Parte II – la Soberanía Ucraniana y la Trampa Afgana
En la primera parte del documento https://noticiaspia.com/es_es/el-sindrome-de-troya-y-la-soberania-ucraniana-parte-i/, expresamos nuestras preocupaciones con la existencia de un problema bastante grave en el ámbito de los estudios históricos y las Relaciones Internacionales (tanto en la práctica, como en la disciplina), preocupaciones que se agudizan al considerar que pocos efectivamente abordan este tema, incluso ni siquiera tenemos un nombre para esta problemática o debate, prueba de la poca atención que suele recibir. En nuestra decepción, buscamos referencias en las fábulas y las mitologías griegas, para otorgarle un nombre a este problema, y fuimos inspirados por lo que por mucho tiempo ha sido, a nuestro criterio, una de las explicaciones más absurdas para iniciar una guerra: el secuestro de una doncella (Helena de Troya).
El llamado “Síndrome de Troya”– evaluado en la primera parte del trabajo actual – hace referencia a una grave confusión analítica, en la cual no se consideran como dos aspectos completamente diferentes, las motivaciones de los líderes y las elites para emprender una guerra o instigar rivalidades geopolíticas, y los discursos, banderas, eslóganes y justificaciones empleadas por estas para movilizar las masas a favor de la guerra, o en apoyo a la rivalidad. En este tipo de trastorno analítico, los discursos y los eslóganes se transforman en las “casus belli” de los conflictos, y no existe diferencia alguna entre quienes deciden instaurar empresas y proyectos guerreristas – por un lado – y quienes efectivamente darán sus vidas por estas – por el otro – ya que todos estos se encuentran armónicamente envueltos en la bandera suprema del nacionalismo y sus dictados semi-religiosos.
Esta problemática es de gran interés en todos los tiempos, y no solamente en la actualidad. Las “cruzadas” que decretaron los Señores George Bush (Herbert y Walker) en el Medio Oriente fueron supuestamente para “liberar” al Kuwait (la sagrada “soberanía” de ese país), para proteger el sistema internacional/el derecho internacional, luego para salvar el pueblo iraquí de la dictadura de Saddam Hussein y para erradicar las armas de destrucción masiva que poseía el señalado dictador, las que nunca utilizó durante las guerras de 1990 y luego 2003. Estas fueron las banderas, los “eslóganes” y las justificaciones de esas guerras, y para millones de personas, fueron y siguen siendo las únicas y verdaderas razones de estas guerras.
Para estos individuos, argumentos “cínicos” como la lujuria por el petróleo, ocupar permanentemente el Medio Oriente, dominar las fuentes energéticas del planeta, consolidar la tan anhelada unipolaridad o colocarse en una posición ventajosa geopolíticamente para aniquilar potenciales rivales, son todos generados por “terroristas”, “comunistas”, y los que odian a “América” (en inglés, o sea Estados Unidos), o los “cobardes” europeos que no respetan el
liderazgo natural de “América”. Aunque millones vieron claramente el verdadero cinismo de las elites estadounidenses – políticas y empresariales – muchos millones más insisten en seguir empleando los eslóganes como verdaderos casus belli, y así reproduciendo el Síndrome de Troya. Estamos seguros que nada de esto es nuevo para los lectores.
Entonces, no se trata aquí de descubrir el “agua tibia”, pues es claro que no estamos abordando nuevos fenómenos. Tampoco consideramos que los sucesos actuales en Ucrania son una representación única e ideal de este tipo de trastorno analítico y de comprensión de la realidad social internacional, sino una representación más en una larga lista que casi no posee fin. El propósito de este trabajo es crear conciencia sobre este grave problema del estudio de las Relaciones Internacionales, empleando el modelo de Guerra Fría actual entre Estados Unidos y Rusia (y China) y cómo se trasladó esta – por el momento – al ámbito ucraniano, como instrumento para articular las características de nuestro problema de interés. Por lo menos esperamos que se empiece a tomar en serio este tipo de problema de la disciplina y de nuestra realidad social, sea con el nombre otorgado aquí, o cualquier otro.[1]
Al evaluar los efectos y resultados del indicado síndrome, es de inmensa importancia poder distinguir claramente entre los “Deus Vult” y los “por la democracia y los derechos humanos” – es decir, los eslóganes – y lo que realmente motiva a los actores políticos que están impulsando una guerra o un enfrentamiento geopolítico. Los primeros se pueden identificar cuando a la luz de la contextualización sociohistórica amplia o restringida (dependiendo de la necesidad analítica), la visión crítica, la buena memoria (no estamos exagerando aquí con este punto), y nuestro conocimiento de los actores involucrados, estos pierden su “brillo explicativo”, y empiezan a verse como otro “secuestro de doncella”, es decir, un argumento absurdo que es más adecuado para el ámbito de las fábulas, que de la realidad que pretendemos analizar. Los segundos – las verdaderas motivaciones de los actores involucrados – pueden ser identificados con nuestra sencilla “divisa”: si el elemento en cuestión obedece a un esfuerzo para incrementar el poder de unos, o reducir el poder de los rivales, o, alternativamente, si se trata de incrementar las riquezas de unos, o reducir las riquezas de los rivales, entonces quizás ahí sí tenemos elementos serios con los que podemos trabajar.
En pocas palabras, con elementos mitológicos, fantásticos, absurdos y poco serios, solo se puede “hacer la política”; con elementos serios, sociohistóricos, estratégicos y arraigados en los contextos y realidades a ser analizadas, se puede “analizar la política”, una actividad muy diferente a la primera indicada. La calve es poder distinguir entre uno y otro, o entre querer “hacer la política”, o simplemente analizarla, seriamente. No pretendemos aquí evaluar la cronología de la expansión de la OTAN en el continente europeo, ni de la crisis actual, la cual inicia con la llegada de la administración Biden – o la administración “Obama/Clinton 2.0” – y se intensifica con la caída de la ciudad de Kabul en las manos de los Talibanes, el 15 de agosto de 2021. No es necesario, porque, primeramente, hemos sido ya sistemáticamente saturados con el “bombardeo” constante y consistente de los medios de comunicación global, en contra del malvado “Putin” y a favor del “benévolo” Presidente Biden, quien espera “salvar a la tierra”, y ya no solamente a Ucrania. En segundo lugar, y como ya habíamos indicado, el propósito de este trabajo es evaluar el “trastorno analítico” a través de la actual Guerra Fría, y no el revés.
En vez, tomaremos lo que en general estamos escuchando repetidamente desde los medios globales que son las “casus belli” del conflicto actual (esperamos que no se transforme en guerra, pero los gringos están desesperados por una, lamentablemente), y veremos si efectivamente son razones para hacer guerra, o simplemente más “raptos de doncellas griegas”. Luego, examinemos un modelo explicativo que se aleja del uso arbitrario y poco preciso de términos como “cultura”, “raza”, “etnia” y “civilización”, y en vez nos enfocaremos en temas del poder, de las consideraciones estratégicas, de la “unipolaridad” y la incontrolable avaricia por las riquezas de los otros. Quizás así podemos ser un poco más coherentes y consistentes con la realidad, y menos como el New York Times, el Washington Post y la oficina de prensa de la Casa Blanca.
Como efectivamente estamos en plena Guerra Fría – ya esto no es meramente una opinión de quien suscribe, sino que es una observación que se puede discernir directamente de las acciones y los discursos estadounidenses – no nos sorprende la difusión constante y casi total de discursos y eslóganes del periodo de la primera Guerra Fría. En vez de motivaciones estratégicas y políticas – conceptos que no son abstractos, y que se pueden negociar – el conflicto actual es catalogado constantemente como uno entre “civilizaciones”, llevando el conflicto al máximo nivel cultural posible, con un grado de abstracción en el cual la lógica estratégica y elementos como el poder y las riquezas no pueden tener presencia válida o seria. Para eso, los gringos tuvieron que resucitar a uno de sus “gurús” de los mismos años de la última Guerra Fría, para “ponerle candela” a la guerra actual. Nos referimos aquí al famoso “Último Hombre de la Historia”, el Señor Francis Fukuyama.
El Señor Fukuyama es mejor conocido por haber anunciado entusiasmadamente la llegada de una utopía liberal global: un “fin de la historia” hegeliano, con el infinito triunfo de la democracia liberal y de los mercados (como si fuera que estos son “actores sociales” que efectivamente hacen historia) y el fin de los debates ideológicos, etc. Esto fue hace tres décadas. Ahora, el académico estadounidense ha identificado el eje de lo que él ve como una batalla mundial entre el bien y el mal. Para el habitualmente equivocado analista estadounidense de origen japonés, Ucrania es el estado que se encuentra en la frontera entre la “democracia” y el “autoritarismo”, en la actual lucha geopolítica global. Aparentemente, todas las “democracias liberales” – código para referirse a América del Norte, el Reino Unido y parte de la UE – deben apoyar incondicionalmente a Kiev, ya que el malvado Putin desea con sus planes que esta implementado sin la más mínima razón o provocación, revertir los “logros” de la democracia europea desde 1991 y crear una esfera de influencia rusa en todo el territorio del antiguo Pacto de Varsovia.
En otras palabras, Fukuyama ha estado disfrutando de los capítulos de la serie de televisión estadounidense “Los Simpsons”, inspirado por un episodio en el cual los rusos ladina y engañosamente revelan que sus planes desde el comienzo eran la recreación de la Unión Soviética.[2] Aunque ciertos lectores quizás creen que estoy exagerando, en realidad comparar la política actual con le Ilíada no es precisamente un ejercicio tan descabellado. Fukuyama, en sus últimos artículos, menciona brevemente a la China (aunque el énfasis es siempre el “Satanás” de Putin). Los chinos están observando cómo responde el Mundo Occidental a las agresiones de Putin, mientras calculan sus perspectivas para reincorporar a Taiwán. No es de extrañar que sienta que estamos en un conflicto geopolítico global.
Fukuyama y otros como él suelen hablar sobre las supuestas dimensiones “filosóficas” del conflicto geopolítico actual, insistiendo en una lucha entre la Europa como fuente de valores universales y un proyecto universalista, y otro proyecto – este siendo “euroasiático” – bajo la hegemonía rusa/china, marcado por el nihilismo, el provincialismo y otros “antivalores”. Retomando las mismas estrategias discursivas de la primera Guerra Fría, los “pundits” y los gurús ideológicos de la OTAN y el Mundo Occidental – es decir, de lo que queda de hegemonía gringa – siguen enmarcando el conflicto como uno de carácter “civilizatorio”, con raíces en “la cultura, la ideología y los valores”. En pocas palabras, cualquiera consideración de los argumentos o las preocupaciones presentadas por Rusia, trastornaría el orden mundial y afectaría la seguridad y la supervivencia del Mundo entero, por lo cual no se puede dar semejante lujo.
Si la disputa actual de esta nueva Guerra Fría se estaría abordando en base a conceptos estratégicos, tangibles y medibles, pues no existiría una escalada constante hasta irrumpir posiblemente en una guerra. Pero al sustituir conceptos como “seguridad mutua”, “seguridad colectiva” y “medidas de confianza mutua”, con términos como “lucha entre civilizaciones”, “democracia contra autoritarismo” y “la cultura, la ideología y los valores”, ya lo que se puede negociar – a través de ceder mutuamente para llegar a un arreglo medianamente aceptable para todas las partes – es prácticamente nada. Como la lucha en el Medio Oriente por las tierras de la Palestina ocupada, si la lucha es enmarcada artificialmente en conceptos como la “religión”, la “cultura”, las “etnias” y lo “civilizatorio”, no hay ámbitos para negociar, ya que no se puede ceder con valores abstractos, intransigentes y obtusos. Es la mejor manera para imponer y sostener el status quo. Por eso, es vital que los conflictos en el Medio Oriente – y ahora el recién construido en Ucrania – queden en el ámbito de lo abstracto, lo intricado y lo complejo, para que así nunca se puedan resolver (y así poder avanzar la situación hacia una guerra). Elevar el tono del supuesto conflicto artificialmente creado y estimulado, desde problemas de seguridad o cuestiones socioeconómicas, a problemas de filosofía, ideología y civilización, es la mejor indicación que se está buscando la expansión del conflicto, y no su solución. Esto debe ser una obvia señal, para quienes quieren analizar lo que observan, en vez de meramente reproducir lo que otros dicen.
El tema “civilizatorio” suele estar acompañado de una personificación y demonización, junto a una universalización y deificación. El conflicto actual, supuestamente, es entre dos contrincantes. Para poder ilustrar mi punto, procederemos a exponer esta idea a través del uso de un método poco ortodoxo para estos temas: una tabla. Por lo general, esto no requiere de una tabla, pero el efecto ilustrativo de esta, quizás justifique su empleo.
Lo admitimos, podemos añadir unas cuantas entradas más a la columna de la derecha, como por ejemplo el “regionalismo”, el “nihilismo”, la “proliferación de armas de destrucción masiva”, etc. Pero serían, en efecto, redundantes, ya que en el actual “léxico” de las declaraciones oficiales de Estados Unidos y de los medios globales, las cuales reproducen estas primeras como un eco, todas son sinónimos del mismo y nuevo término de las Relaciones Internacionales: “Putin”. En términos generales, el “Mundo Occidente” se enfrente a un solo contrincante, el cual no es un país, un ejercito, un pueblo, un grupo de países o un grupo de organismos internacionales: es solamente un solo hombre, y obviamente Mefistófeles está tomando notas de este, con la finalidad de aprender a ser un mejor villano. Esperamos que el lector haya realizado una nota mental, observando la tabla anterior: ¿Adonde está la China, en esta tabla? ¿Cómo se explica su ausencia, si era el contrincante principal de los gringos durante la presidencia del Señor Trump? No es el Señor Biden, ni tampoco su portavoz el Señor Blinken, o su otro portavoz (Boris Johnson), ni mucho menos el secretario general de la OTAN (su nombre es irrelevante, en realidad). No son ninguno de estos, pues ellos todos son legítimos jefes de gobiernos y de organismos internacionales, y representan poblaciones civilizadas y democráticas. Pero si es Putin, solo Putin, como personificación de todo lo opuesto. En estas condiciones, ¿Cómo sería posible realizar concesiones, negociar, intercambiar señales de confianza y reducir la vertiginosa velocidad del tren que se lanza a toda locura hacia una guerra que ya ni siquiera quieren llamar regional, sino que ya la categorizan como una de carácter “global”?
Adicionalmente, y aquí al fin llegamos a tres de los más famosos “eslóganes”, “banderas” y justificaciones más empleadas durante este periodo (desde que asumió el poder el Señor Biden): la soberanía ucraniana; la preservación del orden internacional, y la resistencia al “expansionismo de Putin”. Estos efectivamente son parte de los “eslóganes” empleados por Washington y sus aliados: con estos, gobiernos, organismos internacionales y poblaciones enteras se están movilizando a favor de la postura estadounidense, y a favor de asumir y creer que el conflicto fue supuestamente iniciado por el demonio en el Kremlin, cuando un poco de memoria es suficiente para percatarse que es todo lo contrario.
Estos elementos, sin duda alguna, empleados de la manera que se emplean, y contando con millones que poseen una memoria que sufre de miopía, y una capacidad analítica crítica equivalente al de un sujeto que sufre de irreparables daños al carnio, poseen más que suficiente capacidad para movilizar, para justificar, para aglutinar el apoyo a favor de la causa netamente gringa, y para rechazar el “expansionismo maquiavélico del malvado Putin”. No obstante, ¿Son estas efectivamente las verdaderas “casus belli” del conflicto actual, y la potencial guerra que quizás enfrentaremos pronto (y que Dios mediante no sea así)? Veamos detenidamente si este es el caso, o simplemente tenemos más “doncellas secuestradas”, y que las tratan de pasar como verdaderos casus belli.
Estados Unidos expresa profunda preocupación por la soberanía de Ucrania. Por esa soberanía, está dispuesta a ir a guerra global, aparentemente. Este argumento pudiera ser tomado de manera seria, si no fuera por la inmensa hipocresía en la cual se encuentra inmersa esta, contextualmente. El país que posee el récord de la cantidad más grande – en la historia humana – de intervenciones militares y operaciones de “regime change” efectuadas contra tantos otros países del mundo, suele perder un poco la credibilidad cuando alega que está apostando a una guerra termonuclear global, en defensa de la soberanía de un solo país. Pero lo más fascinante de este eslogan es el simple hecho de que Estados Unidos violó sistemáticamente la soberanía ucraniana al estimular la “revolución de colores” en ese país durante el periodo 2013-14, con la finalidad de colocar en Kiev gobiernos profundamente hostiles a Moscú, y a la vez quitarle a Rusia el puerto de Sebastopol. ¿Adonde estaba la preocupación por la soberanía ucraniana cuando tumbaron al Presidente Yanukovych (2010-2014)? ¿O es que la soberanía de un país es como un interruptor de luz, se “prende” cuando se trata de un régimen amigable, y se “apaga” cuando se trata de un régimen malvado?
Tenemos, seguidamente, la “preservación del orden internacional”. Ya los señores Biden y Blinken no hablan exclusivamente de meras “sanciones destructivas” contra Moscú, y ahora hablan de guerras globales y enfrentamientos termonucleares. Ahora bien, el sistema “diplomático” de la Europa pre-revolucionaria (pre 1789) cesó de existir con el inicio de las guerras de la Primera Coalición y las Napoleónicas. El llamado “Concierto Europeo” se sostuvo desde la derrota napoleónica y hasta 1914, cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Finalmente, el sistema de la Liga de Naciones sobrevivió hasta que Inglaterra y Francia declararon conjuntamente la guerra contra el Tercer Reich, en 1939. De estos simples hechos históricos, surgen los siguientes interrogantes, a saber:
- ¿Los Señores Biden y Blinken pretenden “preservar el orden internacional» a través de hacer todo lo posible para que se dé una guerra que ahora ellos mismos están llamando “global”?
- ¿Estarían estos hablando del mismo sistema internacional que Estados Unidos todos los días socava con el empleo de sus medidas coercitivas unilaterales, sus “regime changes” y su guerra de doble moral contra la China?
- ¿El sistema internacional pos-guerra se puede sostener cuando un país hace todo lo posible para destruir el multilateralismo real, a favor de una apariencia de trabajo mancomunado que en realidad es mera hegemonía impuesta?
- ¿Se puede sostener el orden internacional cuando se descalifica la cooperación multilateral si no arroja los resultados que desea para una sola nación, y se promociona a “grupos de países” si sus políticas exteriores son serviles, y se ajustan milimétricamente a los caprichos de ese mismo país, en un dado momento?
Al igual que el tema de la soberanía ucraniana, este eslogan pierde efectividad y no logra establecerse como una verdadera razón estratégica para un conflicto bélico, a raíz de la inconsistencia y la doble moral que representa, al ser evaluado en el contexto de las acciones habituales de Estados Unidos. Más bien, es posible hasta visualizar que quien está más interesado en “modificar” substancialmente el orden internacional, es el propio Estados Unidos, lejos de tratar de “protegerlo”, y a pesar de que esa misma potencia fue quien forjó el sistema, después de 1945. Regresaremos a este punto en los próximos párrafos.
Finalmente, tenemos el tema del “expansionismo de Putin”. La Federación de Rusia ha crecido 27,000 km2,desde el fin de la Primera Guerra Fría.[3] La OTAN, entre los años 1999 y 2020, oficialmente sumó 14 nuevos países miembros – todos en la Europa Oriental. ¿Quién, entonces, es el más expansionista? El villano de la película – Putin – informa que se dieron cinco olas de expansionismo, por parte de la OTAN. Sus cálculos no están del todo equivocados. No nos sorprende, entonces, que los medios globales y Washington hablan incansablemente del “expansionismo de Putin”, pero para nada abordan el tema del expansionismo de la OTAN, tema que, si lo abordan, solo se limitan a señalar que Rusia no posee derechos a dictarle a la alianza qué debe hacer, y tampoco le puede dictar a sus vecinos a cuáles organismos puede pertenecer.
También escuchamos desde Washington que Moscú no posee “esferas de influencia”, ni tampoco puede objetar la transferencia de armas de la OTAN a cualquier país vecino de este. En realidad, la respuesta de Washington (y el mensajero de Washington, el secretario general de la OTAN) al tema del expansionismo de la organización guerrerista, es simplemente ofrecer una larga lista de cosas que Moscú no puede hacer, pero que irónicamente Washington sí puede, e incluso sigue haciendo. No obstante, nunca recibimos una respuesta clara de cómo se habla del supuesto “expansionismo de Putin”, pero nunca el de la OTAN. Ya las comparaciones que denuncian la hipocresía de Washington – gritando por los misiles soviéticos en Cuba, pero declarando soberanía y derecho independiente de las partes cuando se trata de sus ejércitos y sus armas en la frontera con Rusia – se han realizado y han circulado el mundo, pero a Estados Unidos, sus aliados y sus apologistas, no les importa para nada ser hipócritas. Solo le importan que Rusia invade a Ucrania. Que termine de hacerlo. Eso es todo lo que se está esperando.
El debate sobre el conflicto entre Estados Unidos y Rusia tiene que mantenerse en el nivel “civilizatorio”, “cultural” e “ideológico”, pues si se permite ocupar su verdadero espacio como un reclamo por parte de Moscú por temas estratégicos de seguridad y defensa, se tendrá que abordar temas como el expansionismo de la OTAN y sus verdaderas motivaciones (y no las motivaciones oficiales que se otorgan, las que están al par con las de Homero en la Ilíada), como también la situación de la península de Crimea, los Nord Stream 1 y 2, y las relaciones entre Rusia y la Unión Europea, particularmente con Alemania. Pero si los debates se encierran en el nivel “civilizatorio”, el expansionismo de la OTAN se transforma en una mera lista de prohibiciones para Moscú, y los lideres occidentales se hacen todos “sordos”, como efectivamente indicó el Señor Canciller ruso, Sergei Lavrov, sobre las conversaciones con su contraparte británica, la Señora Elizabeth Truss (10 de febrero de 2022). Las quejas y preocupaciones de Moscú no solamente no se escuchan, sino que no existen. Solo las exigencias de Washington son “agenda” para el debate. Curiosamente, con una actitud inflexible, intransigente y “sorda” como esta, solo se está dejando abierto el camino hacia la guerra.
Se requiere aún de quince páginas más para exponer sobre los otros eslóganes y discursos por parte de Estados Unidos que buscan justificar la postura de este en el conflicto actual, y la posibilidad de que se transforme en una guerra global. Solo que no poseemos ni el espacio, ni la paciencia. Con solo lo que acabamos de exponer, se evidencia que las “razones” otorgadas, son meros “cuentos homéricos”, y no constituyen realidades estratégicas concretas. Estados Unidos y sus apologistas están hablando de motivaciones que poco reflejan la realidad, de valores altruistas que no poseen contacto alguno con la realidad sociohistórica que conocemos de ese país, pero para nada han ofrecido razones y motivaciones que reflejen preocupaciones por el poder, la dominación, y las riquezas de los otros. Entonces, estamos hablando de “raptos de doncellas”, pero para nada de verdadera política y de verdaderas relaciones internacionales.
Ahora bien, ¿Qué tienen todos estos discursos y eslóganes en común? Todos asumen una postura altamente acrítica de la realidad social; suponen que los actores políticos y sociales – todos individuos – son los “motores de la historia”, eliminando la posibilidad de pensar más allá de las acciones de los individuos presentes, y sin consideración de las acciones del pasado (como la sustitución forzosa de un gobierno por otro en Ucrania, en el año 2014); Consideran que lo que “observan” con sus sentidos es la esencia del tema, siendo la esencia y el fenómeno la misma cosa; suponen que las elites occidentales expresan los intereses de una sociedad “nacional”, en vez de las de ellos mismos; una marcada preferencia por lo abstracto como la “cultura”, los “valores” y las “ideologías” como elementos explicativos, por encima de elementos concretos, como el poder y las riquezas y, finalmente, todos los discursos colocan el conflicto en la dicotomía “Bien/mal”, en donde el bien es “U.S.A” y el mal es Putin.
Con todo lo expuesto aquí, hemos realizado un análisis de cómo otros “hacen la política”, pero para nada hemos “analizado la política” misma. Proponemos, para lo que nos queda de este documento, efectivamente analizar la política, en vez de inventarla. A continuación, ofrecemos un modelo explicativo que quizás exponga con mas seriedad y menos fantasías y lujurias guerreristas, las razones por las cuales la situación sobre Ucrania ha escalado a este peligroso momento para Rusia, sobre todo.
Como estamos en plena Guerra Fría – nos guste o no, lo neguemos o lo aceptemos – debemos, entonces, recurrir a la primera Guerra Fría, para poder comprender la lógica de la actual. Esto es producto de las mentalidades que guían el proceso de toma de decisiones en Washington en la actualidad – muchos de los supuestos “Cold War Warriors” de esos tiempos. Se trata de la lógica del pensamiento de quienes impulsan el conflicto en la actualidad, más que por temas de paralelismos históricos. Todo empieza con un “Gran Juego” que se dio entre Estados Unidos y la Unión Soviética, en el territorio conocido como Afganistán, y una figura a la que le gusta otorgarse más relevancia que la que realmente posee: Zbigniew Brzezinski, el asesor de seguridad nacional del Presidente James Carter.
El registro de las deliberaciones oficiales sobre la crisis en Afganistán (desde 1978) y hasta el inicio de la intervención soviética (finales de 1979), es lo que esperaríamos: complejo, a menudo profundamente ambivalente, desgarrado por rivalidades personales e institucionales, no necesariamente lógico o consistente, y sujeto a cambios impuestos en otros momentos, para así ocultar propósitos, mejorar la imagen de ciertas personas, etc. Brzezinski, naturalmente, era la figura central en estos registros. Entre los guerreros más inflexibles de la Guerra Fría, siempre presionaba más para la confrontación con Moscú. El trauma de la derrota en Vietnam, a penas cinco años antes, dejó a los funcionarios del gobierno gringo afligidos, deseosos de venganza, pero reacios al riesgo.
Durante una reunión para la consideración de una acción encubierta del Comité de Coordinación Especial (SCC) del NSC (Consejo Nacional de Seguridad) en marzo de 1979, el subsecretario adjunto de Defensa para las Políticas, Walter Slocombe, fue el primero en especular: «¿Valdría la pena arrastrar a los soviéticos a un “pantano (quagmire) vietnamita?». La supuesta “trampa afgana” es el nombre empleado a lo que los gringos alegan que fue una trampa creada por el Señor Brzezinski para “tentar” a los soviéticos a que entren a un “pantano” (Afganistán, en este caso) semejante al que los gringos habían abandonado – catastróficamente – cinco años antes (Vietnam, en este caso).
De acuerdo con los alegatos de Brzezinski, la verdadera ayuda gringa a los “muyahidines” – parte de los cuales serán los futuros miembros de un grupo que en 1996 se llamará los “Talibanes” – inició aproximadamente 6 meses antes de la invasión soviética (junio del ´79). Aunque los registros identificaron esta ayuda como una “small covert operation”, ni fue “small”, ni mucho menos fue “covert”. La “ayuda” militar estadounidense no fue muy “secreta”, en realidad, ya que supuestamente la idea era que los soviéticos se percaten de esta, y así “estimular” la decisión rusa a invadir el país centroasiático. La idea era que una aventura militar soviética que, al “empantanarse” en el país centroasiático, los gringos, los pakistaní y los sauditas trabajarían mancomunadamente para desangrar a la Unión Soviética en Afganistán (como Estados Unidos se desangró en Vietnam).
Hoy en día, existen muchos debates sobre la supuesta “Afghan Trap” – la trampa afgana. Muchos ahora niegan la existencia de esta, ya que implicaría un rol por parte de Estados Unidos en los ataques del 11 de septiembre de 2001, asunto que es totalmente absurdo. Es completamente absurdo, porque con “trampas afganas” o no, Estados Unidos creó los muyahidines, y financió a Osama Bin Laden, y no existe informe de la CIA que pueda alterar esta simple realidad. Lo importante no es eso, sino que como “estrategia” de la Guerra Fría, esta supuesta trampa existe en el imaginario de la CIA y el departamento de Estado y defensa desde entonces. ¿La reciclarían? ¿La utilizarían de nuevo, después de su utilidad en Afganistán, en 1979?
En realidad, ¿por qué no? Efectivamente la aplicaron de nuevo con Saddam Hussein, incluso hasta fue más fácil que en la primera vez: una Embajadora gringa (April Glaspie) le prometió la “neutralidad” de su país al líder de Mesopotamia, si este cometiera la torpeza de invadir al Kuwait. El líder árabe se tragó el anzuelo, invadió, trató de retractar la invasión al percatarse que era una trampa gringa, pero ya era muy tarde, ya estaba firmemente dentro de esta, y el resto fue historia – trágica y catastrófica para todos los árabes del mundo, pero historia, no obstante.
La “trampa afgana” de 1979 fue supuestamente diseñada por los gringos para atrapar a los soviéticos. No sabemos quienes diseñaron la “trampa afgana” del 2001, pero aparentemente capturó a los gringos en esta, y los “escupió” 20 años más tarde, en condiciones peores que los propios soviéticos, décadas antes. Quizás el deseo gringo de ir a Afganistán en el 2001 – a pesar de tener claro quienes son los afganos y qué tipo de infierno suele ser ese país – era para demostrarle a los rusos “how its done”: cómo efectivamente se puede ganar la guerra en Afganistán, quizás en un ataque de pura soberbia e idolatría propia, y para demostrarle al mundo su superioridad sobre los rusos. Pocas veces en la historia hemos disfrutado de una mejor representación gráfica de la expresión “le salió el tiro por la culata”, que la propia invasión gringa a Afganistán.
¿Qué tiene que ver todas estas “trampas afganas” con Ucrania en el año 2022? Pues el elemento en común es el “Cold-War mentality” de Estados Unidos, y su hábito de reciclar y repetir estrategias para destruir sus enemigos. Por eso es que tanto insistimos en que estamos en plena Guerra Fría. No importa si los analistas no lo aceptan o lo rechazan porque tienen una definición tan absurdamente obtusa de lo que es una Guerra Fría. Siempre y cuando la “intelligentsia”[4]estadounidense cree que está en Guerra Fría, las estrategias, las acciones y las políticas van a surgir del antiguo libro de guerras frías, redactado en el Siglo XX. Y este reciclaje de estrategias es precisamente lo que estamos presenciando en Ucrania, actualizada a las tristes y dolorosas (para Estados Unidos) realidades de nuestro momento histórico.
Los elementos principales de esta nueva “trampa afgana” son los siguientes, a saber:
- La recuperación milagrosa de Rusia después de sus peores momentos durante la presidencia de Boris Yeltsin: en 1998, Rusia presenció una de sus peores crisis económicas y financieras, producto de la acumulación de otros problemas desde el colapso de la Unión Soviética. Su economía estaba en par con la de un país de la África subsahariana. Su recuperación obedece a gestiones realizadas en el año 2000 para recuperar los precios del petróleo, razón por la cual se entiende la excelente relación Moscú-Caracas;
- La oposición que empezó Putin a demostrar contra las imposiciones unilaterales y hegemónicas de Estados Unidos en el sistema internacional, particularmente la insistencia en continuar la ola expansiva de la OTAN;
- La breve guerra de Osetia del Sur en el 2008, la cual profundizó el enfrentamiento geopolítico entre Estados Unidos y Rusia (para entonces, se enfrentaron sobre Georgia, ahora es Ucrania, después será otro. Por eso es que no la denominamos como la “crisis ucraniana”, ya que poco tiene que ver con este país);
- Las maniobras estadounidenses para exterminar el gobierno de Yanukovych en Kiev, y reemplazarlo con movimientos prácticamente fascistas que están dispuestos a dedicarse a una guerra prolongada contra Moscú;
- Esta última maniobra esperaba “arrancarle” a Rusia la península de Crimea y el valioso puerto de Sebastopol, pero solo pudo imponer medidas coercitivas unilaterales que le causaron daños substanciales a la economía rusa;
- El incremento paulatino en primera instancia, y luego con mayor celeridad después que el Señor Biden toma posesión de la Casa Blanca, de las maniobras militares y de espionaje de la OTAN contra Rusia, en las zonas anexas o de proximidad con las fronteras rusas;
- La guerra “fracking” (fracturación hidráulica) del petróleo, iniciada en el 2014 por parte de Estados Unidos, con la masiva producción de hidrocarburos estadounidense como arma geopolítica contra Rusia, específicamente, pero igualmente contra los países de la OPEP;
- La intervención exitosa de Rusia en Siria, y la ruina parcial de los planes estadounidense para destruir el gobierno de Bashar al-Asad;
- El apoyo ruso a Caracas que impidió el colapso del Gobierno Bolivariano y el programa de “regime change” implementado por Washington;
- El recrudecimiento del uso de las medidas coercitivas unilaterales de manera jamás antes vista, con la finalidad de imponer la voluntad estadounidense contra aliados y contrincantes por igual;
- La problemática alianza (aunque inestable) entre Moscú y Ankara, la cual le ha causado muchos inconvenientes a la política exterior estadounidense;
- El gigantesco conflicto geopolítico por el Nord Stream II, el apoyo a este proyecto por parte de la Alemania de Ángela Merkel, el efecto adverso que tendrá el proyecto para Ucrania, y los deseos estadounidenses de destruir el proyecto, a pesar del daño que le causará a una región desesperada por el gas natural ruso, como lo es la Unión Europea;
- La actual guerra en el este de Ucrania, entre ucranianos ruso parlantes, y ucranianos que odian a todo lo que es ruso, guerra que Rusia no ha permitido que desaparezca con un golpe mortal de Kiev contra los separatistas;
- La intensidad de los medios de comunicaciones globales en su campaña anti-rusa, la cual en efecto es anti-Putin. Esta campaña se intensificó con la ocupación e incorporación de Crimea a la Federación de Rusia, y la intervención rusa en Siria, ambos elementos que arruinaron iniciativas hegemónicas de política exterior estadounidense;
- La catastrófica y humillante derrota de Estados Unidos en Afganistán, la cual fue más humillante porque se dio primeramente en “cámara lenta” (desde casi una década se sabía que Estados Unidos nunca saldría bien de ese desastre), y luego de manera humillantemente acelerada, con la caída de Kabul, y la caída de personas de los trenes de aterrizajes de los aviones que se fugaban de Kabul;
- Y, finalmente, y quizás el elemento más importante de toda esta ecuación: el auge de la China, y cómo está salió aún más fortalecida que antes, después de la Pandemia en el 2020, y después de una multiplicidad de agresiones económicas y políticas estadounidenses, a lo largo de los cuatro años de gobierno del Magnate Trump.
Esta última lista, como nos podemos imaginar, no es exhaustiva, y le falta aún muchos otros elementos, pero por el momento, nos puede ayudar a explicar la estrategia estadounidense contra la China y Rusia. Es importante entender que es prácticamente imposible de exagerar el desafío que representa la China para Estados Unidos: El gigante asiático es el verdadero enemigo mortal de la hegemonía gringa, en un sistema internacional en el cual lo que se valora como “poder” ya no son los portaviones, sino cuanta infraestructura has construido en el mundo, y qué grado de penetración posees en los mercados globales. La transformación de la China pos-Mao – si lo contemplamos detenidamente en función del sistema internacional pos-guerra – es un impresionante milagro, no tanto por su crecimiento, sino por lograr todo esto dentro de un sistema internacional diseñado específicamente para impedir el surgimiento de potenciales rivales para el autor de este: Estados Unidos. Y aquí tenemos la calve de todo.
Los estadounidenses, irónicamente, se encuentran en la coyuntura de sí estar dispuestos a recrear el sistema que ellos mismos forjaron, ya que la gran disputa global por la hegemonía mundial que inició en 1914 (primera Guerra Mundial), finalizó supuestamente con el fin de la Guerra Fría (la primera), y el momento de supuesta unipolaridad que nuestro amigo Fukuyama tanto proclamó como el “fin de la historia”. El sistema posguerra que surge después de 1945 no tenía como objetivo “prevenir la próxima gran guerra”, como siempre se habla, sino primeramente “administrar” el conflicto que se avecinaba con la Unión Soviética y, al finalizar ese conflicto, impedir el surgimiento de nuevos contrincantes. El sistema operó por mucho tiempo de manera perfecta, y cuando surgieron potenciales rivales – el Japón pos-Guerra y la Alemania Occidental – estos se mantuvieron dentro de un arreglo hegemónico, bajo el “paraguas” de poder de Estados Unidos. Treinta años después del “momento unipolar” estadounidense, el sistema si empieza a demostrar ciertas fallas, ya que el gigante asiático logró lo que logró, dentro de este mismo, y sin convertirse en una potencia “revisionista”, como lo fueron la Alemania Nazi y la Japón altamente militarizada.
El Señor Trump se dedicó exclusivamente al problema más importante que enfrentaba la hegemonía de su país: Su administración nunca demostró tanta hostilidad y deseos destructivos contra cualquier otro país, como lo demostró contra la China, y en esta lista estamos incluyendo a Corea del Norte. Pero en otro de estos de “salirle el tiro por la culata”, China salió fortalecida de las agresiones estadounidenses, y preparada para dar la batalla económica global poco convencional, en la cual Estados Unidos no es realmente un experto, ya que sus especializaciones son las de los enfrentamientos diplomáticos, militares, el uso y abuso de las propagandas ideológicas, todos elementos heredados de la primera Guerra Fría contra un contrincante que igualmente comprende esta misma lógica. La República Popular China – un nuevo paradigma en el ámbito internacional – requiere de una nueva lógica de guerra fría, una que Estados Unidos debe aún desarrollar, antes de aplicar.
No obstante, Estados Unidos tiene que actuar, pues ya se perdió mucho tiempo, y fue precisamente este tiempo pedido, el que permitió que la China de Deng Xioaping y Jiang Zemin se transforme en la China de Xi Jinping. Con la llegada del Señor Biden a la Casa Blanca, se le otorga continuidad a los planes del periodo Obama/Clinton (Hillary), y se retoma la agenda de expansión de la OTAN y la política de contención de la Unión Soviética/Rusia, pero ahora en el marco de cuatro nuevas realidades catastróficas para Estados Unidos: la estrategia de debilitamiento aplicada a China dio resultados adversos (la política de debilitamiento de Rusia después de Crimea igualmente no logró su objetivo de “arrodillar” a Rusia); Ya no se puede posponer de nuevo para otro periodo presidencial la vergonzosa salida de Afganistán; el arma del petróleo del fracking se acabó, y tarde o temprano, le entrarán nuevos recursos a Moscú, y, finalmente, la alianza Moscú-Pekín solo se habrá fortalecido, lejos del debilitamiento que los estadounidenses tanto deseo.
Entonces, con todos estos elementos ya presentados, ¿cuál es la estrategia estadounidense? Pues simplemente separar y conquistar, con un toque de “trampa afgana”, en su versión más “actualizada”: ahora será “trampa ucraniana”. Regresando a sus raíces de la primera Guerra Fría, y aceptando que una nueva “reconfiguración” del sistema internacional no sería del todo trágico (dada las nuevas realidades), Estados Unidos decidió desistir de la estrategia del periodo 2016-2020, para ahora enfocarse en Rusia, la cual ellos consideran que es el eslabón más “débil” de la alianza Moscú-Pekín. Igualmente prefieren dedicarse a neutralizar a Rusia porque lo harán aplicando una lógica que ellos entienden, la lógica de la Guerra Fría, sin tener que pensar creativamente fuera de los moldes previamente establecidos. La idea con Rusia es preparar el escenario para llevar a Rusia a un nuevo “Afganistán” o “Vietnam”, pero como este no existe en la actualidad, se debe crear “artificialmente”, y aparentemente, de tanto odio visceral que poseen ciertos ucranianos de los rusos, Kiev se prestó voluntariamente (o por lo menos eso es lo que nos hacen entender) para el rol del próximo “Afganistán” o el nuevo e intransigente “pantano” en el cual Rusia se “hundiría”, y nunca podrá salir de manera intacta.
Aunque mucho de esto se evidencia en el grado sin precedentes de histeria y desesperación que demuestran los occidentales por una crisis de su propia creación y para servir sus propios intereses, en realidad lo que más jaló la atención de quien suscribe fueron las propias palabras del senil Señor Biden: “My guess is he will move in. He has to do something”, y luego se repitió “he has to do something” (conferencia de prensa 20 enero 2022). La frase – “él tiene que hacer algo” – se refiere al malvado Putin, naturalmente, y fue emitida en el contexto de una de tantas predicciones realizadas por Washington de cuando sería la invasión rusa a Ucrania. El grado de desesperación y confusión que se evidencia en el rostro y el tono del Señor casi octogenario, el deseo que no puede ocultar, de ver a Putin hacer “algo”, es todo lo contrario a un llamado a “preservar la paz global y evitar una guerra a todo costo”. Es una “súplica”: por favor invade, por favor cae en la trampa.
La invasión rusa a Ucrania sería similar a la entrada de los tanques iraquíes en Kuwait. Al momento en que se “cierre” la trampa, no habría manera de que Rusia pudiera salir, excepto como Estados Unidos acaba de salir de Afganistán. O por lo menos eso es lo que dicta la “teoría” gringa. Con una economía más débil que la que poseía la Unión Soviética en las décadas de 1970 y 1980, la Rusia actual sufrirá todo tipo de medidas coercitivas unilaterales que tratarían de destruir lo que las medidas del 2014 no lograron. La idea principal es que Washington nunca enviaría fuerzas regulares a Ucrania, sino armamentos, milicias, mercenarios, incluso hasta irregulares de países con gobiernos que comparten con los ucranianos el odio visceral contra los rusos (los países Balcanes, Polonia, etc.), y así desangrar a Rusia, peor que en Chechenia y Daguestán en los 1990. Esa sería la “trampa afgana”: versión Ucrania 2022. El problema es que el Señor Putin ex-agente de la KGB no ha perdido lo aprendido en su larga experiencia.
La idea de desangrar a Rusia, quizás durante los próximos dos años en un “pantano ucraniano”, causaría inmensas devastaciones en Ucrania en particular, y en Europa en general, pero eso sería un pequeño precio – más pequeño aún considerando la cantidad de territorios y océanos entre ese desastre y los territorios gringos – y de todas maneras sería pagado por tantos otros que no son gringos, y por el noble propósito de lograr debilitar la alianza Moscú-Pekín. Con Rusia debilitada e incapaz de apoyar a Pekín, entonces Estados Unidos así podría dedicarse a destruir a China. La salida de Moscú de la ecuación de la Guerra Fría actual igualmente fortalecería la posición mundial de Estados Unidos, después del desastre de Afganistán de agosto de 2021 (sería como la victoria teatral e híper-dramática durante la primera Guerra del Golfo, la cual supuestamente le restauró la reputación guerrerista a Estados Unidos, después de se tragedia en Vietnam). La esperanza es que Rusia cometa los mismos errores que cometió la Unión Soviética, hacerla “colapsar” de nuevo antes que logren recuperarse los precios de los hidrocarburos, y así poder dedicarse al peligro mayor: China.
Ahora bien, no negamos que la “teoría” recién presentada pudiera tener ciertas limitaciones, ya que, aunque posee mucho sentido común, antecedentes de acción por parte de Estados Unidos, y múltiples elementos que reflejan la realidad geopolítica actual, igualmente carece de evidencias concretas. Recuérdense que este modelo explicativo no es una “predicción” de eventos que aún están por suceder, sino una explicación del propio pensamiento de quienes están impulsando el enfrentamiento geopolítico actual. Es un estudio de casus belli de las elites gringas, muy lejos de lo que pudiera suceder de verdad, en esta nueva Guerra Fría.
Solo la desclasificación de datos del gobierno estadounidense, quizás en 30 años, nos otorgarían las evidencias contundentes. No obstante, aquí podemos observar una posible explicación del casus belli del conflicto actual, y que alegremente no recurre a fantasías de la mitología griega, a doncellas secuestradas, magos y otros elementos híper-fantásticos, como razones culturales y civilizatorias. Es un modelo explicativo que efectivamente busca su necesaria divisa motivacional: el poder, por un lado, y la acumulación de riquezas, por el otro. La destrucción de Rusia y China, o su reducción a ser una de las tantas “órbitas” del “astro” que desea ser la hegemonía estadounidense (al estilo Unión Europea y el Japón), garantizará una renovación del poder estadounidense que le permita redactar un nuevo orden global – ajustado a las realidades del Siglo XXI – y, como consecuencia, este nuevo orden global le garantizaría un nuevo y abundante flujo de riquezas, superior al que ellos percibieron después de la Segunda Guerra Mundial. En fin, es por el dinero, y por el poder, sin “doncellas secuestradas” y cuentos de Narnia o de Harry Potter.
Esto es lo que más nos preocupa, a todos los que se dedican a enseñar Relaciones Internacionales. Nuevas generaciones de jóvenes surgen con una versión aguda y retorcida por el triste “Síndrome de Troya”, creyendo que las acríticas e ilógicas explicaciones para los conflictos que se dan en su entorno, reflejan de verdad la realidad social, mientras que temas como el poder y las riquezas, se transforman en elementos para “hacer la política”, en vez de analizar esta. El esfuerzo de este artículo no fue realizado para aclarar las intenciones de Washington y sus lacayos contra Rusia y China, sino para poner mi “grano de arena” en el proceso de reeducar a nuestras próximas generaciones y las poblaciones latinoamericanas en general, sobre este serio trastorno analítico de las Relaciones Internacionales. Es importante resaltar, lamentablemente, que el engaño de las élites globales no solamente se intensificará en los próximos años, sino que se pondrá aún más fantástico, más irreal o surreal, más histérico y menos racional, a medida que la desesperación por el inevitable debilitamiento hegemónico se haga más agudo, con el tiempo. Que Dios proteja a nuestros hijos e hijas de las desesperaciones de quienes ven perder paulatinamente su propio poder y privilegios.
Notas:
*Internacionalista y Profesor de relaciones internacionales en la Universidad Bolivariana de Venezuela. Ex Diplomático Bolivariano en Honduras expulsado en el 2019 por la dictadura golpista.
Colaborador de PIA Global
Referencias:
[1] El inglés Shakespeare dice: “La rosa no dejaría de ser rosa, y de esparcir su aroma, aunque se llamase de otro modo”. [2] Ver el capitulo titulado “Marea Simpson”, episodio no. 19 de la novena temporada. El capítulo fue presentado en el año 1998. Una secuencia del capítulo demuestra cómo el representante de Estados Unidos ante la ONU descubre en el plenario de sesiones que Rusia en realidad estaba conspirando desde antes para regresar sorpresivamente a ser la Unión Soviética y reimponer el Muro de Berlín. Aunque el episodio lo exponen de manera bastante burlona, es literalmente lo que está proponiendo una cantidad cada día más grande de personalidades del Mundo Occidental, todo con la burlona resurrección de Lenin. En el episodio de 1988, se ve el líder soviético levantándose como un Zombi de su tumba de vidrio, para destruir el “capitalismo”, pero en el 2022 (24 años más tarde), la “resurrección” es llamar a Putin un día el nuevo “Lenin”, y otro día el nuevo “Stalin”. [3] Tamaño de la península de Crimea, la cual fue incorporada por Rusia después de un referéndum de su población (casi toda rusa). El territorio era ruso desde el Siglo XVIII, pero en la década de 1950 fue cedido a la República Soviética de Ucrania. Solo en el 2014 fue que Rusia entendió el error fatal de entregar ese territorio a Ucrania, cuando en Kiev surgió un gobierno que está dispuesto a sacrificar todo con la finalidad de destruir a Moscú. En primer lugar, Kiev hubiera establecido a toda la flota estadounidense en el puerto de Sebastopol, y así representar un peligro mortal para Rusia y su flota del Mar Negro. [4] Una clase social compuesta por personas involucradas en complejas actividades mentales y creativas orientadas al desarrollo y la diseminación de la cultura, incluyendo intelectuales y grupos sociales cercanos a ellos. El término ha sido tomado del ruso интеллигенция (transliterado como intelliguéntsiya), o bien del polaco inteligencja. En una sociedad, la intelligentsia es una clase social de intelectuales cuyas funciones sociales, políticas e intereses nacionales son distintos de las funciones del gobierno, el comercio y las fuerzas armadas.