El 6 de junio fueron las elecciones en segunda vuelta para presidente y vice de Perú. Lo bueno y característico de este comicio, que molestó mucho a políticos y periodistas burgueses de Argentina y Nuestra América, es que tenía en un rincón a un candidato de izquierda, Pedro Castillo, de Perú Libre, y en el otro a una de ultra derecha, Keiko Fujimori, de Fuerza Popular. Aquellos burgueses se lamentaban en muchos medios que no hubiera un candidato del “centro” y que el balotaje se dirimiera entre esas dos expresiones “extremas”.
Votó el 78 por ciento del padrón total de 25 millones de votantes, en un país de 33 millones de habitantes muy sufridos en todo sentido. En gran medida por los decenios de políticas neoliberales agudizadas por la dictadura de Alberto Fujimori, iniciada en 1992 con el terrorismo de Estado y su secuela de muchos miles de muertos y desaparecidos, presos políticos, etc.
Y como si esa herencia no fuera suficiente dolorosa, con las privatizaciones, el saqueo y la pobreza de su gente, encima a los peruanos los agarró de frente el tren de la pandemia, con 2 millones de contagios y 186 mil muertos, la tasa de letalidad más alta del mundo en este momento.
La primera vuelta fue el 11 de abril y allí sorprendió Castillo al llegar en primer lugar, bien que con décimas menos del 20 por ciento; la hija del dictador entró raspando a la segunda vuelta, con algo más del 13 por ciento.
Es la tercera vez que Keiko intenta llegar a la presidencia. Ya había perdido en 2011 contra Ollanta Humala y en 2016 frente a Pedro Pablo Kuczynski (PPK). En esta ocasión también está perdiendo y serán sepultados sus afanes y afanos presidencialistas.
Al 9 de junio, tres días después de cerradas las urnas, no hay un resultado claro y aceptado por todas las partes, pues las diferencias han sido mínimas. Al comienzo, con el 42 por ciento de las actas escrutadas iba adelante Fujimori, pero desde que lo escrutado superó el 90 por ciento, pasó adelante Castillo, por poco margen.
La ventaja inicial de la derechista era porque los primeros votos venían de Lima y cinco zonas costeras, donde Fuerza Popular tenía hasta el 65 por ciento de los mismos. Después el maestro rural de Cajamarca pasó al frente: los votos eran de zonas serranas y amazónicas, donde era el preferido de la gente. Procesadas el 99,8 por ciento de las actas, la ventaja de Castillo se estiró a 71.764 sufragios.
El lunes a la noche Fujimori, que hasta entonces estaba muteada, salió a decir en una conferencia de prensa – sin aceptar preguntas de los periodistas – que los fiscales de Perú Libre habían cometido fraude. Por supuesto, lo dijo sin aportar ninguna prueba. Fue una demostración de que en el búnker de Fuerza Popular se sentían derrotados…
La última esperanza de Keiko, en lo electoral -porque en política aún puede intentar varias maniobras para burlar la voluntad popular -, es que los votos del exterior puedan permitirle remontar esa desventaja. Muy improbable porque votó sólo el 35 por ciento de ese padrón exterior de un millón de anotados y si bien la derechista tiene más caudal entre éstos, los más optimistas de su partido creen que así podría sumar unos 50.000 votos más que Castillo. Pero aun así no le alcanzarían. Y también faltan computar votos de pueblos andinos, que en 80 por ciento van para el maestro.
Habrá que esperar unos días para que la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) decida sobre impugnaciones y anulaciones, y proclame el resultado oficial. Todo hace presumir que será una importante victoria política de la izquierda y los sectores populares peruanos. Perdieron la derecha, los grupos concentrados de la economía, los medios hegemónicos como El Comercio y los intereses imperialistas que antes estuvieron con Fujimori padre y ahora prenden velas a Fujimori hija.
CON LA GUARDIA ALTA
Una victoria así sería una señal luminosa para el pueblo peruano, pero también para los pueblos latinoamericanos, todavía golpeados por la derrota en Ecuador a manos del banquero Guillermo Lasso.
Castillo ya se proclamó vencedor. Si asume el próximo 28 de julio como mandatario, lápiz en mano, justo el día del Bicentenario de la Independencia peruana, empezará una etapa promisoria pero durísima. Una cosa habrá sido llegar a la presidencia y otra mucho más exigente será gobernar y sobre todo ejercer el poder político. Como muestra de la inestabilidad política hay que señalar que desde 2018 a la fecha hubo en Perú cuatro presidentes: PPK, Martín Vizcarra, Manuel Merino y actualmente Francisco Sagasti. Los dos primeros tuvieron que irse por causas de corrupción (PPK fue coimeado por Odebrecht) y Merino por protestas populares callejeras.
Será extremadamente difícil para Castillo gobernar en condiciones donde la derecha tuvo casi el 50 por ciento de los votos, con una bancada muy minoritaria de Perú Libre en el Congreso (28 bancas propias sobre un total de 130) y con grandes poderes económicos en contra. Un dato lo dio la Bolsa de Lima, al día siguiente del comicio, con una baja en las acciones y una fuerte suba del dólar. Los amos de la economía también mostraron los dientes, cuando la derrota de su dama y operadora aún no estaba totalmente confirmada.
El ganador tiene como mejor opción positiva el cumplir con su programa popular y su punto nodal: un plebiscito para convocar a elecciones de una Asamblea Nacional Constituyente a fin de elaborar una nueva Constitución. Es así. Hay que modificar drásticamente el escenario político e institucional, pues de lo contrario él quedará preso de la “institucionalidad” y la Constitución neoliberal y privatizadora de 1993, o sea mal parida al año siguiente del autogolpe de Fujimori.
El programa general de Castillo es muy progresista: nacionalización de sectores mineros y energéticos, alfabetización masiva, destinar 10 puntos del PBI a la Educación y otro tanto a Salud, etc, además de la mencionada nueva Constitución democrática. Un límite es su oposición al aborto, al matrimonio igualitario, a las cuestiones de género y derechos del colectivo LGTB, donde paradojalmente coincide con su enemiga Fujimori en nombre de “la vida” y “la familia”.
Ojalá que la presión y amenazas de la derecha no lo hagan retroceder al presidente electo. Las denuncias de fraude de Fujimori tienen que ser enfrentadas con la movilización popular e incluso con las rondas campesinas armadas, para asegurar que el maestro pueda asumir el cargo. Lo timorato sería suicida. En las difíciles condiciones iniciales puede que el espectro reformista y de centro lo presionen contra la adopción de medidas antiimperialistas. Pontificarán con que “la correlación de fuerzas no da”, “no caer en provocaciones de la derecha”, “es mejor esperar para más adelante”, etc. En Argentina estamos hartos de escuchar esas opiniones posibilistas, justificativas del andar poco efectivo del Frente de Todos.
Hay que ser muy respetuosos de los procesos políticos de los pueblos hermanos. Solamente querría decir que, además de lo ya comprometido por Perú Libre, sería bueno que se ampliara la agenda con la cuestión de los presos políticos. Por ejemplo, la libertad de Abimael Guzmán, exlíder senderista que en septiembre va a cumplir 29 años de injusta prisión, en solitario y sin visitas en las profundidades de la cárcel de la base naval de El Callao. También importan las libertades de Víctor Polay Campos, líder del MRTA, y demás compañeros y compañeras presos que lucharon por la liberación nacional y social, y el socialismo. Eso puede estar en el ánimo de muchos peruanos y peruanas, en integrantes del Movimiento por la Amnistía y los Derechos Fundamentales (Movadef), y en militantes y votantes de Perú Libre.
El sol peruano viene asomando y entibiando a Nuestra América. Que también sea para los luchadores presos que hace muchos años no pueden verlo ni sentirlo.
Notas:
*Periodista y referente del Partido de la Liberación de Argentina, continuidad histórica de Vanguardia Comunista.