Europa

Guerras exportadas: por qué Europa lucha por otros

PIA Global comparte un claro análisis sobre como “el futuro de Europa depende más del fortalecimiento de la cohesión interna que de la financiación de coaliciones lejanas”.

Los líderes europeos arrastran repetidamente a sus naciones a lejanas aventuras militares que sirven a los intereses políticos de la alianza por encima de los intereses nacionales. El patrón es constante: oposición pública, compromiso de las élites, confusión estratégica.

La «coalición de voluntarios» de Irak lo ejemplificó a la perfección. A pesar de la oposición del 90 % en España e Italia, ambas naciones contribuyeron con fuerzas junto a los 50 000 soldados británicos y los comandos de élite polacos.

Afganistán amplió el modelo: 130 000 soldados de 50 países en el momento álgido del despliegue. Dinamarca, Estonia y Georgia sufrieron el mayor número de bajas per cápita: pequeñas naciones que sangraron de forma desproporcionada por unos beneficios estratégicos poco claros.

La intervención de Libia en 2011 fracturó por completo a Europa. Francia y Gran Bretaña lideraron la Resolución 1973, mientras que Alemania se abstuvo. Berlusconi, de Italia, se opuso públicamente a la intervención a pesar de los compromisos parlamentarios, prediciendo que «terminaría de una manera que nadie sabe».

Frentes exteriores, facturas internas

Los fondos sociales se reducen mientras se invierten miles de millones en aventuras geopolíticas

Las matemáticas de la solidaridad europea son implacables. Mientras Bruselas destina 156 000 millones de euros a Ucrania —el doble de la contribución de Estados Unidos—, los presupuestos nacionales se desangran por recortes de precisión quirúrgica.

Alemania es un ejemplo de esta brutal aritmética. Berlín recortó la ayuda humanitaria en un 53 %, de 2230 millones de euros a 1040 millones, mientras que destinó 17 700 millones de euros a la ayuda militar a Ucrania. La cooperación al desarrollo se enfrenta a recortes de 940 millones de euros, y la ayuda transitoria se reduce un 38 %, hasta los 645 millones de euros. El fondo para ONG, de 1040 millones de euros, se reduce a 645 millones.

Francia sigue el mismo modelo: recortes de 742 millones de euros en desarrollo en 2024, y luego un 35 % más propuesto para 2025, lo que supone un total de aproximadamente 2000 millones de euros. Los Países Bajos recortan la financiación de la sociedad civil en dos tercios, de 1400 millones de euros a entre 390 y 565 millones de euros.

El Instituto Kiel revela que hay una diferencia de 67 000 millones de euros entre las promesas europeas y los resultados reales: dinero prometido pero no asignado. Mientras tanto, la deuda de la UE se sitúa en el 81 % del PIB, y las presiones demográficas exigen un 2 % adicional del PIB hasta 2060 solo para las pensiones.

Los líderes europeos descubren la cruda realidad: los compromisos externos y la prosperidad interna crean una competencia de suma cero cuando se contrae el espacio fiscal. La brecha entre las promesas externas y los resultados internos revela la vulnerabilidad política fundamental de Europa.

Líderes bajo el juramento de Bruselas

Los intereses nacionales se disuelven bajo la presión de una política de solidaridad impuesta desde arriba

La política exterior europea opera a través de una maquinaria institucional diseñada para eludir la responsabilidad democrática. El consenso de la élite se impone sistemáticamente a la oposición popular, creando compromisos costosos sin una supervisión legislativa significativa.

El compromiso de Tony Blair con Irak ejemplifica esta disfunción. Su nota privada de julio de 2002 a Bush —«Estaré contigo, pase lo que pase»— se redactó sin consultar al Gabinete. El informe Chilcot confirmó que Blair «sobreestimó su capacidad para influir en las decisiones de Estados Unidos» al comprometer los recursos británicos mediante la diplomacia personal en lugar de la deliberación institucional.

El requisito de unanimidad del Consejo Europeo debilita paradójicamente la supervisión al obligar a tomar decisiones en coaliciones informales. La coalición de voluntarios de Ucrania eludió los vetos húngaros en 2025, lo que demuestra cómo los mecanismos del artículo 44 siguen sin utilizarse mientras los líderes persiguen compromisos secretos.

La opinión pública revela diferencias sistemáticas entre la élite y los votantes. Solo el 30 % de los ciudadanos del Reino Unido apoya el aumento del gasto en defensa si ello supone una reducción de los servicios públicos. Este diseño institucional garantiza que los compromisos de política exterior escapen a las restricciones democráticas, lo que permite a los líderes buscar la solidaridad de la alianza independientemente de las presiones fiscales internas o las preferencias de los votantes.

El precio de la solidaridad

Inflación, deuda y pensiones vacías

La aritmética fiscal europea favorece cada vez más el gasto interno frente al externo, a medida que las matemáticas demográficas se vuelven implacables. El Informe sobre el envejecimiento de 2024 del BCE prevé que los costes aumenten del 25,1 % al 26,5 % del PIB para 2070, lo que supone un incremento de 1,4 puntos porcentuales que requiere una atención inmediata.

La tasa de dependencia de las personas mayores aumentará del 30 % al 52 % en 2070, lo que significa que habrá menos de dos europeos en edad de trabajar por cada pensionista. Los gobiernos de la zona del euro necesitan mejorar el saldo primario en un 2 % del PIB solo para alcanzar una ratio de deuda del 60 %, sin tener en cuenta los compromisos externos.

Las presiones inflacionistas agravan estas tensiones. La inflación de la UE alcanzó un máximo del 10 % debido a las sanciones y a las crisis externas. Goldman Sachs estima que los multiplicadores del gasto en defensa son de 0,5, lo que significa que 100 euros de gasto militar generan solo 50 euros de crecimiento del PIB, al tiempo que desplazan la inversión productiva interna.

La deuda actual de la UE, que representa el 81 % del PIB, deja una capacidad de endeudamiento mínima. Alemania se enfrenta a un aumento de la deuda de 100 puntos porcentuales para 2070 solo por el envejecimiento de la población, mientras que Eslovaquia se enfrenta a una disminución del 9 % del PIB per cápita.

Las matemáticas son implacables: cada euro destinado a operaciones militares externas representa una competencia directa con los pensionistas, los sistemas sanitarios y las infraestructuras nacionales, a medida que se intensifican las presiones demográficas en todo el continente.

El gasto excesivo de los imperios

Desde el Imperio Romano hasta la URSS

La historia ofrece lecciones brutales sobre la expansión imperial excesiva que los líderes europeos contemporáneos ignoran sistemáticamente. Las grandes potencias subestiman constantemente cómo los compromisos militares externos pueden socavar los cimientos internos.

Los costes fronterizos de Roma consumieron el 80 % de los presupuestos imperiales en el año 150 d. C., con 500 000 soldados bajo el mando de Septimio Severo, lo que supuso una carga fiscal insostenible para la población agrícola. La devaluación de la moneda para financiar operaciones lejanas provocó una inflación masiva y una disfunción económica, lo que demostró cómo los compromisos militares externos socavan la estabilidad monetaria interna.

La intervención soviética en Afganistán costó aproximadamente 7000 millones de dólares al año, el 2,5 % del gasto total en defensa durante el estancamiento económico. Esta «herida sangrante» desvió a 120 000 soldados y 40 000 miembros del personal de apoyo de las actividades económicas internas, al tiempo que consumió el 35 % de la adquisición de helicópteros militares.

El declive imperial británico se aceleró cuando los costes de defensa superaron la capacidad económica. Tras la Primera Guerra Mundial, las exportaciones cayeron a la mitad de los niveles de 1913, mientras que el desempleo alcanzó un máximo del 17 %, lo que se atribuyó en parte a que los costes de defensa imperial desplazaron la inversión industrial nacional.

Las quiebras de los Habsburgo españoles —nueve veces entre 1557 y 1666— fueron el resultado de la sobreextensión imperial, ya que los gastos de defensa del Nuevo Mundo superaron los ingresos por plata. Los tipos de interés subieron del 17 % al 48 %, mientras que la industria manufacturera nacional se derrumbó bajo la inflación causada por las prioridades del gasto militar.

El marco de sobreextensión imperial de Paul Kennedy identifica patrones consistentes: compromisos que exceden la capacidad logística, costos militares que superan los ingresos sostenibles, fuerzas desplegadas más allá de los límites efectivos. La Europa contemporánea muestra señales de advertencia idénticas.

Europa en una encrucijada

La UE debe elegir: fortalecer su propio futuro o agotarse en conflictos extranjeros.

La cancillería de Friedrich Merz representa el intento más audaz de Europa por institucionalizar estas compensaciones. Su reforma del freno al endeudamiento exime el gasto en defensa por encima del 1 % del PIB, al tiempo que crea un fondo de infraestructura de 500 000 millones de euros a lo largo de doce años. Este enfoque de «lo que sea necesario» reconoce la imposibilidad matemática, al tiempo que preserva la credibilidad externa.

Los marcos alternativos ofrecen diferentes soluciones. Los referendos obligatorios suizos reducen los gastos cantonales en un 9 % mediante la rendición de cuentas democrática directa: los votantes demuestran sistemáticamente ser más conservadores en materia fiscal que los funcionarios electos. Los sistemas solidarios nórdicos de altos impuestos integran los compromisos externos en estados de bienestar integrales.

Sin embargo, las encuestas muestran que los votantes alemanes se sienten «engañados» por el cambio de postura de Merz sobre la disciplina fiscal. Las naciones europeas contemporáneas se enfrentan a opciones estructurales: la integración con altos impuestos al estilo nórdico, la restricción democrática al estilo suizo o las exenciones constitucionales al estilo Merz.

La historia sugiere que quienes ignoran los cimientos internos para asumir compromisos externos ponen en riesgo tanto la estabilidad económica como la legitimidad democrática. El futuro de Europa depende más del fortalecimiento de la cohesión interna que de la financiación de coaliciones lejanas.

Artículo publicado en Rest Media.

Foto de portada: Shutterstock.

Dejar Comentario