El Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, firmó una orden ejecutiva para poner en marcha la primera fase de la «Iniciativa Comercial Estados Unidos-Taiwán para el siglo XXI», un acuerdo comercial entre Estados Unidos y Taiwán. Esto cambiará el statu quo que se ha desarrollado durante los últimos 70 años en torno a la isla autónoma. Estados Unidos está dispuesto a correr riesgos por muchas razones, pero esto no conducirá a otra cosa que a una nueva ronda de escalada del conflicto con China.
Reclamar como un seguro
El 7 de agosto, el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, firmó una orden ejecutiva para poner en marcha la primera fase del acuerdo comercial entre Estados Unidos y Taiwán. El documento fue propuesto por la Cámara de Representantes de forma bipartidista a principios de junio de 2023. Entre otras cosas, confirma el consentimiento del Congreso para establecer estrechos lazos económicos con Taiwán, y también regula las normas de aplicación de las siguientes fases del proceso de negociación, incluidas las normas de división de poderes entre el legislativo y el ejecutivo. En resumen, los representantes, amparándose en la Constitución, exigen a Biden que coordine con ellos nuevos acuerdos en materia de comercio entre Estados Unidos y Taiwán. La respuesta del Presidente no se hizo esperar. En su declaración oficial, publicada en la página web de la Casa Blanca, Biden subrayó que, en caso de violación de sus derechos constitucionales, consideraría opcionales los mencionados requisitos del Congreso. De hecho, anunció su disposición a determinar unilateralmente la trayectoria del desarrollo de las relaciones económicas con Taiwán.
A lo largo de los años, algunos miembros del establishment de política exterior, así como algunos think tanks, han propuesto llevar el comercio entre Estados Unidos y Taiwán al siguiente nivel. La idea se lleva debatiendo desde finales de la década de 1970, pero sólo se puede rastrear una transición activa a partir de mediados de la década de 2010.
El movimiento en esta dirección no podía sino provocar una reacción negativa de la RPC. El Ministerio de Asuntos Exteriores del país declaró la inadmisibilidad de tales acciones por parte de Washington y pidió a la administración estadounidense que abandonara tales iniciativas.
El descontento de Beijing es comprensible, porque la conclusión de cualquier tipo de acuerdos entre un Estado independiente de facto (Taiwán) y un sujeto de pleno derecho del derecho internacional (Estados Unidos) puede significar formalmente el reconocimiento de la independencia del primero. En este caso, se tratará de una usurpación oficial de la integridad territorial de China, lo que significa una razón de peso para preparar o iniciar un conflicto militar real entre Beijing y Taipei, posiblemente con la participación de Washington.
La Casa Blanca y el Capitolio deben entender esto. El propio acuerdo entre EEUU y Taiwán, firmado en junio de 2023, establece claramente que las partes no son los gobiernos de EEUU y Taiwán (como es práctica común), sino el Instituto Americano en Taiwán y la Administración del Representante Económico y Cultural de Taipei en EEUU (funcionan como embajadas de facto). Sin embargo, aún no está claro si se utilizará un lenguaje similar en el acuerdo final.
La escalada como plato de temporada
Los sobresaltos en las relaciones entre Estados Unidos y China no han dejado de sacudir el campo de la información mundial desde febrero de 2023, desde el incidente de los globos derribados. La administración Biden dice querer tender la mano a Beijing para contener la contienda dentro de ciertas reglas. La probabilidad de que se trate de un puro farol no es muy alta, ya que sólo por un truco, nadie organizaría giras completas de altos funcionarios estadounidenses a China, e incluso una visita muy simbólica del anciano estadista Kissinger a ese país. Sin embargo, al mismo tiempo, Estados Unidos sigue aumentando la presión económica (ampliación del control de las exportaciones) y estratégica (suministro de armas a Taiwán) sobre China.
En la ciencia de las relaciones internacionales, la aparente incoherencia en la toma de decisiones puede explicarse de muchas maneras. Una de ellas es la teoría del loco. En pocas palabras, el líder del país «A» intenta convencer al líder del país «B» de su imprevisibilidad, para que este último sea menos propenso a provocaciones y decisiones que fundamentalmente no benefician al país «A». Por ejemplo, durante las negociaciones para poner fin a la guerra de Vietnam, Richard Nixon le dijo a su Secretario de Estado Henry Kissinger que le dijera al Norte que él (Nixon) estaba «fuera de control» y dispuesto a utilizar armas nucleares sin dudarlo. La irracionalidad asusta, y esto es lo que se está apostando. Así pues, es posible que Biden intente persuadir a China de que haga concesiones -en materia de armas o de comercio- o que la disuada por completo de querer reunificarse (al menos temporalmente) con Taiwán.
No olvidemos el factor elección. La política exterior, que antes tenía poca importancia para el votante estadounidense, es ahora uno de los temas que de un modo u otro afectan a las posibilidades de un candidato presidencial. Esto es especialmente cierto en el caso de la política estadounidense hacia China. Encuestas recientes muestran que el 27% de los votantes registrados consideran las relaciones entre Estados Unidos y China como uno de los cinco retos más importantes de la política exterior estadounidense. Los republicanos han criticado repetidamente a Biden por ser «blando» con China. En parte por este motivo, no puede permitirse entablar un diálogo constructivo con Beijing.
La campaña electoral aún no se ha acelerado, pero ya es difícil para Biden, porque la diferencia entre él y Trump en las posibles elecciones está en la zona de error estadístico. Según el sondeo total de Real Clear Politics, el actual presidente sólo aventaja en un 0,7% a su predecesor. Hasta noviembre de 2024, todo puede cambiar todavía, pero si abordamos la cuestión china en concreto, el hándicap aquí lo tiene el expresidente, y no Biden. Este último tendrá que demostrar que puede adoptar una línea dura contra Beijing. Así, no cabe esperar el fortalecimiento de los lazos comerciales, sino también nuevos suministros de armas, así como viajes de funcionarios estadounidenses a Taiwán.
Una pizca de economía
Sería incorrecto decir que la iniciativa es de naturaleza puramente política. Una posible flexibilización de las normas comerciales es bastante beneficiosa para algunos importadores estadounidenses afectados por la guerra comercial. Por ejemplo, Taiwán suministra a Estados Unidos el 20,9% de sus centrales eléctricas marinas y sus piezas, el 19,6% de su hierro y acero, el 15,7% de sus accesorios informáticos, el 13,6% de sus semiconductores y el 9% de sus equipos de telecomunicaciones.
Además, el acuerdo puede contribuir a una diversificación más eficaz de las exportaciones taiwanesas, muy dependientes del mercado chino. Esto fue especialmente cierto en abril de 2023, cuando las relaciones comerciales sino-taiwanesas volvieron a escalar negativamente. Sin embargo, esta no es la razón principal para preparar un acuerdo con los estadounidenses.
La reacción china
Es poco probable que Beijing responda con algo más que declaraciones de protesta o restricciones formales, como ampliar los controles a la exportación de una determinada categoría de bienes, por ejemplo. «Estados Unidos debería dejar de hacer intercambios oficiales con Taiwán, dejar de negociar acuerdos con Taiwán… dejar de enviar señales falsas a las fuerzas separatistas taiwanesas», declaró Mao Ning, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino. Esta reacción relativamente equilibrada se explica no sólo por el riesgo de un choque militar con Estados Unidos, sino también por la naturaleza del acuerdo firmado. El hecho es que, por el momento, las partes han discutido y fijado las condiciones reglamentarias y de otro tipo en las que se desarrollará el comercio. En el futuro se debatirán cuestiones complejas como el comercio digital. La práctica de las negociaciones comerciales de EE.UU. muestra que la siguiente fase de las discusiones entre EE.UU. y Taiwán puede llevar algún tiempo, aunque hay buenas razones para creer que el nuevo documento se acordará a finales de 2023. Además, como ya se ha mencionado, el lenguaje del acuerdo no contradice formalmente el estatus de Taiwán desde la perspectiva estadounidense como actor político no reconocido, ya que no son los Estados sus partes.
Sin embargo, el mero hecho de la aparición de un nuevo formato de relaciones comerciales (por cierto, el mayor desde finales de los años setenta) no puede sino preocupar a los chinos a medio y largo plazo. Estados Unidos no reconoce la independencia de Taiwán (aunque algunos políticos norteamericanos están a favor de ella), pero no se puede descartar que un esquema similar -embajada + embajada (las partes del acuerdo no son estados, sino embajadas de facto)- sirva para formalizar unas relaciones militares-estratégicas más estrechas entre Taipei y Washington. Aunque parece improbable que esto ocurra, incluso la perspectiva podría elevar aún más las apuestas y, en consecuencia, motivar a China a buscar una respuesta más dura.
Sin embargo, conviene aclarar que ni Washington ni Beijing están preparados por el momento para una escalada brusca. Los estadounidenses están pendientes de las elecciones presidenciales de 2024, y China sigue experimentando problemas económicos. No obstante, el deseo de Estados Unidos de demostrar su disposición a apoyar a Taiwán, incluso económicamente, sigue aumentando el nivel de dura tensión en esta parte del planeta, donde, como parecía antes, se había desarrollado un statu quo relativamente estable.
*Román Romanov es Doctorando en la Universidad Estatal Rusa de Humanidades.
Artículo publicado originalmente en el Club de Debate Valdai.
Foto de portada: Reuters.