Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el mundo se prepara para otro cambio en la política energética mundial. Durante años, Estados Unidos ha luchado ferozmente contra el dominio del gas ruso en Europa, imponiendo sanciones, presionando contra Nord Stream 2 y promoviendo sus propias exportaciones de gas natural licuado (GNL). Sin embargo, entre bastidores, parece estar desarrollándose algo inesperado.
Informes recientes sugieren que inversores estadounidenses están explorando discretamente oportunidades en proyectos de gasoductos rusos, lo que plantea interrogantes sobre una posible recalibración de la política energética de Washington. ¿Podría Estados Unidos llegar a un acuerdo con Rusia sobre Nord Stream? Y de ser así, ¿qué significaría eso para Europa, los mercados energéticos mundiales y el frágil equilibrio geopolítico?
A primera vista, la idea de un acercamiento energético entre Estados Unidos y Rusia parece casi impensable. Pero si se profundiza, se descubre que en el mundo de la diplomacia energética el pragmatismo suele triunfar sobre la ideología. Este artículo analiza las principales fuerzas en juego, explorando por qué Washington podría estar reconsiderando su postura, cómo está reaccionando Europa y qué podría significar esto para el futuro de la energía mundial.
El cambio estratégico de Washington: ¿La economía por encima de la política?
Durante años, la política estadounidense hacia Nord Stream había sido clara: bloquearlo a toda costa. La lógica era sencilla: frenar la influencia rusa en Europa y asegurar al mismo tiempo lucrativos mercados de exportación de GNL para los productores estadounidenses. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Washington, la dependencia europea de Rusia en materia de gas nunca llegó a desaparecer. Y ahora, con el cambio de las tendencias energéticas mundiales, las realidades económicas obligan a replantearse la situación.
¿Por qué se plantearía Estados Unidos un acuerdo?
- Problemas de infraestructura: la infraestructura de GNL de la UE dista mucho de ser suficiente para sustituir totalmente al gas por gasoducto. Muchos países carecen de terminales de regasificación, lo que hace poco realista una transición completa a corto plazo.
- Presiones sobre los precios: el GNL estadounidense sigue siendo mucho más caro que el gas ruso por gasoducto. En un momento en que las industrias europeas ya sufren los elevados costes de la energía, una solución pragmática resulta cada vez más atractiva.
- Competencia mundial por el GNL: a medida que Asia (en particular China e India) aumenta su demanda de GNL, EE.UU. puede estar replanteándose su prioridad de Europa como principal mercado de GNL.
Si Washington se involucra en la diplomacia del Nord Stream, no será por buena voluntad hacia Moscú, sino como un movimiento frío y calculado diseñado para equilibrar sus propios intereses económicos y geopolíticos.
La postura de la UE ante el gas ruso ha sido todo menos unánime. Aunque oficialmente el bloque aspira a reducir la dependencia energética rusa, las fracturas internas son evidentes.
- La realidad económica de Alemania: como mayor economía de Europa, Alemania lucha contra las consecuencias a largo plazo de la subida de los precios de la energía. Berlín se enfrenta a la creciente presión de su base industrial, que requiere suministros energéticos estables y asequibles. Una reapertura entre bastidores del Nord Stream -reconocida o no oficialmente- podría ser un salvavidas.
- El equilibrio de Francia: aunque apoya la diversificación energética de Europa, Francia sigue siendo pragmática. Ha invertido mucho en energía nuclear, pero sigue buscando políticas que garanticen la estabilidad económica.
- La oposición de Europa del Este: Polonia, los países bálticos y otros países siguen oponiéndose a la reintegración energética rusa por temor a la influencia de Moscú en la región.
Un posible acuerdo Nord Stream desencadenaría sin duda una tormenta política en la UE, ahondando la división entre los pragmáticos económicos y los acérrimos halcones geopolíticos.
Los cálculos estratégicos de Rusia: Riesgos y recompensas
Para Moscú, la participación de Estados Unidos en Nord Stream representaría tanto una oportunidad de oro como una apuesta estratégica. ¿Qué puede ganar Rusia?
- Recuperar un mercado de exportación clave: a pesar del giro hacia Asia, Europa sigue siendo una fuente de ingresos esencial para Gazprom.
- Equilibrar su dependencia de China: a medida que Rusia reorienta sus exportaciones energéticas hacia el Este, corre el riesgo de depender demasiado del poder de negociación de Pekín. La reactivación de Nord Stream podría servir de palanca.
- Aumentar los ingresos del Estado: con las continuas sanciones occidentales y los costes relacionados con la guerra, cualquier aumento de los ingresos energéticos sería una victoria financiera para Rusia.
Al mismo tiempo, un posible acuerdo de Nord Stream con EE.UU. conlleva importantes riesgos:
- Posible control estadounidense sobre los flujos de gas: si participan inversores estadounidenses, ¿mantendrá Rusia plena soberanía sobre las operaciones del gasoducto?
- Condiciones políticas de Washington: cualquier acuerdo vendría probablemente con condiciones, lo que podría limitar la flexibilidad estratégica de Rusia.
- Incertidumbre sobre la política estadounidense: si Trump (o cualquier administración estadounidense) cambia de rumbo en el futuro, Moscú podría verse inmerso en otro enfrentamiento energético.
En pocas palabras, Rusia abordará cualquier reactivación de Nord Stream con extrema cautela, asegurándose de conservar la máxima influencia al tiempo que minimiza la interferencia externa. El destino de Nord Stream no es sólo un asunto entre Estados Unidos, Rusia y Europa. Forma parte de un cambio energético mucho mayor en el que intervienen actores mundiales clave.
China, por ejemplo, está vigilando atentamente cómo navega Rusia en sus relaciones energéticas con Occidente. Si Europa da señales de volver a abrir sus puertas al gas ruso, Pekín podría aprovechar la oportunidad para renegociar sus propios contratos energéticos con Moscú y exigir condiciones más favorables. Al fin y al cabo, China se ha convertido en uno de los mayores clientes energéticos de Rusia, y cualquier disminución de la dependencia de Moscú respecto a Asia provocaría un replanteamiento estratégico.
Mientras tanto, los pesos pesados de la energía en Oriente Medio -países como Qatar y Arabia Saudí- han estado trabajando agresivamente para ampliar su presencia en el mercado europeo de GNL. El posible regreso del Nord Stream amenaza con desbaratar sus planes cuidadosamente trazados, socavando sus estrategias a largo plazo para convertirse en actores indispensables en el panorama energético europeo.
Al mismo tiempo, aunque los responsables políticos europeos siguen defendiendo la transición ecológica, el camino hacia un futuro renovable sigue siendo lento y desigual. A pesar de los audaces compromisos con la energía eólica, la solar y el hidrógeno, la realidad es que el gas natural seguirá siendo un componente fundamental de la combinación energética del continente en las próximas décadas. Por ello, la diplomacia de los gasoductos no va a desaparecer, simplemente está evolucionando.
La saga Nord Stream va más allá del gas: se trata de quién controla el flujo de energía en un mundo en rápida evolución.
¿Qué nos espera?
Por ahora, un acuerdo entre Estados Unidos y Rusia sobre Nord Stream sigue siendo hipotético. Pero el hecho de que se esté discutiendo este escenario sugiere un cambio más profundo y potencialmente tectónico en la política energética mundial. Merece la pena observar varias dinámicas clave en los próximos años.
En EE.UU., la volatilidad política podría convertirse en un importante comodín. Con las elecciones legislativas de 2026 y las presidenciales de 2028 a la vuelta de la esquina, cualquier acuerdo energético forjado bajo una administración podría ser rápidamente desmantelado por la siguiente. Esta imprevisibilidad proyecta una larga sombra sobre los acuerdos a largo plazo.
La UE también se enfrenta a presiones internas. Si los precios de la energía se mantienen altos y se agravan los problemas económicos, la resistencia política al gas ruso podría dar paso a un planteamiento más pragmático. Si la presión es suficiente, incluso las posturas morales y geopolíticas más arraigadas pueden inclinarse a favor del alivio económico.
A escala mundial, los cambios en la demanda de energía, sobre todo en Asia, podrían modificar las prioridades energéticas de Europa. A medida que el GNL fluya hacia el este para satisfacer el creciente apetito de Asia, Europa podría verse obligada a recalibrar sus estrategias de seguridad energética, con la vista puesta de nuevo en un suministro estable y a largo plazo a través de gasoductos.
Una cosa está clara: la historia de Nord Stream dista mucho de haber terminado. Ya sea como activo estratégico, como moneda de cambio geopolítico o como símbolo de alianzas cambiantes, este gasoducto sigue estando en el centro de la diplomacia energética del siglo XXI.
*Igbal Guliyev, subdirector del Instituto Internacional de Política Energética y Diplomacia de la Universidad MGIMO.
Artículo publicado originalmente en RT.
Foto de portada: FOTO DE ARCHIVO: Trabajadores cortan una sección de tubería en las obras de construcción de la instalación que estará en el extremo receptor del gasoducto Nord Stream 2 de gas natural. © Sean Gallup / Getty Images.