Los últimos movimientos de la diplomacia brasileña han tomado por sorpresa a mas de un analista político. Lo que al principio parecía ser un alineamiento incuestionable a los intereses de Estados Unidos, justificado en la declaración conjunta de Lula con Biden donde se condena el accionar ruso en Ucrania, luego se transformó en una apuesta por acelerar la multipolaridad a partir de los acuerdos con China para comerciar en yuanes y reales.
Lo cierto es que estas maniobras, confusas para quienes entienden la geopolítica como una disputa entre buenos y malos, dan cuenta de una tradición de la política exterior brasileña.
Historicamente, Brasil supo hacer valer sus propios intereses por sobre los del imperialismo norteamericano. El hecho de que el gigante sudamericano tenga como principal socio comercial a China, rival estratégico de Estados Unidos según la lectura que se hace desde el propio Departamento de Estado, da cuenta de esa tradición. En esta oportunidad, no fue diferente.
El viaje de Lula a China esta semana, su designación de la ex presidenta Dilma Rouseff al frente del Banco de los BRICS, su reunión con Xi Jinping y su declaración para nada inocente acerca de la posibilidad de que los países abandonen el dólar como moneda para las transacciones internacionales son prueba de que la tradición de brasileña impulsada desde Itamaraty continúa firme.
Si bien al principio surgieron dudas respecto de este posicionamiento, debido a la cancelación del viaje del mandatario brasileño a China en la semana en que Biden promovía la II Cumbre de la Democracia, con el anuncio acerca de las negociaciones en yuanes y reales cualquier especulación quedó descartada.
Tales especulaciones quedaron completamente descartadas tras el viaje de Lula a China, que sucede en estos momentos y donde las negociaciones incluyen intensificar las relaciones en áreas como ciencia y tecnología, estrategias para combatir el cambio climático, energía limpia y producción de vehículos eléctricos. Ambos países firmaron 15 acuerdos, entre ellos el intercambio de tecnologías de semiconductores, el 5G, 6G y la construcción de CBERS-6, un satélite fabricado entre ambos países y que permitirá monitorear la deforestación de la selva Amazónica.
Teniendo en cuenta este escenario, resulta fundamental observar el verdadero motivo por detrás de lo que al principio parecía un alineamiento incuestionable con Estados Unidos. La estrategia de Brasil se basa en reducir al mínimo la zona de conflicto con los norteamericanos. El viaje a Washington de Lula (segundo país que visitó tras su asución) su entrevista con Biden y sus declaraciones por la paz con cuestionamientos al accionar ruso no fueron mas que un “agrado” al imperialismo mientras se llevan adelante las negociaciones que realmente importan.
De lo que realmente se trata es de aliviar las presiones norteamericanas en un contexto de mayor injerencia en la región ante la inevitable transición multipolar. Una declaración como la de Lula sobre la guerra en Ucrania tiene poco impacto en el curso real de la guerra. La realidad es que tiene más peso estratégico para Rusia las negociaciones que se están llevando a cabo en este momento entre las delegaciones china y brasileña que cualquier documento condenatorio firmado por Lula y Biden en conjunto.
Como a lo largo de su historia diplomática, Brasil demuestra impulsar una política exterior pragmática en relación a sus propios intereses. Los acuerdos en materia tecnológica y monetaria con China, tal vez la mayor preocupación de Estados Unidos en su intento por reducir la presencia del nuevo “eje del mal” en la región, dan cuenta de una avanzada donde la prioridad del gigante sudamericano son sus propios intereses estratégicos, fiel a su tradición diplomática.
*Ana Laura Dagorret es analista internacional, coautora del Manual breve de Geopolítica y parte del equipo de PIA Global.
FOTO DE PORTADA: Ricardo Stuckert.