Juzgada, desde el también histórico prejuicio racista, hoy es el centro de reuniones, que, desde otras orillas, pretenden encontrar las soluciones políticas que se le han negado hallar a su propio pueblo.
La crisis haitiana es una crisis multifactorial que se expresa en una constante neocolonización, ajena a la voluntad popular, impuesta desde la primera ocupación militar norteamericana, cuando se perpetró el magnicidio de Jean Vilbrun Guillaume Sam, que abrió la puerta a la ocupación militar de la isla, desde 1915 hasta 1934.
Una ocupación que se apropió de la libertad de los haitianos, de su economía y de sus instituciones, que encumbró a una élite integrada por las familias Mevs, Denis y Estimé, que se enriquecieron sirviendo a los intereses de Estados Unidos, fundamentalmente de los Clinton y sus socios.
Un Haití, cuyos gobernantes fueron los centinelas imperiales durante la guerra fría contra Cuba, y que, desde entonces, juega en términos objetivos, como pieza de despliegue estratégico de Estados Unidos en el Caribe y en América Latina.
Hoy nuevamente se habla de intervenciones extranjeras como si nada hubieran ocasionado las anteriores. Una de las intervenciones extranjeras más traumáticas e intolerables, ha sido la de la MINUSTAH de Naciones Unidas, planificada, teóricamente, para la estabilización de Haití, luego del derrocamiento en el 2004, de Jean Bertrand Aristide, presidente electo democráticamente.
Las administraciones estadounidenses y canadienses, con el apoyo de Europa, creyeron que el derrocamiento de J. B. Aristide era necesario para lograr la estabilidad política del país, sacudida por casos de corrupción.
La Misión duró de 2004 a 2017 y generó masacres, violaciones de mujeres, niñas, niños, adolescentes, y atropellos contra la población, e incluso una catástrofe sanitaria a causa de un brote mortal de cólera (originado por las fuerzas de ocupación de la ONU, que vertieron imprudentemente heces en un arroyo del que bebían los haitianos) dejando un saldo de más de 30 mil haitianos fallecidos, y más de 800 mil infectados.
Pero incluso estando presente la MINUSTAH, meses después del devastador terremoto de 2010, Canadá y Estados Unidos, a través del ministro de asuntos exteriores canadiense, Lawrence Cannon, exigieron a André Préval, presidente de Haití en aquel momento, que convocara a elecciones antes de finales de año, excluyendo de las mismas al partido de Aristide, Fanmi Lavalas.
Las catástrofes no fueron un impedimento para los designios imperiales y fue así como el 28 de noviembre de 2010 se realizaron los comicios, pese a que cientos de miles de personas no pudieron votar.
Gracias a estas circunstancias impuestas desde el exterior, el antiguo miembro de los temidos Tonton Macoutes, Michel Martelly asumiría la presidencia del país.
En 2015, tras posponer repetidamente las elecciones, Michel Martelly, celebró unos comicios sospechados de fraude que consagraron en la presidencia de Haití al empresario Jovenel Moïse, que contaba con el beneplácito de Ottawa y Washington.
Moïse fue el 43.º presidente de Haití desde 2017 hasta su asesinato en 2021. Su mandato presidencial debía terminar el 7 de febrero de 2021, pero argumentó que como había comenzado en 2016, cuando ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales, debía terminar en febrero de 2022.
Junto a esta controversia sobre su mandato, Moïse sumó una crisis de legitimidad, debido a que el Parlamento Nacional concluyó su labor legislativa en 2019, cuando expiraron los mandatos de los miembros electos, y sin una convocatoria a elecciones legislativas, el ejecutivo quedaba sin el control del poder legislativo, gobernando por decreto.
Esta crisis, también se profundizó con una intervención extranjera cuando el 7 de julio de 2021, Moïse es asesinado en su casa por un grupo de hombres armados, muchos de ellos mercenarios extranjeros reclutados desde Estados Unidos.
Hoy podemos observar con estupor, como desde el exterior se agita la bandera de la intervención extranjera desconociendo o ignorando las graves consecuencias históricas que ello ha tenido para el pueblo y el futuro de Haití.
Ariel Henry, primer ministro de Haití, desde el asesinato de Jovenel Moïse y cuyo mandato había concluido en febrero de este año, había convocado elecciones para agosto del 2025, situación que ocasionó la repulsa popular que lo llevó a solicitar la intervención de una fuerza multinacional.
Henry, residente en Puerto Rico desde el pasado martes, dimitirá de su cargo, para “el establecimiento de un consejo presidencial de transición y el nombramiento de un primer ministro interino” según lo anunció el presidente de turno de la Comunidad del Caribe (Caricom) y mandatario de la República Cooperativa de Guyana, Irfaan Alí.
Alí manifestó que se acordó «la creación de un consejo presidencial de transición formado por siete miembros con derecho a voto y dos observadores». La decisión se tomó luego de la reunión que tuvo lugar en Jamaica con representantes de Estados Unidos y Francia, además de Naciones Unidas.
Antony Blinken secretario del departamento de Estado norteamericano, expresó, “Todos sabemos que es necesaria una acción urgente para ayudar a mover las cosas en una mejor dirección”, ¿estará pensando en “una acción urgente” como la que están desarrollando en Gaza?
República Dominicana, consideró que “es crucial que la Misión Multinacional de apoyo a Haití se despliegue a la menor brevedad posible” y que los fondos prometidos por la comunidad internacional para la misión se desembolsen inmediatamente.
Sheila Cherfilus-McCormick, congresista de origen haitiano por el estado de Florida, alertó sobre el peligro que supondría para la seguridad de EEUU que los grupos pandilleros logren hacerse con el poder en Haití, especulando con que una ola de violencia podría extenderse a Estados Unidos. La legisladora señaló que EEUU tiene “tropas de ayuda” en Haití, que van a evacuar al personal de su embajada y a enviar 50 millones de dólares, de los cuales ya se habrían liberado 10 millones, para «enfrentar» a las bandas armadas.
La inescrupulosidad de la burocracia dirigente extranjera, soló ve una solución a los problemas que ellos mismos han generado al pueblo de Haití en clave de “solución final”, como en Palestina.
Una hipocresía intervensionista que se preocupa por la presencia de bandas armadas por ellos mismos, como el llamado Parti Haïtien Tèt Kale (PHTK) “Partido Haitiano de las Cabezas Rapadas”, de extrema derecha, neo duvalierista, referenciado con los criminales Tonton Macoutes de la dictadura de la familia Duvalier, que se financia con el trafico de drogas de los cuales Estados Unidos es el principal receptor.
Haití no necesita intervenciones militares o policiales, no necesita como lo pregona Blinken otros 100 millones de dólares para una fuerza de seguridad multinacional respaldada por las Naciones Unidas, destinada a ayudar a la policía haitiana para controlar a las bandas, sumando de esta manera 300 millones de dólares.
Haití necesita respeto.
Haití necesita que los haitianos, que tanto le han aportado a la independencia de América, tengan la libertad de decidir su futuro, más allá de las apetencias imperiales.
Haití necesita de la solidaridad, de la condonación de su deuda eterna y del aporte fundamental de las fuerzas emergentes de un nuevo futuro multipolar.
Oscar Rotundo* Analista político, editor de PIA Global
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