Colaboraciones Nuestra América

El Salvador: marzo en nuestra historia

Por Raúl LLarul* Especial para PIA Global.
En varios países de Nuestra América marzo representa un mes de valores históricos de particular importancia.

Un golpe genocida y una bala en el corazón de Monseñor

En varios países de Nuestra América marzo representa un mes de valores históricos de particular importancia. Destacamos algunos de especial trascendencia en El Salvador y Argentina que, además, son dolorosamente coincidentes, y tuvieron sin duda efectos y consecuencias a nivel continental.

Nos viene rápidamente a la memoria el día 24 (de 1976 y de 1980); en el primer caso se trata de la fecha en que se consumó el último golpe genocida en Argentina, cuya consecuencia fue el aniquilamiento de buena parte de una generación que representó los valores más brillantes, nobles, decididos, claros, firmes y heroicos del pueblo argentino. El caso vino a completar la maniobra imperial conocida como Plan Cóndor, desplegado en todo el cono sur continental.

Pese al negacionismo imperante, ese pueblo se resiste a dejar de marchar cada año en las calles, de recordar, de expresarse cada 24 de marzo en contra del perdón y el olvido, reconociendo también el valor y la dignidad de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que simbolizan lo mejor y más puro de aquella tenaz resistencia, que se niega a dejar morir la memoria, no solo para recordar o para llorar sino como vía necesaria para cerrar los puños y seguir luchando.

En El Salvador, a las 6:25 de la tarde del 24 de marzo de 1980, una bala calibre .22 atravesó el corazón de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, mientras oficiaba misa en una pequeña capilla de la capital del país. También en marzo, el día 12 de hace 46 años, otro popular líder y sacerdote, el padre jesuita Rutilio Grande, era asesinado junto a dos acompañantes en un camino rural. Fueron ejemplos trascendentales de la realidad que vivía el pueblo salvadoreño.

De algún modo, aquellas acciones homicidas cerraban toda puerta a cualquier salida que no fuera la que dictaran las armas, esta vez ya no solo en manos de un ejército asesino y represor sino de un pueblo que se organizaba para resistir y derrotar a sus agresores.

Si recordamos estos dolorosos hechos, de los cuales nos separan más de cuarenta años, es porque aquellos enemigos de los pueblos, cuyas expresiones locales no eran más que la representación instrumental de las fuerzas imperiales empeñadas en imponer un nuevo modelo económico de dominación, y que solo podría hacerlo a sangre y fuego, adoptan hoy otras formas y métodos de dominación, pero siguen presentes en nuestras realidades como el primer día.

En efecto, es sobre la sangre y el luto de nuestros pueblos que el capitalismo transnacional podía imponer el brutal y salvaje neoliberalismo que hoy ha adoptado en nuestras sociedades la forma de un modelo normalizado, transformado ya en esquema cultural a base de la imposición del mercado y del individualismo como ejes centrales de las relaciones sociales de poder.

En el caso de El Salvador, aunque sin duda esta afirmación tiene validez en muchos países de Nuestra América, la negación de aquella memoria histórica, de aquel dolor y también de aquel heroísmo, está presente desde un régimen empeñado en hacerla olvidar. Para ello no solo niega los hechos históricos, sino que convierte maniqueamente aquellos personajes en lo contrario de lo que fueron en vida. Para este gobierno, aquellos militares asesinos hoy se revisten bajo el ropaje de héroes, porque los necesita como instrumentos esenciales de dominación y control social a través de la militarización del país; al mismo tiempo, Monseñor Romero no es más que una estatua, una imagen pintada en el lateral externo de la Catedral Metropolitana, o un producto de mercadotecnia en el esquema turístico oficial. Es también el nombre que da la bienvenida a los viajeros desde el aeropuerto de entrada al país. Nada más. Nada queda del mensaje romeriano, de su ejemplo de vida y de lucha por la justicia y contra la injusticia.

Si hoy viviera, Monseñor Romero actuaría con valentía denunciando a quienes desde las alturas del poder aplastan derechos y voluntades del mismo pueblo al que dicen servir. ¿Y qué decir de Rutilio Grande? De su ejemplo, que “convirtió” a un (hasta entonces) cauto y conservador Romero, en la voz de los sin voz en que se transformó. De ese Rutilio jamás oiremos hablar a los sátrapas que gobiernan al pueblo con dotes de tirano.

Pero esos ejemplos no han muerto, como no han muerto miles de otros a lo largo y ancho de nuestro continente, con innumerables figuras destacadas que se convirtieron en el símbolo luminoso de la lucha popular. Es allí, en lo más profundo del amor del pueblo, donde encontraremos a estas figuras, religiosas o laicas, pero siempre muy pegadas al sentimiento de los más pobres, excluidos y necesitados.

Es un buen momento para recordar estos hechos, no solo porque se conmemoran esos aniversarios sino porque, como tantos otros eventos, es responsabilidad de los pueblos mantenerlos vivos frente al decreto a muerte que suelen imponer los dictadores para castrar la muy peligrosa y subversiva memoria popular.

El Salvador, la cárcel más grande de América

Hablar de Romero en estos días es una imprescindible necesidad, pero también una indudable actitud subversiva. Porque si algo tenía (y tiene) aquel mensaje es su imperioso llamamiento a despertar, a rebelarse y denunciar las injusticias.

Sin duda, no hay mejor forma de homenajear a Monseñor, y a todas aquellas vidas dedicadas a luchar por la Justicia (así, con mayúscula y no la prostituida justicia de jueces serviles que usan las leyes como instrumento de guerra contra el pueblo, de persecución política, proscripción y aniquilamiento de cualquier resistencia), que denunciar no solo las injusticias sino a quienes las cometen, las avalan y las promueven. Es decir, poner nombre y apellidos a los perpetradores.

El primero en esa línea es el autócrata de CAPRES, que no solo niega la historia, miente acerca de ella y la manipula a su gusto e interés, sino que construye día a día una historia propia, inventada y falsa pero calculadamente montada para hacer creer a los incautos que sus acciones no solo son justas, sino que quienes se oponen a ellas son criminales o cómplices de los criminales.

Fue necesario que otro Jefe de Estado, este sí, con sentido de la dignidad, y consciente de que su cargo no es ni vitalicio ni otorgado por decisión de los dioses, sino que debe limitar su accionar a obedecer el mandato popular, cuestionara públicamente las violentas imágenes que tan orgullosamente su colega salvadoreño se empeñaba en difundir.

La respuesta del centroamericano fue tan predecible como sus delirios de grandeza; los insultos, desestimación de argumentos y absoluta falta de sentido del debate prevaleció, como siempre, en la respuesta. El hombre no puede aceptar que le lleven la contraria, que lo pongan en ridículo ante su escasa capacidad de diálogo civilizado.  Las redes sociales son para él un ring de pugilato; cualquier cosa que no sea elogios se tomará como agresión y será respondida en consecuencia. Mas de un neofascista latinoamericano toma nota y revisa sus métodos para emularlos.

Pero otras piezas del régimen no se quedan atrás en su intento de imitar a su mentor, aunque este los desprecie y desconozca. Asi pasó estos días con el ministro de trabajo Rolando Castro, famoso por sus declaraciones sin fundamento, sus datos alegres que no pueden comprobarse, y sus amenazas al estilo mafioso contra sindicalistas o rivales políticos de cualquier tipo.

La semana pasada, en uno de los programas televisivos de mayor audiencia, al ministro no se le ocurrió más que mentir abiertamente acerca de las cifras de creación de empleos de su gestión.

Es sabido que la economía y la errática política económica es uno de los grandes problemas del régimen, y que uno de los factores de la crisis social tiene que ver con el congelamiento del salario mínimo, así como la muy baja generación de empleos; es decir, existe una ineficaz política pública de promoción de inversión productiva que facilite y promueva la creación de empleos decentes y dignos.

Sin embargo, el ministro aseguró en el programa Frente a Frente, que se habría superado el millón de empleos, según planillas del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS). Esa información es falsa, como demostró la investigación del programa Voz Pública, que destaca las palabras del ministro, señalando que a la llegada del nuevo gobierno había 700 mil empleos formales; la realidad es que los registros oficiales indican que a 2019 había 855.043, es decir que de un plumazo el ministro Castro pretende acreditar a su inepta gestión la creación de 155,043 empleos que corresponde a periodos anteriores; del mismo modo, esa supuesta cifra de un millón de empleos de la que se vanagloria el antiguo matón del sindicalismo amarillo, no se logrará en los próximos meses al ritmo actual de creación de empleo promedio (unos cinco mil empleos al mes). Pero, además, es importante destacar que ese acumulado de 1 millón de puestos de trabajo no corresponde ni de cerca a esta administración, sino que se trata de la cifra acumulada en el ISSS desde el año 1954. El ministro ocultó, además, la pérdida de empleos durante la pandemia, aseguró que se crean 60-70 mil empleos anuales, cuando en realidad la cifra jamás superó los 31 mil puestos de trabajo generados.

¿Le importa al ministro mentir o insultar la inteligencia de la audiencia? En absoluto, es parte de la forma de hacer política de este régimen, que parece asentarse en la premisa de mentir, mentir y, ante la duda, volver a mentir. Y cuando alguien cuestiona la mentira, insultar a todo pulmón y en cada red social disponible.

Marzo en nuestra memoria

La lucha de las mujeres es la lucha de todos

Otro personaje igual de nefasto lo encontramos en la maquinaria propagandística ubicada en Casa Presidencial; allí, un sujeto siniestro, conocido en redes sociales como Brozo, cuyo nombre real es Ernesto Sanabria, encargado de la Secretaría de Prensa de la presidencia, dedica sus esfuerzos cotidianos al insulto, la descalificación y la provocación permanente contra toda fuerza, organización o persona que considere opositora o crítica hacia sus patronos. Son conocidos sus exabruptos, que llegaron a costarle el cierre de algunas de sus cuentas en redes sociales (y más de una sanción internacional).

Marzo es el mes para conmemorar el Día Internacional de la Mujer; parece un despropósito utilizar espacio en abordar el caso de un personaje particularmente misógino, machista e impulsor de políticas y discursos de odio, pero es necesario porque también en esa jornada tradicional de lucha, el personaje en cuestión no se pudo contener y comenzó a deslegitimar y denigrar la marcha de las mujeres salvadoreñas que ocuparon las calles capitalinas para hacer sentir sus voces y reivindicaciones. 

Esa marcha, evidentemente representaba, como toda expresión de protesta popular organizada, un peligro potencial (sobre todo, el peligro contagioso de mostrar capacidad de lucha popular), por eso el Secretario de Comunicaciones de la presidencia no tuvo mejor idea que empezar a señalar y destacar en fotos a diversos participantes, tildando la marcha, que para ese momento ni siquiera iniciaba su recorrido, como “insignificante”. Así funciona la mente enfermiza de esta gente; si es pueblo marchando resulta insignificante. Más grave aún, si se señala a las y los participantes en medio de un periodo oscuro como el actual, de ausencia casi total del derecho a la defensa, la publicación equivale a una amenaza directa a la integridad y libertad de las personas señaladas. Las viejas prácticas de los 70 y 80 del siglo pasado, de los tiempos de Monseñor y de Rutilio, aparecen hoy presentes en estos nefastos personajes con su carga fascistoide y atrasada.  

En cualquier caso, las mujeres, como no podía ser de otro modo, marcharon, protestaron, hicieron oir su voz, expresaron sus demandas en carteles y en consignas. Entre las manifestantes, un número considerable representaba madres, esposas, abuelas, hijas, nietas de hombres y mujeres detenidas bajo el régimen de excepción; por supuesto, también se expresaban familiares de detenidas y detenidos por razones políticas. De conjunto, estos núcleos deben ya empezar a ser considerados como sujetos sociales que se aglutinan detrás de demandas justas, que incluyen el respeto a los derechos humanos y la vigencia de derechos civiles aplastados por la dictadura en creciente implementación en El Salvador.

Los casos testimoniados en publicaciones de investigación serias, así como en los amplios listados de denuncias que esgrimen diversos y reputados organismos de derechos humanos, nos señalan con bastante claridad la necesidad de acompañar estas luchas; son miles las personas inocentes encarceladas sin aparente posibilidad de ser puestas en libertad.

Un dato puede subrayar elocuentemente la falta de garantías y la existencia de un sistema judicial prevaricador y servil. Entre marzo y septiembre del año pasado, la Asociación de Derechos Humanos Tutela Legal «Dra. María Julia Hernández», presentó más de 250 recursos de Habeas Corpus, y ninguno fue admitido.

Para el 23 de septiembre, junto a otras organizaciones defensoras de DDHH, llevaron ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) una denuncia contra el Estado salvadoreño por violaciones a derechos de 152 personas detenidas durante el Régimen de Excepción.

En esos 152 casos, según los demandantes, se violentaron derechos fundamentales contenidos en la Convención Interamericana de Derechos Humanos, como el derecho a la vida, el derecho a la integridad, a la libertad, a la protección judicial y a las garantías judiciales que también están contenidas en la Constitución salvadoreña.

Según datos de Cristosal, Fundación de Estudios para la Aplicación del Derecho (FESPAD), Servicio Social Pasionista (SSPAS), Asociación Centro de Estudios de la Diversidad Sexual y Genérica (AMATE), Instituto de Derechos Humanos de la UCA (IDHUCA) y la Red Salvadoreña de Defensoras de Derechos Humanos, se recibieron 4,071 denuncias de detenciones y abusos entre marzo a septiembre de 2022; resta conocer los datos actualizados de los últimos seis meses.

Se habló mucho a nivel nacional e internacional de la cárcel más grande de América; en realidad los hechos muestran que esa es una verdad relativa; no se trata solo de los espacios para alojar a 40 mil presos, sino que, en realidad, en más de un sentido, El Salvador se está convirtiendo en la cárcel más grande del continente; y esto a base de restricciones, de atropellos, de injusticias, de impunidad y de aplastamiento de derechos ciudadanos. La libertad formal de que gozan las y los salvadoreños, el ficticio sentido de seguridad que experimenta la población (y que sigue asegurando el apoyo de amplios sectores al gobierno), es frágil y endeble.

A medida que la crisis económica se profundice, la pobreza se siga extendiendo, las oportunidades sigan siendo tan ilusorias y falsas como las afirmaciones del ministro Castro, las injusticias y persecuciones se amplíen -como ya ha empezado a materializarse en la persecución a defensoras de derechos humanos-, las reacciones del pueblo no se harán esperar. Tampoco, seguramente, las de un régimen autoritario que no duda en echar mano de métodos fascistoides cuando de conservar el poder se trata.

En este mes de la mujer, donde conmemoramos y acompañamos sus luchas, es necesario destacar a las víctimas mujeres del régimen de excepción salvadoreño, no solo por las encarceladas, sino también por quienes desde el exterior de las cárceles quedan en total estado de vulnerabilidad, debiendo velar por las hijas e hijos de las y los detenidos, asegurar el sustento en muchísimos casos en condiciones de extrema pobreza, mientras tienen que también buscar recursos para que sus familiares encarcelados reciban vestimenta, víveres, elementos de higiene, etc.

Esa es la realidad que enfrenta un número creciente de mujeres en El Salvador, en su mayoría en situación de extrema pobreza y vulnerabilidad. Es la realidad de este 2023, que nos recuerda cada vez con más detalle, aquellos años igualmente oscuros de las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado. Por eso resulta de la mayor importancia derrotar la maniobra del régimen, y en general de las derechas cada vez más extremistas de Nuestra América, que buscan hacernos olvidar, perder nuestra memoria histórica, y con ella las experiencias de luchas victoriosas de nuestros pueblos.

Raúl LLarull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN.

Foto de portada: Monseñor Oscar Arnulfo Romero/Televisión Católica Arquidiocesana

Dejar Comentario