Y tal vez ese sea el resultado final que habrá de producirse, es decir Rusia terminará ganando la guerra sin obtener todas las metas que se había propuesto.
Para Rusia, la amenaza que en algún momento significaba que Ucrania se incorporara a la OTAN, ahora ha sido sustituida por la amenaza que encarna la decisión de la organización guerrerista occidental de derrotar a Moscú, producir un cambio de régimen e incluso, desintegrarla.
En este sentido, para Rusia, este diferendo, que la obligó a realizar una operación militar especial en salvaguarda de su soberanía e integridad territorial, se ha transformado en un conflicto existencial. Por ello, a partir de los objetivos iniciales que condujeron a la incorporación de cinco provincias de mayoría ruso parlantes que pertenecieron a Ucrania: Crimea, Donetsk, Lugansk, Jerson y Zaporozhie, que aun sin haber recuperado su territorio a plenitud, conforman el 23% del territorio anterior de Ucrania, se ha pasado a la posibilidad de que Rusia se proponga ocupar otras 4 provincias, también de mayoría ruso parlante: Odessa, Nikolaiev, Dniepropetrovsk y Járkov que junto a las anteriores configurarían un total de 43% de lo que fue Ucrania.
Esto transformaría a ese país en un Estado disfuncional, no solo porque perdería su salida al mar, sino que también porque Polonia, Hungría y Rumania reclamarían territorios ancestralmente propios, habitados por minorías de esos países.
Para Occidente ha quedado claro que la continuidad de la expansión de la OTAN que comenzó en 1999, siguió en 2004 y pretendió continuar en 2008 con la entrada de Georgia y Ucrania a la organización, no está ni estará exenta de dificultades, como lo atestigua el actual conflicto.
Occidente, que en 2010, en la Cumbre de la OTAN en Lisboa habló de una nueva fase de cooperación con Rusia e incluso de crear una “verdadera asociación estratégica”, ahora supone a Moscú como un enemigo peligroso al que hay que contener y debilitar. Hoy Europa y Estados Unidos consideran a Rusia una “amenaza existencial”. Por eso su apuesta de “todo o nada”. Para Washington la situación es aún peor. Está en juego su credibilidad y su capacidad de proteger. Una derrota en Ucrania tendrá repercusiones estratégicas.
La OTAN no solo perdería el aval de ser una organización que aporta seguridad, sino que el maniqueo discurso de sus líderes en torno a que están librando una confrontación entre “jardín y selva” como la definió Josep Borrell, Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad o entre “democracia y autocracia” como lo manifestó el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quedaría en entredicho.
En este marco, su objetivo es derrotar a Rusia, debilitándola hasta el punto de que deje de ser una potencia, desmembrándola y desarticulando su capacidad de ser un actor internacional importante y un protagonista del mundo del mañana.
En el contexto, Ucrania ha dejado de jugar un papel principal. Su función es secundaria. En este momento, para Kiev, lo único que cobra valor es una victoria militar, la derrota de Rusia y su expulsión de los territorios que Moscú ha reivindicado como propios después de los referéndums realizados en septiembre de 2022. Kiev ve la salvación y por supuesto el futuro de su existencia en la incorporación a la OTAN y a la Unión Europea, para que así, en los hechos pueda ser un “país occidental”.
Analizado de esta manera , este conflicto está en punto muerto hasta que se produzca la victoria de uno de los contendientes. Hoy, la confrontación ha llegado a un punto de suma cero que encara un “todo o nada” existencial en el que la ocupación de territorios a la vieja usanza dejó de ser relevante para dar paso a la búsqueda del desgasta del enemigo. Es verdad que la guerra se libra en el campo de batalla, pero como nunca antes en la historia, ahora hay que valorar también que se están enfrentando la capacidad económica del Estado ruso vs. la capacidad económica de Occidente, el potencial productivo de armamentos y municiones de Rusia vs. el de Occidente y la competencia de cada parte para la movilización, capacitación y puesta en plena disposición combativa de las tropas. No hay que olvidar que “la guerra es la continuación de la política” y que “la política es la expresión concentrada de la economía”.
Y en esta lógica, Rusia ha sacado la mejor parte y está ganando la guerra. Ha fortalecido sus líneas defensivas hasta hacerlas impenetrables. Ucrania ha pagado un alto costo. Se calcula en 45 mil las bajas definitivas desde el comienzo de la “contraofensiva” hace tres meses, cifra a la que hay que agregar decenas de miles de heridos y un número muy alto de armamento y equipos destruidos en el intento frustrado de vulnerar el sistema de defensa creado por Rusia. La llamada “contraofensiva” ucraniana ha sido un total fracaso, hoy ya aceptado por líderes políticos y sobre todo militares, medios de comunicación y tanques de pensamiento occidentales.
La abrumadora superioridad rusa sobre Ucrania en cuanto a la potencia de fuego (misiles, artillería y aviación) y su preminencia en relación a la capacidad de movilización de tropas, han establecido una distancia muy difícil de superar. Ni siquiera el mil millonario apoyo económico, financiero, y logístico de Occidente ha podido cambiar la ecuación.
El resultado de la guerra vendrá dado por los efectos del desgaste, las capacidades logísticas, de armamento, equipos, por las potencialidades que se tengan para la reposición del recurso humano, pero también por las posibilidades de la economía y la industria de armamento donde la supremacía de Rusia es muy evidente.
Las guerras terminan con un armisticio, una negociación o una derrota y rendición de una de las partes. En la situación actual no hay posibilidad alguna de llegar a un tratado de paz. Los acuerdos que se hubieron podido hacer a partir de los Protocolos de Minsk en 2014 o las negociaciones ruso-ucranianas de marzo del año pasado, ya no son posibles. En uno y otro caso fueron torpedeadas por Occidente y utilizadas para fines que nada tenían que ver con la paz. Los objetivos de los dos bandos en pugna son absolutos al tiempo que cada parte entiende que está en juego su existencia.
Hoy, el tema territorial es irreconciliable, lo cual amenaza con una guerra larga que terminará con la derrota y rendición de una de las partes (muy presumiblemente de Ucrania, dado el estado de su economía). Todo ello traerá consecuencias para los contendientes, para la región y para el mundo.
Sergio Rodríguez Gelfenstein*.Analista internacional. Exdirector de Relaciones Internacionales de la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela.
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