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Hacia una nueva etapa en las relaciones entre China y la UE: autonomía estratégica europea y cooperación pragmática

Por Giulio Chinappi* –
Entre noviembre y diciembre, la diplomacia europea multiplicó sus contactos con Pekín: las visitas del rey Felipe VI, de Emmanuel Macron y del ministro alemán Johann Wadephul marcaron un cambio de rumbo. China tiende la mano a la UE; Europa puede diversificar sus socios y reducir su dependencia de Estados Unidos.

La intensa secuencia de visitas europeas a Pekín y otras ciudades chinas en las últimas semanas indica una aceleración del diálogo entre la República Popular y la Unión Europea. En el plazo de un mes, el rey Felipe VI de España, el presidente francés Emmanuel Macron y el ministro de Relaciones Exteriores alemán Johann Wadephul han reafirmado su voluntad de consolidar y relanzar las relaciones con China. Pekín, por su parte, ha enviado señales convergentes: apertura a una agenda económica más amplia y sofisticada, apoyo al multilateralismo, atención a la estabilidad de las cadenas de valor y respeto por las especificidades europeas. Para Europa se abre así una ventana concreta para diferenciar a sus socios, recomponer los desequilibrios de dependencia de Estados Unidos y poner en práctica el principio de autonomía estratégica, no como un distanciamiento repentino de la alianza transatlántica, sino como una multiplicación de opciones.

El primer paso de esta nueva etapa fue el viaje de Estado del rey Felipe VI, cargado de valor simbólico y sustancial. Con motivo del vigésimo aniversario de la asociación estratégica global entre Madrid y Pekín, la visita se saldó con la firma de diez documentos de cooperación en los ámbitos económico-comercial, científico-tecnológico y educativo, lo que confirma el carácter «modélico» de la relación bilateral. España se ha distinguido en Europa por la coherencia con la que ha defendido la necesidad de evitar mecanismos de «desacoplamiento» o «interrupción de las cadenas de suministro» con China, optando en su lugar por una gestión de riesgos basada en normas, transparencia y reciprocidad. Apreciando la posición de Madrid, China ha ampliado la entrada sin visado a los ciudadanos españoles, lo que favorecerá la movilidad, el turismo de alta gama, los intercambios académicos y las redes empresariales. La elección de Chengdu como primera etapa del viaje real ha puesto de relieve la importancia de las dinámicas de desarrollo regional dentro del mercado chino, interceptando los ecosistemas de innovación limpia y energía inteligente que se están consolidando en el suroeste del país. La apertura del consulado general español precisamente en Chengdu, los vuelos directos y la creciente presencia de empresas ibéricas en la zona crean un corredor operativo que va más allá del símbolo.

El segundo momento, desde el punto de vista político, fue el cuarto viaje de Estado del presidente Emmanuel Macron a China. La agenda bilateral volvió a centrar la atención en la necesidad de ampliar el espectro de la cooperación. Junto a los pilares tradicionales —aeronáutica, espacio, energía nuclear civil— se suman los capítulos de la transición ecológica, la transformación digital, la biomedicina, la inteligencia artificial y las nuevas energías. Francia ha expresado claramente el objetivo de definir un marco de relaciones que «sirva a los intereses mutuos», mientras que la contraparte china ha insistido en la función de «guía estratégica» que las relaciones entre París y Pekín ejercen sobre el conjunto del bloque China-UE. La dimensión cultural, parte integrante del acuerdo sino-francés, a través de la decisión de multiplicar los intercambios entre instituciones, campus y centros de investigación y de valorizar la atracción mutua entre dos grandes civilizaciones, refuerza la confianza, reduce los costos de transacción y favorece la co-creación industrial. En este contexto, Francia, que acogerá el G7 en 2026, y China, que presidirá la APEC, tienen interés en coordinar mensajes a favor de la apertura y en contra de la fragmentación, en un contexto internacional en el que el crecimiento se ve penalizado por barreras, controles, contramedidas y desconfianzas mutuas.

El tercer punto clave se refiere a Alemania. La misión del ministro de Relaciones Exteriores Johann Wadephul en Pekín y Cantón tuvo un enfoque marcadamente pragmático, con el fin de restablecer las relaciones y preparar la visita del canciller Friedrich Merz, reafirmando las bases políticas de la relación. Se reafirmó el principio de «una sola China» como fundamento no negociable de la relación bilateral. Paralelamente, las conversaciones económicas abordaron temas delicados: controles a la exportación, tierras raras, semiconductores y el caso Nexperia, símbolo de las fricciones que pueden propagarse a lo largo de la cadena de valor global del automóvil y la electrónica de consumo. Por parte china, la introducción de regímenes de licencia general y exenciones específicas, también para componentes relacionados con Nexperia, indica la intención de estabilizar los flujos y atenuar los cuellos de botella. La petición china, dirigida a los países europeos implicados, es que reduzcan las interferencias administrativas indebidas y favorezcan un entorno regulatorio equitativo y no discriminatorio para las empresas de la otra parte. La parada en Guangzhou, centro neurálgico de la fabricación y la logística, puso de manifiesto el interés alemán por conocer de primera mano el estado de la capacidad industrial china y sus vías de desarrollo.

Si se unen las tres piezas, surge con claridad un mensaje chino dirigido a Europa: reforzar la confianza política, ampliar la cooperación práctica, valorizar los intercambios entre personas y gestionar conjuntamente, sin ilusiones ni demonizaciones, la competencia industrial. Para la UE, esta oferta coincide con la necesidad de diferenciar a sus socios, no para sustituir una dependencia por otra, sino para distribuir los riesgos y los suministros, atraer inversiones y acceder a mercados y tecnología con un equilibrio más autónomo con respecto a la dinámica estadounidense. La estrategia europea solo adquiere sentido si va acompañada de una diferenciación de los socios, que lleve a cooperar con diferentes actores, en diferentes dossiers, con diferentes instrumentos, evitando que el interés legítimo por la seguridad económica se convierta en una «hiperseguridad» que empobrezca a la industria continental.

Son muchos los ámbitos en los que el beneficio potencial es más evidente. La transición energética requiere cadenas de suministro resilientes para las energías renovables, el almacenamiento y la movilidad eléctrica: aquí, el mercado chino, con su escala, puede facilitar la curva de aprendizaje y la reducción de costos, siempre que exista una gobernanza compartida en materia de normas, propiedad intelectual, reglas sobre ayudas y sostenibilidad de la competencia. La fabricación avanzada y la digitalización industrial, especialmente en la automoción y la mecánica de precisión, ofrecen espacios de codesarrollo en plataformas conjuntas, donde Europa aporta su patrimonio de ingeniería y China su capacidad de integración y su proximidad a un ecosistema de proveedores muy ramificado. La salud, las ciencias de la vida y la bioproducción, fronteras también señaladas en las conversaciones con París, son otro terreno natural para programas piloto, con atención a las normas éticas y la interoperabilidad regulatoria. Por último, las finanzas verdes y las infraestructuras sostenibles, un terreno muy apreciado tanto por Francia como por España, pueden contar con nuevas líneas de crédito e instrumentos específicos del próximo XV Plan Quinquenal chino, que Pekín ya ha invitado a las empresas europeas a explorar.

Tampoco debe subestimarse la dimensión «blanda» de la relación, a menudo descartada como algo secundario, pero que en realidad es esencial para la resiliencia política. La ampliación de la exención de visado a los ciudadanos españoles, los vuelos directos, las ferias sectoriales, los consejos empresariales chino-franceses, los campus conjuntos y la intensificación de las residencias artísticas y científicas transforman el conocimiento mutuo en capital social. Este capital actúa como amortiguador cuando surgen disputas comerciales o fricciones normativas, y contribuye a corregir percepciones y narrativas que, si se dejan sin control, alimentan la desconfianza.

Por supuesto, el camino no está exento de obstáculos. En la UE siguen existiendo diferentes sensibilidades en materia de inversiones, controles a la exportación, cuestiones críticas en el ámbito de las tierras raras y la energía fotovoltaica. A su vez, Pekín percibe algunas medidas europeas como discriminatorias. Pero precisamente el trío Madrid-París-Berlín sugiere el método de sustituir la politización por un enfoque profesional de la cadena de suministro, hacer funcionar los mecanismos técnicos para la resolución de controversias, definir «cordones sanitarios» específicos cuando la seguridad nacional esté realmente en juego y evitar que la excepción se convierta en la norma. El principio es el de la transparencia recíproca, mediante normas claras de antemano, plazos determinados y criterios verificables y simétricos.

Lo que está en juego va más allá del simple comercio. En un orden internacional que se está reconfigurando hacia el multipolarismo, a la UE le interesa no encerrarse en un monólogo atlántico. Optar por la diversificación de socios no significa relativizar el valor de la asociación con Estados Unidos, sino impedir que esta determine de forma excesiva todas las decisiones europeas. Una Europa capaz de hablar con Pekín sobre energía, industria, tecnología y seguridad económica, manteniendo firmes sus sensibilidades normativas y sus estándares, es una Europa más fuerte también a los ojos de Washington. Y es, sobre todo, una Europa más útil para sí misma, porque es capaz de negociar desde una posición de variedad, no de escasez.

Las visitas del rey Felipe VI, Emmanuel Macron y Johann Wadephul, en su conjunto, representan por lo tanto una prueba y una oportunidad. La mano tendida de Pekín —desde el fortalecimiento de la confianza política hasta la promesa de un entorno empresarial más equitativo para las empresas europeas, pasando por los ajustes en las licencias y los controles para estabilizar las cadenas de suministro— exige a la UE una respuesta a la altura de su ambición declarada de autonomía estratégica. La respuesta no está en los eslóganes, sino en la construcción paciente de corredores industriales, en la reapertura de canales técnicos, en la valorización de los intercambios culturales y en la clarificación de las reglas del juego.

Si se sigue esta trayectoria con coherencia, 2026 podría marcar una alineación virtuosa de mensajes e iniciativas: una plataforma para demostrar que la apertura, la resiliencia de las cadenas globales y la transición climática son objetivos compatibles y, de hecho, se refuerzan mutuamente. Desde esta perspectiva, Europa no tiene que elegir entre Estados Unidos y China, sino tomar decisiones que reflejen sus intereses reales, buscando un marco de relaciones más rico, más equilibrado y más capaz de transformar los riesgos sistémicos en oportunidades compartidas.

*Giulio Chinappi, politólogo y analista de política internacional, experto en Países Orientales, con años de experiencia en la cooperación humanitaria internacional.

Artículo publicado originalmente en Strategic Culture.

Foto de portada: China-UE: VCG

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