica inmediatamente el discurso del Realismo Político: Estados Unidos tiene el derecho de defender sus intereses cómo ellos vean necesario, la soberanía nacional estadounidense no puede someterse a cualquier amenaza de un organismo internacional ilegitimo (ahora la corte es declarada ilegitima, antes era muy legitima cuando estaba juzgando a los enemigos de Estados Unidos), y toda acción que se tome en crítica de la Entidad Sionista es un acto antisemítico, etc.
Incluso, una de las justificaciones de las medidas coercitivas unilaterales gringas es precisamente que cada Estado tiene que perseguir sus intereses económicos, y puede defenderlos como ese Estado lo vea adecuado, como por ejemplo sofocar hasta la muerte a una población para lograr el anhelado “regime change”. Esto último es puro Realismo Político, y se encuentra diametralmente opuesto a las nociones del liberalismo internacional, particularmente el concepto de equidad jurídica de todos los Estados en el sistema internacional, y la actuación multilateral internacional para la resolución pacifica de las disputas, etc.
Los hilos del poder en el sistema internacional del Siglo XXI, para que puedan funcionar, no deben ser percibidos, y solamente sus efectos o consecuencias son las que deben quedar observables. Por eso es que la política exterior gringa se oculta ante el mundo con disfraces del liberalismo internacional, pero se justifican hacia lo interior con discursos del Realismo Político, para finalmente ser elaborados en base a necesidades y dictámenes netamente capitalistas e imperialistas. Como podemos ver, en todo estos saltos y selecciones precarias de la carta de ideologías políticas, no existe espacio alguno para analizar y entender las Relaciones Internacionales como efectivamente se dan, sino solo para hacer política.
Y justo por este gran dilema de la disciplina de las Relaciones Internacionales es que no podemos emplear las herramientas oxidadas y desgastadas de una tradición que se extiende desde finales del Siglo XIX e inicios del Siglo XX. No podemos entender cómo la China es el rival principal de Estados Unidos, cuando no hubo batallas militares ganadas o perdidas, y la inmensa discrepancia militar entre ambas potencias aun existe, a favor de Estados Unidos. ¿Cómo puede ser que la potencia imperial más inmensa de la historia se encuentra en declive, y una potencia que apenas posee 2 portaviones que no le permite sino proyectar poder militar en el Mar de la China, se encuentra en ascenso? Es porque las herramientas que tenemos disponibles para entender el poder en el sistema internacional no fueron diseñadas para “entender” o analizar, sino para justificar y hacer política. Por eso es que se nos escapa tantos elementos de la realidad internacional actual.
Y no se trata de la China nada más. En la actualidad, existen varios conflictos regionales que son abordados con poca o nula presencia gringa, como por ejemplo la situación en Libia (en el 2020) o la guerra entre Azerbaiyán y Armenia. En estos casos entraron potencias emergentes como Turquía y resolvieron parte del asunto con Rusia y los actores locales. Las últimas reuniones de Estados Unidos con los Talibanes para determinar qué hará Estados Unidos al fin en el desastre que posee en Afganistán se dieron en Moscú, no en la Unión Europea ni en Washington. Estados Unidos se encontró obligada a castigar a todos los países y empresas que participan en el Nord Stream II (el gasoducto que une Rusia con Alemania energéticamente, debilitando el poder gringo sobre la Unión Europea y Rusia), incluso sus propios aliados como Alemania. Los demócratas en oposición criticaron al Magnate Trump por sancionar a un aliado como Alemania por el Nord Stream II, pero ahora con el Señor Biden, las amenazas de sanciones (y las verdaderas sanciones ya impuestas) se mantienen y se extienden.
Todo esto no se puede analizar con la “maquinaria” ideológica del Realismo Político (con su obsesión con la llamada “Alta Política” y los Estados como monolitos independientes) y, peor aún, el liberalismo internacional. El liberalismo internacional le otorga un aura de moralidad y superioridad a las acciones que conllevan a dominar a otros, es el lenguaje que se emplea para catalogar las acciones de la potencia dominante como nobles, y las acciones de los dominados o los rivales como abomínales y criminales. Estos discursos del liberalismo internacional facilitan la creación de un sistema de leyes, normas y procedimientos, acompañados todos de instituciones y organismos internacionales, que facilitan el dominio global sin la carga de invasiones y administración de imperios territoriales clásicos, como el de los romanos, los franceses y los británicos. Si dominas a través de leyes e instituciones, ¿para qué anexar territorios, si al controlar los flujos comerciales y financieros, al controlar el lenguaje que se emplea en la diplomacia y al dominar ciertas vías marítimas y terrestres del sistema internacional, se puede dominar el mundo sin “anexarlo”?
El Realismo Político, a su vez, es la herramienta simple y sencilla que le dice al “Príncipe” qué debe hacer para expandir y mantener su imperio. Solo se debe diferenciar – por simples razones de prudencia – entre un uso y otro del lenguaje ideológico, de acuerdo con las circunstancias y a quien se le está dirigiendo el discurso. Ciertas audiencias se le emplea el liberalismo internacional, mientras que, para otras, se debe emplear el Realismo Político (este fue uno de los graves problemas del Magnate Trump, quien solía emplear el lenguaje realista cuando debería emplear el liberalismo internacional, y vise versa), ya que ambos discursos, de una manea u otra, llevan al mismo camino: dominar sin anexar, y sin demostrar que la verdadera y única intención es dominar.
Ambas tradiciones, al ser empleadas en el ámbito académico, no buscan generar analistas internacionales que entiendan y analicen críticamente el sistema internacional, sino ejércitos de mandarines (civil servants) que se encarguen a su vez de reproducir en sus futuros empleos los discursos y las lógicas adquiridas en las universidades forjadoras de soldados ideológicos, supuestamente al servicio del Estado (como entidad monolítica, como ya habíamos señalado), pero en realidad al servicio de las clases que dominan el Estado, y lo instrumentalizan para sus fines particulares.
Por esto es que los mandarines estadounidenses y canadienses de sus respectivos servicios exteriores consideran que la lucha del pueblo subyugado y dominado del Tíbet es parte de una lucha más amplia de democracia contra tiranía: es por los derechos humanos que se apoya la independencia del Tíbet. En el mismo sentido, tenemos a los uigures. Los uigures son un grupo étnico turco afiliado culturalmente a la región general de Asia Central y Oriental. Los uigures son reconocidos como nativos de la Región Autónoma Uigur de Sinkiang, en la China. No menos de 99.99% de la población del Mundo Occidental desconocía que esta etnia musulmana existía en la China, o en cualquier otra parte del Universo.
Ahora bien, desde hace unos cuantos años (menos de diez), los mandarines y burócratas de los servicios exteriores de varios países occidentales, junto a sus inmensas maquinarias publicitarias y sus expertos y académicos, han iniciando una campaña continua y sostenida de preocupación y lamentación por la situación de este pueblo bajo el represivo, inhumano y bárbaro dominio del gobierno central chino, a pesar de que el dominio chino sobre estos pueblos turcos inició en el Siglo XVIII. La preocupación por los derechos humanos es el tema de gran importancia para los occidentales – coincidentemente, desde hace pocos años nada más – y el lenguaje de sus lamentaciones se fundamenta esencialmente en el liberalismo internacional y uno de sus sub-componentes, el derecho internacional. Naturalmente, todas estas inmensas preocupaciones poseen nada que ver con el simple hecho de que el Tíbet y Sinkiang son regiones de la China, y su inestabilidad sería una oportunidad para desmembrar a la China como hicieron con la Unión Soviética, o todo el continente africano, o en Asia, etc. Eso sería un cinismo inaceptable por parte de un analista internacional digno de su cargo.
Adicionalmente, es heroico, humano, noble, pero sobre todo típico del mundo occidental, preocuparse por los derechos humanos y la democracia. Es noble llorar por el pueblo musulmán turco en Sinkiang, pero claro, no es particularmente noble, humano, heroico o típico del mundo occidental, preocuparse por otros musulmanes como los palestinos, los sirios, los libios, incluso, es interesante observar como los musulmanes rohinyás – un grupo étnico musulmán de Myanmar (Birmania) – nunca generó tantas lágrimas y preocupaciones por parte de los occidentales como lo genera los uigures (quizás sea porque nadie está buscando desmembrar a Myanmar, o quizás sea meros cinismos por parte de quien suscribe), a pesar de que este pueblo efectivamente, y de acuerdo con las Naciones Unidas, sufre de un campaña sistemática de limpieza étnica. Pocas lágrimas para los musulmanes de Myanmar, muchas lágrimas y preocupaciones por los musulmanes de Sinkiang.
La sustentación de este tipo de políticas, hacia lo interno de las sociedades occidentales o lo interno de sus gobiernos y centros de toma de decisiones, con la finalidad de preparar a sus mandarines y sus interlocutores y reproductores de sus políticas, se elabora empleando el Realismo Político: es el deber de cualquier potencia grande desmembrar sus enemigos y rivales, empleando tácticas de dividir y conquistar. La idea es destruir al enemigo desde adentro, empezando por la destrucción de su imagen en el ámbito internacional, y terminando con una desestabilización catastrófica que destruya al país por dentro, tumbando así al enemigo sin gastar muchos recursos en el proceso. Pero la proyección de dicha política hacia afuera, como ya indicamos, se elabora empleando el lenguaje del liberalismo internacional, así se puede sostener la prepotencia de moralidad superior, se puede ocultar los hilos del poder, y se puede construir la perfecta dicotomía política y discursiva: el déspota, el dictador y el tirano (el “malo”), y el demócrata, el amante de los derechos humanos y el defensor del derecho y la justicia (obviamente, el “bueno”).
Por todo lo expuesto aquí, es que la disciplina de Relaciones Internacionales sigue dominada por el liberalismo internacional y el Realismo Político, incluso podemos igualmente ver porqué ninguna de estas tradiciones ha desplazado a la otra (a la vez de ser dos caras de la misma moneda, obviamente): ambas son de gran utilidad para ejercer el poder, para hacer política, para preparar a los futuros ejércitos de reproductores ideológicos y administradores de las políticas de las elites, y para condicionar el discurso nacional e internacional a favor de estas políticas. Como podemos ver de la lista anterior, esto no tiene nada que ver con comprender, analizar, y explicar el sistema internacional, en base a la relación fundamental que define y determina todas las interacciones en el señalado sistema: el poder. Y, finalmente, por esto es que estas herramientas no pueden ofrecer ayuda alguna para comprender cómo la China es un rival geopolítico de Estados Unidos, con la inmensa disparidad bélica que existe entre estos dos, a favor de la segunda potencia, y sin efectivas “guerras calientes” (en vez de las guerras frías que efectivamente existen) entre las mismas.
Estas herramientas teóricas (ideológicas, en realidad) no fracasan solamente en temas como explicar la naturaleza de la rivalidad geopolítica y geoeconómica entre Estados Unidos y la China. Tampoco puede explicar adecuadamente el crecimiento de oligopolios y monopolios en el sistema internacional, y el sometimiento de la política y la legislación a los vaivenes de los dueños de los medios de producción, en supuestas sociedades “democráticas”. No obstante, estas fallas y limitaciones comparten el mismo origen de las fallas antes indicadas: son herramientas creadas para hacer política, y no para entenderla y analizarla.
Este breve y sencillo diagnóstico que ofrecemos aquí de un aspecto en particular de la situación actual de la disciplina de Relaciones Internacionales no nos permite proponer alternativas concretas, más allá de la necesidad urgente de alejarnos de las herramientas tradicionales de la disciplina, si pretendemos analizar y entender, en vez de hacer política. Esta tarea es para varias generaciones de internacionalistas, alejándose progresivamente de hacer política para regresar a las raíces y funciones académicas que la disciplina debe exhibir (y efectivamente tener). No obstante, si podemos finalizar nuestro análisis adelantando por los momentos tres enfoques fundamentales, que deben ser desarrollados en el seno de la disciplina, y en sus nuevas herramientas teóricas, epistemológicas y conceptuales. Las tres son: la complejidad multifactorial, la transdisciplinariedad y el tema del poder. Estas tres no son mutuamente exclusivas, y cada una depende o se relaciona íntimamente a las otras dos, pero por razones netamente demostrativas, las señalamos aquí como tres factores por separados.
La pandemia que vivimos desde noviembre de 2019, el famoso COVID-19 causado por el virus Sars-CoV2, nos ha ayudado a comprender qué tan complejo e interconectado está nuestro mundo, y nuestra realidad social. El simple hecho de mantener la distancia y alejarnos físicamente ha transformado tantos otros aspectos de nuestras vidas, aspectos que nunca nos hubiéramos imaginados que están interrelacionados, pero vino la pandemia, y ahora sabemos el grado de interconexión de nuestro “avanzado” y frágil mundo moderno. Esta interconexión es una clara señal del grado de complejidad de nuestra realidad social, complejidad que se caracteriza por una multiplicidad de factores que se acumulan, se asocian y se interrelacionan de manera que un pequeño cambio en un factor posee impredecibles repercusiones a lo largo del gran y complejo tejido de nuestra realidad social. Nos referimos aquí a la relación intrínseca entre la complejidad y lo multifactorial.
Una gran parte de nuestra comprensión del mundo que nos rodea se fundamenta en la investigación sobre la causalidad. La causalidad es una relación entre ciertos fenómenos dados a través del cual un elemento, que puede ser un objeto o un proceso (la causa), bajo ciertas condiciones, causa otro elemento (el efecto). La esencia de la causalidad es la generación y la determinación de un elemento por otro. Las versiones tradicionales sobre la causalidad en las ciencias sociales suelen ser mecánicamente deterministas, pues las mismas interpretan la diversidad de elementos en el ámbito social de manera mecánica (como en las ciencias naturales, particularmente la física), ignorando de esta manera el conjunto de elementos y procesos que se encuentran relacionados a los elementos propios de la causa y el efecto (sus contextos). Esta forma de causalidad se determina mediante una descontextualización de la cadena causal (causa “A” – efecto “A”, que a la vez es causa “B” – efecto “B”, que a la vez es causa “C”, etc.) de sus contextos que forman parte de las estructuras de las sociedades humanas en las cuales suceden dichas cadenas causales.
No obstante, podemos partir de una concepción epistemológica en la cual se insiste en que ningún fenómeno social o proceso histórico se da de manera aislada, con una secuencia estéril de elementos (o hechos) inconexos o simplemente yuxtapuestos, sino como parte de un conjunto orgánico de relaciones, o como lo afirma el marxista polaco Franz Jakubowski: “un conocimiento de la realidad social no es…justo sino cuando los diferentes hechos de la vida social son captados como momentos de la totalidad social” (Franz Jakubowski, Superestructuras Ideológicas en la Concepción Materialista de la Historia, en Landa, J. (2013) “El Método en Marx”. Caracas: Monte Ávila Editores). A criterio del materialismo histórico,
Toda unidad o totalidad se organiza conforme a un dinamismo dialectico multicausal y a conexiones multidireccionales, como corresponde a una realidad social que conjuga la condición de haber sido producida por la praxis humana con la condición de estár en constante proceso de producción.
La multicausalidad señalada anteriormente por el filósofo venezolano Josu Landa (Landa, J. (2013) “El Método en Marx”. Caracas: Monte Ávila Editores) implica un entrecruzamiento complejo de cadenas causales, y la labor teórica del analista es captar – de la manera más amplia y profunda posible – dicha complejidad. Landa señala que la dinámica de la realidad social no se comporta conforme a las leyes de la naturaleza, sino que cada hecho remite siempre a la totalidad situacional de referencias, donde una relación de elementos contradictorios da pie a determinado proceso, del que resulta una situación o estado de cosas, del cual a su vez dimanará un nuevo hecho situacional, que a su turno estará abierto al potencial estado subsiguiente, en una cadena interminable de situaciones sucesivas.
La complejidad de la relación causa-efecto en las ciencias sociales se debe analizar dentro del marco de una contextualización de la cadena causal que supere los elementos mecánicos que caracterizan la separación de dicha cadena de la totalidad socio-histórica en la cual se encuentra inmersa la misma, práctica común de las visiones más conservadoras, como por ejemplo la visión del historiador y filósofo empirista escoses David Hume. Estos son elementos que aplican a todas las ciencias sociales, incluyendo naturalmente el estudio de las Relaciones Internacionales.
El estudio de la causalidad en las sociedades humanas fue perdiendo terreno en las tendencias tradicionales de las ciencias sociales, producto de las preocupaciones sobre el supuesto “determinismo” de los factores casuales y la necesidad de colocar el individuo en el eje principal del acontecimiento histórico (es decir, por razones epistemológicas). El determinismo causal – al asignar causas a factores estructurales fuera del control absoluto de cualquier individuo – fue rechazado por los intelectuales conservadores a raíz de la supuesta “anulación” de la “libre determinación” de los individuos en sus acciones, pues esto contradice las premisas fundamentales del individualismo metodológico del Mundo Occidental que nació con el periodo de la Ilustración, asuntos relacionados al tradicional debate estructura/agencia. Aunque la palabra “causa” ha sido sustituida por otras como “explicaciones”, “interpretaciones” o “la lógica de la situación”, etc., (así lo realizó el historiador británico E.H. Carr) en realidad la búsqueda por la causalidad y lo multicausal es de inmensa importancia para el análisis social.
La multicausalidad es producto de la complejidad de nuestras sociedades. Las sociedades humanas siempre han sido altamente complejas, pero solo recientemente empezamos a apreciar el grado de complejidad de estas. Los avances en las ciencias, tanto naturales como sociales, implican una necesidad de tomar en cuenta factores que anteriormente se desconocían o se ignoraban, específicamente por la ausencia de herramientas teóricas y científicas que muestren la validez o relevancia de estos factores para los propósitos del estudio en cuestión, o la relación que efectivamente existe entre un factor y tantos otros. Para expresar esta última idea de manera más sencilla, podemos argumentar que las múltiples disciplinas de las ciencias sociales han estimulado una multiplicación de los elementos que un historiador debe tomar en cuenta cuando analiza y estudia la historia. Esto no implica que se crearon nuevas causas de la nada, y que no existían anteriormente, sino que las “nuevas” causas son simplemente factores que existieron pero que no fueron tomados en cuenta por los analistas del tema analizado.
Tradicionalmente, tomamos un pequeño radio o esfera de relevancia sobre un tema, y nos quedamos ahí. Si nos piden pensar sobre lo que implicaría una pandemia en un sentido social, económico y/o político antes del año 2019, pensaríamos primeramente en los elementos de salud: grado de infección, tasa de mortalidad, la capacidad de la infraestructura existente para abordar la avalancha del contagio, las políticas sanitarias, presupuestos para contener la situación, etc. Raramente saldríamos de esta esfera de causas y efectos.
Pero las realidades del año 2020 nos han indicado algo que siempre ha estado en frente de nosotros y no hemos querido internalizarlo: nuestra realidad social es mucho más compleja – e interconectada – de lo que nos imaginamos, y de lo que solemos analizar. El distanciamiento social y las prevenciones sanitarias nos han demostrado todo un mundo de geopolítica y geoeconomía de las pandemias que raramente tomamos en cuenta. El impacto de la pandemia transciende lo que normalmente consideramos y llega a afectar industrias como el transporte, la construcción y el turismo, entre tantas otras, generando cantidades masivas de desempleo, pero a la vez ha transferido miles de millones de dólares de los bolsillos de tantos y hacia los bolsillos de tan pocas personas, específicamente los accionistas de las empresas de tecnología y de comunicaciones.
La pandemia del COVID-19 no es tanto un heraldo o precursor de grandes cambios en las sociedades humanas, como lo es un mecanismo que revela realidades sobre nosotros mismos y nuestras sociedades, que obstinadamente no queremos admitir y/o aceptar. En la actualidad, existe una guerra mundial de “vacunas para el Covid-19”, entre quienes quieren monopolizarla, quienes la proyectan como un arma geopolítica, y quienes desean arruinar o desprestigiar la vacuna del competidor. Los accionistas y dueños de las empresas como Google y Microsoft han adquirido ganancias fantásticas durante el 2020, al mismo tiempo que los registros de bancarrota y colapso económico dejan claro que estamos viviendo por las mismas condiciones de vida que el Mundo Occidental vivió durante el “crack” de 1929 y la Gran Depresión de la década de 1930s.
El anterior líder de los gringos se burlaba con el tono cínico de un “schadenfreude” (la miserable alegría por la desgracia de los otros) cuando la China sufría los peores estragos de la pandemia, sola y sin que el resto del mundo la acompañe (los primeros meses de la pandemia), pero luego la burla y el schadenfreude se transformaron en rabieta e ira por la recuperación milagrosa de la China y el hundimiento caótico y vergonzoso del Mundo Occidental frente al mismo desafío que la China logró superar. Más vergonzoso aún fue la cólera de Estados Unidos al ver que la única potencia mundial que logró crecimiento económico durante ese año fue justo la misma que los gringos trataron (y siguen tratando) por todas las maneras posibles de arruinar: la China. El innegable hecho es que mientras Estados Unidos trata por todos los medios de arruinar y detener a la China, el país asiático solo trata de superar los impedimentos que le lanzan. Difícil es ver la campaña gringa de auto-mejoramiento, y aún más difícil es ver la campaña china para arruinar a los gringos ¿Qué dice esto de Estados Unidos, y qué dice esto de la China?
Finalmente, se evidencia lo que todos ya sabíamos y no deseamos admitir: los políticos de nuestras sociedades no actúan independiente del poder monopólico de los dueños de los medios de producción, y seres humanos como Elon Musk, Steve Bezos y sus compañeros no son gringos, sino dueños de medios de producción, son dueños de monopolios globales, quienes – a pesar de sus rivalidades internas – se entienden entre ellos mismos y están consciente de sus condiciones socioeconómicas mutuas, mucho más que el resto de la población se entiende a si misma, o a la gente que comparte con ellos las mismas condiciones de vida y de generar sus propias capacidades para sostenerse.
Nuestras nuevas herramientas para comprender la realidad social – sea esta nacional o internacional – deben expandir sus esferas de “consideración” mucho más allá de las esferas del liberalismo internacional y el Realismo Político. Ya no podemos darnos el lujo de seguir la mitología del Estado como actor independiente y herméticamente sellado – monolítico, en sus acciones – con independencia de acción de sus bases socioeconómicas y las clases que administran y poseen las riquezas, bases que por lo general no poseen un “anclaje” nacional o nacionalista, sino meramente clasista. Nada nos puede confirmar esto mejor que la guerra del establishment liberal estadounidense contra el Magnate Trump, y cómo salió al ámbito público la realidad clasista y socioeconómica de la sociedad estadounidense.
Igualmente, ya no podemos seguir con la duplicidad hipócrita del liberalismo internacional, después de la llamada “era Trump”, cuando se revela lo que en realidad siempre estaba en frente de nosotros, pero no queríamos verlo. Podemos incluso argumentar que, si para que el poder funcione de manera efectiva en las sociedades modernas, la mayoría de la población no debe “ver sus hilos”, pues el Magnate Trump, de manera no intencional, nos demostró esos hilos, y de la forma más clara posible. El derecho internacional es de gran valor y utilidad para perseguir a la China y a Rusia, pero el momento que se dirige hacia Estados Unidos y la Entidad Sionista, salen perros rabiosos como el luego desgraciado John Bolton a amenazar con cárcel y persecución a los jueces de la Corte Internacional.
Igualmente, la Unión Europea se encuentra horrorizada e indignada por las sanciones impuestas por la China contra ciertos funcionarios de la Unión, después de solo un día de que los europeos mismos habían sancionado a varios funcionarios chinos, justo por el tema de los uigures (marzo de 2021). Las sanciones europeas nos hacen recordar una vez más que en este mundo existen musulmanes que requieren de la protección occidental (los uigures), existen otros que requieren de la ira occidental (los palestinos, por ejemplo), y existe aun un tercer grupo que requiere de la indiferencia occidental (los rohinyás).
Entonces, la complejidad de nuestra realidad social es inescapable, solo que anteriormente no internalizábamos estas por falta de conocimientos, falta de criterio y, sobre todo, falta de interés. Durante al primera Guerra Fría, la geopolítica, la geoeconomía y quizás otros asuntos como las olimpiadas eran espacios de rivalidad. Ahora se incluyen todos estos y se suman otros, como por ejemplo todos los esfuerzos de los gobiernos anglosajones (Estados Unidos, Inglaterra, Canadá y Australia) para destruir la compañía Huawei. La crisis fronteriza entre la India y la China en el 2020 fue mucho más compleja que la anterior, durante la década de 1960. Esto es producto de un mundo multipolar, altamente dinámico y con una variedad de actores internacionales que inciden en un conflicto entre dos potencias regionales y globales de gran magnitud como la China y la India, lo cual nos ofrece otro incentivo para explorar estos asuntos fundamentándonos en su complejidad multifactorial.
La complejidad multifactorial nos lleva obligatoriamente al tema de lo transdisciplinario en las Relaciones Internacionales. Al multiplicarse los factores a ser considerados en el análisis de la realidad social internacional, lógicamente se incrementa la necesidad de acudir a otras disciplinas que efectivamente se especializan en el abordaje de los nuevos factores que deben ser incluidos en el análisis internacional. Entre los más importantes, debemos incluir los estudios históricos y la historiografía (este último es de gran importancia a raíz de que determina la forma en la cual se construye la narrativa histórica que luego es empleada en el análisis internacional), la economía política, la antropología, la sociología, los estudios jurídicos, los estudios militares, entre tantos otros.
La transdisciplinariedad surge como una respuesta a las limitaciones de los paradigmas tradicionales de construcción de los conocimientos, los cuales se remontan en el periodo de la Ilustración europea. Históricamente, la división de las ciencias y la aparición de la dualidad sujeto–objeto generaron una forma palpable y manifiesta de fragmentación del conocimiento que llevó primeramente a la especialización, y, seguidamente a la sobre-especialización. Esto inició en la Francia de finales del siglo XIX. Esta fragmentación del conocimiento no posee sustentación conceptual o epistemológica. A lo largo de los siglos, logró acumular imperfecciones crecientes en los modos dominantes de construir el conocimiento que hoy en día limita severamente nuestros procesos de comprensión y análisis de la realidad social. Lamentablemente, lo epistemológico terminó siendo desplazado por lo ideológico (en el marco de la lucha contra las ideas de la Revolución Francesa), donde primó el análisis y la fragmentación sobre la síntesis y la integración. Desde la Revolución y la reacción positivista a esta, se ha ido generando progresivamente una problemática epistemológica que solo ahora empezamos a apreciar:
…enfrentamos un problema en la actualidad que, tras varios siglos de hegemonía, nos coloca frente a una crisis de crecimiento: la construcción disciplinaria del conocimiento ligada a formas culturales que tienen rango cosmovisivo. Esto significa que a partir de las “miradas” de autores y escuelas se establecieron dogmas y doctrinas; por lo tanto, nos legaron una noción teórica muy difundida acerca del surgimiento de las disciplinas científicas. Así entonces, nos enfrentamos al proceso de separación y delimitación de objetos de estudio en disciplinas como la física, la química, la biología, y el conocimiento social… (Edgar Morín, en: https://www.edgarmorinmultiversidad.org/index.php/que-es-transdisciplinariedad.html)
A criterio de quien suscribe, el análisis crítico de la realidad social debe contemplar la necesidad de transcender las barreras y limitaciones disciplinarias – siempre y cuando se justifique analítica y metodológicamente dichas transcendencias – con la finalidad de nutrir sus investigaciones con todo lo que ofrecen las ciencias sociales, y que amplíen el espectro y la calidad de las mismas. Esto mismo lo señala muy aptamente el filósofo y pensador marxista venezolano Luis José Silva Michelena – conocido como Ludovico Silva – al señalar que
La primera forma…en que debemos encarar la concepción metodológica marxista de la totalidad es la que se refiere a la ciencia social misma, considerada no como un saber compartimentado, fragmentado, sino como una ciencia unitaria de la sociedad; ciencia que comprende aspectos económicos, sociológicos, antropológicos, etc., pero en la que estos aspectos no figuran como “disciplinas” separadas, sino tan solo como las facetas de un mismo problema y una misma ciencia: la ciencia social (Ludovico Silva, 2009).
De acuerdo con otro venezolano llamado Miguel Martínez Miguélez, las investigaciones transdisciplinarias…van más allá de ellas (los enfoques multidisciplinarios o interdisciplinarios), y les añade el hecho de que está constituida por una completa integración teórica y práctica. En ella, los participantes transcienden las propias disciplinas (o las ven solo como complementarias), logrando crear un nuevo mapa cognitivo común sobre el problema en cuestión, es decir, llegan a compartir un marco epistemológico amplio y una cierta meta-metodología que les sirven para integrar conceptualmente las diferentes orientaciones de sus análisis (Martínez Miguélez, 2003).
La idea principal es superar las barreras disciplinarias que suelen fragmentar la realidad social, y que suelen generar graves problemas epistemológicos y metodológicos. Es por eso que proponemos enfoques en base a otorgarle respuestas a la problemática de la fragmentación del conocimiento, fragmentación que surge a raíz del incremento de nuestros conocimientos científicos, empero a la vez es producto del lamentable incremento en la sobre-especialización en las ciencias sociales y la consolidación de ciertas “barreras disciplinarias” que existen para “proteger” estas disciplinas, como si fueran “feudos” académicos. Estas barreras disciplinarias, en vez de ampliar los conocimientos, solo logran la evolución y el crecimiento de los mismos. A estos desafíos, Martínez Miguélez afirma que la solución no consiste en desechar la acumulación de conocimientos que la humanidad ha logrado como si fueran un lastre pernicioso, sino en crear nuevos sistemas para su codificación e integración, donde esos conocimientos serán más verdaderos y también más útiles y prácticos y una herencia más rica para las generaciones jóvenes (Martínez Miguélez, 2003).
El enfoque transdisciplinario en el análisis crítico debe ser primordialmente estructural (las diferentes disciplinas deben ayudar a comprender lo estructural, en vez de lo meramente coyuntural). Esto implica que el conocimiento que proviene de las otras áreas de las ciencias sociales, no figuran en el análisis crítico simplemente para “apoyar” una interpretación ya formulada o construida a priori, sino como una serie de herramientas desde las diferentes disciplinas – cada herramienta con su propio enfoque – y que le permiten al analista observar y discernir estructuras socio-históricas latentes o poco obvias, ofuscadas por el carácter fragmentado y disperso del conocimiento científico generado por epistemologías tradicionales como el positivismo, como también por el enfoque temporal limitado que se le otorga tradicionalmente al estudio de los procesos sociales e históricos.
La transdisciplinariedad es un esquema cognitivo que permite «atravesar» las disciplinas, de acuerdo con Edgar Morin, Ciencia con Consciencia, 1984), o el espacio entre dos dimensiones donde se evidencia un constante flujo de información, pero que no se ocupa de los métodos. De acuerdo con Morín:
La Transdisciplina es una forma de organización de los conocimientos que trascienden las disciplinas de una forma radical. Se ha entendido la transdisciplina haciendo énfasis a) en lo que está entre las disciplinas, b) en lo que las atraviesa a todas, y c) en lo que está más allá de ellas. A pesar de las diferencias antes mencionadas, y de la existencia en el pasado de la interpretación de la transdisciplina como una mega o hiper disciplina, todas las interpretaciones coinciden en la necesidad de que los conocimientos científicos se nutran y aporten una mirada global que no se reduzca a las disciplinas ni a sus campos, que vaya en la dirección de considerar el mundo en su unidad diversa. Que no lo separe, aunque distinga las diferencias. La transdisciplina representa la aspiración a un conocimiento lo más completo posible, que sea capaz de dialogar con la diversidad de los saberes humanos. Por eso el diálogo de saberes y la complejidad son inherentes a la actitud transdisciplinaria, que se plantea el mundo como pregunta y como aspiración (https://www.edgarmorinmultiversidad.org/index.php/que-es-transdisciplinariedad.html)
El enfoque transdisciplinario que proponemos aquí para el estudio internacional (y para todas las ciencias sociales) no se limita a retoques y ajustes menores, sino suministra las bases epistemológicas y metodológicas para un análisis multidimensional y sistemático que debe incluir lo cultural (antropología), lo filosófico (filosofía y epistemología) lo lingüístico (lingüística social e histórica), lo religioso (estudios religiosos o ciencias de las religiones), lo demográfico (geografía humana), lo militar (estudios estratégicos y geopolítica) lo jurídico (derecho y derecho Internacional) y definitivamente lo social (sociología) y lo económico (economía y economía política), entre otras disciplinas y subdisciplinas de las ciencias sociales. Naturalmente, todos los ámbitos del conocimiento académico que se incluyan en un análisis, deben estar adecuadamente justificados en el mismo, pues no se trata de incluir sin sentido y criterio alguno, sino de incorporar todo lo que contribuya claramente al mejoramiento de nuestros conocimientos sobre los procesos socio-históricos que deseamos estudiar.
Adicionalmente, consideramos que quien se dedique a reflexionar sobre el complejo tema del poder en las sociedades capitalistas, llegará inmediatamente a la realización de que los procesos analíticos de contextualización e identificación del poder en los ámbitos socioeconómicos y sociopolíticos son imposibles de realizar, sin los conocimientos desarrollados mediante los enfoques transdisciplinarios. En otras palabras, el estudio de la compleja e intrincada naturaleza del poder en las sociedades humanas – uno de los temas más importantes de la mayoría de las ciencias sociales – requiere necesariamente de un enfoque que contemple lo social, lo político, lo internacional, lo antropológico, lo demográfico y naturalmente lo económico, o, en otras palabras, un enfoque transdisciplinario.
Y así, finalmente, tenemos el tema del poder. El poder pudiera ser visto como una compleja red de relaciones sociales, y no como una “capacidad” o un “objeto abstracto”. Por la complejidad de las relaciones sociales que constituyen el poder en las sociedades humanas, evitaremos un estudio profundo de la naturaleza propia del poder, y en vez presentaremos tres categorías que no representan “formas” o “tipos” de poder, sino manifestaciones de este, o maneras y ámbitos en los cuales se manifiesta el poder. Aquí es menester resaltar que lo económico no es una manifestación del poder, sino parte esencial de este, y por lo general, y con la finalidad de que su ejercicio sea efectivo, debe manifestarse a través de otras instancias, como el derecho, la política, los instrumentos bélicos de los Estados, la cultura, el discurso, las instituciones públicas y privadas – nacionales o internacionales – y todos los otros medios o “conductos” del poder que artificial o ceremonialmente separan el poder mismo de sus manifestaciones y las consecuencias físicas y materiales de su ejercicio. Las tres manifestaciones el poder en las sociedades humanas que consideraremos son:
I – La Manifestación Coercitiva
Es la concepción del poder que generalmente se contempla en el análisis tradicional, si es que dicha literatura lo toma en cuenta. El poder en este sentido se ejerce de manera física y violenta, por bandas armadas, milicias, organizaciones sociales de carácter ofensivo, o ejércitos y fuerzas armadas (ejércitos completos, unidades especiales o fuerzas expedicionarias). En sus formas más clásicas, el poder coercitivo clausewitziano se manifiesta como una invasión, ocupación temporal, intervención militar de corto a largo plazo, o simplemente la “presencia” de tropas y fuerzas navales que poseen un efecto estratégico substancial, solamente por hacer presencia en ciertas zonas y en ciertos tiempos (diplomacia de cañonero). Esta forma de ejercer el poder es la más contundente y rápida, pero a la vez es la más costosa (implica un esfuerzo físico y logístico (económico) continuo y de gran magnitud) y la menos legítima: no se puede establecer – o mantener pacíficamente – el dominio jurídico-institucional sobre una población o un territorio, solamente a través del empleo de este tipo de poder.
II – La Manifestación Jurídica-Institucional
Es la concepción del poder que se manifiesta mediante el uso de los instrumentos jurídicos (el derecho) y las estructuras institucionales (instituciones y/o organizaciones) para dominar, controlar y someter a países, pueblos o clases sociales, entre otros grupos sociales. La propia naturaleza de esta categoría es la de relaciones de producción altamente asimétricas entre capital y trabajo, (clases sociales) o entre centro y periferia (sistema económico mundial). Este poder se manifiesta en nuestra realidad mediante las estructuras jurídicas (contratos, acuerdos, leyes, mecanismos de “integración” financiera) e institucionales (Bretton Woods, Organización Mundial del Comercio (OMC), Banco Mundial (BM), Fondo Monetario Internacional (FMI), etc.).
Claro, el actor principal de esta manifestación del poder sigue siendo el Estado, empero por sus dimensiones jurídicas y administrativas, en vez de sus dimensiones coercitivas, militares y/o policiales. La manifestación jurídica-institucional “codifica” la legitimidad coercitiva y dominante de un grupo social, de un orden político y de un sector político o socioeconómico. Aunque la legitimidad pudiera ser construida a través de otras manifestaciones del poder como la “coercitiva” o la “hegemónica”, es en esta manifestación que se extiende y se transforma – desde su mera declaración y/o articulación – a un asunto permanentemente codificado, y con pocos costos de reproducción y mantenimiento. En esta categoría es que entran conceptos como la “diplomacia del dólar” y la traducción del poder económico (esto no es una manifestación, sino una concreta forma del poder) a formas jurídicas e institucionales que logren los objetivos de quienes ejercen el poder. Las sanciones que se aplican a países o grupos, por ejemplo, entran en el marco de la manifestación jurídica-institucional del poder del (de los) actor (es) que impone (n) dichas sanciones.
III – La Manifestación Hegemónica
Esta concepción del poder se puede percibir mediante la generación y el mantenimiento del consentimiento o la cooperación de los dominados, a través de métodos no-coercitivos. Este consentimiento, a la vez, es producto de la transformación de las cosmovisiones que conforman las percepciones, cogniciones y preferencias sociales de los dominados. Producto de dicha conformación de percepciones y cogniciones, se puede articular el interés particular (de una fracción de una clase social, por ejemplo) como un interés universal, o articular intereses completamente antagónicos como supuestamente complementarios (intereses clasistas como intereses “nacionales”, o intereses nacionales como intereses “regionales”).
La manifestación del poder hegemónico puede ser percibida en cualquier proceso histórico cuando las aspiraciones, intereses y anhelos de cualquier actor social subalterno que no controla los medios de producción, el aparato estatal, o el Estado bajo su control no posee las mismas manifestaciones del poder que otros Estados en el sistema internacional, “desaparecen” de la agenda nacional o internacional, producto de una imposición por parte de otros actores. La manifestación hegemónica del poder es la que se encuentra en el discurso, en la visión colectiva; es la que se puede hallar – o, mejor dicho, construir – a partir de la filosofía, la ideología política, la historiografía y la epistemología, es la que surge, pero a la vez alimenta, las cosmovisiones de las sociedades. Es el sitio idóneo para la construcción de la legitimidad, entre otros conceptos abstractos y relacionados con el ejercicio del poder en las sociedades modernas y capitalistas.
Podemos entender mejor la manifestación hegemónica del poder a través de las palabras del brasileño Paulo Freire, en su gran obra “Pedagogía del Oprimido” de 1970, cuando analiza el tema de la “invasión cultural”:
En la invasión cultural, es importante que los invadidos vean su realidad con la óptica de los invasores y no con la suya propia. Cuanto más mimetizados estén los invadidos, mayor será la estabilidad de los invasores. Una condición básica para el éxito de la invasión cultural radica en que los invadidos se convenzan de su inferioridad intrínseca. Así, como no hay nada que no tenga su contrario, en la medida que los invadidos se van reconociendo como “inferiores”, irán reconociendo necesariamente la “superioridad” de los invasores (Freire, 1970).
Los mecanismos de la tercera dimensión del poder (dominación), pueden incluir la concesión de ciertos intereses materiales limitados que beneficien a los dominados, como parte de un compromiso de clases, como también pueden implicar la inculcación de discursos ideológicos o el uso de símbolos culturales o nacionalistas para obtener la aceptación – por parte de los dominados – de las estructuras existentes del poder (y sus agendas, naturalmente) como un simple y mero «orden natural de las cosas», y de esta manera poder subsumir una pequeña o insignificante parte de los intereses de los dominados, a las estructuras sociales y políticas existentes. Igualmente pueden incluir discursos literarios y cosmovisiones que forman parte de las justificaciones (a través de cosmovisiones socioculturales) para la proyección del poder y el dominio.
Aunque estas tres manifestaciones del poder fueron señaladas de manera segmentada, las mismas no deben ser concebidas – en cualquier análisis socio-históricos – de manera herméticamente aislada o separada, pues una de estas manifestaciones raramente excluye a las otras dos, en cualquier dado escenario de la realidad social nacional o internacional. La manifestación hegemónica del poder se encuentra relacionada obligatoriamente con la manifestación institucional, en concordancia con la concepción gramsciana de una relación orgánica pero no mecánica y determinante entre la base (poder económico) y la superestructura (las leyes, instituciones y las cosmovisiones). A la vez, y siguiendo los mismos criterios del propio Gramsci, el ejercicio normal de la hegemonía […] se caracteriza por una combinación de fuerza y consenso, que se equilibran de diferentes maneras, sin que la fuerza predomine demasiado sobre el consenso, y tratando de que la fuerza aparezca apoyada en la aprobación de la mayoría, mediante los llamados órganos de la opinión pública-periódicos y asociaciones-, los cuales, con ese fin, son multiplicados artificialmente (Gramsci, 1992).
Esto último implica necesariamente que la manifestación del poder hegemónico no puede darse sin la materialización del poder coercitivo (aunque lo contrario si puede ser válido, a pesar de ser altamente inestable). De manera resumida, podemos señalar que las tres categorías antes señaladas poseen obligatoriamente claros niveles de solapamiento: estas tres manifestaciones del poder descritas aquí, se presenta de manera separada solamente por razones metodológicas e ilustrativas, pero nunca deben ser conceptualizadas – en el propio proceso de análisis socio-histórico crítico – de manera separada o aislada. Contrario a las prácticas tradicionales de las ciencias sociales conservadoras (positivistas), aquí no nos “olvidamos” de las separaciones que nosotros mismos hemos impuestos para el desarrollo de nuestras categorías, las cuales deben obligatoriamente describir una realidad social altamente concreta y unificada, sin fragmentaciones o separaciones.
Como podemos ver, nuestros objetivos en este documento de dos partes no pretenden ofrecer un producto finalizado ni concreto para reemplazar las “herramientas para hacer política” – las en el ámbito de la disciplina de las Relaciones Internacionales, estas son conocidas popularmente como el Realismo Político y el Liberalismo Internacional – por nuevas teorías que se aproximen a las necesidades de analizar y comprender el sistema internacional. Esta tarea no solamente no puede darse por un solo analista, sino que requiere de una generación de estos, a lo largo de quizás décadas de trabajo que poco a poco vayan construyendo nuevas concepciones desde lo epistemológico, desde lo ontológico y hasta herramientas teóricas que en última instancia nos otorgue una mejor capacidad para entender la realidad social internacional, con el gran objetivo macro de transformar esta, y no simplemente mejorar el funcionamiento de las redes e hilos del poder (mantenimiento del status quo).
Queda, efectivamente, mucho por hacer. La transformación debe darse desde las raíces, es decir, desde lo epistemológico, ya que mantener la epistemología tradicional (como el positivismo, por ejemplo) para estructurar teorías genuinamente críticas y transformadoras del status quo es absolutamente imposible. Pasar del análisis unidimensional, mecánico, y reduccionista que caracteriza las tradicionales teorías dominantes de nuestro momento, a un estudio complejo y multifactorial, es una condición obligatoria previa a la construcción de nuevas concepciones sobre cómo observar y entender la realidad social internacional.
Empero eso no es suficiente. Igualmente debemos extender nuestro enfoque unidisciplinario hacia la integración del conocimiento que refleja la realidad de un mundo altamente integrado e interconectado, un mundo que no obedece las segmentaciones y divisiones imaginarias que nosotros imponemos a través de nuestras disciplinas. Finalmente, nos encontramos con la urgente e impostergable necesidad de colocar el poder en el centro de todo tipo de análisis social, una concepción de este que se aleja del falso mecanicismo abstracto del Realismo Político y de la hipocresía del liberalismo internacional. Pero, y como dicen nuestros amigos chinos, “el viaje de mil millas empieza con un solo paso”.
Notas:
*Profesor, investigador y Diplomático de carrera en Ministerio del Poder Popular para Relaciones Exteriores de la República Bolivariana de Venezuela