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El giro del Líbano hacia el Mediterráneo oriental

Por Masoud Sadrmohammadi*- Energía, alianzas y señalización geopolítica

Durante el último año, el gobierno libanés ha iniciado una serie de medidas políticas, diplomáticas y estratégicas que, en conjunto, significan un cambio fundamental en la orientación regional del país. Estas medidas, que abarcan una amplia gama de presiones internas sobre Hezbolá, el deterioro de las relaciones con Irán, el acercamiento con las potencias del Golfo y occidentales, y la formación de nuevas alianzas en el Mediterráneo Oriental, no deben interpretarse como medidas aisladas o meramente reactivas. Más bien, reflejan una estrategia coherente de realineamiento impulsada por la élite gobernante en Beirut, basada en la creencia de que la supervivencia, la reconstrucción y la reintegración del Líbano al sistema internacional dependen ahora de la alineación con el bloque político y de seguridad árabe-occidental

El martirio de Seyyed Hassan Nasrallah funcionó como una ruptura acelerada en el equilibrio de poder interno del Líbano. Tras ello, el gobierno libanés ha buscado redefinir la soberanía, monopolizar las narrativas de seguridad y reposicionarse dentro de la cambiante arquitectura geopolítica de Oriente Medio y el Mediterráneo Oriental. Si bien muchas de estas acciones pueden parecer inicialmente dirigidas principalmente contra los intereses de Irán, un análisis más profundo revela que el horizonte estratégico de Beirut es más amplio: el Líbano está entrando en una alianza transaccional y beneficiosa para todos con el bloque occidental a costa del aislamiento de Irán, Turquía y Rusia. En efecto, los gobernantes de Beirut están indicando a Estados Unidos y a los Estados del Golfo Pérsico que están dispuestos, siempre que se garanticen sus propios intereses políticos, a actuar en contra de los intereses estratégicos del triángulo Irán-Turquía-Rusia, posicionándose como una palanca de presión y una fuerza restrictiva sobre los intereses de estos tres países.

La estrategia histórica del Líbano de equilibrio

Durante casi dos décadas tras la guerra de 2006, el Líbano operó bajo un modelo estratégico híbrido. Este modelo consistía en un Estado central débil, dotado de legitimidad internacional; un poderoso actor no estatal con capacidad disuasoria (Hezbolá); y un delicado equilibrio entre actores occidentales, Estados árabes y el Eje de la Resistencia.

Este acuerdo permitió al Líbano beneficiarse simultáneamente de la asistencia y la legitimidad institucional occidentales, mantener el apoyo estratégico y la disuasión de Irán contra Israel, y preservar su compromiso económico y político con Turquía y los países del Golfo. El modelo dependía en gran medida del carisma de un liderazgo, la ambigüedad regional y la capacidad de Hezbolá para disuadir a Israel sin desencadenar una guerra abierta. La muerte de Seyyed Hassan Nasrallah alteró esta arquitectura desde su núcleo mismo. Los acontecimientos en Siria, la salida de Bashar al-Assad del liderazgo del país y, posteriormente, la guerra de doce días entre Irán e Israel han alejado a Beirut de su arraigada estrategia de equilibrio.

Reorientación interna: la soberanía como instrumento político

Tras el martirio de Nasrallah, el gobierno libanés intensificó su retórica en torno a conceptos como el “monopolio de las armas en manos del Estado” y la “restauración de la soberanía nacional”, discursos que, en la práctica, han tenido como objetivo neutralizar a Hezbolá sin imponer restricciones a otras corrientes políticas alineadas con Israel y Arabia Saudita. Si bien la cuestión del desarme de Hezbolá puede parecer a primera vista coherente con los principios de la condición de Estado, su implementación selectiva revela motivaciones más profundas.

A medida que aumenta la presión sobre Hezbolá, la élite gobernante de Beirut se ha mostrado incapaz de establecer un mecanismo de disuasión contra los ataques aéreos y con misiles israelíes, de movilizar eficazmente los mecanismos internacionales ni de hacer cumplir las resoluciones de la ONU de forma recíproca. Durante casi dos años, Israel ha llevado a cabo bombardeos intermitentes en el interior del territorio libanés. La ausencia de una respuesta significativa por parte del Estado libanés indica que el discurso sobre la soberanía estatal se centra en sí mismo, en lugar de en el exterior. Esta asimetría refleja una redefinición estratégica: Hezbolá se presenta cada vez más como un “problema que socava la soberanía”, mientras que Israel es tratado como una “realidad externa manejable”.

Si consideramos que esta política restrictiva se dirige exclusivamente a Hezbolá, mientras que otros grupos están exentos de un escrutinio similar, resulta evidente que esta redefinición se alinea precisamente con las narrativas de seguridad promovidas por las potencias occidentales y los Estados del Golfo. La presión ejercida por el gobierno libanés sobre Hezbolá no se limita al ámbito militar; mediante mecanismos de supervisión financiera, restricciones legales y la gestión de la opinión pública, Beirut busca presentarse como un “estado normal”, apto para integrarse en el orden liderado por Occidente en Oriente Medio.

Relaciones Líbano-Irán: distanciamiento controlado, no hostilidad abierta

En los últimos meses se han producido disputas verbales sin precedentes en la esfera pública entre funcionarios libaneses y representantes de Irán. Esto marca una ruptura con la tradicional ambigüedad diplomática del Líbano hacia Teherán. Sin embargo, la naturaleza de esta tensión es instrumental más que ideológica. Beirut no busca una confrontación directa con Irán; en cambio, está señalando una ruptura estratégica.

Al distanciarse de Irán, Beirut pretende persuadir a las capitales occidentales y a los Estados del Golfo de su no alineamiento con Teherán. En otras palabras, Beirut demuestra que, de recibir el apoyo necesario del frente árabe-occidental, está dispuesta a tomar medidas más serias para presionar a Irán y limitar sus intereses.

El giro hacia el Mediterráneo oriental: Continuidad en la señalización de preparación para el frente árabe-occidental

Los esfuerzos del gobierno libanés por atraer la atención occidental no se limitan a presionar a Irán; Beirut está dispuesto a implementar medidas más contundentes para restringir los intereses de todos los países percibidos de alguna manera como rivales de Occidente. Rusia y Turquía se sitúan a la vanguardia de estos países. El acuerdo fronterizo marítimo del Líbano con Chipre Meridional constituye uno de los indicadores más claros de su nueva orientación estratégica. El Líbano dio este paso a pesar de que, durante casi las últimas dos décadas, Beirut se había abstenido, por el deseo de preservar el equilibrio político, de acciones que pudieran provocar tensiones en el Mediterráneo Oriental y antagonizar a Turquía.

Esta medida, que provocó protestas formales de Turquía, integra al Líbano en los marcos marítimos respaldados por la Unión Europea y lo convierte en una de las plataformas de influencia de la UE en el mar Mediterráneo. Este acuerdo —que se entiende mejor en el contexto del equilibrio de poder entre Grecia e Israel contra Turquía e Irán— no tiene otro propósito que inclinar aún más la balanza a favor del bando greco-israelí en el Mediterráneo y Oriente Medio, a la vez que amenaza los intereses rusos. En efecto, el Líbano está transmitiendo el mensaje de que, si bien puede neutralizar a Irán a nivel nacional mediante la presión sobre Hezbolá y la confrontación política directa con Teherán, también puede desempeñar un papel activo en la estrategia occidental de contención de Turquía y Rusia.

En otras palabras, el acuerdo marítimo entre el Líbano y el sur de Chipre conlleva implicaciones políticas que trascienden las relaciones bilaterales, y Beirut ha actuado con plena conciencia de estas consecuencias. La alineación con los bloques energéticos del Mediterráneo Occidental, la participación en la limitación de la expansión marítima de Turquía y la asistencia indirecta para limitar la profundidad estratégica de Rusia constituyen los resultados más destacados y explícitos de esta acción del gobierno libanés. Es natural que las élites políticas libanesas fueran plenamente conscientes de estas ramificaciones. En consecuencia, la política mediterránea de Beirut no es meramente económica; representa una alianza geopolítica deliberadamente diseñada.

Reintegración al sistema árabe-occidental

La atención prestada al enfoque imperante en Beirut indica que la élite gobernante libanesa, tras llegar al poder tras varios años de crisis política interna, se ha redefinido como un actor periférico pero cooperativo dentro del orden liderado por Occidente. En este contexto, busca aprovechar la presencia de “Tom Barrack” (embajador de Estados Unidos en Turquía, figura de origen libanés) para crear canales de comunicación y generar confianza para ejercer presión política en su propio nombre. Desde esta perspectiva, Irán no es el único perdedor en este ámbito; Turquía y Rusia también se han visto sometidas a restricciones estratégicas como resultado del nuevo posicionamiento del Líbano.

Naturalmente, esta nueva política tendrá consecuencias para el Líbano. Podría conllevar consecuencias como la pérdida de la capacidad de disuasión contra Israel y una dependencia a largo plazo de patrocinadores externos. Dado que el sentimiento antiimperialista tiene una presencia significativa entre la opinión pública libanesa en general, la continuación de estas políticas también podría generar una crisis de polarización interna y la erosión del consenso nacional. Este riesgo surge en el contexto de la historia contemporánea del Líbano, que demuestra que la estabilidad del país nunca se ha sustentado únicamente mediante el alineamiento externo, sino que ha dependido del equilibrio interno. El Líbano está migrando ahora hacia una órbita estratégica única y busca la estabilidad mediante el “conformismo” en lugar de la resistencia. La sostenibilidad de este modelo depende no solo del apoyo externo, sino también de la capacidad del Líbano para gestionar las consecuencias internas del abandono de su paradigma anterior.

Artículo publicado originalmente en United World International


*Masoud Sadrmohammadi, escribe para el medio citado.

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