Personalidades inestables, arrogantes, autoritarias y caprichosas, evidencian también un cinismo que desafía e insulta la inteligencia de los pueblos, a los que sin duda desprecian, única explicación ante esa capacidad de mentirles descaradamente. Su vehículo de preferencia son sus propias redes sociales digitales, donde parecen creer que gozan de impunidad e inmunidad absoluta para insultar, difamar, o afirmar cualquier locura, sin consecuencias legales ni políticas.
Abundan últimamente los ejemplos de este tipo de personalidades accediendo a la política. Quizás el caso reciente más llamativo por lo extravagante resulte el de Javier Milei, derrotado en la primera vuelta electoral, pero que -y este es uno de los dramas que no sólo afecta a la Argentina contemporánea- contó con el favor de varios millones de votantes que parecieron sucumbir a sus descabelladas propuestas, colocándolo como segunda opción preferencial.
Si bien el caso de Milei resulta extremo, y en cierto sentido sorprendente, permite ver sin embargo, hasta dónde pueden llegar este tipo de personajes, y muy particularmente este tipo de proyectos (porque sería un gravísimo error de análisis pensar a estos personajes como simples individuos y no lo que en realidad representan, la punta del iceberg de proyectos de dominación extremistas y autoritarios, orientados a aplastar y reprimir las iniciativas populares de lucha y organización, para asegurar el retorno a una suerte de capitalismo primitivo, donde el mercado y la ganancia son los dioses absolutos, la super explotación, el individualismo y el consumismo, el sentido común social y los derechos conquistados, cosa del pasado).
En este nefasto cinismo sin fronteras, destaca también el presidente de El Salvador. Escudado en una personalidad disruptiva y desenfadada, que se encargan de aplaudir miles de cuentas falsas destinadas exclusivamente a promover su imagen y reproducir hasta la saciedad lo que sea que al personaje se le ocurra publicar, ha ganado fama por su forma descarada de mentir, difamar, amenazar y realizar afirmaciones que contradicen verdades históricas y hechos factuales de todo tipo.
La peligrosidad de este tipo de personajes jamás debería ser subestimada, porque la historia contemporánea nos demuestra al grado de desgracias a que pueden arrastrar a la humanidad. Así podemos encontrar en el cinismo de Zelensky, presidente de Ucrania, no solo la justificación de la guerra y las masacres sino la permanente afirmación pública de hechos que no se verifican en la realidad, pero que se difunden globalmente como verdades incontestables. Lo mismo sucede con los actuales dirigentes israelíes y sus aparatos de guerra mediática de manipulación global, orientadas a justificar el genocidio del pueblo palestino bajo el salvajismo asesino del sionismo más fanatizado que, como afirmara el presidente Petro, cada vez parece más cercano al accionar de los nazis en los campos de concentración.
En cada caso el cinismo prevalece; la afirmación, sin inmutarse, de hechos contrarios a la realidad factual y la búsqueda permanente de la justificación mediante un ejercicio despreciable de victimización, son algunos de los elementos que van apareciendo en uno u otro de estos personajes.
El tejido social del cinismo institucionalizado
El caso de El Salvador, como lo fue en su momento el del Brasil bolsonarista o el trumpismo norteamericano, resulta emblemático de este fenómeno. Si fuese solo un individuo el que realizase ese ejercicio despreciable de mentiras y confusión, quizás no sería tan grave. Pero, como a los asesinos en serie, a este tipo de personajes le suelen salir imitadores. Algunos lo hacen para ganar notoriedad, ahí se agolpan las hordas de “youtubers”, blogueros, “influencers”, y gente sin otro talento que su facilidad para la mentira, el engaño, la infamia y el insulto, que venden sus servicios al mejor postor, mendigando dineros públicos en la Asamblea Legislativa y otros centros de poder, manejados a discreción por personeros del actual régimen autoritario que rige El Salvador en estos tiempos oscuros.
Están luego los cuadros medios de la maquinaria oficialista, quienes para conservar sus puestos en las esferas del poder actúan, en muchos casos sin que nadie lo solicite, en otros en complicidad con los encargados de granjas de bots oficialistas, para contribuir a difundir mensajes, pero incorporando sus propias patrañas, mentiras, provocaciones, burlas e insultos. Este último pelotón lo forma una multitud de sujetos mediocres, con pasado oscuro que -como solía suceder en los regímenes fascistas tradicionales- conforman el tejido que da sustento al conjunto de cuadros medios, encargados del manejo de un Estado en proceso permanente de transformación, para adecuarlo a los intereses y necesidades del grupo de poder económico-político emergente.
Como es sabido, en aquel fascismo histórico ese estamento se nutría de delincuentes, ex convictos, renegados provenientes de partidos de izquierda, matones a sueldo, etc. Hoy esos perfiles se encuentran en varios de los actuales diputados celestes, desde sus más altas autoridades hasta los de la llanura. Lo mismo encontramos en los altos cargos y cuadros medios del aparato ejecutivo, en ministerios y secretarías.
Lúmpenes, contrabandistas, traficantes de personas (coyotes) o de sustancias ilícitas, asociados al crimen organizado, especuladores, estafadoresy, por supuesto, personajes corruptos conocidos por haberse lucrado de las necesidades del pueblo en el marco de la emergencia sanitaria de COVID-19, figuran a cargo de muchas de esas oficinas del Ejecutivo.
La mentira como bandera
Pocas expresiones de ese cinismo oficial, capaz de retorcer hechos evidentes y probados hasta niveles inauditos de falsedad descarada, que las recientes declaraciones de la máxima autoridad salvadoreña intentando negar las denuncias nacionales e internacionales de violaciones de derechos humanos, muerte, tortura, y trato inhumano y degradante de prisioneros en las cárceles bajo el régimen de excepción.
No le molesta mayormente al régimen autoritario salvadoreño que esos organismos eleven su voz de protesta ante groseras violaciones de DDHH; simplemente las ignora en la medida que su control mediático y de redes le permite neutralizar el acceso informativo a amplios sectores de la sociedad salvadoreña; sin embargo, cuando esa información llega a medios de amplia difusión (ya sea para la población local o la diáspora que concentra un importante caudal de voto cautivo -y manipulado- a favor del oficialismo), entonces el asunto cobra importancia, porque pone en juego el Talón de Aquiles del régimen y su autocrático líder: la imagen.
Así se explica la fulminante reacción y la falsa afirmación presidencial, que no puede interpretarse más que como una maniobra urgente de control de daños y gestión de crisis mediática.
El 22 de octubre, el presidente salvadoreño aseguró en la red social X que “(…) nuestras cárceles son limpias, ordenadas, no hay abusos, ni insalubridad, ni golpes, ni asesinados (como a diario pasa en otros países)” en respuesta a una publicación del medio estadounidense Telemundo sobre las condiciones de los reos en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT).
Ante semejante patraña, que solo puede equipararse a las afirmaciones de los decrépitos dictadores de los años 70 y 80 del siglo pasado, que afirmaban sin inmutarse que sus regímenes eran “escrupulosos defensores de DDHH y que era la maligna oposición comunista y subversiva” la que inventaba esas acusaciones, los informes de organizaciones para la defensa de derechos humanos nacionales e internacionales no se hicieron esperar para desmentir lo expresado por el mandatario. Así lo confirman también las decenas de testimonios de víctimas en el régimen de excepción, y el registro de cerca de 200 muertes, una parte de ellas por violencia, bajo custodia del Estado[1].
La misma línea de mentiras sistemáticas, de cinismo inagotable, se comprueba en cada una de las áreas sensibles de gobierno. Mientras se envuelven en la bandera de la defensa de los derechos el pueblo, prostituyen y degradan el concepto pueblo hasta un nivel utilitario que solo sirve para el engaño y el favorecimiento de sus propios negocios como grupo hegemónico emergente. La reforma al sistema de pensiones, por ejemplo, lejos de servir para garantizar jubilaciones justas a la clase trabajadora sirvió para la virtual expropiación de fondos de los trabajadores, utilizados para el pago de los caprichos de quienes llevan las riendas del Estado y que, a junio de 2023, han endeudado el país hasta un 84% del PIB y no al 60% como maquillan las cifras oficiales, según el economista Luis Membreño.
No todos pierden. La reforma de la ley de pensiones garantizó a las administradoras un aumento del 11% en sus comisiones. Así, entre enero y septiembre tuvieron una utilidad neta de 22.2 millones de dólares, una cifra incluso mayor a la de todo el año 2022, que fue de 17 millones, según reporta otro economista, César Villalona.
Podríamos seguir, porque en economía, y en la forma de encubrir el hundimiento del país, es uno de los rubros en que el cinismo oficial alcanza cotas de descaro absoluto, mientras las grandes mayorías sufren una creciente hambruna, que fuerza a mayores escaladas de migración ilegal, trabajo informal y, algo que el régimen se encarga de ocultar cuidadosamente, el crecimiento de los delitos contra la propiedad, hurtos y demás, que aumentan a medida que se redujeron aquellos asociados a pandillas. Lo que no pueden explicar desde el gobierno es que esto suceda mientras el ejército y la policía se despliega impunemente al cobijo del eterno régimen de excepción.
Contubernio imperial y show inconstitucional
Esta semana El Salvador vivió otra demostración de cinismo, esta vez la operación fue “coprotagonizada” por el presidente y el representante del Departamento de Estado de EEUU, en visita a Centroamérica, Brian Nichols, subsecretario de Estado para asuntos del Hemisferio Occidental.
Las declaraciones de Nichols luego de reunirse con el mandatario, pero también con sectores afines y sensibles a las políticas de Washington, como la UCA, la Cámara de Comercio Salvadoreña Americana (AMCHAM), entre otros, hace pública una posición respecto del régimen salvadoreño que aclara, para quien tuviera dudas, el respaldo norteamericano a la actual administración, en la medida que la misma contribuye a los objetivos estratégicos del redespliegue neocolonial imperial en la región.
Quedan en el olvido aquellas poses hipócritamente antiimperiales del líder salvadoreño, y las “contradicciones” expresadas por Washington ante el literal aplastamiento del Estado de Derecho en El Salvador. Hoy, para EEUU, la ilegítima Corte Suprema de Justicia, el fiscal impuesto, la violación sistemática de derechos humanos y de la Constitución, en algunos casos resultan simples excesos, a los que llaman a subsanar, en otros se da por superada cualquier crítica a la legitimidad de los métodos de imposición de magistrados, mientras se escudan en el respeto a las decisiones del pueblo en elecciones para justificar la inconstitucional postulación presidencial a la reelección de un candidato que, aunque ilegal e ilegítimo es, a partir de ahora y a los ojos de quien lo quiera ver, el “candidato del Norte”. En ese marco no sorprendería que finalmente el FMI apruebe el acuerdo SAP pendiente desde 2021, habilitando el flujo de 1.300 millones de dólares a las exhaustas arcas de El Salvador.
El show publicitario, montado a última hora a las puertas del TSE, sirvió para que el autoritarismo saque pecho ante el nivel de sumisión al que redujo al árbitro electoral, mientras el candidato inconstitucional prometía a sus seguidores continuar gobernando con el régimen de excepción, el mismo que hace meses EEUU criticaba y que hoy suavemente llama a que “en algún momento deberá acabar”. El cinismo parece contagioso.
Raúl Larull* Periodista y comunicador. Militante internacionalista. Miembro del FMLN.
Imagen de portada: celag.org/
Referencias:
[1] https://vozpublica.net/2023/10/24/es-falso-lo-que-dice-bukele-de-que-en-las-carceles-no-hay-abusos-ni-asesinados/