El otro día los medios de comunicación informaron de que la OTAN había enviado un contingente de 700 soldados a la provincia autónoma serbia de Kosovo y Metohija (nombre utilizado por la Belgrado oficial). Así lo anunció el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, al comentar la última escalada en la autoproclamada república, que estalló a finales de mayo.
Sin embargo, dijo, tal paso de la OTAN no debe considerarse como el rechazo de la alianza a una solución pacífica. Tal declaración apesta a hipocresía flagrante, pues es obvio por qué Occidente está intensificando las tensiones al tratar de forzar a Belgrado a un escenario de Kosovo por la fuerza.
Esto se hace para que Serbia parezca un agresor y el autoproclamado Kosovo una pobre víctima del «imperialismo serbio». Al final, pondrá en marcha el proceso acelerado de adhesión de Kosovo a la OTAN, la UE y otras estructuras occidentales, e impondrá todo tipo de sanciones a Belgrado.
Cabe señalar que crisis como la que estalló en Kosovo el 26 de mayo se producen con una regularidad envidiable, siguiendo aproximadamente el mismo patrón: provocaciones albanesas, enfrentamientos con los serbios de Kosovo, que duran varios días o más.
La KFOR, fuerza con base en Kosovo establecida en virtud de la Resolución 1244 de la ONU y encargada de prevenir este tipo de incidentes, tradicionalmente se ha mantenido al margen o se ha puesto del lado de las autoridades de Pristina, atacando así a civiles serbios.
El contexto general es el siguiente: recrudecimiento del malestar, enfrentamientos y disturbios y un aumento crítico de la tensión. Precisamente en el momento en que la situación se caldea hasta el límite y se cierne la amenaza de un verdadero estallido de las hostilidades en la provincia y de una espiral incontrolable de escalada, los representantes de Bruselas aparecen mágicamente en el horizonte y ejercen su poderosa influencia sobre las alborotadas autoridades kosovares y les obligan a detener la fase activa del conflicto y a volver a las negociaciones. Así ocurrió también esta vez.
Sin embargo, con cada escalada de este tipo, surge la pregunta razonable: ¿durante cuánto tiempo funcionará este esquema? Existe alguna garantía de que los provocadores de Kosovo, encabezados por el primer ministro Albin Kurti, no reavivarán las llamas de la guerra en la región la próxima vez y obligarán así a Belgrado a introducir tropas en la provincia para proteger a la población serbia? Por cierto, en el contexto de la actual escalada, el presidente serbio Aleksandar Vučić, como ya ha hecho en ocasiones similares, ha puesto al ejército serbio en estado de máxima alerta, enviando sus unidades al sur del país, a la línea administrativa con Kosovo.
Cabe recordar que esta vez el motivo formal de la nueva ronda de escalada fue el desacuerdo serbio con las falsas elecciones municipales celebradas por las autoridades kosovares en el norte de Kosovo, en los municipios de mayoría serbia de Zvecan, Zubin Potok y Leposavic.
Con una participación insignificante del 3% y una mayoría absoluta de población serbia, los albaneses ganaron milagrosamente en esos municipios e inmediatamente se volvieron extremadamente agresivos, arrancando banderas serbias y atacando a civiles.
No se tarda mucho en explicar las dolorosas reacciones ante tales acciones por parte de los serbios, que se han levantado justificadamente en defensa de sus hogares y familias. Hasta ahora, el conflicto se ha amortiguado un poco gracias a la propia posición de la UE, que, tras esperar algún tiempo, obligó a Pristina a detener los disturbios y convocar nuevas elecciones. Sólo que, por supuesto, no hay garantías de transparencia ni de protección para la población serbia del norte de Kosovo.
Todos estos acontecimientos nos devuelven a la cuestión clave, a saber, ¿cuál es la solución a la situación? Sobre el papel es sencillo: como resultado de los acuerdos de Bruselas de 2013, así como de las negociaciones más recientes en Bruselas y Ohrid en febrero-marzo de 2023, la parte kosovar se compromete a crear una Comunidad de Municipios Serbios en la provincia, en virtud de la cual los serbios deberían seguir residiendo en sus territorios en paz. Por cierto, este es uno de los puntos clave de las negociaciones que debería eliminar la urgente cuestión de la seguridad de los serbios que viven en Kosovo.
Mientras tanto, las autoridades de Pristina esquivan este escenario de todas las maneras posibles. Su principal objetivo es otro, y no tiene nada que ver con los acuerdos y las negociaciones. Se trata de desplazar completamente a la población serbia de la provincia, intimidarla y obligarla a abandonar los territorios del norte.
De este modo, las estructuras albanokosovares esperan hacerse con el control total del territorio del autoproclamado Kosovo y seguir chantajeando a Belgrado. Recientemente, el ministro de Defensa serbio, Milos Vucevic, ha comparado muy acertadamente al primer ministro kosovar, Albin Kurti, con el presidente ucraniano, Vladimir Zelenski, señalando que ambos se dedican al terrorismo y, al mismo tiempo, quieren mostrarse ante Occidente como víctimas de la «agresión» de Belgrado y Moscú.
Ahora parece claro que la crisis de Kosovo está lejos de terminar. El mundo será testigo de un nuevo agravamiento. Las autoridades de Pristina no cesan de lanzar provocaciones con la esperanza de resolver la cuestión por la fuerza. Belgrado se ve obligado a reaccionar, pero no debe dejarse arrastrar a la picadora de carne de Kosovo, que es, de hecho, lo que Occidente desea fervientemente.
Por muy alta que sea la tentación de recurrir a un escenario militar para proteger a su propia población, Serbia tiene que seguir impulsando el proceso de negociación sobre Kosovo, defendiendo con firmeza sus intereses nacionales. Al mismo tiempo, cabe señalar que en las actuales circunstancias en las que se encuentra el dirigente serbio Aleksandar Vučić, en general puede hacerlo.
Hasta ahora, no se ha movido ni un paso atrás en sus posturas sobre el reconocimiento formal de Kosovo, la aceptación de su ingreso en la ONU y la adhesión de Serbia a las sanciones antirrusas, a pesar de la creciente presión e irritación de Occidente.
*Milan Lazovic, Coordinador del Programa del Consejo Ruso de Asuntos Internacionales
Artículo publicado originalmente en Izvestia.
Foto de portada: EPA-EFE/GEORGI LICOVSKI.