Resultó entonces indisimulable la acción golpista de Joe Biden y Hilary Clinton por entonces vicepresidente y secretaria de estado del presidente Obama.
Meses después del Golpe se celebraron un simulacro de elecciones generales para legitimar el régimen golpista, poniendo a Porfirio Lobo del golpista Partido Nacional como presidente.
Pero el verdadero poder, los acometedores materiales e intelectuales de la construcción del narcoestado en Honduras son los diputados nacionales del Partido Nacional Juan Antonio y Juan Orlando Hernández.
La pandilla de narcos de los Hernández viene siendo monitoreada por la propia DEA desde antes del 2006. Pero claro ellos dejan hacer en tanto sean funcionales con sus propios intereses. Y el narcoestado que años atrás fue necesario hoy se vuelve una molestia.
Se acometió entonces con el golpe, el desmantelamiento de la institucionalidad y la ruptura del llamado contrato social hondureño para consolidar el narcoestado que hoy está en plena retirada.
Los datos duros son elocuentes; casi 60% de PBI en deuda externa, la pobreza extrema se enseñorea en el 75% de la población, y el éxodo masivo de su población que redunda en una crisis migratoria sin precedentes, desplazados que huyen de la pobreza extrema y de la violencia endémica, con niveles dantescos de masacres sinsentido.
Como nos señala el profesor Hassaan Fariñas “los hermanos Hernández se colocaron en la cima de una estructura política/criminalística de pura crueldad, avaricia e inhumanidad, la cual transformó el país de Morazán en una verdadera pesadilla para todos los hondureños, salvo los dueños de los grandes capitales y los dueños del Estado.”
La victoria de Xiomara Castro es claramente una victoria democrática popular, que indudablemente oxigena el violentado y opresivo sistema político del país después de una larga década de resistencia paciente.
Si bien el concepto «victoria democrática» no deja de ser polisémico, es sin dudas una victoria popular, pero, atendiendo a las circunstancias de la región y al potente redespliegue ofensivo de los norteamericanos, es de seguro bien poco lo que se pueda esperar como gesto de autonomía antiimperialista de parte del nuevo gobierno autocalificado de socialdemócrata. Es una posibilidad de gobierno que nace muy condicionada.
No necesariamente son los EEUU los que han perdido aquí. Al contrario, este periodo les dará el respiro para intentar evitar la continuidad del flujo masivo de migrantes. El narcoestado resultaba una molestia para la propia administración Biden, al punto que procesó por narcotráfico a autoridades de la pandilla Hernández días antes de las elecciones, incluso el presidente y vice saliente.
La alianza de Xiomara Castro con el Partido de Salvador Nasralla le permite suficiente margen de maniobra para readecuar la institucionalidad absolutamente penetrada por la pandilla de los Hernández. Lo mismo el Partido Nacional, como expresión orgánica de la derecha conservadora hondureña ha quedado debilitado y acéfalo luego de la huida de sus jefes en búsqueda de impunidad. Lo mismo el desgranamiento del Partido Liberal expresión de la derecha liberal que ha tenido pésima performance electoral. Esto prefigura la enorme posibilidad de una reconfiguración del sistema de partidos en Honduras adecuados a los nuevos tiempos.
El edificio legislativo de formidables excepciones que permitió la superexplotación de la fuerza de trabajo y de los bienes comunes del pueblo hondureño y facilitó el saqueo, no debería ser complejo de desmontar. Lo que no podrá desmontar fácilmente el gobierno entrante es la fragilidad de una economía raquitizada, invadida de una suerte de maquilas, con las zonas especiales de desarrollo económico; y dependiente de las remesas enviadas por los residentes en Estados Unidos, que constituyen el verdadero pulmón de la economía hondureña además de su principal punto débil.
Las bases norteamericanas instaladas en el territorio nacional son la cabeza de playa de la política de desgaste contra Nicaragua Sandinista y el reaseguro de contención de un eventual resurgimiento izquierdista en El Salvador. Toda la política exterior merecerá una revisión desde el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel hasta el preferencial trato comercial con Taiwán; todas muecas de genuflexión ante el Imperio que nada tienen que ver con las propias necesidades de construcción de fortalezas del país centroamericano.
La alianza política ganadora es compleja y variopinta, lejos está de ser una estructura revolucionaria antiimperialista. Enfrenta además la urgencia de oxigenación financiera y política para combatir la violencia endémica, la pobreza estructural, y reconstruir la economía. Estados Unidos sabe esto y está presto a mantener sus intereses en la región, pero es claro que el mundo cambió, y otros actores pueden auxiliar al país si su dirigencia tuviera la capacidad y fortaleza de desembarazarse de los cepos coloniales históricos, los próximos tiempos nos dirán cómo evaluar lo que está sucediendo estos días.
Hay que tener fortaleza revolucionaria y acompañamiento popular para llevar adelante las transformaciones necesarias en el país. Honduras es evidente que tiene pueblo organizado y por ello ganó las elecciones; lo que hace falta además, entonces, es una dirección política decididamente antiimperialista. Los próximos tiempos nos dirán cuál es el camino que recorrerá el país de Morazán en el corto plazo.