Europa

El crepúsculo económico de Alemania (y de Europa)

Por Giacomo Gabellini* –
Para la “locomotora europea”, y de nuevo para toda la “periferia fordista” de escala transnacional firmemente integrada en la cadena de valor alemana, se avecinan tiempos más bien sombríos.

Según un estudio realizado por el prestigioso Institut der Deutschen Wirtschaft (Iw) a partir de datos facilitados por la OCDE, Alemania realizó inversiones extranjeras directas por valor de 135.000 millones de euros en 2022, y recibió una entrada de capital extranjero de apenas 10.500 millones de euros en el mismo periodo.

Un balance negativo colosal, certificado puntualmente por la caída del Índice de Clima Empresarial (que pasó de 91,5 en mayo a 88,5 en junio), que los autores del informe atribuyen principalmente a factores como una demografía en declive, una red de infraestructuras desgastada y obsoleta, una burocracia agobiante y engorrosa, y una estructura fiscal muy penalizadora para las empresas.

El coste de la mano de obra y la escasez de mano de obra cualificada también influyeron, como demuestra una reciente encuesta en la que el 76% de las pequeñas y medianas empresas encuestadas situaron precisamente estos dos elementos a la cabeza de la lista de disfuncionalidades que asolan el país.

Sin embargo, la mayor contribución a la caída de la competitividad alemana, mencionada casi de pasada por el IW, debe atribuirse con mucho al drástico aumento de los costes energéticos, que a su vez puede atribuirse a una larga serie de gigantescos errores estratégicos cometidos por el aparato dirigente de Berlín a lo largo de los años.

La aceleración asociada del proceso de descarbonización y el desmantelamiento de las últimas centrales nucleares reforzaron la dependencia de la economía alemana de las fuentes de energía restantes, consistentes principalmente en gas y energías renovables. El rendimiento insuficiente de estas últimas obligó a Alemania a depender cada vez más del suministro de metano procedente de Rusia, bien directamente a través del gasoducto Nord Stream-1, bien a través del gasoducto que pasa por Ucrania, Eslovaquia y la República Checa. En 2021, Rusia cubrió aproximadamente un tercio de las necesidades alemanas con sus propios suministros.

Sin embargo, el paso gradual de la Unión Europea al mercado al contado centrado en la Bolsa de Ámsterdam, en detrimento de los antiguos contratos de suministro a largo plazo, ha abierto la puerta a la especulación, principal culpable de las drásticas subidas de los precios del gas natural desde el verano de 2021.

La situación degeneró entonces con la dinámica desencadenada por el conflicto ruso-ucraniano, que llevó a Berlín a racionar, al menos formalmente, las importaciones energéticas procedentes de Rusia mediante la “congelación” del gasoducto Nord Stream-2 -luego “providencialmente” puesto fuera de servicio junto con el Nord Stream-1 en una operación de sabotaje que, según el famoso periodista de investigación Seymour Hersh, fue organizada y ejecutada por Estados Unidos con la colaboración de Noruega- y la búsqueda de fuentes alternativas de abastecimiento.

Empezando por el gas natural licuado (GNL) procedente de Qatar y, sobre todo, de Estados Unidos, que se vende a precios enormemente superiores a los de Moscú. Al aumento de los costes relacionados con el cambio de proveedores se sumó pronto el de la construcción de plantas de regasificación, necesarias para devolver a estado gaseoso el metano licuado transportado por los petroleros llegados de Estados Unidos, con vistas a su introducción en la red nacional.

La previsión de gastos para la realización de los regasificadores en el presupuesto alemán para 2022 era de 2.940 millones de euros, pero el ministro de Economía, Robert Habeck, admitió el pasado noviembre que la realización de las terminales requeriría nada menos que 6.560 millones de euros.

Más recientemente, el propio Habeck declaró que Alemania podría verse obligada a reducir incluso drásticamente su capacidad industrial si se interrumpiera el flujo de gas que llega a Ucrania a través del gasoducto, bien por la no renovación del acuerdo correspondiente por parte de Moscú y Kiev, bien por una maniobra deliberada de Gazprom, que amenazara con reducir considerablemente los suministros a través del gasoducto.

Si el gasoducto dejara de transportar gas ruso, Alemania se vería abocada a un escenario de pesadilla, que de hecho ya tiende a desarrollarse debido a las crecientes dificultades a las que se enfrentan las industrias alemanas que consumen grandes cantidades de energía.

Con todas las consecuencias previsibles. Basf, la mayor empresa química del mundo, ha anunciado una “reducción permanente” de su presencia en Europa debido a los elevados costes de la energía, poco después de inaugurar la primera parte de su nueva planta de ingeniería de 10.000 millones de euros en China y realizar una importante inversión para modernizar su complejo industrial de Chattanooga (Tennessee).

El gigante farmacéutico Bayer, con sede en Leverkusen, ha anunciado un plan de inversiones centrado en China y Estados Unidos, donde los incentivos derivados del abaratamiento de la energía se superponen a los -subvenciones públicas y rebajas fiscales- que ofrece la Ley de Reducción de la Inflación.

Volkswagen se ha movido en la misma dirección, retirándose de su intención declarada de construir un complejo de coches eléctricos en Alemania en favor de nuevas plantas en China.

BMW, por su parte, ha desentrañado los detalles de un programa industrial que implica la construcción de una megafábrica de producción de baterías para coches eléctricos en la provincia de Liaoning. Mercedes-Benz ha realizado maniobras sustancialmente similares, al igual que decenas y decenas de pequeñas y medianas empresas de la industria automovilística.

Según una encuesta publicada por “The Economist”, alrededor de un tercio de las empresas del Mittelstand se plantean trasladar su producción y sus puestos de trabajo al extranjero.

A esto hay que añadir un descenso tendencial de la producción industrial y una situación errática en lo que respecta a los pedidos industriales, que es probable que se vuelva estructuralmente negativa debido a que, señalan los especialistas de Iw, “el modelo exportador alemán ya no funciona como antes ante el creciente proteccionismo”.

Así como la pérdida sustancial de competitividad internacional de la industria alemana, empezando por la propia industria automovilística, para la que las dificultades ligadas a los elevados costes energéticos se suman a las generadas por una transición a la tracción eléctrica que ha resultado mucho más problemática y compleja de lo esperado y por el ascenso de competidores decididamente feroces como China.

Según el instituto con sede en Colonia, el desplome de las exportaciones de la industria automovilística alemana a la República Popular China -un -26% interanual en el primer trimestre de 2023- podría ser el punto de origen de una nueva tendencia a largo plazo caracterizada por el deterioro del comercio bilateral provocado por el rápido auge de los vehículos eléctricos en China.

Estos signos claros e inequívocos de desindustrialización se combinan, además, con una larga cadena de quiebras de empresas, cuyos eslabones individuales están formados por respetables empresas históricas como Eisenwerk Erla (industria siderúrgica), Fleischerei Röhrs (carnicería), Weck GmbH & Co. (industria del vidrio), Klingel (servicios postales) y Hofer Spinnerei Neuhof (servicios postales).

El resultado, al que también contribuye la llegada masiva de refugiados -más de un millón de personas- procedentes de Ucrania, es un notable aumento de la tasa de desempleo, registrado interanualmente en los 16 Estados federados alemanes, junto con un descenso del gasto en alimentación de los hogares alemanes y un incremento bastante significativo de los índices de aprobación del partido radical Alternative für Deutschland (Afd).

A los ojos de los estudiosos de Iw, la situación parece tan crítica que hablan del “comienzo de la desindustrialización” de Alemania y de la Unión Europea en su conjunto.

Para lo cual el desplome de las exportaciones se combina con el aumento de los gastos para el pago de los onerosos suministros energéticos estadounidenses, la subvención de la energía a empresas y hogares y la reposición de los depósitos de armas vaciados por las entregas a fondo perdido a Ucrania, que se realizarán en gran medida mediante la compra de sistemas de armamento fabricados por el “complejo militar-industrial” estadounidense.

Como contrapartida, la empresa alemana Rheinmetall parece inclinada a dar luz verde a la producción de componentes del F-35 en una nueva planta con más de 400 empleados, que se construirá en las inmediaciones del aeropuerto de Weeze, en el distrito de Kleve.

Un ejemplo flagrante de los muchos “intercambios desiguales” transatlánticos ante los que la UE se ha ido doblegando cada vez más en los últimos tiempos.

Tanto es así que un “insospechado” think-tank como el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores hablaba del “arte (europeo) del vasallaje” y de la “americanización de Europa”, llamada por Washington no sólo a cortar la vital arteria energética con Rusia, sino también a “apoyar la política industrial estadounidense y contribuir a garantizar el dominio tecnológico estadounidense sobre China […] circunscribiendo las relaciones económicas con la República Popular China sobre la base de las limitaciones impuestas por Estados Unidos”.

El estratosférico déficit comercial de 432.000 millones de euros, cifra récord, registrado por la Unión Europea en 2022 se deriva en gran medida de la degradación del “viejo continente” a un papel meramente accesorio frente a Estados Unidos y sus estrategias, y corre el riesgo, por las mismas razones, de cristalizar en un carácter estructural.

Como consecuencia, el tipo de cambio del euro frente al dólar se ha hundido, recortando el poder adquisitivo de los trabajadores europeos y obligando a los gobiernos a realizar nuevos recortes del gasto público.

Es decir, que adopte programas calcados del recientemente ideado por el ejecutivo dirigido por Olaf Scholz, incluida una drástica reducción de la financiación de todos los sectores excepto el militar.

Una maniobra presupuestaria tachada por el economista Marcel Fratzscher de “económicamente imprudente, antisocial y estratégicamente contraproducente”, pero necesaria en cierta medida por la crítica situación financiera en la que se encuentra Alemania.

Así se desprende de las declaraciones realizadas el pasado mes de junio por el Ministro alemán de Finanzas, Christian Lindner, al diario “Die Welt”, según las cuales el país no está en condiciones de hacer aportaciones adicionales al presupuesto de la UE.

Sobre todo porque podría verse obligado a organizar una operación de rescate del Bundesbank, guardián histórico de la ortodoxia ordoliberal, que arrastra pérdidas de más de 650.000 millones de euros relacionadas con la depreciación de los bonos del Estado en su poder, que se produjo debido a la subida gradual de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo, un fenómeno calcado al que llevó a la quiebra al First Republic Bank, al Silicon Valley Bank y a otros bancos estadounidenses.

Para la “locomotora europea”, y de nuevo para toda la “periferia fordista” de escala transnacional firmemente integrada en la cadena de valor alemana, se avecinan tiempos más bien sombríos.

*Giacomo Gabellini, ensayista e investigador independiente.

Artículo publicado originalmente en l’Antidiplomatico.

Foto de portada: © Michael Kappeler/dpa/Rolf Poss/imago

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