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El Salvador: la debilidad del discurso del odio

Por Raúl Llarull*. Especial para PIA Global. – Las corrientes de extrema derecha destacan por su forma de explotar los sentimientos más bajos de la sociedad, hacer alarde de racismo, xenofobia, elitismo y crueldad. La ausencia de empatía parece una seña de identidad de los fascistas, clásicos y contemporáneos.

Si algo parece tener en común el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, con el de Estados Unidos, Donald Trump, es la manipulación de sentimientos y cierta inclinación al cinismo y la crueldad. Se esfuerzan en calificar las iniciativas más nefastas y nocivas para el pueblo, o al menos para sectores tradicionalmente olvidados y marginados, como algo hermoso, beneficioso y digno de ser divulgado.

Veamos, por ejemplo, el apetito de Trump por denominar como hermosa (Big Beautiful Bill) una Ley que castiga con una dureza inmisericorde a millones de sus compatriotas, así como a muchísimos migrantes, perseguidos como bestias salvajes por uniformados que realmente se comportan como bestias salvajes.

La ley que tanto agrada a Trump es la que recorta fondos para investigación científica y sanitaria, reduce masivamente los créditos fiscales a las energías renovables, rebaja casi 800mil millones de dólares a Medicaid, privando de acceso a la atención sanitaria a más de 10 millones de personas. 

Los nuevos requisitos laborales tienden a perjudicar a los estadounidenses de bajos ingresos en lugar de sacarlos de la pobreza, mientras las rebajas de impuestos benefician muy mayoritariamente a los ricos.

La oficina de inmigración (ICE) y las fuerzas de seguridad reciben más de 100 mil millones de dólares, incluyendo 45 mil millones específicamente para detención y deportación de migrantes, mientras se recorta apoyo a la vivienda y educación.

Gracias a esta ley apreciada como bella por Donald Trump, ICE y DHS están ampliando contratos, sin licitación, con empresas privadas de detención como CoreCivic y GEO Group, las más grandes corporaciones dedicadas a operar centros de detención en los EEUU.

La ley no es el único ejemplo del sadismo de Trump y sus secuaces. También definió como “hermoso” el trabajo que su colega en El Salvador había realizado con la construcción del CECOT, más recientemente se regodeó con su habitual brutalidad, en la visita al nuevo centro de confinamiento de inmigrantes conocido como Alligator Alcatraz. Del mismo modo calificó el ataque con bombas realizado por su fuerza aérea contra Irán. El sadismo y el culto a la crueldad no parecen tener límites.

Unos miles de kilómetros al sur, otro personaje que parece disfrutar de los mismos niveles de maldad, se empeña en presentar como muy bueno y muy bello, el engendro carcelario que en todo el mundo está siendo descripto como un campo de concentración, una construcción repugnante y despreciable. Pero para el presidente de El Salvador y su siniestro aparato de seguridad, resulta ser una obra inigualable.

Lo muestran con orgullo al mundo, organizan paseos turísticos a sus visitantes VIPS, que se toman fotos frente a celdas repletas de seres humanos enjaulados como animales. Allí mantienen a los ciudadanos venezolanos deportados de EEUU, sin delito alguno cometido en El Salvador.

La prisión refleja la visión del régimen acerca del concepto de justicia como venganza, y de cárcel como castigo insuperable. Según sus criterios, los prisioneros deben sufrir escarnio y olvidar todo tipo de derechos.

Esa lógica, condenable en otros tiempos, hoy es exhibida abiertamente por estos personajes que, además, la transmiten a seguidores, que reproducen y aumentan sus discursos de odio. 

Odio que se manifiesta con frecuencia en las comunicaciones presidenciales. Es recordado el exabrupto del mandatario salvadoreño en octubre de 2023, al conocerse la operación de Hamas en territorio palestino ocupado. La reacción del mandatario, de origen palestino, pero indisimuladamente pro-sionista, fue abogar desde sus redes sociales por el aniquilamiento de la resistencia palestina, comparándola con los criminales pandilleros con los que su gobierno negoció, rompió acuerdos y a quienes -solo entonces- decidió combatir.

Lecciones desde la derecha

Los discursos de odio invadieron nuestras sociedades. Son, en realidad, expresiones del clasismo más cerrado que puedan exponer las clases dominantes.

Mientras tanto, desde ciertas izquierdas y progresismos, siguen jugando a quedar bien con las instituciones del sistema y del imperio, con la inútil esperanza de poder negociar para no ser atacadas por esas fuerzas, mientras reniegan de conceptos como la lucha de clases, descartados como obsoletos y caducos.

Las clases dominantes tienen muy claro quiénes son sus enemigos, y no dudan en golpear con toda energía a sus clases antagónicas cada vez que tienen oportunidad. Para ellos la lucha de clases no es cosa del pasado, aunque no la enuncien.

En estos tiempos de confusión, la derecha nos da una lección. Nos enseña que jamás tendrá una actitud misericorde si cuenta con el poder necesario para ejercer su dictadura, sea ésta abierta y directamente declarada, o se encuentre disfrazada de las actuales y profundamente degradadas instituciones “democráticas”. La lección de la derecha debe enseñarnos a no guardar esperanzas en quien tiene por finalidad aplastarnos; mucho menos en las instituciones que controlan, pongamos por caso, el sistema judicial y, en más de un caso, hasta el aparato electoral.

La manipulación de los instrumentos de la democracia liberal por las clases dominantes es reflejo de la crisis de ese sistema y de sus instituciones, particularmente si esas clases controlan el poder del Estado. Cada vez que una ley, o la misma Constitución, se convierte en un obstáculo para su finalidad última de acumular poder para seguir acumulando capital y ganancias, esas fuerzas se saltan la ley o la Constitución.

Lo vemos en la usurpación del poder por parte de un personaje al que el resto del mundo reconoce como mandatario legítimo de El Salvador, aunque haya violado todas las leyes que le impedían tan siquiera postularse a una candidatura. Muchos de los países que reconocen a este mandatario, no dudaron un segundo en cuestionar, por ejemplo, el triunfo del presidente Maduro en Venezuela, sometido a escrutinio estricto por la misma comunidad internacional que no hizo ni un gesto por impugnar al usurpador salvadoreño.

Solo ante la evidencia de la flagrante violación a los derechos humanos de las personas privadas de libertad, del número creciente de muertos en las cárceles, de las torturas y tratos vejatorios, de la persecución política a opositores, defensores de derechos humanos, periodistas, ambientalistas, sindicalistas, trabajadores informales, y en general todo aquel que represente una voz disonante, fue cuando desde organismos internacionales comenzaron a cuestionar su relación con la dictadura.

De Donald Trump son conocidos sus exabruptos ante cualquier funcionario de alto nivel, de cualquier país que oponga la mínima resistencia a sus caprichos imperiales decadentes. No se limita al campo internacional, sino que viola sus propias leyes; ha sobrepasado los límites impuestos por las cortes y las decisiones judiciales. Al igual que su colega salvadoreño, aunque por diferentes causas, no dudó en lanzar sus hordas sobre el Capitolio, cuando se consideró ofendido por un resultado electoral desfavorable. También así actuó otro famoso extremista, el brasileño Bolsonaro.

La lista, por supuesto, no se limita a estos personajes. Tenemos, sin ir más lejos, el caso de Javier Milei y sus acostumbrados insultos a la oposición y a la inteligencia de los argentinos.

Estas expresiones de las derechas extremas reflejan los signos de crisis profunda de un modelo agotado, en el que también las formas demoliberales burguesas de organización social parecen incapaces de responder a las necesidades de la sociedad. Una época de crisis para el entramado de instituciones y organizaciones forjadas al dictado de los vencedores de la segunda guerra mundial, desde la ONU hasta el FMI o el Banco Mundial, desde la OMC hasta la OTAN.

La inoperancia e inutilidad de la ONU en el caso de la tragedia palestina, la incapacidad de frenar a los genocidas, es una muestra del agotamiento del sistema. 

Pero si algo, o alguien, nos recuerda que el imperio del mal es esta derecha genocida y neofascista, que no se oculta, sino que disfruta y hace alarde de su odio, lo encontramos hace pocos días en una mesa en Washington, con el genocida Netanyahu proponiendo, con falsa solemnidad, al supremacista blanco Donald Trump para el premio Nobel de la Paz. Se ríen de todos en nuestra propia cara.

A pesar de todo no estamos solos. Si hacen lo que hacen, no es porque sean fuertes, sino porque cada vez controlan una porción más pequeña del mundo. Su decadencia resulta no solo inocultable sino indetenible y frente a estas fuerzas de la reacción, la violencia y la guerra surge, cada vez con más ímpetu, un mundo que no busca el conflicto sino la paz, que no ve enemigos sino amigos potenciales.

Formas diversas y novedosas de cooperación se reproducen en distintas partes del planeta, configurándose como alternativas multilaterales que no se basan en la hegemonía ni en la lógica amigo-enemigo, sino en la coexistencia, el reconocimiento mutuo, la defensa de los recursos naturales y la vida, y la generación de beneficios compartidos.

Hasta en sus propios territorios las políticas de odio se les revierten. Una reciente encuesta Gallup en EEUU (PBS News 11/07/25), señala que las acciones de la administración Trump motivaron un cambio sustancial en la percepción de la migración y los migrantes.

Hoy, ocho de cada 10 estadounidenses consultados (79%) creen que la inmigración es buena para el país. Esto representa un crecimiento del 64% respecto de hace un año y el registro más alto en 25 años. Solo 2 de cada 10 personas consultadas consideran la inmigración como “algo malo”. También entre los republicanos creció el aprecio por los migrantes, y descendió (de 55% a 30%) el deseo de que la inmigración se reduzca. Por otra parte, 9 de cada 10 adultos (85%) creen necesario facilitar formas de acceso a la ciudadanía para inmigrantes.

Un mundo nuevo está surgiendo, potente y desafiante desde el Sur Global. El occidente en crisis solo tiene como respuesta la guerra. Saben, en todo caso, que con ella no impedirán ni la continuidad de su crisis ni su derrota. Que no nos confundan, las expresiones de odio que manifiestan, y de las que hacen gala, no pueden ocultar la certeza de su destino.

Raúl Llarull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN. Colaborador de PIA Global

Foto de portada: revistainversionesynegocios.com/

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