Después de navegar en una patera varios días a la deriva por el océano Atlántico hasta alcanzar las Islas Canarias, seguramente es inevitable pensar que el río Bidasoa no alberga peligro. Pero el pasado domingo falleció el segundo migrante en apenas tres meses cuando trataba de cruzarlo a nado para llegar a territorio francés. El Bidasoa es la frontera natural entre el Estado español (Irun) y el francés (Hendaia). El compañero de Abdoulaye Coulibaly, de 18 años y natural de Guinea Conakry, logró salir vivo en la orilla soñada. Un vecino de Irun se echó al agua para tratar de auxiliar a Coulibaly, pero tuvo que desistir. El joven se hundió en un río que esconde fuertes corrientes mecidas por las mareas.
En lo que va de año, la del domingo es la tercera muerte de una frontera desconocida. El 22 de mayo se ahogó Yaya, de 28 años y natural de Costa de Marfil. Llevaba una semana tratando de cruzar la frontera por distintos pasos cuando se echó al agua para nadar los 60 metros que separan ambos estados europeos a la altura de la Isla de los Faisanes. El 19 de abril, otro joven migrante en tránsito, de 21 años y natural de Eritrea, se ahorcó en la parte trasera del polideportivo Azken Portu de Irun. Su suicidio y los ahogamientos visibilizan una desesperación y un drama que pasan desapercibidos, y que nacen de una decisión política: en enero, Francia cerró unilateralmente 19 pasos fronterizos con España e Italia, escudándose en la pandemia y en el antiterrorismo, e incrementó el control policial.
El 29 de octubre de 2020, un hombre tunecino perpetró un atentado en Niza que acabó con la vida de tres personas. Entró clandestinamente a Europa a través de la isla italiana de Lampedusa. “Es el único terrorista que no es de origen francés o belga”, apunta Ion Aranguren, miembro de Irungo Harrera Sarea (Red de Acogida de Irun). Pero antes de las últimas elecciones francesas, celebradas en junio, en el rifirrafe preelectoral neoconservador y fascista, el Gobierno de Macron propuso una “reforma en profundidad” del tratado Schengen, que permite la libre circulación en la UE, para proteger “mejor las fronteras comunes”.
Taponar la frontera para evitar la migración de familiares
Cada semana llegan una media de 150 migrantes en tránsito a Irun, con una media de edad de 23 años. El 90% proviene de Guinea, Mali y Costa de Marfil —tres excolonias de Francia—, hablan francés y sueñan con trabajar en Francia, donde les esperan familiares o amigos. Por las decisiones adoptadas, el país galo pretende taponar las vías de entrada. Pero dado que en Irun no se amontonan migrantes en tránsito, no lo consigue, solo lo dificulta con resultados como el del domingo. Un vasto monte rodea la bahía. Pero mientras los jóvenes intentan cruzar la frontera por distintos medios —a pie, en bus, en tren—, su desesperación aumenta hasta que dan con una vía clandestina adecuada.
Ninguna ropa puede camuflar su color de piel ante los 240 gendarmes que patrullan habitualmente en Hendaia y controlan los medios de transporte públicos. Si les pillan en su territorio bajando del tren, cruzando el puente a pie o en los autobuses urbanos número 31 (Hendaia) y 33 (Behobia), que circulan cada media hora desde Irun, los devuelven a la mitad del puente. De forma informal, sin dejar registro de esas devoluciones en caliente.
Seis puentes
Irun tiene seis puentes —dos para el tráfico rodado, dos para vías de trenes, uno peatonal y otro para la autopista—, una estación de Renfe, otra de autobuses y cuatro de EuskoTren, el tren de cercanías que usan los vecinos de Hendaia para ir a Donostia de compras y de pintxos, y por cuyas vías no hay circulación nocturna. En las inmediaciones de la estación de Renfe y de autobuses, se intensifica la presencia policial, y la de algún hombre e incluso adolescentes sin aparente oficio ni beneficio —¿pasantes de personas a cambio de unos euros?—. Pero lo realmente importante en Irun son las huellas pintadas en blanco y verde en las aceras por la Red de Acogida.
Cada noche, la Red de Acogida está pendiente de la llegada de migrantes en tránsito. “Casi todos llegan en autobús, es más barato que el tren”, resume Aranguren. Un gran cartel escrito en varias lenguas explica a la salida de las estaciones que siguiendo las huellas marcadas en las aceras, a 1.200 metros encontrarán el dispositivo gestionado por la Cruz Roja, donde hay comida, cama y servicio sanitario. A 900 metros, en la plaza del Ayuntamiento, hallarán el punto de encuentro que cada día a las diez de la mañana ofrece la Red de Acogida. Pueden usar teléfonos, cambiarse de ropa y recibir información.
Al menos 35 personas participan activamente en Irungo Harrera Sarea. Fueron los que actuaron por primera vez de forma espontánea en julio y agosto de 2018, cuando una cuadrilla de 20 chavales pernoctaba en la estación de tren y no había ningún recurso público para atenderles. El gaztetxe LaKaxita —el centro social okupado de Irun— cedió su local para echarles una mano.
El punto de información
En el punto de información de Irungo Harrera Sarea se puede hablar sin ambages. En Irun, y también en Hendaia, así como los distintos cuerpos policiales, la gente conoce cómo y por dónde se puede cruzar la frontera. Lo que ignoran es cuándo terminará esta situación inusual en el que la libre circulación de personas está prohibida de facto por Emanuel Macron.
En la tarde del lunes, frente al Ayuntamiento tuvo lugar una concentración en memoria de Abdoulaye Coulibaly. Cruzó el Atlántico en patera, consiguió el permiso de vulnerabilidad en Canarias para volar hasta la península, llegó a Granollers (Catalunya) y recaló en Irun el 5 de agosto, donde fue atendido en el dispositivo de emergencia Las Hilanderas. Pretendía llegar a Francia, donde vive un tío. Tras intentar cruzar la frontera varias veces, saltó al río pensando que podría llegar a nado a la otra orilla.
El Ayuntamiento colocó un crespón negro en la balconada. El alcalde, José Antonio Santano (PSE), denunció que “aquí hay una política migratoria europea, que es la que tiene que cambiar, y la coordinación entre los estados tiene que enfocarse de otra manera para evitar situaciones como esta que hemos vivido, especialmente en este caso de España y de Francia”.
El parlamentario de Elkarrekin Podemos y exconcejal de Irun, David Soto, acudió al acto y reivindicó un “sistema integral de acogida, que permita solicitar el asilo con garantías”.
Ion Araguren recordó que Irun se ha convertido en un “pueblo solidario” y aspira a que “las instituciones también lo sean. No debería darnos miedo que en la travesía en el desierto que supone migrar, Irun se convierta en un pequeño oasis”, indica sobre las trabas burocráticas que la Red de Acogida se sigue encontrando en un municipio “convertido en frontera extranjera”.
*Gessamí Forner, periodista.
Artículo publicado en El Salto.
Foto de portada: El paso fronterizo de Irun con Hendaia. GARI GARAIALDE.