La supuesta distensión entre Estados Unidos y China ha demostrado ser, una vez más, extremadamente frágil. Apenas insinuada una fase de diálogo y moderación, Washington volvió a activar su maquinaria de presión estratégica contra Pekín, esta vez apuntando nuevamente al corazón de la competencia global: los semiconductores.
Las nuevas sanciones y aranceles anunciados por Estados Unidos no solo dinamitan cualquier narrativa de “paz comercial”, sino que reabren un escenario de alta incertidumbre para la cadena global de suministros y proyectan un 2026 marcado por el tire y afloje permanente entre las dos mayores economías del planeta.
El martes, la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos anunció que elevará los aranceles sobre productos vinculados al sector chino de semiconductores, con aplicación prevista para el 23 de junio de 2027 y con los niveles específicos a definirse con al menos 30 días de antelación.
La medida se apoya en los resultados de una investigación de un año iniciada en el tramo final de la administración de Joe Biden, lo que confirma que la estrategia de contención tecnológica hacia China es una política de Estado, más allá de los cambios de administración.
La tecnología como campo de batalla estructural
Washington justificó la decisión acusando a Pekín de impulsar de manera “irrazonable y discriminatoria” su sector de chips, calificándolo como una amenaza económica para Estados Unidos.
Pero detrás de esta retórica se esconde una realidad más profunda, el temor estadounidense a perder la supremacía tecnológica en uno de los sectores más estratégicos del siglo XXI.
Los semiconductores ya no son solo componentes industriales; son el núcleo de la inteligencia artificial, la defensa, las telecomunicaciones, la automatización y la economía digital.
Controlar su producción y su cadena de valor equivale a ejercer poder estructural sobre el sistema internacional. En este contexto, las sanciones no buscan corregir “distorsiones de mercado”, sino frenar el ascenso tecnológico chino por medios coercitivos.
La respuesta de China y el riesgo sistémico global
El Ministerio de Asuntos Exteriores chino anunció que responderá a los nuevos aranceles, dejando en claro que no aceptará pasivamente lo que considera un abuso del sistema comercial internacional.
El portavoz Lin Jian fue contundente al afirmar que China “se opone firmemente al abuso de aranceles por parte de Estados Unidos y a su represión irrazonable de las industrias chinas”.
Más allá del cruce diplomático, Lin subrayó un punto central: estas medidas perturban gravemente las cadenas industriales y de suministro a nivel mundial y obstaculizan el desarrollo global de la industria de semiconductores.
En otras palabras no se trata de un conflicto bilateral aislado, sino de una disputa que arrastra a terceros países, empresas multinacionales y economías enteras a una dinámica de inestabilidad permanente.
Estados Unidos insiste en la idea de un “desacople selectivo” o “reducción de riesgos”, pero la realidad demuestra que el sistema productivo global está profundamente interconectado. Las sanciones contra China no eliminan dependencias, las trasladan, las encarecen y las vuelven más frágiles.
En este escenario, Washington corre el riesgo de “perjudicar a otros y, en última instancia, a sí mismo”, como advirtió el propio portavoz chino. La inflación tecnológica, la fragmentación de mercados y la duplicación forzada de cadenas de suministro son costos que el sistema global comienza a sentir, mientras la confianza en las reglas del comercio internacional se erosiona.
2026 un año marcado por la confrontación prolongada
Lejos de encaminarse hacia una normalización, el conflicto tecnológico entre Estados Unidos y China parece destinado a intensificarse. Las decisiones anunciadas ahora marcan la agenda de 2026 como un año de alta volatilidad, donde cada avance tecnológico será leído en clave geopolítica y cada decisión comercial tendrá consecuencias estratégicas.
La “paz” entre Washington y Pekín, una vez más, duró poco porque nunca fue estructural. Mientras Estados Unidos conciba el desarrollo chino como una amenaza existencial y no como una realidad del mundo multipolar, el enfrentamiento continuará, con los semiconductores como uno de sus principales campos de batalla.
La nueva escalada confirma que el orden económico global atraviesa una transición turbulenta, en donde las sanciones, lejos de frenar a China, aceleran la fragmentación del sistema internacional y empujan a otros actores a buscar alternativas fuera del marco occidental.
El choque entre Estados Unidos y China ya no es coyuntural, sino sistémico. Y en ese contexto, la estabilidad global seguirá dependiendo de un delicado equilibrio entre competencia, resistencia y adaptación, en un mundo donde la incertidumbre se ha convertido en la nueva norma.
*Foto de la portada: Xinhua

