«Detrás de todo esto está la arrogancia israelí. Pensamos que tenemos permiso para hacer cualquier cosa y suponer que nunca pagaremos, ni seremos castigados. Y pensamos que seguiremos y nada nos interrumpirá. Arrestaremos, mataremos, abusaremos, despojaremos, protegeremos a los colonos y sus pogromos, iremos a [los territorios palestinos] y por supuesto a [la Explanada de las Mezquitas] —más de 5.000 colonos judíos sólo en Sucot—. Dispararemos a inocentes, les arrancaremos los ojos y les destrozaremos la cara, les expulsaremos, expropiaremos, robaremos, los arrancaremos de sus camas, les someteremos a limpieza étnica y, por supuesto, continuaremos con el increíble bloqueo a Gaza. Y supondremos que todo seguirá como si nada.» Gideon Levy (Haaretz, 8/10/23)
Lamentamos profundamente la destrucción y pérdida de vidas humanas, israelíes y palestinas por igual. También afirmamos que los hechos presentes deben ser puestos en contexto y en perspectiva. La comunidad internacional podría haber evitado esta escalada sangrienta, y décadas de sufrimiento palestino, poniendo algún tipo de freno o sanción a los constantes crímenes de guerra y de lesa humanidad israelíes. En cambio, durante más de medio siglo ha permitido que Israel continúe y profundice su ocupación, robo y colonización del territorio palestino con total impunidad, y que imponga un intolerable régimen de apartheid entre el Mediterráneo y el Jordán, denegando los derechos fundamentales a la mitad de la población que vive bajo su dominio.
Del pueblo palestino se espera siempre que sea una víctima dócil y paciente. Desde hace 75 años, cuando fue despojado y expulsado de su tierra en la limpieza étnica que culminó en la implantación del Estado de Israel sobre las ruinas de Palestina, ha estado esperando que Occidente reconozca su derecho a luchar para recuperar su patria y retornar a ella. Cuatro generaciones de palestinos y palestinas han visto pasar gobiernos, cumbres y resoluciones de la ONU, sin que ninguna de ellas fuera acompañada de la voluntad política y las medidas concretas para terminar con la impunidad de los crímenes israelíes. 30 años después de los tramposos Acuerdos de Oslo, hoy el pueblo palestino tiene menos libertad, menos justicia, menos igualdad y menos territorio que antes.
En Gaza, la prisión a cielo abierto más grande del mundo, dos millones de personas –la mitad de ellas menores de edad– están sometidas desde hace 16 años a un férreo bloqueo israelí por aire, tierra y mar (sin electricidad, ni agua, ni medicamentos ni suministros básicos) y a bombardeos periódicos, todo lo cual ha creado una crisis humanitaria. Los menores de 20 años nunca han salido de Gaza, pero han vivido ya cuatro ataques israelíes que devastaron sus vidas y borraron del mapa familias y barrios enteros. Quienes hoy denuncian la pérdida de vidas civiles en Israel no hicieron nada por las miles de vidas civiles palestinas que diariamente se cobra la violencia de la ocupación colonial israelí, incluyendo las sangrientas invasiones de este año a populosos campos de refugiados de Cisjordania.
En el último año, especialmente, el pueblo palestino ha visto cómo la comunidad internacional ha reconocido el legítimo derecho del pueblo ucraniano a resistir la ocupación rusa, le ha dado todo el armamento posible para defenderse y ha impuesto sanciones draconianas a Rusia desde el primer día, mientras permite y apoya la ocupación israelí por más de medio siglo, y condena la legítima resistencia palestina como “terrorismo”. Esta doble moral ignora que incluso la ONU reconoce el derecho de los pueblos sometidos a dominación colonial o extranjera y a regímenes racistas a luchar por todos los medios, incluyendo las armas, para liberarse (Resolución 37/43 de la Asamblea General, 1982).
Desde que en diciembre de 2022 asumió el gobierno más racista y ultraderechista en la historia de Israel, la población palestina ha estado resistiendo una escalada de violencia sin precedentes por parte de soldados y colonos armados, incitada y dirigida desde el más alto nivel del gobierno israelí, integrado por ministros como Itamar Ben Gvir (juzgado en el pasado por terrorismo) y Bezalel Smotrich, que impulsa la expulsión de la población palestina y la expansión colonial. Este año –y antes del 7 de octubre– más de 200 palestinos/as fueron asesinados/as (incluyendo 48 niños y niñas), más de 450 viviendas palestinas fueron destruidas, comunidades enteras fueron desplazadas de sus tierras o soportaron verdaderos pogromos de colonos; hay 5200 personas detenidas (1264 de ellas sin cargo ni juicio), incluyendo 170 niños y adolescentes, arrancados de sus camas en violentos allanamientos nocturnos.
Además, ha soportado todo tipo de abusos y provocaciones en sus fechas y lugares más sagrados, como las incursiones de colonos fanáticos protegidos por las fuerzas de ocupación en el recinto de Al Aqsa, y ha visto cómo ni las imágenes del vandalismo y la destrucción en el interior mismo de su sagrada mezquita durante el mes de Ramadán suscitaban la sanción internacional. Y la población cristiana palestina también ha sufrido un aumento de las agresiones de los colonos fanáticos en Jerusalén.
Esto no es una guerra entre dos pueblos en igualdad de condiciones: hay un ocupante y un ocupado, un colonizador y un colonizado, un opresor y un oprimido. Israel no es la víctima sino el victimario. Más aún, según el derecho internacional humanitario, Israel no tiene derecho a defenderse del pueblo al que oprime, sino al contrario: como potencia ocupante, es responsable del bienestar del pueblo y el territorio que ocupa. Por eso los llamados a “ambas partes” a parar la violencia y sentarse a negociar deben reconocer que antes es necesario poner fin a la inmensa asimetría de poder, la arrogancia y la impunidad que han permitido a Israel sabotear sistemáticamente todos los esfuerzos de diálogo y avanzar en su apropiación incesante del territorio palestino y la expulsión de su población.
Esta operación de la resistencia palestina es la respuesta de un pueblo oprimido, ocupado, colonizado y bloqueado, a las constantes e intolerables provocaciones del actual gobierno extremista israelí, así como a décadas de violencia estructural y de violación de los más fundamentales derechos humanos y colectivos, incluyendo el derecho a la autodeterminación. Los pueblos que hemos conocido el colonialismo, el terrorismo de Estado y sus graves violaciones de derechos humanos no nos engañamos por la retórica de las potencias, que siempre se han aliado con el opresor.
Por último, reafirmamos nuestra solidaridad con el pueblo palestino y su derecho inalienable a existir en su tierra ancestral, y a luchar para liberarse de la opresión colonial, la ocupación militar y el apartheid.
Fuente: Campaña Espacios Libres de Apartheid – 9 de octubre de 2023