Guerras Híbridas Multipolaridad

El síndrome de euromaidán o la frustración de los Guaidó

Por Hernando Kleimans*
Esta nota tratar de poner claridad en algunos temas internacionales de importancia estratégica, sobre todo para nuestro país y nuestro gobierno nacional y popular.

“Maidán”, en turco, significa plaza, lugar abierto, bazar… En el siglo XVII, los cosacos habitantes en las fronteras entre los imperios otomano y ruso resolvían en esos “maidán” a quién vender mejor su fuerza mercenaria y agregaban a esos dos “clientes” un tercero: la Rech Pospolita, el pretendido y ambicioso imperio polaco que pugnaba por extender sus dominios desde el Báltico al Mar Negro. A los reunidos en “maidán” les era indistinto defender cualquier frontera, siempre y cuando la paga fuera la adecuada.

Fue precisamente Bogdán Jmelnitski, el “guetman” de las tropas de Zaporozhie, una región oriental de la Rech Pospolita, quien luego de liderar una asamblea cosaca en el “maidán” de Kíev, firmó en 1654 su integración al imperio ruso, conservando la autonomía de la región dominada por esas tropas y limítrofe con el imperio polaco.

De allí el término “Ucrania”. En ruso el verdadero nombre es “Ucraína”, lo que en la traducción significa “en la frontera”. Como tal, el estado ucraniano se formó en 1918, tras la revolución de octubre de 1917 en Rusia, por decisión de su líder Vladímir Lenin. En 1922 se integró a la flamante Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Durante la agresión nazi, en las regiones occidentales de Ucrania se formaron organizaciones que actuaron con los invasores como destacamentos represivos. La etapa soviética no logró liquidar esas tendencias nacionalistas de extrema derecha.

Activistas de derecha participantes de actos terrorista en Kiev

En 1991, Leonid Kravchuk, presidente de la Ucrania todavía soviética, firmó con el presidente ruso Borís Ieltsin y el bielorruso Stanislav Shuskiévich la disolución de la URSS.

Algo que el actual presidente ruso Vladímir Putin, consideró como “la mayor tragedia humanitaria” del siglo XX.

A partir de considerarse vencedores en la guerra fría, los grandes centros de poder de la Occidente imperialista estructuraron una estrategia tendiente a la desmembración de la ex URSS y a la cooptación de sus 15 repúblicas, bajo su control. Las primeras en llevar a cabo ese designio fueron las repúblicas bálticas: Lituania, Letonia y Estonia. En 2002 fueron admitidas en la Alianza Atlántica.

En 2004 Mijaíl Saakashvili, un abogado egresado de las universidades de Columbia y George Washington derroca a Eduard Shevardnadze, aliado de Moscú, y toma por asalto la presidencia de Georgia (Gruzia en ruso) liderando lo que se conoció como la “revolución de las rosas” porque era la flor con que se identificaba el motín.

En 2008, tras recibir la “ayuda técnica” de los asesores del Pentágono, Saakashvili intenta anexar las regiones autónomas de Abjazia y Osetia del Sur, territorios caucasianos lindantes con el sur ruso. La instantánea intervención militar de Moscú, en respaldo a sus aliados abjasios y osetios, liquidó este intento y congeló los arrebatos orgánicos de expansión de la OTAN en el Cáucaso.

La estrategia se concentró entonces en Ucrania, considerada como el eslabón más débil de la zona de influencia del Kremlin. Tras un largo período de enfrentamientos diplomáticos entre Moscú y Bruselas por la orientación del gobierno de Kíev, embretado en una durísima crisis económica, en 2013 el presidente constitucional Víktor Ianukovich rechazó la oferta de un préstamo leonino de la Comunidad Europea y acordó una importante ayuda financiera rusa.

En vísperas de estas decisiones, en la “maidán” kievliana se desató la misma turbamulta que años atrás en Tbilisi (la antigua Tiflis del zarismo) había llevado a Saakashvili al poder en Georgia. Fogoneados abiertamente por los servicios de inteligencia y los diplomáticos eurooccidentales y norteamericanos, grupos violentos levantaron barricadas y enfrentaron a las fuerzas de seguridad del gobierno ucraniano. Una de las principales inspiradoras y alentadoras de la violencia fue Victoria Nuland, por entonces asistente del Departamento de Estado para Europa y Asia y actual Subsecretaria del Departamento de Estado. Sus fotos repartiendo alimentos y “equipos” en las barricadas del “euromaidán” (como fue bautizado) fueron históricas.

En 2021 se intentó el mismo procedimiento en Bielorrusia. Pero el gobierno de Alexander Lukashenko, un ex director de un koljós soviético (granja campesina colectiva) y durísimo presidente reelecto, respaldado plenamente por su aliada Rusia, con la que conforma un “estado asociado”, no sólo liquidó la asonada, sino que puso al descubierto sus nuevos mecanismos, encaminados a la conformación en un mismo país de varios “euromaidanes”.

Los organizadores de los enfrentamientos coordinaban las acciones desde Polonia o Lituania, eligiendo los lugares donde las fuerzas de seguridad todavía no habían llegado.

Superado el desconcierto inicial, el gobierno de Minsk resolvió rápidamente la situación.

Entre otras cosas, desarmó los principales canales informativos sediciosos que, a través de redes sociales, convocaban al levantamiento.

La estrategia general global fue delineándose a partir de estos episodios: descontento general por crisis económica y política, gran repercusión mediática basada en los grandes medios internacionales de difusión, búsqueda del personaje opositor apropiado para convertirlo en líder y mártir de la democracia, con el consiguiente control sobre su obediencia, estallidos en diversos lugares del país elegido.

Esta “receta” no está dando los resultados esperados. En parte porque los propios líderes seleccionados dejan mucho que desear. Incluido el “presidente despresidenciado” venezolano Juan Guaidó, la presa ex “presidenta mística” boliviana Jeanine Añez y la candidata presidencial “descandidateada” bielorrusa Svetlana Tijanóvskaia.

El primero por no reunir siquiera las voluntades de la dispersísima oposición venezolana. La segunda por ser la pantalla de grandes defraudaciones y episodios de corrupción. La tercera, apenas una esposa de un disidente político bielorruso, por no levantar vuelo en su propio país y los tres por ni siquiera poder incidir en sus territorios políticos domésticos.

Intentos similares ocurrieron en otras partes del mundo en el pasado reciente. Hong kong y Cuba, por ejemplo, donde la receta parecía tener un desarrollo apropiado y fue cortada de cuajo por la auténtica intervención de sus propios representantes populares. En Bolivia la receta funcionó inicialmente con el pleno respaldo de los EE.UU. y de su vasalla OEA, hasta que por fin el pueblo boliviano retomó el poder en elecciones ejemplares.

Por el contrario, la aplicación de semejantes tecnologías en los mismos Estados Unidos: el BLM o el asalto al Capitolio, generaron e incrementaron agudos procesos internos de radicalización de la sociedad norteamericana alimentados por sonados casos de violación institucional como las últimas elecciones presidenciales. Inéditos hasta ahora por su exposición mediática e inmersos en una de las peores crisis socioeconómicas de ese país.

Con un presidente como Joe Biden, atacado por los dos extremos por ser “dependiente” de Putin o por cercenar la democracia interna. Palmario ejemplo de sus frustraciones ha sido la citada “cumbre de la democracia”, que pretendió ser la reafirmación de la “pax USA” y terminó siendo un olvidado episodio casi sin repercusión en los medios…

Según el “Survey Center on American Life” citado en un reciente artículo publicado en el “New York Times” por el expresidente norteamericano Jimmy Carter (97), el 36 por ciento de los estadounidenses —casi 100 millones de adultos de todo el espectro político— está de acuerdo en que “el estilo de vida tradicional estadounidense está desapareciendo tan rápido que quizá tengamos que usar la fuerza para salvarlo”.

Bueno, el propio Carter reconoce que durante su presidencia se enfocó en “establecer gobiernos de mayorías” en África, América Latina y Asia… Por lo visto, han sido frustrantes los intentos de Washington en ese sentido y desde entonces. Por eso han recurrido y recurren a estrategias “aggiornadas” como las que el jefe del estado mayor de las fuerzas armadas rusas, el general Valerii Guerásimov, denominó “nuevas guerras mentales”. Parte esencial en ellas es la manipulación informativa más que por los medios tradicionales de comunicación, mediante el uso de las redes sociales.

Los recientes episodios en Kazajstán, donde el descontento popular por los desmesurados aumentos de precios generó primeras reacciones masivas, desnudaron por completo esta estrategia general. De inmediato, coordinados por la comunicación operativa de esas redes sociales, aparecieron grupos terroristas foráneos, perfectamente armados y organizados, que se encargaron de atacar edificios de seguridad y… hospitales con inusitada violencia.

Estado del palacio de Gobierno en Nur-Sultán tras las protestas.

En los primeros días esos grupos coparon la escena en la capital Nur Sultán, en la gran Alma-Atá, en ciudades del occidente industrial y petrolero como Pavlodar o Karagandá.

En ese momento se puso en plena evidencia la vigencia del nuevo mundo multipolar. De inmediato y tras la convocatoria del presidente Kassim‑Jomart Tokaiev, la reacción de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (Rusia, Bielorrusia, Armenia, Tadzhikistán y el propio Kazajstán) fue súbita. Casi 4.000 efectivos fueron trasladados y se ocupan de asegurar los principales centros políticos y económicos del país, incluyendo Baikonur, el primer cosmódromo mundial. Al mismo tiempo que Rusia, China manifestó su respaldo a Tokaiev y advirtió sobre la acción de los mencionados grupos terroristas internacionales, y la Organización de Cooperación de Shanghái (18 estados encabezados por China, Rusia, India, Irán y Turquía), la misma que está embretando la acción expansiva de los talibanes afganos, informó al gobierno de Nur-Sultán sobre su solidaridad y condena a los grupos terroristas.

La resuelta y dura reacción del gobierno de Tokaiev, además de ocuparse del exterminio de esos grupos, dio como resultado la detención de quien podría ser el “elegido opositor”: el ex asesor del primer presidente kazajo Nursultán Nazarbaiev, Karim Masimov, quien dirigía el Comité de Seguridad Nacional.

En una reciente conferencia de prensa, los jefes del contingente de la OTSC anunciaron que se recuperaba la estabilidad en todo el país. La estrategia general había fracasado una vez más.

Tímidos intentos como los “anti-minería” en Chubut impulsados por “Greenpace” o los “anti-vacunas” impulsados por la ultraderecha en Europa no alcanzan a avivar los fuegos de la insurrección. Pero el solo hecho de que se produzcan debería poner en alerta a los gobiernos populares, incluyendo el argentino, porque se trata precisamente de una estrategia general, destinada a imponer criterios y dictados, hablando suavemente, extraterritoriales.

Se ve su recrudecimiento ahora, en vísperas de cruciales reuniones por la seguridad mundial, entre Rusia, los Estados Unidos y la OTAN. Moscú insiste en establecer un compromiso escrito que impida la dislocación de armamento nuclear fuera de las fronteras nacionales y la no expansión de la OTAN en las naciones lindantes con su territorio, por ejemplo, en Ucrania. La reacción occidental ha sido de rechazo a estos reclamos, ya que su objetivo es cercar a Rusia con bases y emplazamientos militares. El episodio kazajo es un eslabón más en esta cadena de intromisión violenta.

En este plano, las críticas a la asunción de Argentina como presidente pro tempore en la CELAC son sin duda una antesala de hechos más extremos. No hay que bajar la guardia y, una vez más, comprender que en el mundo hay nuevas fuerzas y alianzas que respaldan la gestión soberana e independiente de los estados.

Notas:

* Periodista, historiador recibido en la Universidad de la Amistad de los Pueblos «Patricio Lumumba», Moscú. Especialista en relaciones con Rusia.

Fuente: «P&V

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