Conocido en la Antigüedad como Nubia, lo que hoy son Sudán y Sudán del Sur, fue incorporado paulatinamente al mundo árabe durante la expansión islámica del siglo VII. Entre 1820 y 1822, Egipto conquistó lo que hoy es Sudán. Más tarde fueron los británicos quienes se hicieron cargo de sus dominios. Allí se estableció un gobierno de carácter esencialmente militar. Esta doble colonización supuso nuevos problemas para la zona. Ambas naciones, Egipto y Reino Unido, impusieron una serie de valores culturales de forma heterogénea. En el norte hubo una mayor influencia islámica debido a la cercanía a Egipto mientras que el sur se acercó más a la lengua y tradiciones británicas, además de a la religión cristiana.
El Reino Unido reconoció la independencia de Sudán en 1956. Desde entonces la historia del territorio ha sido convulsa, con constantes guerras civiles y conflictos étnicos y religiosos deudores de la historia del país. Así, la confrontación entre el gobierno musulmán y las facciones cristianas y animistas opuestas a la sharía ha provocado frecuentes golpes de Estado.
La guerra como marca indeleble en Sudán
La primera guerra civil en Sudán se libró entre 1955 y 1972 por las diferencias fundamentales entre norte y sur, ya que este último buscaba el reconocimiento de su autonomía respecto al gobierno de Jartum, ideológicamente cercano a la Unión Soviética. El conflicto duró casi dieciséis años y terminó con el Acuerdo de Addís Abeba, en 1972, dando ciertas garantías a Sudán del Sur sobre su autonomía como región. En 1983 llegó la segunda guerra civil sudanesa, que fue una continuación del conflicto anterior a raíz de los incumplimientos de los acuerdos mencionados y que trajeron, como consecuencia, que el sur no tenía ninguna autonomía, en contra de lo pactado.
Esta segunda guerra terminó en 2005. En ese momento, se reconoció la plena autonomía de Sudán del Sur. El 9 de julio de 2011, Sudán se dividió en dos estados tras un referéndum de segregación celebrado en enero de ese año. Se crearon entonces la República de Sudán y la República de Sudán del Sur. Sin embargo, esta decisión no llevó la paz al territorio.
Sudán, ha vivido una situación crítica desde la separación. La tensión se incrementó en los últimos años cuando, después de treinta años de gobierno encabezado por el presidente Omar al Bashir, este fue depuesto en 2019 tras un golpe de Estado que buscaba instaurar una democracia. Desde ese momento y hasta 2021, Sudán estuvo gobernado por una alianza muy inestable en la que el Gobierno, de carácter civil, estaba supervisado por el general Abdel al-Burhan, jefe de las fuerzas armadas sudanesas. Sin embargo, en ese mismo año se produjo un nuevo golpe de estado, la llamada Revolución de la Trompa del Elefante, por la que el propio al-Burhan disolvió el Consejo Soberano de Sudán, órgano supremo de gobierno, y se nombró a sí mismo como jefe del Estado sudanés por un período indefinido.
A partir de allí Sudán no se recompone de la devastación provocada por una guerra que ha asolado y dividido el país, tras un año de conflicto completamente eclipsado para los analistas internacionales y para los medios de comunicación por la guerra en Ucrania y los recientes hechos en Medio Oriente donde la Franja de Gaza es el principal teatro de operaciones y el sionismo israelí provoca terror y muerte al pueblo palestino.
La guerra civil en Sudán ya ha provocado el desplazamiento de más de 8,5 millones de personas, y cerca de 18 millones de sudaneses están sufriendo la hambruna más importante en 30 años.
Los hechos que comenzaron el 15 de abril de 2023, cuando el grupo paramilitar denominado como Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) lanzó ataques a gran escala contra el Ejército regular sudanés para hacerse con el control del país, desatando una sangrienta guerra que se extiende en el tiempo y que parece no encontrarse un camino hacia el cese al fuego a pesar de las consecuencias que de la misma. Hambruna, muerte, desplazados y violaciones a los derechos humanos son el resultado de este primer año de guerra. Lejos de la primera línea de las fronteras e intereses de Occidente, Sudán se ha convertido en el escenario de la peor crisis humanitaria del mundo por los combates entre dos facciones que no están dispuestas a abandonar las armas.
Quién es quién en este conflicto
Comandadas por el general Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti, las FAR se rebelaron contra el Ejército en medio de un proceso de integración en las fuerzas regulares, que tuvo lugar en el marco de una transición derivada del golpe de Estado que llevaron a cabo conjuntamente entre ambas facciones en 2021 para deponer al Gobierno civil de Al- Bashir. Estas Fuerzas de Apoyo Rápido son la reconversión de las milicias Janjaweed, acusada de cometer múltiples crímenes de lesa humanidad contra la población de Darfur, donde entre 2003 y 2006 siendo las fuerzas que Al Bashir eligió para la defensa de su gobierno.
Por otro lado se encuentra el ejército regular sudanés bajo el mando de Abdelfatah al Burhan, que también ejerce como presidente del Consejo Soberano y que también fue un actor imprescindible en el golpe a Al Bashir. Al-Burham necesitó de las FAR de Hemedti para llegar al poder. Una vez que se encumbraron al frente del gobierno sudanés ambos líderes coexistieron en el poder hasta que los conflictos entre ambos desataron el conflicto que nos atañe en este artículo.
En una guerra por poder y negocios ambos líderes han hundido a Sudán en la mayor crisis humanitaria activa en el mundo. Más de 12.000 muertos, más de ocho millones de desplazados, unos 18 millones de personas que pasan hambre y 25 millones que necesitan ayuda humanitaria, son el resultado de la guerra civil que comenzó en Sudán el 15 de abril de 2023. Las consecuencias de la guerra tienen además influencia en toda la región, ya que los países limítrofes, se encuentran al borde de sus capacidades para dar refugio a cerca de los más de dos millones de personas que huyen de la guerra.
Los frentes de batalla han experimentado varios vaivenes en el último año. Las Fuerzas Armadas han retomado el control de amplias zonas de la capital, Jartum, así como del norte y el este de Sudán, mientras que las FAR siguen manteniendo su fuerza en la conflictiva región occidental de Darfur, donde el Ejército apenas les puede hacer frente. Tanto Al Burhan como Hemedti se han comprometido con la paz verbalmente, pero los intentos para sentarse en la mesa de negociación han fracasado y las promesas de derrotar al otro van en aumento mientras que millones de sudaneses ven a diario cómo se desvanecen las esperanzas de que la guerra vea un final. De hecho durante los episodios de este año de guerra civil, las FAR y el Ejército tan solo han acordado breves treguas humanitarias entre mayo y junio de 2023, que fueron incumplidas pese a los llamamientos de los principales mediadores: Arabia Saudí y Estados Unidos, y la UA, temerosos de que otros actores pudieran ampliar su influencia en medio del caos que reina en Sudán.
“Crisis humanitaria de proporciones épicas”
La guerra civil que golpea al país africano, como venimos mencionando aquí, lo ha sumergido en una crisis humanitaria sin precedentes, en la que se está dando el mayor número de desplazados internos del mundo y una emergencia con ribetes de hambruna para más de cinco millones de sudaneses, de los cuales muchos son niños.
El 10,4% de una población de 48 millones, se encuentra en situación de emergencia o fase 4 de la llamada Clasificación Integrada de las Fases (CIF, en español, IPC, en inglés), la herramienta que mide a nivel mundial la inseguridad alimentaria. Es el nivel previo a la declaración de hambruna o fase 5. Además, casi 13 millones están en la fase 3 o de emergencia, lo que significa que cerca de 18 millones de personas (en torno al 37%) pasan hambre en Sudán.
El conflicto ha afectado de forma directa a la producción de alimentos, que ya se había visto comprometida por la sequía que azota el norte de África. Lo que agrava aún más la crisis ya que el sistema agropecuario y agricultor del país no logra abastecer la demanda por que, también a causa de la guerra, no han podido sembrar lo suficiente.
Según los cálculos de Unicef, al menos casi 4 millones de niños sufrirán “desnutrición aguda este año” en Sudán. Y aquí no estamos profundizando en temas educacionales, la guerra mantiene casi la totalidad de las escuelas cerradas.
Más de ocho millones de personas se han visto obligadas abandonar su hogar en Sudán desde que comenzó la guerra civil, según los datos de la ONU. De ellos, unos dos millones de sudaneses han buscado refugio en los países fronterizos. Los seis millones que han quedado desplazados dentro del país se suman a otros tres millones de anteriores conflictos, que no han podido regresar ante el agravamiento continuo de la seguridad. “Uno de cada ocho desplazados internos en el mundo es sudanés”, asegura la ONU, lo que convierte al país en la “mayor crisis de desplazados internos del mundo”.
De los casi dos millones de sudaneses que han huido del país, el 37% se ha refugiado en Chad, el 30% en Sudán del Sur y el 25% en Egipto, según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM). Esto no es una crisis en Sudán, sino una crisis regional, y aunque Sudán es el epicentro, todos los países de alrededor se enfrentan a las réplicas. Antes de esta crisis, Chad, por ejemplo, no era muy próspero, era un país pobre con muchos problemas internos y externos, y ahora tiene más de medio millón de sudaneses viviendo en su frontera oriental. Por eso, no solo hay que cubrir las necesidades dentro del país, sino que también hay que hacer frente a todas las situaciones de emergencia de los desplazados externos.
Entonces los fríos números que arroja la guerra civil en Sudán dicen que alrededor de 25 millones de personas, incluidos 14 millones de niños, necesitan asistencia humanitaria en el país. La ayuda humanitaria entra en Sudán, pero a una escala demasiado pequeña como para atender a los millones de sudaneses que viven en campos de refugiados o en sus propias casas, afirman los delegados de la ONU, “Solo para cubrir las necesidades de alimentación se necesitarían miles de toneladas de alimentos, así que, si llegan uno dos camiones al día, la ayuda humanitaria es una gota en el océano”, afirman los trabajadores humanitarios, que reclama un “cese de las hostilidades” para que la llegada de la ayuda sea efectiva.
El plan de respuesta humanitaria de 2024 para Sudán de la Organización de Naciones Unidas para los Asuntos Humanitarios (OCHA) ha recaudado hasta el momento un 5% de los 2.700 millones de dólares que calculan que se necesita para cubrir las necesidades de alimentos, atención médica, efectivo y otras formas de asistencia vital a lo largo de este año.
En este escenario es difícil imaginar una solución al conflicto, pero si vamos a mencionar que más allá de la ayuda externa (tan necesaria ante esta situación) hoy Sudan también necesita que las potencias quiten sus garras del país, ya que por sus ambiciones (y colaboraciones con unos u otros) en los recursos naturales y los negocios que se pueden hacer con ellos, que en definitiva son los que empujan a estas dos facciones a la lucha armada por el poder y control de sectores estratégicos del país. Las minas de oro del norte, defendidas por las FAR y el control estratégico del resto del país algo que mantiene al ejército regular en el campo de batalla.
Los pobladores sudaneses seguirán siendo los rehenes de esta disputa interna que tiene sus orígenes en oficinas muy lejanas al teatro de operaciones de la guerra. Otra guerra «proxi» que se libra por mandatos imperiales y/o coloniales.
*Beto Cremonte es docente, profesor de Comunicación Social y Periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación Social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.