La maxi-cumbre de Washington -por un lado Trump y Estados Unidos, por otro Zelensky por Ucrania y no menos de siete enanos por «Europa»- se desarrolló en varios actos. Algunos importantes, otros decididamente al margen.
La verdadera cumbre fue la de Zelensky a solas, recibido con un mapa de la situación sobre el terreno hasta la fecha, bien a la vista como recordatorio de que por ahí se empieza si se quiere hablar de paz. Y no para «hacerle un favor» a Putin, sino porque nadie en su sano juicio puede seguir creyendo que se puede volver al mapa de 2013 -como llevan repitiendo tres años y medio la junta ucraniana y los «socios europeos»- sin desencadenar una guerra nuclear.
El segundo punto firme, antes incluso de empezar, fue que Ucrania no entrará en la OTAN. Y, por tanto, que desplegar allí tropas y misiles occidentales ni siquiera es una cuestión.
El tercer obstáculo se despejó antes incluso de nombrarlo: no es indispensable ningún «alto el fuego» (fue la primera de las propuestas de los europeos y Kiev), según Trump, porque «he parado seis guerras hasta ahora sin ningún alto el fuego antes».
“Podemos pensar en un entendimiento -dijo- en el que trabajen en un acuerdo de paz. Sin embargo, mientras luchan, tienen que luchar. Estratégicamente, esto podría suponer una desventaja para uno u otro bando”. En la práctica: Rusia seguirá avanzando, y ésta será la principal forma de presión sobre Kiev, más allá de las palabras en las cumbres.
Una vez establecido esto, quedaban muchos otros detalles por discutir, algunos de ellos bastante complicados, pero si se quiere lograr una «paz duradera» -como todo el mundo repetía religiosamente en cada televisión y micrófono-, esa es la plataforma estable sobre la que erigir las «negociaciones».
Mágicamente, esos tres puntos desaparecieron de los informes de prensa, para dejar paso a uno solo: «garantías de seguridad para Kiev», a fin de disuadir a Rusia de nuevos ataques.
Sobre este tema, todos los presentes practicaron hasta el aburrimiento, sin poder ver qué «flab» se había echado al fuego, dada la anormal cantidad de humo.
Para los «europeos» que habían llegado a Washington como «escoltas» de Zelensky y se hicieron pasar por guerreros sin paliativos, fue la ocasión de desplegar una fantasía enfermiza y macabra, con propuestas tan fuera de contexto que llevaron a Trump a interrumpir repentinamente la cumbre para pasar 40 minutos al teléfono con… Putin.
Al fin y al cabo, es la ley básica de toda negociación de paz cuando realmente se quiere poner fin a una guerra: las condiciones básicas las dicta quién tiene la sartén por el mango.
No es casualidad que solo Rusia haya emitido una nota que de alguna manera resume «el tono» de la llamada telefónica: «Los presidentes expresaron su apoyo a la continuación de las negociaciones directas entre las delegaciones de la Federación Rusa y Ucrania», citó la agencia estatal rusa de noticias Tass al Kremlin. Añadiendo que «Putin y Trump discutieron la idea de elevar el nivel de las negociaciones directas ruso-ucranianas».
Una serie de reuniones bilaterales, en definitiva, sin Trump como mediador explícito y, sobre todo, sin bots europeos de por medio.
La confirmación llegó entonces de la mano del secretario de Estado, Marco Rubio. “Estamos trabajando ahora para intentar fijar una reunión (a dos, ed.), que de nuevo sería algo sin precedentes. Y luego, si va bien, esperamos que la próxima reunión sea entre los presidentes Putin, Trump y Zelensky, donde esperamos ultimar un acuerdo.”
La Unión Europea y el formato de los «dispuestos» están fuera de juego, como mucho podrían intentar empujar en privado a Zelensky a una postura más rígida.
Pero de ahí salieron las fórmulas más ambiguas, las que podrían hacer decir a cualquiera que «hemos dejado claro nuestro punto de vista». Inevitablemente, son también las fórmulas que esconden trampas que pueden explotar en un futuro próximo.
Veámoslas.
«Hablamos de garantías de seguridad para Ucrania, garantías que proporcionarán varios países europeos, en coordinación Estados Unidos», explicó Trump sin entrar en detalles.
“Cuando se trata de seguridad, Europa es la primera línea de defensa para Ucrania porque están allí. Pero también les ayudaremos, estaremos involucrados”.
El diablo está en los detalles, ya se sabe, pero algunas cosas están sin embargo claras.
La «primera línea de defensa» corresponde a los europeos, no a la OTAN. Y, por tanto, cualquier nuevo estado de guerra no constituirá una obligación para Estados Unidos de intervenir militarmente.
Les ayudaremos« es una fórmula vaga, que Zelensky concretó después parcialmente: »compraremos 90.000 millones de armamento”. Ucrania ni siquiera tiene ojos para llorar en este momento, así que esos miles de millones procederán de la UE.
La «primera línea de defensa» -la UE no tiene ejército propio, y la OTAN (incluidos los EE.UU., en definitiva) no puede intervenir directamente- será, por tanto, responsabilidad de los «dispuestos», es decir, de los tontos temerarios que querrán unirse a Francia, Gran Bretaña y (quizás) Alemania para establecer formas de intervención militar en apoyo.
No es casualidad que, incluso antes de la apertura de la cumbre, el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso se ocupara de advertir: «En el contexto del genuino deseo demostrado por los dirigentes de Rusia y Estados Unidos en Anchorage de alcanzar una solución global, justa y sostenible del conflicto en Ucrania, incluida la eliminación de sus causas profundas, siguen llegando de Londres declaraciones que no sólo discrepan de los esfuerzos de Moscú y Washington, sino que están claramente dirigidas a socavarlos».
Además, las declaraciones del Reino Unido y otros países europeos sobre el despliegue de tropas en Ucrania «son una incitación a la continuación de las hostilidades», añadiendo que la política del Reino Unido en particular «no deja ninguna posibilidad a Ucrania de salir del conflicto de forma pacífica».
Por ello, Moscú reitera la «inaceptabilidad categórica de cualquier escenario que implique el despliegue de un contingente militar en Ucrania en el que participe la OTAN».
Con estas premisas, pensar en «explotar» a Moscú aprovechando cualquier resquicio interpretativo de los acuerdos que se alcancen es una prueba del estado de confusión mental de una clase política miserable, que necesita un «clima de guerra» (librada estrictamente por otros…) para justificar -ante sus respectivos electorados- un faraónico gasto militar con el que esperan revitalizar una industria continental en profunda crisis. Mientras recortan lo que queda del Estado del bienestar, la sanidad, la educación, las universidades…
En resumen: el camino hacia una paz complicada ha quedado abierto a pesar de estos idiotas, pero sólo gracias a que no cuentan para nada, algo que les han señalado con insistencia tanto Washington como Moscú.
Queda, sin embargo, un margen de ambigüedad, incluso en el lado estadounidense, que deja a los más belicistas un «margen de posibilidad» para que la situación actual continúe durante mucho más tiempo: guerra a través de Ucrania, con las pérdidas para Kiev y los beneficios para Londres, París, Berlín.
Tal vez sea hora de dejar que nuestros países sientan el peso de poblaciones empobrecidas que no quieren -y lo dicen claramente- ser arrastradas a aventuras sin sentido y con fines poco limpios.
*Dante Barontini, editorialista del periódico digital italiano Contropiano.
Artículo publicado originalmente en Contropiano.
Foto de portada: AFP.

