Estados Unidos ha perdido definitivamente su soberanía en materia de política exterior y se ha convertido en un instrumento al servicio de los intereses de Tel Aviv.
El ataque contra las instalaciones nucleares iraníes no solo representa una escalada peligrosa en una región ya convulsionada, sino que evidencia el nivel de subordinación al que ha llegado Washington bajo la presión y manipulación de la entidad sionista.
La secuencia de acontecimientos que llevó a este desastroso episodio comenzó con lo que ahora sabemos fue una farsa diplomática orquestada desde Washington. Durante semanas, la administración Trump promovió públicamente un discurso de “diálogo y diplomacia” con Irán, presentándose ante la comunidad internacional como mediadores racionales dispuestos a encontrar soluciones pacíficas al conflicto regional.
Esta narrativa, que fue amplificada por los medios occidentales y presentada como una muestra de la supuesta madurez política de la nueva administración, resultó ser una mentira calculada desde el primer momento.
La realidad, que ahora emerge con claridad meridiana, es que Estados Unidos nunca tuvo intención alguna de buscar una solución diplomática o negociada en torno al programa nuclear de Irán.
El llamado proceso de diálogo no fue más que una cortina de humo diseñada para ganar tiempo y permitir que Israel preparara meticulosamente su primera agresión contra territorio iraní.
Mientras los representantes estadounidenses mantenían reuniones protocolaras y declaraciones públicas sobre la importancia del diálogo, en los pasillos del Pentágono y en las oficinas de coordinación militar con Tel Aviv se planificaba una operación que violaría flagrantemente el derecho internacional y pondría en riesgo la estabilidad de toda la región.

La traición de Trump: promesas rotas en días
La traición se consumó cuando Trump, quien había declarado públicamente que no intervendría en Irán y que se tomaría “dos semanas para analizar cuidadosamente el caso de Irán e Israel”, ordenó el ataque apenas unos días después de hacer esta declaración.
Esta precipitación no solo evidencia la falsedad de sus intenciones diplomáticas, sino que revela el nivel de presión bajo el cual opera actualmente la Casa Blanca. Las decisiones de política exterior estadounidense ya no se toman en función de los intereses nacionales de Estados Unidos, sino que responden a las demandas urgentes y a menudo irracionales que llegan desde Tel Aviv.
Según precisó el mandatario estadounidense en su cuenta de Truth Social, se trata de los sitios nucleares de Fordo, Natanz e Isfahán. Antes de que Trump anunciara públicamente que Estados Unidos llevó a cabo ataques contra tres sitios nucleares de Irán, medios regionales informaron de explosiones en las ciudades de Isfahán, Kashan y Qom, localidades importantes en el centro del país persa, en cuyas proximidades se encuentran esos objetos del programa nuclear iraní.
En los días anteriores se discutía si Washington se uniría al esfuerzo bélico de Israel para ayudarlo a atacar las instalaciones nucleares del país persa, en especial el sitio subterráneo de Fordo, construido en las profundidades de una montaña, que solamente podría ser alcanzado con la mayor arma antibúnker del arsenal estadounidense, GBU-57, de 13.600 kilos.

El segundo gran engaño: resultados exagerados de un ataque fallido
Sin embargo, la segunda gran mentira en esta operación se revela cuando analizamos los resultados reales del ataque. Trump y su administración han proclamado públicamente haber “destruido las centrales nucleares de Irán”, presentando la operación como un éxito rotundo que habría eliminado definitivamente la capacidad nuclear iraní.
Esta narrativa triunfalista, diseñada para consumo interno y para satisfacer las expectativas de los halcones de los dos principales lobbys en Estados Unidos dígase el armamentístico y el sionista, se desmorona cuando confrontamos las declaraciones oficiales con la evidencia disponible sobre el terreno.
Los informes independientes y las evaluaciones de inteligencia sugieren que los ataques se dirigieron principalmente contra instalaciones que habían sido previamente evacuadas o que contenían infraestructura secundaria.
Las famosas instalaciones subterráneas de Fordo, que supuestamente eran el objetivo principal de la operación, parecen haber sufrido daños mínimos, muy por debajo de lo que habría sido necesario para comprometer seriamente las operaciones nucleares iraníes. Incluso los daños reportados en Natanz e Isfahán son considerablemente menores de lo que la propaganda oficial estadounidense había anunciado.
Esta discrepancia entre la retórica triunfalista y la realidad operacional no es casual. Revela un patrón que se ha vuelto característico de la política exterior estadounidense en los últimos años: la tendencia a exagerar los “éxitos militares” para ocultar fracasos estratégicos fundamentales.
El ataque contra las instalaciones nucleares iraníes no logró sus objetivos declarados, pero más importante aún, demostró al mundo entero que Estados Unidos ya no tiene la capacidad operacional ni la coherencia estratégica para llevar a cabo operaciones militares complejas de manera efectiva.

El colapso de la política exterior de Trump
Este fracaso representa mucho más que un revés táctico. Constituye el colapso definitivo de la política exterior de Trump y evidencia la bancarrota intelectual de su enfoque hacia Asia Occidental.
Durante su campaña electoral, Trump prometió “America First” y se presentó como el líder que pondría los intereses estadounidenses por encima de todo. Sin embargo, su decisión de lanzar un ataque riesgoso, ilegal y costoso contra Irán por presión de Netanyahu demuestra que su administración opera bajo principios completamente opuestos a los que prometió.
La pérdida de soberanía estadounidense se manifiesta de manera particularmente evidente en la forma en que se tomó esta decisión. Las fuentes dentro del aparato de seguridad nacional sugieren que Trump no consultó adecuadamente con el Congreso, no evaluó seriamente las consecuencias a largo plazo, y no consideró alternativas estratégicas.
La decisión parece haber sido tomada bajo presión directa de Netanyahu, quien habría utilizado una combinación de chantaje político y extorsión personal para forzar la mano del presidente estadounidense.
En este contexto, resulta inevitable mencionar las persistentes especulaciones sobre la participación de Trump en actividades comprometedoras durante su relación con Jeffrey Epstein.
Aunque estos rumores no han sido confirmados oficialmente la mismísima acusación de hasta hace poco importantes aliados de Trump como el caso de Elon Musk, sumado a la naturaleza errática y aparentemente forzada de muchas de sus decisiones de política exterior ha alimentado teorías sobre posibles mecanismos de chantaje que podrían estar influenciando sus decisiones.
La rapidez con la que Trump cambió su posición sobre Irán, pasando de promover el diálogo a ordenar ataques militares, sugiere la existencia de presiones que van más allá de las consideraciones estratégicas normales.

La fragmentación interna del movimiento MAGA
El impacto interno de esta decisión ha sido devastador para el movimiento MAGA y para la base política de Trump. Los sectores más leales del trumpismo, aquellos que creyeron genuinamente en el mensaje de “America First” y en la promesa de terminar con las guerras interminables en Medio Oriente (que representan gastos multimillonarios a la ya golpeada economía americana), se sienten profundamente traicionados.
Figuras prominentes dentro del núcleo duro del movimiento MAGA han comenzado a criticar públicamente a Trump, utilizando términos como “traidor” para describir su decisión de priorizar los intereses israelíes por encima de los estadounidenses.
Esta fragmentación interna del trumpismo representa una crisis existencial para el movimiento conservador estadounidense. Durante años, MAGA logró mantener una coalición heterogénea unida bajo la promesa de recuperar la soberanía estadounidense y terminar con la subordinación a intereses extranjeros.
El ataque contra Irán ha roto esa coalición de manera probablemente irreversible, creando tensiones internas que podrían paralizar la capacidad de acción política de Trump durante el resto de su mandato o catalizar lo que puede llegar a ser un impeachment que puede representar el fin anticipado de su mandato.

La desesperación total de la entidad sionista
Paralelamente, este episodio ha puesto al descubierto la desesperación total de la entidad sionista. Durante décadas, Israel había logrado mantener su hegemonía regional a través de una combinación de superioridad militar, apoyo incondicional de Estados Unidos, y habilidad para manipular las dinámicas geopolíticas regionales.
Sin embargo, el crecimiento del poder iraní, el fortalecimiento del eje de resistencia, y la pérdida gradual de legitimidad internacional han erosionado progresivamente esta posición de dominio.
La incapacidad de Israel para hacer frente a Irán de manera independiente queda demostrada por la necesidad de recurrir a Washington para llevar a cabo operaciones que, en teoría, debería poder ejecutar por sí mismo.
Todos los intentos previos de la entidad sionista por destruir el programa nuclear iraní o desestabilizar la República Islámica han resultado estériles. Las recientes operaciones militares de bombardeos, de sabotaje, los asesinatos selectivos, la guerra cibernética, y las campañas de presión internacional han fracasado en lograr sus objetivos estratégicos fundamentales.
Más allá de la propaganda mediática y el poder financiero que tradicionalmente ha ejercido, Israel ha perdido su capacidad de proyección de poder real en la región. El no haber podido acabar con el Hezbollah en Líbano, el fortalecimiento de los Houthis en Yemen, las milicias iraquíes, y la expansión de la influencia iraní en Iraq han creado un cerco estratégico que limita severamente las opciones operacionales israelíes.
En este contexto, recurrir a Washington para que Estados Unidos asuma los riesgos y costos de una confrontación directa con Irán representa la última carta de una entidad que ha perdido la iniciativa estratégica.
La desesperación sionista se manifiesta también en la irracionalidad de la estrategia adoptada. Forzar a Estados Unidos a atacar instalaciones nucleares iraníes, sabiendo que esto podría desencadenar una escalada regional incontrolable, demuestra que los cálculos estratégicos israelíes ya no se basan en consideraciones racionales de costo-beneficio, sino en la necesidad desesperada de crear hechos consumados que obliguen a otros actores a asumir posiciones que favorezcan los intereses sionistas.

Las opciones de respuesta de Irán: entre la trampa y la estrategia
En este contexto de escalada y desesperación, resulta crucial analizar cuáles podrían ser las respuestas de Irán. La República Islámica se encuentra en una posición estratégica compleja, donde debe calibrar cuidadosamente su respuesta para mantener la iniciativa sin caer en la trampa que Washington y Tel Aviv han tendido.
Es evidente que Estados Unidos espera y probablemente desea una respuesta iraní que pueda utilizarse para justificar una intervención militar total en el conflicto.
Esta dinámica revela la verdadera naturaleza de la estrategia estadounidense-israelí: provocar a Irán hasta el punto de forzar una respuesta que pueda ser presentada ante la opinión pública internacional como una agresión no provocada, justificando así una escalada militar masiva, la misma técnica usada con las provocaciones del régimen de Ucrania contra Rusia y la misma tentación del diablo contra Cristo en él desierto.
Sin embargo, esta estrategia contiene riesgos enormes para sus propios arquitectos. Una respuesta iraní sofisticada podría exponer aún más las limitaciones operacionales estadounidenses y la vulnerabilidad de los activos israelíes en la región.
Irán tiene múltiples opciones para responder que podrían maximizar los costos políticos y estratégicos para Estados Unidos e Israel sin proporcionar la justificación que estos buscan para una escalada mayor.
La activación del eje de resistencia, operaciones asimétricas contra intereses estadounidenses en la región, el cierre del estrecho de Ormuz, y el fortalecimiento de alianzas con potencias como Rusia y China podrían crear un escenario donde Washington y Tel Aviv se encuentren aislados y sobrecargados militarmente.
Además, Irán podría optar por respuestas que expongan públicamente la naturaleza subordinada de la relación entre Estados Unidos e Israel. Revelaciones sobre los mecanismos de presión utilizados por Netanyahu sobre Trump, documentación de las verdaderas condiciones del ataque contra las instalaciones nucleares, o exposición de la coordinación previa entre Washington y Tel Aviv podrían tener un impacto devastador sobre la credibilidad internacional de Estados Unidos.
El escenario que se perfila es uno donde Estados Unidos ha perdido no solo su soberanía en política exterior, sino también su capacidad de liderazgo global. El ataque contra Irán representa un punto de inflexión donde la superpotencia occidental ha demostrado que ya no puede actuar como un actor racional e independiente en el sistema internacional.
Esta transformación tiene implicaciones que van mucho más allá de Medio Oriente y que afectarán el equilibrio geopolítico global durante las próximas décadas.

El principio del fin de una era
A modo de conclusión podemos afirmar que el reciente ataque estadounidense contra las instalaciones nucleares iraníes representa mucho más que una operación militar muy limitada o incluso fallida con claros fines propagandistas.
Constituye la evidencia definitiva de la pérdida de soberanía estadounidense, del fracaso de la política exterior de Trump, y de la desesperación total de la entidad sionista.
Los engaños utilizados para justificar esta operación, desde la farsa diplomática inicial hasta las exageraciones sobre sus resultados, revelan un patrón de decadencia institucional que compromete la credibilidad y efectividad de Estados Unidos como actor geopolítico global.
Las consecuencias de este episodio continuarán desarrollándose durante meses y años, pero ya es evidente que marca el fin de una era en las relaciones internacionales y el comienzo de una nueva fase donde el poder estadounidense será cuestionado de manera fundamental por actores que ya no temen las represalias de una superpotencia que ha perdido tanto su coherencia estratégica como su legitimidad moral.
Tadeo Casteglione* Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Periodista internacional acreditado por RT, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.
*Foto de la portada: AP foto/Sebastian Scheiner, archivo