En Cornualles, un antiguo centro de abastecimiento minero al suroccidente de Inglaterra, se desarrolló la primera cumbre presencial del G7 desde que estalló la pandemia. El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, asistió a la cita como parte de su primer viaje al extranjero, cuyo destino más importante es la esperada reunión con el presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin, pautada para este 16 de junio en Ginebra, epicentro de múltiples organismos del sistema de Naciones Unidas y, en el pasado, lugar de encuentro para negociaciones de alto perfil durante la Guerra Fría.
Boris Johnson, primer ministro británico, abrió el evento el viernes 11 de junio con un discurso autocompasivo sobre el comportamiento del eje atlántico frente a la pandemia. «Necesitamos aprender de la pandemia, asegurarnos de que no repetimos algunos de los errores que sin duda hemos cometido en los últimos 18 meses», afirmó Johnson sin ahondar en detalles, aunque es lógico inferir que su mensaje era una referencia velada al grave impacto reputacional que ha traído consigo el acaparamiento de vacunas anticovid propiciado por los países ricos de Occidente.
No en balde, como resultado práctico del encuentro, este domingo 13 el bloque reunido en Cornualles anunció la donación de mil millones de vacunas a países de bajos ingresos para el próximo año. Según reseñó la BBC, la OMS «estima que para vencer al virus hacen falta 11 mil millones de vacunas», meta que ubica el anuncio «altruista» del G7 muy por debajo de lo que realmente se requiere para hacer la diferencia en el combate contra la pandemia.
La reunión, además, enmarcó la crisis existencial del atlantismo en un paisaje de lluvia, niebla y tensiones internas. Los encontronazos previos entre Boris Johnson y Emmanuel Macron por los protocolos de Irlanda de Norte, una extensión de la conflictividad post-Brexit entre Reino Unido y la Unión Europea, signaron la agenda. El evento también podría ser el último en el que participa Ángela Merkel como mandamás de Alemania, en vista de que entregará el timón de la locomotora económica europea en pocos meses. Pese al intento de ampliar el alcance geopolítico del bloque mediante la incorporación de la Unión Europea, India y Corea del Sur, una idea que no es de factura reciente, la maniobra no fue suficiente para revertir el mosaico de múltiples crisis e intereses fragmentados que supuso la imagen final del encuentro.
Creado en la década de los 70 en el contexto de la guerra de Yom Kipur y del embargo petrolero posterior que limitó las exportaciones de petróleo desde Medio Oriente hacia los países occidentales que apoyaron al Estado de Israel en su ofensiva bélica contra Egipto y Siria, el G7 se configuró como una agrupación de «democracias avanzadas» con un poderío industrial decisivo sobre curso de la economía global: Estados Unidos, Reino Unido, Alemania (Federal), Francia, y posteriormente Japón, Italia y Canadá. Pero desde aquel entonces hasta hoy los contrapesos geográficos de la economía mundial han dado un giro de 180 grados, dejando al G7 como una realidad geopolítica petrificada en el tiempo.
Un ranking de las economías más poderosas del mundo elaborado por la consultora internacional PWC demuestra que, bajo su composición histórica, el G7 ya no representa a las potencias líderes de la economía global. La consultora calcula el PIB con relación al poder adquisitivo con la finalidad de proyectar la espiral ascendente de las economías emergentes hacia el año 2050.
En 2016, el ranking de PWC quedó organizado de la siguiente forma y en orden descendente: China, Estados Unidos, India, Japón, Alemania, Rusia y Brasil. En consecuencia, Francia, Reino Unido, Italia y Canadá, pese a estar en el puesto 10, 9, 12 y 17 de la tabla respectivamente, y siendo superados por economías emergentes como Indonesia y México, buscan conservar una posición de supremacía a nivel geopolítico que ya no se corresponde con su base material. Esta nueva galaxia de poderes económicos resume cómo el desplazamiento de los núcleos globales del comercio y la industria hacia el continente asiático y el Sur Global en las últimas décadas ha traído como consecuencia el empoderamiento y la relevancia geopolítica de una amplia gama de naciones que formaron parte, formal o informalmente, de las posesiones coloniales de los imperios europeos.
La tendencia indetenible hacia un nuevo equilibrio geopolítico basado en un esquema multipolar ha socavado las bases materiales de poder que convirtieron al bloque atlantista en un espacio de conducción autoritaria de los asuntos mundiales en función de sus intereses neocoloniales específicos, enmascarados con el velo de los «valores universales» de la democracia y los derechos humanos, sobre los cuales se ha justificado el periodo ininterrumpido de conquista, expansionismo y guerra mediante instrumentos sofisticados que ha caracterizado el nuevo milenio.
Ciertamente durante la administración Trump el G7 tuvo un desempeño marcado por la irrelevancia debido a la nula cohesión en torno a las directrices del bloque. No podía ser de otra manera, pues Estados Unidos, en tanto expresión del liderazgo moral del llamado «mundo libre», ha sido el «alma» de la instancia desde el principio. Con Joe Biden ahora en la presidencia, un atlantista en toda la amplitud del término, las cosas parecen estar nuevamente en su lugar. Justamente partiendo de ese espíritu de acoplamiento artificial, Biden ha buscado reordenar las prioridades geopolíticas del G7 con la finalidad de reforzar la lógica de enfrentamiento antagónico contra la República Popular China.
De esta manera, Biden vuelve al G7 con su «America Is Back» de fondo, intentando imponer un rumbo estratégico «renovado» mediante el establecimiento forzado de un enemigo común que le permita al atlantismo reposicionar su «valores universales» de libre mercado e individualismo negativo frente al «autoritarismo» de China. Esto es un clásico de la configuración imperial: dibujar un enemigo externo para mitigar las contradicciones y exportarlas al mismo tiempo.
En este sentido, Biden afirmó en marzo: «Bajo mi supervisión» China no logrará su objetivo «de convertirse en el país líder del mundo, el país más rico del mundo y el país más poderoso del mundo».
Evidenciando que los puntos de continuidad son mayores que los puntos de ruptura entre las administraciones de Trump y Biden, el G7 intensificó la narrativa de que el virus SARS-Cov-2 se originó en China. La ciudad de Wuhan, donde se detectaron los primeros casos a finales de 2019, ha vuelto a la palestra, y con ella la tesis, ya descartada, de la supuesta fuga de laboratorio. En el comunicado final, el bloque atlantista exigió nuevamente la realización de un estudio experto que confirme una hipótesis encaminada a elevar las cotas de conflictividad.
En un plano superior, pero sin especificar detalles, ni montos de financiación y tampoco cuáles serían sus áreas prácticas de realización, el G7 anunció la iniciativa «Build back better for the world» (Reconstruir mejor para el mundo) para contrarrestar el proyecto «One Belt, One Road», también conocido como las Nuevas Rutas de la Seda, encabezado por la República Popular China. La poca definición estratégica de la iniciativa, más allá de su lanzamiento, es producto de la falta de cohesión de los europeos y sus posiciones divergentes frente al ascenso geopolítico del gigante asiático.
Mario Draghi, tecnócrata de las finanzas y primer ministro de Italia, se mostró preocupado de que una escalada contra China bloquee líneas de cooperación clave para el desarrollo de la política exterior europea. Merkel acompañaría el enfoque pragmático de Draghi y busca mantener un tratamiento cauteloso, evitando involucrarse en un ambicioso plan de inversión internacional a pocos meses de las elecciones. Por otro lado, Macron persigue una línea de actuación multilateral para disputar el liderazgo de China en los países de bajos ingresos, pero sin que ello implique asumir una retórica de enfrentamiento directo.
Pese a estos matices, el intenso cabildeo de Washington reseñado por medios atlantistas como The Guardian, fue lo suficientemente efectivo como para que el G7 asumiera una narrativa de enfrentamiento directo contra China, apuntalando el relato ya conocido sobre Taiwán o la «violación de derechos humanos» no demostrada en Xinjiang.
El coronel (retirado) del Ejército estadounidense, Douglas Macgregor, indica que la intención de Washington de crear una alianza mundial contra China es cuesta arriba. Biden ha revitalizado el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, también llamado Quad (integrado por Estados Unidos, Japón, India y Australia) con la premisa de contener a China en su zona natural de influencia y liderazgo. Además, ha donado vacunas anticovid a países asiáticos como parte de un esfuerzo más amplio para debilitar las alianzas del gigante asiático en la región.
No obstante, en opinión del coronel Macgregor, «el éxito dramático de la asociación económica integral regional, que crea un acuerdo de libre comercio entre China y las naciones de Asia y el Pacífico, Australia, Brunei, Camboya, China, Indonesia, Japón, Laos, Malasia, Myanmar, Nueva Zelanda, Filipinas, Singapur, Corea del Sur, Tailandia y Vietnam han hecho que la idea de Washington de construir una alianza anti-china sea muy difícil, si no imposible».
El coronel proyecta que un conflicto bélico contra China tampoco sería una alternativa para Washington por la paridad nuclear existente y por la capacidad de China de «absorber» y resistir una ofensiva terrestre, marítima y aérea, debido a cómo están organizadas sus líneas defensivas en sus costas. «En vista del tamaño y la profundidad de las defensas chinas, incluso si los ataques causan pérdidas significativas, parece poco probable una victoria estratégica con un impacto tangible en el liderazgo nacional de Beijing», destaca Macgregor.
El otro problema para la estrategia de Biden proviene de su propio partido. Como señala el analista Curt Mills, el Partido Demócrata está dividido en dos tendencias con respecto a la estrategia a tomar para enfrentar a China y socavar su proyección internacional. Mientras una de las tendencias plantea enmarcar la competencia geopolítica en el ámbito industrial y reducir en paralelo la rivalidad ideológica, la otra opta por un enfoque de línea dura que abarca el ámbito tecnológico como un problema estratégico de seguridad nacional. Esta facción apoya maniobras como el bloqueo de la aplicación china TikTok, la cual fue levantada hace poco por el propio Joe Biden a través de una orden ejecutiva.
La embajada de la República Popular China en Reino Unido respondió a los movimientos del G7, realizando un llamado general a la comunidad internacional para defender los principios de soberanía y autodeterminación estipulados en la Carta de las Naciones Unidas.
«Siempre creemos que los países, grandes o pequeños, fuertes o débiles, pobres o ricos, son iguales, y que los asuntos mundiales deben ser tratados mediante consultas por todos los países. Los días en que las decisiones globales eran dictadas por un pequeño grupo de países han quedado atrás», precisó la embajada.
El imperio estadounidense y sus satélites europeos, enmarcados en divergencias cada vez más pronunciadas y tensiones internas indigeribles, elevan sus apuestas contra China como un mecanismo expedito para continuar autoafirmándose como «cultura superior» que debe orientar los asuntos mundiales de acuerdo a sus intereses específicos.
Si bien fue un paso en falso, la cumbre del G7 avanzó en la línea de fabricar las razones «morales» y «existenciales» con las cuales buscan justificar, bajo un manto de «guerra justa», la ofensiva multifactorial en proceso contra la soberanía de China y el lugar geopolítico que se ha ganado.
Como escribió el teórico Edward Said en su momento:
«La amplia designación nacional cultural de la cultura europea como la norma privilegiada conllevaba una formidable serie de distinciones entre nosotros y ellos, lo correcto y lo incorrecto, lo europeo y lo no europeo, o lo más elevado y lo más bajo: pueden encontrarse por todas partes en materias y seudomaterias tales como la lingüística, la historia, la teoría racial, la filosofía, la antropología e incluso la biología».
Estamos ante un nuevo capítulo de estas distinciones forzadas. Pero también del fin del G7 como arquitectura de poder que ya no encuentra lugar en un mundo multipolar.
*William Serafino, politólogo (UCV). Maestrando en Historia (CNEH).
Artículo publicado en Misión Verdad.
Foto de portada: (Foto: Patrick Semansky / AP).