Hace exactamente 20 años el general cuatro estrellas Colin Luther Powell, a cargo de la invasión de Granada en 1983, el ataque aéreo contra Libia en 1986 y la operación “Tormenta del Desierto” en 1991 en el Golfo Pérsico, consagraba en la ONU el sacrosanto derecho de los EE.UU. a intervenir dónde, cuándo y cómo se le diera la real gana en cualquier parte del mundo.
Powell ya no era un militar activo, gracias a Dios, sino el Secretario de Defensa del presidente George W.Bush, mal que nos pese a todos. Después del brutal atentado a las torres el 11.09.2001, cuya causa, antecedentes, participantes, auspiciantes, financistas todavía siguen en el mismo pozo ciego del asesinato de Kennedy o el linchamiento de Gaddafi, Washington desencadenó un furibundo vendaval represivo que llevó a la condena “sine die” y “sine probatione” de cualquier cosa que fuera musulmán en todo el mundo.
El principal demonio, el causante de todos los males del planeta, era el eje del mal que componían Rusia, Irak, China, Cuba y Corea del Norte. Y sobre todo, sobre todísimo, el malvado tirano Saddam Hussein. Derrocarlo, aniquilarlo, era una causa tan noble y justa como liquidar a Bin Laden o destituir al dictador sirio Bashar Háfez al-Ássad o liberar a Cuba del sojuzgamiento de los Castro.
No, de ninguna manera, jamás podría suponerse que se trataba de imponer el dominio sobre el riquísimo petróleo de Medio Oriente o de retomar el control sobre el Caribe y reafirmar la vieja doctrina del “patio trasero” latinoamericano. ¡Democracia “all american” para todos!
El 5 de febrero de 2003 un inflamado Powell, desde la tribuna del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, mostraba un tubito con un polvito blanco, para demostrar que Bagdad poseía armas de destrucción masiva que emplearía para hundir la “pax americana” en todo el mundo. Y eso no se podía tolerar.
Poco después, Irak era sepultado en un infierno de bombardeos y ataques perpetrados por Washington y sus vasallos europeos, con centenares de miles de víctimas civiles y una apocalíptica destrucción de un país milenario, saqueada su cultura, vandalizada su historia y asesinados sus dirigentes.
La misma suerte corrieron Afganistán, Libia, los Balcanes, ciertos gobernantes latinoamericanos como Zelaya en Honduras o Lugo en Paraguay, valientes periodistas que denunciaron los crímenes como Julián Assange. Países como Rusia, China, Venezuela, fueron severamente sancionados por no plegarse al orden y las normas de la democracia norteamericana.
Con el mismo desparpajo e insolencia con los que Washington desparrama castigos y sanciones, la CIA reconoció un tiempo más tarde que lo del tubito era apenas una artimaña para lograr un mayor efecto y justificar la intervención de los Estados Unidos donde lo considerara necesario.
Hoy, claro está, el poder mediático no recuerda al general de cuatro estrellas, ni el tubito, ni los bárbaros bombardeos sobre Yugoslavia o Irak. Ni siquiera se habla del linchamiento de Gaddafi. Todo está cuidadosamente sepultado en una nube de olvido histórico que todavía permite sostener como válidas las criminales acciones de la OTAN (abarcando en esta sigla a todos sus integrantes, europeos y norteamericanos). Que lo digan, por ejemplo, los inagotables seriales televisivos norteamericanos.
La teoría del “excepcionalísimo” de los EE.UU. no es nueva. En ella se han basado todas las intervenciones planificadas por Washington desde que Washington es Washington. El apoderamiento de las tierras indígenas o de medio territorio del México original, la guerra contra Cuba o la anexión del Canal de Panamá conformaron el origen de la doctrina. El mexicano Porfirio Díaz citaba, a fines del siglo XIX una frase alada: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”…
Esa doctrina, implantada como férrea base de su política exterior, refiere a una concepción de “todo permitido” que le justifica a los Estados Unidos intervenir en los asuntos internos de cualquier país que intente defender su autodeterminación y perjudique los intereses norteamericanos, ya que los EE.UU. ocupan un lugar especial en el mundo y tiene derecho a imponer su orden y sus reglas.
Algo que Washington ha proclamado como “el mundo basado en reglas”, en oposición a las normas y leyes del derecho internacional. Esta política de doble estándar, uno para aplicar a los EE.UU. y otro para aplicar al resto del mundo, ha conformado las formas más peligrosas y destructivas de ese “excepcionalísimo norteamericano”.
Aunque Noam Chomsky considera que se trata de un solo estándar, expresado en la fórmula de Adam Smith: “Todo para nosotros, nada para los demás”.
El repentino premio Nóbel de la Paz, Barack Obama, cuando intentaba justificar una inminente invasión a Siria (luego frustrada por la acción preventiva de Moscú, Estambul y Teherán) se basaba en esta doctrina que, desde luego, excluye la directa participación de soldados norteamericanos. Decía que la excepcionalidad permitía a Washington preservar sus intereses y con “pequeños puntapiés” o “fracturar algún brazo”, todo bien aplicado, enderezar a sus ocasionales oponentes e incluso a sus desobedientes vasallos.
«Algunos pueden estar en desacuerdo, pero creo que Estados Unidos es excepcional», dijo Obama desde el podio de la ONU. En ese mismo discurso, el presidente estadounidense dejó claro que Estados Unidos antepone sus propios intereses a los del resto del mundo, en ese particular momento en Oriente Medio y el norte de África. «Estados Unidos está listo para usar todos los elementos de nuestro poder, incluido el poder militar, para asegurar nuestros intereses clave en la región», dijo Obama.
El senador republicano Marco Rubio fundamentaba así la teoría del “excepcionalísimo norteamericano”: “La historia nos enseña que una fuerte Norteamérica es la fuente del bien en el mundo. Ningún otro país ha liberado más gente y ha hecho tanto para elevar el nivel de vida en todo el mundo… que los Estados Unidos. Somos el faro de la esperanza para la gente en todo el mundo”.
Copio este cuadro que contiene todas las intervenciones de los Estados Unidos en ese mundo agradecido del que habla el senador neocubano, luego de la Segunda Guerra Mundial, basadas esencialmente en la doctrina del “exclusivismo”.
La historia no concluye aquí: ya están en ejecución planes de “contención” de la expansión china en… el mar de China. El Pentágono acordó con el nuevo presidente filipino Ferdinando “Bongbong” Marcos (hijo del fallecido dictador Marcos) la apertura de 4 nuevas bases militares en el país, con lo que pretende cerrar el “ciber-cerco” en torno de China. En total, en Filipinas ahora hay 9 bases con un contingente inicial de 15.000 efectivos.
El secretario general de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, acaba de regresar de una gira por Taiwán, Japón y Corea del Sur, en la que insistió para que Tokio y Seúl, además de reforzar su participación en ejercicios militares conjuntos con la OTAN en el sudeste asiático, se unan a la desflecada alianza atlántica en su intervención, cada vez más peligrosa, en la crisis ucraniana.
En este sentido se inscriben también los intentos desestabilizadores del bloque anglosajón con respecto al gobierno del presidente turco Recep Tayyip Erdoğan. Es cada vez más desenfadada la intervención norteamericana en esta aventura. Es muy grande la molestia causada por Türkyie, todavía miembro de la OTAN, que se opone terminantemente al ingreso de Suecia y Finlandia, lo que impide cerrar el cerco de Rusia por el norte europeo.
La severa admonición de la cancillería turca a Jeffry Lane «Jeff» Flake, embajador estadounidense en Ankara, empeñado en promover un golpe de estado similar al que Washington impuso en Kíev en 2014, fue completada ahora por el disgusto expresado por el cierre de los consulados europeos en Estambul y por la alarma despertada por la “amenazante presencia” del mencionado diplomático a bordo de un buque de guerra norteamericano en el estrecho del Bósforo. El destructor USS Nitze llegaba de participar en la guerra civil en Yemen…
La agresividad del bloque anglosajón se alimenta por el creciente deterioro de su dominio financiero sobre las economías de la mayor parte de los países, ahora agrupados en asociaciones regionales que buscan su autonomía e independencia.
El dólar, en tanto moneda universal, está siendo expulsado de las reservas estatales de estos países debido a la política económica exterior agresiva y la enorme deuda externa de los Estados Unidos. Ya no hay necesidad de ahorros en dólares con una tasa flotante. Los mercados emergentes se están moviendo hacia las liquidaciones en monedas nacionales.
En el informe «El futuro del sistema monetario», analistas del Instituto de Investigación del banco Credit Suisse señalan la pérdida de confianza en la economía estadounidense. Esto se ve facilitado por la aceleración de la inflación, un enorme déficit presupuestario (1,3 billones de dólares) y una deuda externa insostenible (31 billones, 121,5 por ciento del PIB). Además, a nadie le gustan los intentos de utilizar el dólar como arma en una confrontación económica.
“Los desequilibrios macroeconómicos han aumentado significativamente. Además, las tensiones geopolíticas se han intensificado en los últimos años. La probabilidad de un abandono a gran escala del dólar estadounidense está aumentando”, señalan los autores del informe. Si en la década de 1970 el dólar representaba el 80 por ciento de las reservas mundiales, en 2022 era sólo el 58,8 por ciento, el mínimo en 20 años.
El centenario profeta Henry Kissinger advertía no hace mucho a Washington sobre el peligro de sostener dos conflictos globales al mismo tiempo. El demócrata Joe Biden no hizo caso de la advertencia y arremetió en sus intentos por destruir a Rusia y a China y asimilar sus fragmentos al nuevo orden “basado en reglas” que sólo Washington dicta.
La contundente resistencia de los agredidos generó en los círculos dirigentes norteamericanos una verdadera paranoia de persecución que desemboca en una oleada de sanciones que ya no asustan a nadie y en las sempiternas amenazas de intervención con los “marines”. Ese estado de ánimo de Washington acaba de generar una histérica explosión de pánico ante la aparición de un errático globo chino sobre el espacio norteamericano.
No sólo despegaron aviones para derribar al alado espía de Beijing, sino que el secretario de estado Antony John Blinken anunciara la anulación de su visita a la capital china. Una visita que, por otra parte, la cancillería china ignoraba… La misma cancillería china que pidió a Washington que “no exagere” con las reacciones ante un incidente provocado por vientos adversos.
Elon Musk, por su parte, no se privó de ironizar sobre el episodio, publicando memes donde aviones cazas norteamericanos se empeñaban en derribar globos multicolores, remedando el filme animado “Up!”.
La histeria de Washington no es original…
En plena Guerra Fría, en la década de los ’50 en el siglo pasado, una leyenda recorría el mundo: en los Estados Unidos un alto miembro del gobierno estadounidense se suicidó tirándose desde un piso alto en algún edificio neoyorquino, al grito de: “¡Ahí vienen los tanques rusos!”.
El hecho es verídico. Se trataba del almirante James Vicent Forrestal. La tragedia ocurrió el 22 de mayo de 1949. El marino se arrojó desde una ventana del piso 16 del hospital naval de Bethesda. Forrestal fue el primer secretario de Defensa de los Estados Unidos (1947-1949). En su honor en 1954 fue botado el portaaviones “Forrestal”, también conocido de manera informal en la flota como el Zippo, Forrest Fire o Firestal a causa de una serie de incendios a bordo. En uno de ellos, ocurrido el 29 de julio de 1967, 134 marineros murieron y 64 resultaron heridos.
Quizá también para Washington y sus alicaídos aliados esté llegando el momento de…
… el Punto Crítico.
Hernando Kleimans* Periodista, historiador recibido en la Universidad de la Amistad de los Pueblos «Patricio Lumumba», Moscú. Especialista en relaciones con Rusia.
Este artículo fue publicado por la agencia Telam
Foto de portada: Colin Powell exsecretario de Defensa del presidente George W.Bush/ Ray Stubblebine | Reuters