Los creadores del autoproclamado “modelo salvadoreño” de gobernar, no dejan de fabular formas creativas para mantener la atención ciudadana y generar percepciones favorables a un esquema de gobierno profundamente incapaz, clasista y opresivo. Les va la vida en ello.
En un equilibrio crecientemente precario, más parecido a un castillo de naipes construido sobre imágenes ficticias, apariencias, discursos vacíos pero grandilocuentes, promesas fabulosas para los adeptos y sumisos, y amenazas brutales para los descreídos o dudosos, defienden su narrativa a capa y espada porque saben que este recurso resulta vital para postergar el inevitable colapso.
En pocas palabras, la dictadura compra tiempo que invierte en entorpecer toda posible reorganización popular, y sabe que la ilegal reelección presidencial es crucial para garantizar la impunidad, que de otro modo terminaría con muchos de los actuales funcionarios ante los tribunales y en las cárceles por ellos mismos construidas e inauguradas.
Los pasos del modelo “cool”
La condicionada “democracia salvadoreña”, autoritaria, restrictiva, irrespetuosa de formas y contenidos, encaja dentro de los cánones de la llamada “democracia de excepción”, con un modelo híbrido crecientemente volcado al autoritarismo dictatorial.
Lo que distingue este modelo o forma de dominación es su aparente respaldo de masas; difícil de explicar sin tener una comprensión amplia del contexto y de los pasos seguidos por los nuevos señores del poder para hacerse con él, y buscar cada día mantenerlo a toda costa, con los métodos que se requieran, por brutales y arbitrarios que estos sean.
Para llegar hasta ese punto, esta dictadura que tiene las características salvajes de toda dictadura, aunque el dictador y su séquito pretenda presentarla como inerme y fiel a los deseos del pueblo, ha debido seguir una serie de pasos, que será necesario señalar si pretendemos comprender el origen de su poder aparente, y con ello reconocer también sus puntos débiles, que a la larga deberían arrastrarlo a su caída, como sucede con toda dictadura.
1.Militarización y asalto institucional preventivo
Más allá del evidente aplastamiento de todo poder estatal al margen del Ejecutivo, lo que constituye de facto la eliminación del Estado de Derecho, la separación de poderes y la destrucción de todos los mecanismos de control democrático ciudadano, completado con el golpe de estado parlamentario del 1 de mayo de 2021, es evidente que el fortalecimiento y cooptación de la fuerza armada y la policía nacional civil, con privilegios y garantías de inmunidad e impunidad, constituyó el pilar esencial y primario para asegurar el control social, inicialmente de manera preventiva, hasta avanzar gradualmente desde los cercos sanitario-militares a ciudades enteras durante la pandemia, hasta la escalada nacional militarista al abrigo del estado de excepción, ya normalizado como permanente.
2. De la represión a pandillas a perseguir la organización popular
Escudado en la popularidad de las medidas represivas contra el crimen organizado, y respondiendo al hartazgo de la sociedad ante la inseguridad que había ido limitando hasta grados insostenibles el desarrollo de toda actividad productiva, social, política, religiosa, el gobierno se apoyó en la fuerza militar-policial para lanzar una ofensiva permanente, en una lógica de guerra interna, ilegal bajo todos los cánones internacionales pero bien vista por esa sociedad, que no reparó ni le importó que el desencadenamiento de los picos de violencia que dieron paso al régimen de excepción se hubieran generado como producto de la ruptura de los acuerdos entre el gobierno y las bandas criminales.
La sociedad entregó sus derechos prácticamente sin queja a cambio de que el gobierno le fabricara una sensación de seguridad física. No importaba que esa sensación fuera falsa; que lo que habían reemplazado en las colonias y barrios populares, era solo a los matones; antes eran pandilleros, ahora son cuerpos represivos, que tal como lo acaba de señalar el jefe de la policía, se sienten “los jueces en las calles” es decir que determinan quien es libre y quien va preso, por su aspecto, por denuncias anónimas, por venganzas entre vecinos, o porque sencillamente, una persona le cae mal al policía o militar de turno. Pegar antes de preguntar se ha vuelto moneda corriente. En definitiva, se reemplaza un terror por otro, y se siguen manteniendo discrecionalmente los cercos militares a comunidades pobres. Hasta el crecimiento de los feminicidios, incontrolables para un gobierno orgulloso de contar los días sin homicidios, pretende ser resuelto con más despliegue militar.
Pero con más de 60 mil capturados, incluyendo miles de inocentes (de los cuales han tenido que liberar a más 3 mil en razón de la arbitrariedad de las detenciones); con la inauguración de una prisión presentada casi como si de Alcatraz se tratara; con la denuncia comprobada de más de un centenar de muertes en las cárceles bajo responsabilidad de los carceleros del Estado, el discurso del combate a las pandillas empieza a agotarse, al tiempo que cuesta cada vez más justificar las renovaciones del estado de excepción inconstitucional, cuestionado además por prácticamente todos los organismos internacionales y nacionales de derechos humanos respetados a nivel mundial.
¿Por qué entonces mantenerlo? Porque es la pieza clave para la escalada de represión contra cualquier instancia de resistencia sindical, social popular, comunitaria y política que pueda cuestionar el accionar del régimen. Así, ya suman cerca de 200 los presos de arraigo popular encarcelados por sus luchas de resistencia. Contamos entre ellos a ex funcionarios de gobiernos del FMLN, a líderes comunitarios y miembros de las comunidades del Bajo Lempa, dirigentes sindicales, vendedores informales y sus liderazgos, y por supuesto líderes comunales de la lucha contra la minería metálica y defensores del medio ambiente. La inmensa mayoría de ellos encarcelados bajo el manto del ilegal régimen de excepción.
3. Negar la historia. Esgrimir la lucha contra la corrupción, pero impedir acceso a la información pública y proteger a “sus corruptos”.
“Hacer historia” para el régimen autocrático y el clan familiar gobernante, significó tratar de hacer olvidar la historia de luchas del pueblo, su memoria histórica, fase previa ineludible para imponer su narrativa de héroes y villanos, su tesis del enemigo interno (como hacían los regímenes dictatoriales de seguridad nacional de los años 70 del siglo pasado).
En esa lógica, la negación de la guerra, de los acuerdos de paz, de las formas de lucha, de los avances conquistados por esas mismas luchas, dejaba a un pueblo en la orfandad, que, según la narrativa oficialista, solo fue usado para fines personales. Imponiendo esta lógica presenta su proyecto como el primero que representa y defiende intereses populares.
Despotrica contra la oligarquía, pero se posiciona al frente de su clase. Acusa de corrupción a todos sus antecesores, pero cuando organismos como la CICIES, creada a instancias del gobierno, desnuda su corrupción galopante, cierra toda investigación, desmantela el organismo y avanza sin piedad sobre toda forma de control ciudadano sobre las finanzas públicas. Hoy, hasta los listados de medicamentos faltantes, o las causas de encarcelamiento de presos del régimen se mantienen por años bajo el puño cerrado de la información clasificada.
4. Andamiaje de control social mediante la aplicación de formas de guerra mediática de cuarta generación
Todo lo anterior no hubiera podido realizarse con el consentimiento de relativamente amplios sectores populares, sin haber establecido primero un dominio hegemónico casi absoluto sobre los medios de comunicación y las redes sociales, imponiendo así una narrativa oficial que justificaba sus acciones, condenaba a sus adversarios, a quienes presenta como enemigos del pueblo, estableciendo una dinámica permanente de agenda mediática propia, que asegura los temas de discusión popular y los distractores necesarios para dar continuidad y justificación a su gobierno.
El anuncio de obras faraónicas, la permanente oferta de pan y circo en forma de conciertos, torneos, promesas que ilusionan con la construcción de un país de primer mundo, pero de cartón piedra, condujo a un permanente adormecimiento y parálisis de un importante segmento de la sociedad. Por otra parte, no poca importancia tiene para el régimen mantener a la diáspora convencida que las maquetas, discursos, anuncios y “cambios históricos” son reales, que todo se hace “por primera vez en la historia”, y que se trata del “mejor presidente del mundo”. Es imprescindible esa narrativa, pero sobre todo es imperativo que la diáspora lo crea, porque en ella basa su esperanza de poder seguir gobernando con mayorías legislativas que no cuestionen las ilegalidades, abusos y oscuridad del régimen.
Las debilidades del régimen
Si bien todo lo anterior, la negación sistemática de información, la improvisación, la distracción para evitar enfrentar los desafíos reales y la agresión verbal y las amenazas han dado hasta ahora los frutos esperados por los arquitectos de la estrategia oficial, esto no basta para asegurar su permanencia. Un peligroso mal recorre las entrañas del sistema, y será muy difícil si no imposible, combatirlo a base de juegos de abalorios y propaganda condicionante de reacciones sociales.
Los bolsones de pobreza extrema se reproducen en todo el territorio nacional; la escalada de precios de productos básicos para las economías más frágiles y vulnerables hace que aumente la proporción de familias que solo pueden comer una vez al día.
El sector informal de la economía en lugares de comercio clave como habían sido las calles de la capital salvadoreña se ha visto duramente golpeado por la cruzada de la alcaldía capitalina para eliminar los puestos callejeros, sin por ello ofrecer alternativas verdaderas a las vendedoras (en su inmensa mayoría este sector es impulsado por las mujeres), que empiezan a incorporarse al creciente ejército de desempleados sin ingresos asegurados.
Esa cruzada oficial, por otra parte, tiene como fin presentar al mundo de la especulación de criptoactivos una nueva ficción, una ciudad cuyo centro histórico luzca despejado y libre para el turismo, pero escondiendo debajo de la alfombra, relegando a los rincones más oscuros de la ciudad a familias enteras sin recursos para su supervivencia.
Y en este marco, el gobierno decide eliminar el subsidio al gas licuado de petróleo, afectando nuevamente a los sectores más vulnerables, las familias de escasos recursos y las pequeñas empresas de comida, entre ellos. También los costos de servicios como el agua o la electricidad se siguen disparando. Esa bomba de tiempo construida pieza a pieza por el mismo gobierno, primero para robar y asegurar el control del Estado como si fuera una empresa al servicio de la clase dominante emergente, y segundo para ir cumpliendo con obligaciones externas debido al insostenible endeudamiento en que ha incurrido en los últimos tres años, sigue siendo un dispositivo activo, listo para explotar cuando el hambre y la organización popular supere el miedo y la apatía.
Por eso, aunque hoy el panorama del régimen aparente lozanía, y sus discursos mantengan una línea triunfalista, ellos mismos saben que en el mediano plazo el modelo es insostenible.
Aún con una ilegal reelección presidencial nada indica que la crisis creciente de la economía mundial, sumada al enorme e indetenible crecimiento de la pobreza estructural en El Salvador, una de cuyas claves fue el desmantelamiento de la producción agrícola nacional, impedirá que, sin programas sociales, sin inversiones productivas, sin generación de ofertas laborales reales, y cerradas cada vez más las alternativas para la migración, la temperatura social siga creciendo, y los mismos que hoy halagan al gobierno, manteniendo alguna esperanza de mejoría, abandonen rápidamente ese barco, y se sumen sin mayores avisos a una inevitable ola de protestas, para la cual no hay remedio propagandístico posible; será esa la hora que la dictadura cool se convierta en tradicional dictadura militar. Pero ya será tarde; el régimen estará usando su última herramienta, pero el pueblo habrá para entonces, roto con la última barrera de su paciencia.
Raúl LLarull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN.
Foto de portada: El presidente salvadoreño, Nayib Bukele, cambió nuevamente su biografía en Twitter para describirse como el «dictador más cool del mundo mundial». (Photo by Marvin Recinos / AFP) (Photo by MARVIN RECINOS/AFP via Getty Images)