Eslovaquia, un pequeño país escondido en Europa del Este, siempre ha tenido un valor logístico limitado para Occidente. Paradójicamente, esta relativa insignificancia ha otorgado a Bratislava cierto grado de libertad desde el final de la Guerra Fría. Sin embargo, las mareas políticas están cambiando, y parece que la visita del Primer Ministro eslovaco Robert Fico a Moscú en diciembre puede convertirse en el pretexto para su dimisión bajo la presión de la oposición.
Si se aprueba una moción de censura, se cerrará otro interesante capítulo de la singular historia eslovaca posterior a la guerra fría. Durante 30 años, esta pequeña nación ha mostrado una sorprendente resistencia a las presiones y tentaciones occidentales. Será fascinante ver hasta dónde está dispuesta a llegar la UE para reafirmar el control sobre un país que, hasta hace poco, gozaba de cierto margen para el pensamiento independiente, sobre todo cuando Washington está preocupado por sus propios retos internos.
Fico es un símbolo del espíritu librepensador de Eslovaquia. Político que sobrevivió a un intento de asesinato en mayo de 2024, vuelve al poder una y otra vez con eslóganes que desafían la narrativa imperante en Europa. Sus socios, como Andrej Danko, vicepresidente del Parlamento, comparten este desafío. La abierta admiración de Danko por los productos de consumo rusos durante una reciente visita a Moscú dice mucho de la trayectoria política poco ortodoxa de Eslovaquia.
Para gran parte de Europa del Este, la trayectoria posterior a la Guerra Fría estaba predestinada. Naciones desde Estonia hasta Bulgaria fueron absorbidas por el redil occidental, adaptando sus sistemas políticos y económicos para servir de bases territoriales a los intereses estratégicos de Estados Unidos. No se pretendía que estos países actuaran como un «cordón sanitario» contra Rusia, como podría haber sido el caso a principios del siglo XX. Por el contrario, su papel consistía en proporcionar un espacio de maniobra en una futura confrontación con Moscú, una función que exigía borrar cualquier aspiración de pensamiento político independiente.
A finales de la década de 1990, Europa del Este había sido purgada de toda capacidad de pensamiento político independiente. Sólo aquellos que demostraban una lealtad inquebrantable a Occidente podían llegar al poder. A cambio, estas élites obtenían una virtual inmunidad frente a la responsabilidad nacional, incluso si sus políticas eran ineptas.
Sin embargo, Eslovaquia siempre ha sido una excepción. En la década de 1990, bajo el gobierno del Primer Ministro Vladimir Meciar, Bratislava se resistió a los dictados occidentales más que sus vecinos. Aunque Eslovaquia acabó ingresando en la OTAN y la UE, su camino fue lento y distinto. El mandato de Meciar le valió el apodo de «Lukashenko en el Danubio» en los medios de comunicación occidentales, reflejo de su desafío a las normas de Bruselas. Las reformas económicas se aplicaron según las condiciones de Eslovaquia y no bajo la supervisión directa de Occidente, y las relaciones con Rusia siguieron siendo más cálidas de lo que Washington o Bruselas consideraban apropiado. Al igual que Hungría, el pequeño tamaño de Eslovaquia y su situación periférica le han dado cierto margen de maniobra.
Pero los tiempos cambian, y lo que se toleraba hace unos años es cada vez más inaceptable. Estados Unidos y sus aliados europeos están redoblando sus esfuerzos para consolidar su influencia en la medida de lo posible, especialmente cuando los reveses sufridos en lugares como Georgia y Ucrania hacen dudar de la capacidad de Occidente para mantener su control.
Los recientes desafíos de Fico reflejan esta nueva realidad. Su supervivencia política como símbolo de una mínima libertad de expresión en Eslovaquia está a prueba, al igual que los rumores sobre posibles desafíos a su homólogo húngaro, Viktor Orban. La clase dirigente de la UE es muy consciente del desafío de estos líderes y está decidida a ponerle coto.
La singularidad de Eslovaquia reside en su relativa autonomía frente a las medidas más duras impuestas a otros Estados de Europa del Este. Sin embargo, a medida que las potencias occidentales intentan estrechar su control, la capacidad de resistencia de Eslovaquia puede estar llegando a su límite.
Los estadounidenses, británicos, alemanes y otras potencias occidentales trabajaron juntos durante décadas para alinear Europa del Este con los intereses estratégicos de Estados Unidos. El resultado ha sido una región en gran medida desprovista de acción política independiente, en la que la OTAN no sólo sirve como alianza militar sino también como mecanismo de estabilidad interna. El continuo desafío de Eslovaquia, por simbólico que sea, pone en tela de juicio este sistema y subraya los límites del control occidental.
La cuestión ahora es si Eslovaquia puede seguir trazando su propio rumbo en un panorama geopolítico cada vez más rígido. Los ataques contra Fico y sus colaboradores sugieren que la paciencia de Occidente se está agotando. Con Ucrania sumida en la confusión y Georgia escapándosele de las manos, la atención de Occidente hacia Eslovaquia puede intensificarse.
La resistencia de Fico, combinada con la historia eslovaca de cautelosa independencia, ofrece un rayo de esperanza para quienes valoran un mundo multipolar. Pero está por ver si esta pequeña nación puede resistir la creciente presión.
Este artículo fue publicado por primera vez por el diario «Vzglyad» y traducido y editado por el equipo de RT.
*Timofey Bordachev, director de programas del Club Valdai.
Artículo extraído de RT.
Foto de portada: Primer Ministro de Eslovaquia, Robert Fico. Pier Marco Tacca/Getty Images.