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Espejismo España

Por Pablo Elorduy* –
La descomposición del Gobierno de coalición es un reflejo de la expansión de la ola ultraderechista, pero no implica que los movimientos de transformación no puedan organizarse para contrarrestar esa amenaza.

No es algo menor, por mucho que sí sea simbólico, que el secretario general del PSOE sea el presidente de la Internacional Socialista, una posición que no ocuparon en su día Felipe González o José Luis Rodríguez Zapatero. En el escenario post-austero abierto en Europa tras la guerra financiera contra los pobres de la etapa 2008-2015, Sánchez pasó de ser un accidente dentro del propio PSOE a una figura de referencia para la socialdemocracia internacional e incluso para la gobernanza europea, proclive en ese momento a introducir mínimas correcciones estilísticas a su giro ininterrumpido a la derecha.

El hecho de que Sánchez escenificase un conato de rebeldía durante la Cumbre de la OTAN de Países Bajos y se negase (de palabra) a asumir el compromiso de aumentar el 5% del PIB en el presupuesto militar, refuerza la idea de que, visto desde fuera, a miles de kilómetros, Sánchez es el monumento más bello del oasis español. La bravata de Donald Trump contra España por ese desacato (de palabra) y el refuerzo que esto supone para la imagen internacional de Sánchez contrasta con el penúltimo acelerón al desencanto que se ha dado el mes de junio, que termina con la entrada en prisión provisional del, hasta hace dos semanas, secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán.

El fandom nacional de Sánchez, ‘el perro’, que incluye a militantes socialdemócratas —no todos con carné del PSOE, ni siquiera siempre votantes del PSOE— y a izquierdistas con mucho miedo (legítimo) y/o con mucha memoria de pez (inevitable), puede sostener durante mucho más tiempo que el presidente es la primera víctima de la trama, pero a nadie se le escapa el deterioro de una figura cuyo paso por La Moncloa no ha acarreado ningún cambio significativo en esa cosa llamada “regeneración democrática”.

Además, la incapacidad para llevar a cabo una acción decidida en materia de vivienda y la contraproducente intervención sobre las rentas de pobres —la pasada semana el Tribunal de Cuentas emitía un dictamen durísimo sobre el Ingreso Mínimo Vital— son importantes elementos disuasorios para la afirmación de que la economía “va bien”. Es cierto que los indicadores macro funcionan a vista de pájaro, pero a vista de gusano lo que se puede apreciar es la euforia de las grandes empresas y bancos, y una cada vez más agotadora carrera contra el coste de la vida por parte de las mayorías sociales.

Y, a pesar de eso, el hecho es que ninguno de los grupos que votaron la investidura de Sánchez, ni casi nadie del espectro de la izquierda, quiere que Sánchez convoque elecciones en este momento. Esto parte de un análisis desapasionado: a España le va un poco mejor que a los países de su entorno no porque progresen realmente sus clases populares o sus clases medias, sino porque siguen extendiéndose las ondas de un deseo democrático que se remonta a la década anterior y que la realpolitik no ha conseguido arrasar del todo.

El ciclo está agotado, no parece fácil que salga ninguno de los proyectos en vigor (parece especialmente difícil que se apruebe la reducción de jornada) y es una entelequia que se pueda llevar a cabo una reforma profunda del sistema para la que, en esta legislatura, no hay números en el Parlamento, pero hay un deseo de mínimos que sí permanece vivo: que no se produzca la llegada de la derecha y la extrema derecha al Consejo de Ministros. Que se mantenga el espejismo español, incluso aunque a ras de suelo se sepa perfectamente que es un espejismo.

La cuestión no es tanto si hay motivos para pedir la dimisión de Sánchez —como sí ha hecho estos días parte de la autoproclamada izquierda del bipartidismo— sino cómo hacer para que haya algún otro impulso que modifique las condiciones que hoy hacen inevitable el final del “espejismo España”.

Extrema derecha fortalecida

Gritos espontáneos de “Pedro Sánchez hijo de puta” en conciertos de rap y música electrolatina, anuncios de grandes compañías que venden la estética tradwife y protagonismo creciente de la derecha criptobro-magufa-incel en un contexto de barra libre para la criminalización y persecución de la migración; el impulso actual está apuntalando la expansión de la extrema derecha no solo en las encuestas sino también en la calle.

No se trata solo de una cuestión de aritmética electoral sino de que la seducción de un cambio de régimen se expande en todas partes y en todas las clases sociales —en cada una, de una manera distinta. Ese magma cuenta, además, con la simpatía de esos poderes salvajes del Estado amarrados tradicionalmente a una visión intransigente, cortoplacista y elitista del ejercicio del poder. La huelga de los jueces es un episodio más de esa primavera del Estado feroz. Algo que el secretario general del PSOE no querido atajar.

Llegado a su final Sánchez como figura carismática, las únicas opciones para las organizaciones de la izquierda política pasan, probablemente, por acompañarle sin ganas en su ejercicio de resistencia, a la espera de que otra corriente popular genere una sensación térmica de victoria o, al menos, de ganas de dar la lucha. Un entusiasmo antifascista que no se amaine sea cual sea el resultado de las elecciones por venir.

Ninguno de los partidos atrapados en ese sostener sin ganas al actual Gobierno, ni tampoco ninguno de sus líderes, tiene hoy la capacidad para revertir la tendencia mundial de crecimiento de la extrema derecha. Sin embargo, en la sociedad sí hay herramientas para combatirlo. Las movilizaciones por la vivienda, por los servicios públicos, contra los efectos del turismo, el proyecto Altri, o por la liberación de Palestina, han cambiado el registro monótono de los primeros años de la década y, sobre todo, la movilización se ha emancipado y aburrido de las miserias y dramas de la izquierda del universo Unidas Podemos / Sumar.

Nada de esto es suficiente para conjurar el miedo a la derecha y la extrema derecha en el Gobierno, pero sí que debería servir para pensar que el día después de Sánchez no tiene que ser el de la derrota final de las aspiraciones de cambio. Precisamente porque eso es lo que la derecha y la extrema derecha pretenden que creamos.

*Pablo Elorduy, escribe sobre política nacional e internacional y mantiene una carta mensual a socias llamada ‘Redactor en Crisis’.

Artículo publicado originalmente en El Salto Diario.

Foto de portada: Pedro Sánchez, saliendo de la sesión de control del 18 de junio de 2025. Bruno Thevenin

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