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El Salvador: la cumbre del cinismo y la infamia

Por Raúl Llarull*. Especial para PIA Global. –
Pocas veces como en estos tiempos agitados y en este mundo cambiante, resulta tan evidente la profunda interrelación entre lo que sucede en los centros del poder mundial y lo que acontece en cualquier pequeño punto del planeta; pongamos por caso, El Salvador.

Al mismo tiempo, las acciones ejercidas desde el poder y las reacciones generadas por quienes las sufren, adoptan un papel tan simbólico que supera el hecho mismo que las origina.

La reunión la semana pasada en la Casa Blanca, entre Donald Trump y el dictador salvadoreño, sigue teniendo repercusiones negativas, no solo para los pueblos de El Salvador y EEUU, para las poblaciones migrantes y otros sectores afectados sino, paradójicamente, también para sus protagonistas.

En el caso del salvadoreño, su imagen de simpatía juvenil prefabricada, cuidadosamente construida a base de manipulación mediática, persecución y encarcelamiento de opositores y neutralización de medios críticos, saltó por los aires, desnudando el verdadero rostro que la máscara cubría, pero que en su país se conoce desde hace años.

Es el rostro de un dictador que considera la justicia como venganza y que la imparte como decisión personal autocrática. Incapaz de sentir empatía por quien sufre, profesa un odio enfermizo hacia cualquiera que no se someta ante su poder. Toda resistencia exitosa es percibida como una derrota personal.

El penúltimo ejemplo de lo que decimos fue su fracasada maniobra de desprestigio ante la visita del Senador Van Hallen, quien logró finalmente encontrarse con el ciudadano salvadoreño secuestrado en su propio país por órdenes de EEUU.

El haberse visto forzado a permitir el encuentro fue percibido como una derrota por el dictador, que se siente protegido por su colega de Washington quien, por cierto, también reaccionó desaforadamente ante lo que sintió como un golpe en el rostro.

El “incidente de las margaritas” pasó de intento de descalificación y desprestigio del visitante y del secuestrado, a un tiro por la culata. En todo caso, evidenció hasta dónde son capaces de llegar, con trampas, mentiras, montajes y manipulación, para cumplir sus objetivos. Si lo hacen con un Senador extranjero es fácil concluir lo que pueden llegar a hacer con sus críticos locales.

Servil y sumiso ante el poder imperial, el dictador fue incapaz de expresar una sola disonancia, una simple inquietud por la suerte de sus conciudadanos en peligro de deportación, la misma diáspora sobre la que escaló, a base de promesas jamás cumplidas, hasta llegar a la presidencia, olvidándose de ella hasta las siguientes elecciones.

Si el penúltimo ejemplo de incapacidad para asumir cualquier derrota fue la fracasada maniobra de difamación hacia el Senador Van Hallen y Kilmar Ábrego, el último ejemplo lo mostró de cuerpo entero como un personaje a las órdenes no sólo de Washington sino de la oposición fascista venezolana.

En la tarde del domingo de Pascua, buscando aliviar la presión internacional que recibe por reiteradas violaciones a los derechos humanos y el secuestro injustificado de inmigrantes venezolanos por órdenes de la administración Trump, lanzó un mensaje en redes sociales ofreciendo un “intercambio” de prisioneros, admitiendo en los hechos que los migrantes secuestrados son rehenes de la dictadura salvadoreña. 

Los símbolos

El encuentro en Washington y lo que allí se afirmó, dejó claro al pueblo de EEUU que no le queda otra opción que resistir hasta vencer el avance de las fuerzas más oscuras, de las élites más poderosas, clasistas y racistas, decididas a aplastar todo lo que se interponga en su objetivo de fortalecer el control total y su enriquecimiento absoluto.

El simbolismo de ese encuentro y sus consecuencias trascienden la reunión misma. Ambos personajes, autoritarios, arrogantes, despóticos, dejaron claro que las leyes internacionales no les preocupan, que sus respectivas constituciones no son relevantes, que en sus categorías hay personas con derechos y otras que no solo no los tienen, sino que ni siquiera son consideradas seres humanos. Definen como terrorista a quien se les ocurre y lo condenan al instante. Sin apelación posible.

Los ciudadanos estadounidenses pueden anticipar el rumbo de su país si esta camarilla avanza exitosamente. Por eso, la resistencia se empieza a hacer sentir en todos los frentes. Desde algunas universidades que rechazan el chantaje financiero, o la expulsión de estudiantes extranjeros en virtud de su pensamiento y origen étnico, las manifestaciones y protestas de costa a costa, hasta las batallas del poder judicial, que convierte el caso de Kilmar Ábrego y el de los ciudadanos venezolanos secuestrados en El Salvador, en símbolos de lucha en defensa de las reglas de convivencia construidas a lo largo de los últimos siglos en la Unión Americana.

Los casos mencionados superan los límites del país, afectan, desafían y cuestionan las leyes internacionales, el derecho internacional humanitario, los estatutos de refugiados, y prácticamente toda la legislación internacional relativa al trato de prisioneros, derechos humanos, derecho al trato digno, derechos de migrantes, entre muchísimos otros, que se nos presentan hoy ante el peligro de su virtual desaparición. 

Se corre el riesgo de institucionalizar la posibilidad del encarcelamiento sin juicio, sin causa, sin derecho a defensa, por tiempo indeterminado y con extraterritorialidad, haciendo que la carga de la prueba recaiga en el acusado (culpable hasta que se demuestre lo contrario).

Por eso, las batallas legales y políticas que se presentan, tanto en EEUU como en el plano internacional, representan mucho más que la defensa de un individuo o de un grupo de prisioneros. Es la lucha de la dignidad y la humanidad contra la barbarie y el fascismo.

Posiblemente, esta traumática experiencia tenga por resultado final, más temprano que tarde, y tal como sucedió cuando se derrotó al fascismo y al nazismo, la necesidad de asegurar nuevas reglas, que fortalezcan una institucionalidad surgida de un nuevo orden mundial consolidado; con dispositivos que no sólo impidan las acciones que hoy escandalizan al mundo, sino que aseguren la condena ejemplar para personajes que cometan este tipo de delitos de lesa humanidad, en el ejercicio de un poder del que claramente abusan.

No se trata solo de estos dos nefastos personajes, envalentonados por la impunidad que los rodea. En el mismo grupo podemos colocar a otro ilegítimo mandatario como Noboa, en Ecuador, producto -como el caso de El Salvador- de una continuidad fraudulenta, violando la constitución de su país y con un fraude descarado, asentado en la militarización; o el caso de Javier Milei, utilizando métodos de guerra interna contra su pueblo, propios de la dictadura genocida que reivindica su gabinete.

No olvidamos en ese grupo selecto de sátrapas al más grande genocida de la actualidad, el sionista Netanyahu, que sigue aplastando al pueblo palestino en resistencia frente a los bombardeos y tanques, sin que el mundo parezca interesado en mirar en esa dirección.

Todo esto y más se simboliza en aquella cumbre del cinismo y la infamia celebrada en la Casa Blanca. Para El Salvador, además, estos casos de violaciones a los derechos humanos, de secuestros masivos en campos de concentración, de los que se ríe el dictador convertido en carcelero de Trump, sirven también para recordar al mundo que más de cien mil personas guardan prisión en El Salvador. 

Miles de hombres y mujeres jamás han visto un abogado ni conocen la causa de su encarcelamiento. Casi 400 han muerto en las prisiones, porque mientras el mundo habla del CECOT, los organismos de derechos humanos denuncian condiciones infrahumanas en el resto de cárceles de todo el país. Recientemente salió a la luz la denuncia de prácticas de violación a prisioneras por sus guardianes, sin que se sepa que la Fiscalía haya movido un dedo para investigar[1].

Más del 2% de la población económicamente activa de El Salvador está en prisión, y ningún juez es capaz de superar con sus órdenes de libertad las decisiones de Casa Presidencial o del carcelero mayor de la dictadura, Osiris Luna.

La gravedad de los hechos, no solo en lo relativo a El Salvador, sino en cuanto a los desafíos que este grupo de extremistas en el poder presenta a la humanidad, son sin duda parte de un escenario mundial del que nadie puede considerarse ajeno.

Sin apoyo de sectores sociales que aceptan las aberraciones mencionadas, esta gente no hubiera llegado tan lejos. Va siendo hora que la parte decente del mundo, sin duda la mayoritaria, no solo se preocupe por las guerras arancelarias, sino también de la defensa de derechos que una vez perdidos serán muy difíciles de recuperar.

Raúl Llarull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN. Colaborador de PIA Global

Foto de portada: Win McNamee/Getty Images

Referencias:

[1] Custodios exigen sexo a cambio de toallas sanitarias, según organizaciones

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