El Reino Unido es uno de los países que más sanciones ha impuesto a Rusia por el conflicto en Ucrania. Petróleo, plata, aluminio, acero, pieles, automóviles y hasta vodka: Downing Street trata de acorralar a Moscú por todas las vías posibles. Sin embargo, las prioridades de Londres podrían cambiar en un futuro próximo.
Boris Johnson nunca ocultó su admiración por Winston Churchill. Lo admiraba por su carácter nacionalista y su temperamento determinante. También porque, como él, era un gran amante de la historia y la literatura. La política, sin embargo, carece de romanticismos. Y es entonces cuando cobra sentido aquello que dijo recientemente la escritora española Berna González Harbour: Boris y Winston sólo se parecen en su pasión por el trago.
En 1940, durante los momentos más cruentos de la Segunda Guerra Mundial, Churchill pronunció uno de sus tres discursos más célebres ante el Parlamento británico: This was their finest hour (Esta fue su hora más gloriosa). Aquella tarde, el hombre fuerte de Inglaterra aseguró que el Reino Unido estaba decidido a derrotar a la Alemania nazi para que «toda Europa pueda ser liberada y la vida del mundo pueda avanzar hacia amplias tierras iluminadas por el sol». Aunque nos destruyan, dijo Churchill, no importa, porque se grabará en la memoria de los británicos como la hora más gloriosa de su patria.
Ocho décadas después, Boris Johnson evocó aquellas palabras ante los congresistas ucranianos, a quienes llamó a luchar contra Rusia. «Esta es su hora, este es el momento más heroico de Ucrania, un capítulo épico de su historia nacional que será recordado y relatado durante generaciones», sentenció el 3 de mayo.
La diferencia entre ambos radica en los resultados conseguidos. Churchill se convirtió en un héroe para los británicos, él y sus aliados vencieron a Adolf Hitler y hasta se ganó el Premio Nobel de Literatura. Boris, en cambio, acabó acorralado por sus propios escándalos y obligado a dimitir como primer ministro. En tres años, pasó de ser el hombre que prometía regresar las viejas glorias del Reino Unido a ser el orquestador de una de las mayores crisis políticas de Downing Street.
¿El Reino Unido perderá interés en Ucrania?
Al igual que Joe Biden en Estados Unidos, el exlíder del Partido Conservador trató de impulsar su cada vez más mermada popularidad a través del conflicto en Ucrania. Cuando surgía un nuevo escándalo en su contra —ya sea por sus bacanales en plena pandemia de COVID-19, por las acusaciones de acoso sexual en contra de su aliado Chris Pincher o por su intransigencia al no respetar los acuerdos del Brexit con la Unión Europea—, el líder torie recurría al discurso heroico del Reino Unido y a envalentonar a Kiev para luchar contra las que, decía, eran ambiciones expansionistas del Kremlin.
«El de Boris Johnson fue un Gobierno populista y nacionalista hasta cierto punto si consideramos la posición que tenía frente al Brexit y la Unión Europea. Los Gobiernos de este tipo utilizan las problemáticas internacionales para crear enemigos afuera y, de este modo, ensalzar su gestión desde adentro. Esa fue la fórmula de Johnson. Por supuesto no le funcionó. Los escándalos internos lo rebasaron. El problema con estos Gobiernos es que, así somo suben, caen», observa Ana Luisa Trujillo Juárez, académica del Centro de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
La experta asegura que el papel del Reino Unido en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es crucial. Después de Estados Unidos, dice, este país es el que más recursos gasta en la organización, considerada por el presidente Vladímir Putin como un ente expansionista que busca cercar a Rusia. No podría entenderse la OTAN sin la alianza estratégica entre Washington y Londres, señala.
«En el corto plazo, el Reino Unido seguirá interesado en apoyar a Ucrania, pero es posible que estas perspectivas cambien conforme los efectos de la guerra se vayan haciendo más visibles en todo el mundo y conforme se haga más evidente la crisis de los energéticos, sobre todo cuando ya se sientan las afectaciones en el bolsillo del pueblo británico. Será ahí cuando veremos un giro y una reconsideración de la política británica hacia Ucrania», considera Trujillo Juárez, autora del ensayo Claves para entender la seguridad y defensa de la Unión Europea (2020).
El escudo Ucrania era de papel
El 26 de enero pasado, cuando las tensiones entre Moscú y Kiev azuzaban el panorama internacional, en Downing Street se vivían momentos oscuros. El Partido Conservador y el Partido Laborista, así como una gran ola de ciudadanos, empresarios y funcionarios públicos, pidieron la renuncia de Boris Johnson. No soportaron sus escándalos. Les parecía injustificable que el primer ministro se hubiera enfiestado en su oficina con sus amigos mientras había británicos que no podían despedirse de sus seres queridos a causa del COVID-19.
El famoso Partygate llevó al exprimer ministro a comparecer ante la Cámara de los Comunes, donde exigieron su dimisión inmediata. Johnson prefirió hacer caso omiso. Y en lugar de hablar sobre su responsabilidad en las fiestas, abordó el tema de Europa del Este.
«El Gobierno británico se está uniendo a Occidente para que tengamos el paquete de sanciones más duro posible, a fin de disuadir al presidente Putin de lo que, en mi opinión, sería una invasión catastrófica y temeraria», se defendió Johnson. Y enseguida reprochó al líder laborista, Keir Starmer, por ignorar «el hecho de que tenemos una crisis en las fronteras con Ucrania».
Para cuando estalló el conflicto entre Rusia y Ucrania el 24 de febrero, el Gobierno de Boris Johnson respondió categórico. Fue uno de los primeros países en imponer sanciones a Moscú y también uno de los primeros en enviar armamento al ejército ucraniano. Incluso Johnson tomó la decisión de ir al campo de batalla y visitar, allí, a Volodímir Zelenski, el presidente de Ucrania.
Apoyo real, pero también populismo
El 9 de marzo, Boris Johnson anunció el suministro del Reino Unido a Ucrania de un arsenal de misiles antiaéreos de alta y baja velocidad Starstreak. También dijo que decenas de soldados ucranianos son entrenados en Gran Bretaña para conducir vehículos del ejército Wolfhound y, de ese modo, estar mejor preparados para enfrentarse a la milicia rusa.
El 6 de junio hubo otro anuncio: el Reino Unido dotará a Kiev de lanzacohetes con un alcance de 80 kilómetros para aumentar «significativamente las capacidades de las fuerzas ucranianas».
A la par de estos movimientos estratégicos, Londres impuso sanciones a múltiples industrias rusas y castigó, igual que toda la Unión Europea, a empresarios, inversionistas y demás actores estratégicos, como Román Abrámovich, dueño del FC Chelsea.
Incluso se creó la Célula K, un aparato especial de inteligencia dedicado exclusivamente a rastrear a los que, según las autoridades británicos, son socios estratégicos del Kremlin. En total, son más de 1.000 personas sancionadas por Downing Street.
«Su misión [de la Célula K] es complicarle la vida a los oligarcas sancionados, empresarios multimillonarios cercanos al Kremlin», indica la BBC en una nota informativa. Además, este grupo especial también persigue a los ciudadanos británicos que apoyan a los empresarios rusos para que estos puedan seguir moviendo sus recursos en el Reino Unido, de acuerdo con el medio estatal.
«Los discursos y las acciones de Boris Johnson en favor de Ucrania obedece a fortalecer una visión nacionalista del Reino Unido en su elación con la Unión Europea, pero también con el objetivo de consolidar políticas conservadoras en el interior. Y esto no es exclusivo del Reino Unido, también lo vimos con Trump en Estados Unidos o con Erdogan ahora en Turquía», asegura Irwing Rico, internacionalista de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Para el experto, una comparación entre Winston Churchill y Boris Johnson terminaría en un resultado catastrófico para el segundo. En su momento, dice, Churchill, Roosevelt y Stalin determinaron el orden geopolítico mundial a partir de 1945, pero ahora, en un mundo globalizado, es imposible pensar en un liderazgo de tan pocas personas. «Sus semejanzas sólo son discursivas».
El especialista recuerda que Boris Johnson llegó al poder con un discurso antieuropeo o euroescéptico. Por eso, afirma, su renuncia puede verse favorable para los intereses de la Unión Europea. Sin embargo, esta dimisión responde a muchas crisis internas y de legitimidad que suceden en el Reino Unido desde hace algunos años, por lo cual el conflicto en Ucrania podría dejar de ser uno de los focos principales de Downing Street.
«Al extenderse en el tiempo, el tema Rusia-Ucrania ha provocado que algunos líderes de la OTAN volteen hacia otros lados que han sido afectados por el conflicto. Creo que el Reino Unido sí le dará prioridad a resolver su crisis interna, aunque sin descuidar su compromiso con la OTAN, porque al final del día a los británicos les conviene en términos de seguridad», concluye Irwing Rico.
*Eduardo Bautista, periodista.
Artículo publicado en Sputnik.
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