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Filipinas entre la tormenta y el dragón

Por PIA Global* – Fue un apretón de manos fugaz, casi simbólico, pero cuidadosamente calculado.

El presidente filipino Ferdinand “Bongbong” Marcos Jr. se acercó a Xi Jinping durante la ceremonia de entrega de la presidencia de APEC en Gyeongju, Corea del Sur, el 1 de noviembre, para ofrecerle una felicitación y posar ante las cámaras.

Una foto cuidadosamente difundida por el propio Marcos en sus redes sociales sirvió como mensaje al mundo: Filipinas, pese a sus tensiones con China, “reafirma su compromiso con la cooperación significativa en la región”. Sin embargo, tras el gesto diplomático, el trasfondo es de incertidumbre, presión interna y contradicciones.

La política exterior de Manila vive un momento de ambigüedad. En apariencia, Marcos busca recomponer los puentes con Beijing que su propio gobierno ha dinamitado al reforzar alianzas militares con Washington.

Pero, en el fondo, su estrategia de “acercamiento” con China no responde a una convicción geopolítica, sino a la necesidad desesperada de mostrar estabilidad ante una crisis interna que amenaza con desbordar su administración.

Filipinas atraviesa un escenario de parálisis institucional, protestas sociales, inflación creciente y divisiones políticas, factores que han debilitado la autoridad de Marcos y lo han empujado a realizar gestos de equilibrio diplomático.

El contexto es complejo. Filipinas asumirá la presidencia de la ASEAN en 2026, coincidiendo con el décimo aniversario del laudo arbitral de 2016, que deslegitimó las pretensiones territoriales de China en el Mar de China Meridional.

Marcos ha declarado que su prioridad será concluir el Código de Conducta (COC) sobre disputas marítimas, pero los analistas y diplomáticos de la región reconocen que este discurso es, en buena medida, retórico. En la práctica, Manila ha optado por ampliar su red de cooperación militar con Estados Unidos, Australia y Japón, convencida de que la ASEAN es incapaz de frenar la expansión china en el mar.

De hecho, el tono de Marcos ha sido ambivalente. En foros regionales ha denunciado las “maniobras peligrosas y coercitivas” de China en las zonas marítimas filipinas, especialmente tras los incidentes en Scarborough Shoal, donde la Guardia Costera china utilizó cañones de agua contra buques filipinos.

Sin embargo, en paralelo, el mandatario intenta evitar una confrontación abierta, apelando a la moderación y a la “búsqueda de un modus vivendi”. El reciente encuentro con Xi Jinping en Corea del Sur parece inscribirse en esa lógica: una maniobra simbólica para reducir tensiones sin alterar la política de fondo.

El contraste con otros líderes de la región es notorio. Mientras el primer ministro de Malasia, Anwar Ibrahim, llama a resolver las disputas “dentro de la ASEAN” y sin la intervención de potencias externas, Marcos continúa profundizando la dependencia de Filipinas de la estrategia estadounidense de “contención” contra China. En este sentido, su gesto hacia Xi puede interpretarse más como un intento de disimular la presión de Washington que como un verdadero giro hacia la diplomacia asiática.

El deterioro de las relaciones bilaterales es evidente. Ni el Ministerio de Relaciones Exteriores de China ni la embajada en Manila hicieron mención pública al encuentro del 1 de noviembre, un silencio que revela la pérdida de confianza de Beijing en el liderazgo filipino. En Pekín se recuerda que el padre del actual presidente, Ferdinand Marcos Sr., fue quien estableció relaciones diplomáticas con China en 1975. Sin embargo, los tiempos han cambiado, y la era de los Marcos ya no simboliza acercamiento, sino ambigüedad.

En lo interno, el gobierno de Marcos enfrenta críticas por la creciente militarización del país y la subordinación estratégica a Estados Unidos, percibida por amplios sectores de la sociedad como una reedición del viejo tutelaje colonial. La alianza con Washington no ha traído estabilidad, sino una escalada de tensiones en el Mar del Sur de China, lo que amenaza directamente los intereses económicos y pesqueros filipinos.

En este contexto, el “gesto de cortesía” hacia Xi aparece como un movimiento táctico para ganar tiempo, proyectar una imagen de moderación y reducir las tensiones en vísperas de un año políticamente volátil.

El incidente con los restos de un cohete chino que cayeron cerca de Palawan fue ilustrativo del doble discurso de Manila. Marcos minimizó el hecho, señalando que “no hubo víctimas” y que “no tenemos ningún interés en sus cohetes”, recordando que ambos países habían acordado mantener canales de comunicación sobre este tipo de situaciones.

Fue una manera de restar dramatismo y evitar una nueva crisis diplomática, pero también de mostrar flexibilidad ante Beijing en un momento en que Filipinas necesita desesperadamente inversión extranjera y estabilidad económica.

El apretón de manos entre Marcos y Xi fue más que un gesto: fue el reflejo de una diplomacia de supervivencia. Filipinas se mueve entre la presión estadounidense y la realidad geográfica que la vincula inevitablemente a China.

En un escenario de crisis interna y pérdida de rumbo, Marcos busca mostrarse como un mediador pragmático, pero su estrategia parece más un acto de equilibrio precario que una visión de largo plazo. La “paz” que busca con Beijing podría ser tan efímera como la foto que compartió en sus redes sociales. En el tablero del Indo-Pacífico, Manila sigue sin definir si quiere ser protagonista o simple espectadora de su propio destino.

*Foto de la portada: AFP

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