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El Salvador: efemérides, coloniajes y otros asuntos

Por Raúl Llarull*. Especial para PIA Global. –
Frente a una derecha negacionista, que reniega de la memoria y que se extiende como un cáncer, de sur a norte y de este a oeste de nuestro continente, es bueno repasar hechos que marcaron hitos en la lucha popular.

Es otra forma de resistir ante esa ola reaccionaria, que parece haberse fortalecido a fuerza de bravuconadas y patrañas, que surgen desde Washington y se reproducen en las visitas de enviados de lo más destacado de la reacción mundial, embajadores de la muerte, el odio, la violencia y el dolor en el mundo.

Marzo es particularmente relevante en cuanto a efemérides en El Salvador. Desde el asesinato de Monseñor Romero, el 24 de marzo de 1980, el del padre Rutilio Grande, en 1977, junto a dos feligreses que lo acompañaban, o el de la defensora de Derechos Humanos, Marianella García Villas, en 1983, hasta la fundación, en 1930, del partido Comunista.

Coincidiendo con la fecha del magnicidio de Romero, la historia registra la fundación de las Fuerzas Armadas de Liberación, que integraría el FMLN. También el 15 marzo, pero de 2009, el primer triunfo electoral presidencial del FMLN.

Y hace 8 años, el 29 de marzo de 2017, se prohibió la minería metálica. Esta sí, por primera vez en el país y en el mundo. La iniciativa fue realmente pionera. Una diferencia notable con lo que venimos oyendo hasta el cansancio desde que esta corriente populista, de una derecha violenta, vulgar y sin ética, se acomodó en el poder para hacernos creer que la historia casi empieza con ellos.

Esa derecha, de la que el autócrata salvadoreño es exponente, pero que hoy tiene en la Casa Blanca un personaje aún más extremo y brutal, nos bombardea con relatos de “cosas nunca vistas”, “hechos jamás antes conocidos”, y mil patrañas por el estilo con cada documento ejecutivo que firman, con cada primera piedra que colocan, con cada obra que inauguran, por insignificante que esta sea. Antes de ellos, nada bueno. Esa parece la consigna de esta gente, que cree dirigirse a audiencias lobotomizadas, que solo esperan sus palabras para aplaudirlos.

Efemérides infames

Pero marzo es también un mes que recordará infamias, como la perpetrada este año por el Ejecutivo salvadoreño, convirtiendo el país en colonia carcelaria del imperio, postrándolo ante un tirano. Es el drama que vive El Salvador, pero también EEUU y, por extensión, la humanidad, al albur de un personaje desquiciado y de un gabinete fanatizado, incapaz de contener su odio, racismo y xenofobia.

Hay otra fecha emblemática para El Salvador. Una sangrienta, que siguió a un fin de semana trágico a manos de pandillas criminales. El día que el gobierno empezó a aplicar las propuestas represivas de un grupo de fascistas, formados al calor de guarimberos de la oposición venezolana cuyas raíces vienen de Voluntad Popular.

Hace tres años, desde el Ejecutivo, decidieron responder a las agresiones contra la población escalando la violencia, desnaturalizando el papel del Estado, de las instituciones, del respeto a los derechos de toda la población, con violaciones masivas y flagrantes a los derechos humanos, con énfasis en las comunidades más pobres, estigmatizadas y excluidas que, a su vez, habían sido tomadas como rehenes por las pandillas.

Más allá del relato, los discursos, los insultos y la propaganda, el régimen de excepción no fue más que una excusa para la construcción de un estado policial y la consolidación de un poder dictatorial y hostil a todo sector, grupo o individuo que pretendiera oponérsele.

Continuidad institucionalizada de un plan pre-concebido, de un proceso de militarización iniciado meses antes, con la excusa de la pandemia de COVID-19. El balance, más allá de la propaganda del régimen y de su aparato destinado a acallar toda forma de crítica u oposición, es dramático, tanto en costos humanos para la población como en pérdida de aquello que pueda evocar un Estado de Derecho.

Algunos definen el modelo salvadoreño como un sistema híbrido, pero la definición más adecuada parece la de dictadura extremista de derecha, con crecientes rasgos neofascistas, acentuados desde el inicio del periodo inconstitucional y fraudulento que rige El Salvador desde 2024, y agudizados desde el ascenso de Donald Trump a la máxima jerarquía imperial.

El Salvador se ha convertido en modelo de exportación para líderes de ultraderecha, populistas y autoritarios, que no tienen problema alguno en elevar su popularidad a costa de graves violaciones a los derechos humanos.

La estrategia de mano dura contra el crimen, la suspensión de garantías constitucionales y la concentración de poderes, han sido replicadas en otros países de América Latina, que vieron en la fórmula salvadoreña una vía para consolidar su poder, silenciar a la oposición y ganar popularidad.

Hoy, desde la administración Trump llegan las amenazas, anunciando la posibilidad de enviar “a las cárceles de Bukele”, a los “delincuentes” (una amorfa categoría que incluye desde manifestantes que denuncian el genocidio sionista contra Palestina, hasta cualquier migrante con sus papeles vencidos).

La narrativa de pertenencia a grupos criminales usada por Trump es copia exacta de la excusa del régimen salvadoreño para arrasar con cualquiera que se le oponga, bajo la sórdida acusación de pertenencia a pandillas.

Resistir la recolonización

Esta semana, en otro oprobioso capítulo de servilismo funcional al imperio, el régimen salvadoreño hizo gala de lo que parece enorgullecerlo, su aceitada maquinaria de violación sistemática de derechos humanos, capaz de aplastar la dignidad de cualquier persona, bajo el supuesto de culpabilidad hasta que se demuestre lo contrario.

Violador de toda norma de derecho humanitario, el modelo se presenta ante el mundo orgulloso de su crueldad, de justicia travestida en venganza, de hacer girar las ruedas de la historia moderna a épocas pre-civilizatorias. Con todo ello, al decir de Hanna Arendt, la banalidad del mal y la mentira se van haciendo costumbre.

Vivimos un proceso que no solo debe ser resistido y derrotado por ser de odio, crueldad, exterminio y violencia extrema contra los pueblos, sino también porque es un camino a la recolonización. Algunos resisten, prometen dar la batalla y se preparan para ello. Otros, no solo bajan la cabeza, sino que se ofrecen a servir a los poderosos, según estos decidan.

La visita de la Secretaria de Seguridad de EEUU, Kristi Noem, paseándose por el CECOT y anunciando desde ese entorno, que podrían llegar más personas de otros países a estos pozos sin fondo de deshumanización, la mostró actuando como si la cárcel fuera de su propiedadSe refirió a migrantes indocumentados, definiéndolos como criminales violentos. “Si tú no te vas (de Estados Unidos), nosotros te cazaremos, arrestaremos, y podrías terminar en esta prisión de El Salvador”, advirtió.

La función de colonia carcelaria parece ser el papel asignado a El Salvador en esta división internacional del trabajo. Los entreguistas locales, felices, esperan contar dividendos para sus amigos, familias y cómplices asociados.

La misma recolonización y probable balcanización amenaza a Argentina, tanto desde Inglaterra y EEUU como desde Israel; lo mismo va sucediendo en diversos puntos del planeta. “Vamos a tener que tomar posesión de Groenlandia”, señaló cínicamente Trump, amenazando también con la ocupación militar del Canal de Panamá, bajo la excusa de la hipotética presencia china en los puertos. Y la permanente ofensiva sobre México, contenida a duras penas por una inteligente jefa de Estado, que ha sabido combinar respuestas firmes con concesiones, pero que conoce sus limitaciones.

En este marco se presentan acciones criminales de una bajeza inusitada, como la ofensiva sionista sobre Palestina, mientras el mundo mira a otro lado, y se distrae con las idas y vueltas de los aranceles, y el pulso por la Paz en el Este de Europa.

El imperio pretende ser el sheriff del mundo como cuando, al fin de la guerra fria, consideraron que las leyes internacionales no debían aplicarse a una potencia mundial ejerciendo su fuero como amo universal. Aquellas teorías sostenían que los aliados debían subordinarse al poder imperial y quienes lo cuestionaran se colocaban del lado de los “enemigos de occidente” y promovían el terrorismo, como sucede con la imbatida revolución cubana, y la ignominiosa inclusión del país en esa lista.

Pero la fortaleza que pretenden mostrar es una batalla perdida contra el tiempo. Tanto dentro de los Estados Unidos como fuera de sus fronteras, la resistencia no es poca, y los plazos no juegan a su favor. Los caprichos arancelarios y las amenazas sólo registran más resistencias, las bolsas del mundo se resienten, la inflación y la recesión son amenazas reales. Mientras el poder judicial sigue siendo un clavo en el lujoso zapato de Trump, la creación de empleos en territorio estadounidense se ha materializado tanto como su anunciada paz ucraniana.

Tampoco los países agredidos o amenazados militarmente se dejan intimidar, y desde Yemen, como desde Irán, se suceden las respuestas. Al final, como señalaba Huntington y el mismísimo Kissinger, la posibilidad real de una super-potencia dominando el mundo resulta insostenible en un plazo más o menos largo. Pero, además, esta posibilidad se desvanece con el desarrollo de la tecnología, si esta se hace accesible a sectores alejados del poder central, como de hecho, sucede.

Ese papel de sheriff universal, que pretende jugar Washington parece inasequible. Lejos de ello, como lo advirtieron en su momento teóricos de la geopolítica, las posibilidades se inclinarían a la natural propensión de las fuerzas amenazadas a unirse en alianzas, generalizadas o parciales, contra la amenaza principal, en este caso el imperio en decadencia que puede hundir al mundo en su caída.

El pequeño dictador centroamericano parece haber elegido mal a su aliado, por más que logre visitarlo en su casa para redoblar sus manifestaciones de lealtad y sumisión, o compita, de la manera más infantil, en las antípodas de cualquier actitud de estadista, en un entorno de inteligencia artificial por saber quién es el más popular, rebajando su condición al de participante de un reality show contemporáneo.

La Casa Presidencial convertida en la casa de los famosos, mientras su pueblo padece las penurias de los ajustes estructurales recetados por el FMI.

El Salvador puede ser un aliado de Donald Trump, pero eso no hace que deje de parecerse cada vez más, trágicamente, al Haití de Duvallier, a la Nicaragua de Somoza, o la Cuba de Batista. Todas entregadas en cuerpo y alma al imperio. Así terminaron. Por eso es bueno recordar la historia, aunque los poderosos no quieran.

Raúl Llarull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN. Colaborador de PIA Global

Foto de portada: interferencia.cl/

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