Análisis del equipo de PIA Global Asia - Asia Pacifico China

El regreso de Trump y la intensificación del conflicto con China

Escrito Por Tadeo Casteglione

Por Tadeo Casteglione* El conflicto comercial entre Estados Unidos y China, iniciado formalmente en 2018 durante la presidencia de Donald Trump, está a punto de experimentar un aumento sin precedentes con su esperado retorno a la Casa Blanca el próximo 20 de enero.

Trump, conocido por su retórica agresiva contra Pekín, ha dejado claro que su política de máxima presión económica y comercial contra China no solo continuará, sino que se intensificará exponencialmente. Sin embargo, lo que Washington parece ignorar es que China ha previsto todos los escenarios posibles y está preparada para enfrentar esta embestida.

El origen de la guerra comercial: una disputa estratégica

La guerra comercial entre Estados Unidos y China no es simplemente una cuestión de aranceles o políticas proteccionistas. Es, en esencia, una disputa estratégica por el dominio tecnológico, económico y geopolítico en el siglo XXI. Desde que Trump lanzó la primera ronda de aranceles en 2018, el conflicto ha escalado a niveles que afectan no solo a ambas economías, sino al sistema financiero y comercial global.

Washington ha argumentado que las medidas son necesarias para corregir un déficit comercial masivo con China y proteger los intereses de las empresas estadounidenses. Sin embargo, detrás de estas justificaciones se encuentra el temor a la creciente influencia global de Pekín y su liderazgo en sectores clave como la inteligencia artificial, las telecomunicaciones y la producción de semiconductores.

Pero la disputa va mucho más allá de lo económico. En el núcleo de esta confrontación yace una batalla ideológica y geopolítica. El bloque globalista anglosajón, liderado por Estados Unidos, ha buscado durante décadas establecer un orden mundial unipolar donde el poder financiero, militar y tecnológico esté concentrado bajo su control.

En este esquema, China representa un obstáculo económico y Rusia un escollo militar. Mientras Moscú desafía el poderío militar occidental, Pekín compite con una maquinaria económica planificada, resiliente y con una visión a largo plazo.

Donald Trump, aunque se presenta como un opositor al globalismo, sigue siendo una pieza en este ajedrez. Sus ataques a China no responden únicamente a un interés económico, sino a un mandato estratégico para intentar frenar el ascenso de Pekín en el tablero mundial.

La confrontación no gira en torno a los aranceles ni a la balanza comercial, sino al destino de la humanidad en un mundo donde el poder se redistribuye hacia un modelo multipolar. Washington teme perder su hegemonía global y busca, a través de la guerra comercial y las sanciones tecnológicas, limitar el desarrollo chino y evitar que Pekín se convierta en el eje de un nuevo orden económico mundial.

El pensamiento globalista anglosajón no ve en China un simple rival comercial, sino una amenaza existencial a su modelo de control global. El ascenso económico de China, su influencia en regiones estratégicas como África, Asia Central y América Latina, y su capacidad para desafiar la supremacía tecnológica de Estados Unidos, representan una ruptura con el dominio anglosajón potenciado tras la Segunda Guerra Mundial.

Por ello, el regreso de Trump a la Casa Blanca no será solo una continuación de la guerra comercial, sino un intento desesperado por detener lo inevitable: el auge de una potencia económica que no sigue las reglas dictadas por Occidente.

Las recientes sanciones y la creciente tensión tecnológica

Recientemente, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos anunció sanciones contra la empresa china de ciberseguridad Integrity Technology Group, acusándola de participar en ciberataques dirigidos a sectores críticos de infraestructura estadounidense.

Estas acusaciones se relacionan con el grupo Flax Typhoon, señalado previamente por Microsoft en 2023 como un actor cibernético con presuntos vínculos estatales chinos. El grupo habría llevado a cabo operaciones de espionaje contra empresas taiwanesas, así como dispositivos en África y América del Norte.

Estas sanciones no son un hecho aislado. En los últimos años, Estados Unidos ha impuesto restricciones a la exportación de tecnología avanzada a China, particularmente en el ámbito de los semiconductores y la inteligencia artificial.

Empresas chinas como Huawei y ZTE han sido blanco de estas políticas, con acusaciones de espionaje y vínculos con el gobierno chino. Washington ha intentado, además, presionar a sus aliados para que excluyan a Huawei de sus redes 5G, una medida que ha generado divisiones incluso dentro de los países occidentales.

Estas políticas agresivas por parte de Estados Unidos llegando al final del mandato demócrata y proyectándose al gobierno de Donald Trump nos permite ver y comprender un escenario global en donde la tensión y los conflictos seguirán siendo preponderantes y en donde todo parece escalar aun más.

La guerra de los microchips: el papel estratégico de Taiwán

En el corazón de la guerra tecnológica entre Estados Unidos y China se encuentra la producción de microchips, un recurso crítico para la industria moderna, desde teléfonos inteligentes hasta sistemas militares avanzados. Taiwán, hogar de la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), es el epicentro mundial de la fabricación de semiconductores avanzados, controlando más del 60% del mercado global.

Estados Unidos ve en Taiwán no solo un aliado estratégico, sino una pieza clave para frenar el avance tecnológico de China. Washington ha presionado para que TSMC limite sus exportaciones de tecnología avanzada a China y ha impulsado la construcción de fábricas en territorio estadounidense para reducir su dependencia de Asia.

Al mismo tiempo, China considera a Taiwán no solo una provincia rebelde, sino un componente indispensable para su desarrollo tecnológico y su autonomía en la producción de microchips.

La disputa por Taiwán y su industria de semiconductores añade una capa adicional de complejidad a la guerra comercial. Cualquier conflicto militar o bloqueo económico en la isla podría paralizar la producción global de microchips, afectando a economías de todo el mundo. Pekín ha invertido miles de millones de dólares en el desarrollo de su propia industria de semiconductores, pero aún enfrenta obstáculos significativos en la producción de los microchips más avanzados.

Mientras tanto, Estados Unidos continúa reforzando su presencia militar en la región del Indo-Pacífico, argumentando la necesidad de proteger a Taiwán de una posible invasión china. Sin embargo, detrás de esta narrativa se oculta el verdadero objetivo: asegurar el control sobre la producción de semiconductores y evitar que China logre la autosuficiencia tecnológica.

La respuesta china: resiliencia y planificación estratégica

A pesar de la presión económica, China ha demostrado resiliencia y capacidad de adaptación. Con una planificación económica meticulosa y una serie de planes de contingencia, Pekín ha logrado sortear los embates de las sanciones estadounidenses.

Las declaraciones recientes del Ministerio de Comercio chino, donde califican las medidas de Washington como ‘típica coerción económica’ y prácticas anticompetitivas, reflejan la confianza del gigante asiático en su capacidad para resistir esta guerra económica.

China no solo ha diversificado sus socios comerciales, sino que ha reforzado su mercado interno, promoviendo una mayor independencia tecnológica y reduciendo su dependencia de componentes críticos procedentes de Estados Unidos. Iniciativas como el plan ‘Hecho en China 2025’ buscan posicionar al país como líder mundial en sectores tecnológicos clave.

A pesar de los intentos de Trump y su anterior administración y probablemente sera el pecado capital de su nuevo mandato por limitar la influencia de China, las consecuencias de esta escalada podrían resultar en un efecto bumerán aun más devastador para Estados Unidos.

La economía estadounidense, cada vez más dependiente de productos y componentes chinos, enfrentaría mayores costos de producción, interrupciones en la cadena de suministro y, en última instancia, un impacto negativo en sus propios consumidores.

El regreso de Donald Trump a la presidencia podría multiplicar por diez la intensidad de la guerra comercial, pero China no es un rival desprevenido. Con una estrategia clara y una economía robusta, Pekín está preparado para enfrentar cualquier escenario. Estados Unidos, en su desesperación por frenar el ascenso chino, podría terminar debilitándose a sí mismo, dejando más preguntas que respuestas sobre el futuro de esta disputa global.

En este tablero geopolítico, cada movimiento tendrá consecuencias impredecibles, y el mundo entero observará con atención el próximo capítulo de esta rivalidad histórica entre las dos mayores potencias económicas del planeta.

La dimensión geopolítica: más allá del comercio

La guerra comercial entre Estados Unidos y China no puede analizarse únicamente desde una perspectiva económica. Este conflicto tiene profundas implicaciones geopolíticas. Mientras Washington busca contener a China a través de sanciones y restricciones tecnológicas, Pekín continúa fortaleciendo sus alianzas en Asia, África y América Latina, consolidando su posición como un actor clave en el sistema global.

La Iniciativa de la Franja y la Ruta, lanzada por China, es un ejemplo claro de su ambición por expandir su influencia global. A través de esta iniciativa, Pekín ha invertido miles de millones de dólares en infraestructura en países en desarrollo, asegurando no solo lazos económicos, sino también una creciente influencia política.

Por otro lado, Estados Unidos enfrenta desafíos internos que limitan su capacidad para competir eficazmente con China. La polarización política, el aumento de la deuda pública y la falta de consenso en cuestiones estratégicas han debilitado su posición global. Mientras tanto, China avanza con una política exterior coherente y una visión a largo plazo.

El regreso de Trump: ¿más de lo mismo o algo peor?

El regreso de Donald Trump a la presidencia promete una política aún más agresiva contra China. Trump ha dejado claro que impondrá más aranceles, restringirá aún más el acceso de China a tecnologías clave y buscará aislar a Pekín en el escenario internacional. Sin embargo, estas medidas no garantizan el éxito para Estados Unidos.

La experiencia de los últimos años ha demostrado que China no solo puede resistir la presión, sino también adaptarse y prosperar. Además, el aislamiento de China en el ámbito global es prácticamente imposible debido a su papel central en la economía mundial.

La guerra comercial entre Estados Unidos y China no tiene un final claro. Ambos países están profundamente interconectados, y un conflicto prolongado no beneficia a ninguna de las partes. Sin embargo, la retórica beligerante de Trump y su enfoque unilateral podrían agravar aún más la situación.

Por su parte, China seguirá implementando sus planes de contingencia, fortaleciendo su mercado interno y buscando nuevas alianzas internacionales. Pekín entiende que el conflicto con Estados Unidos no es solo económico, sino también ideológico y estratégico.

Por Tadeo Casteglione* Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.

*Foto de la portada: AFP

Acerca del autor

Tadeo Casteglione

Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales.

Dejar Comentario