Ni el presidente chino, Xi Jinping, ni su homólogo ruso, Vladímir Putin, estarán físicamente presentes.
En un momento de profunda transformación del orden global, la ausencia de ambos líderes no sólo proyecta una señal clara sobre las prioridades geoestratégicas de Moscú y Pekín, sino que también pone en entredicho la capacidad de Brasil —actual presidencia pro tempore del bloque— para erigirse como un referente real dentro del BRICS+.
La narrativa oficial indica que Xi Jinping no asistirá por “conflictos de agenda”, y que el primer ministro Li Qiang encabezará la delegación china, como ya ocurrió en la cumbre del G20 en India en 2023.
Sin embargo, es la primera vez que Xi se ausenta de una cumbre BRICS, lo que indica que esta decisión está más cargada de mensaje político que de logística. Moscú, por su parte, ha confirmado que Putin participará solo por videoconferencia, mientras que el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, asistirá presencialmente.
La razón oficial: la falta de garantías de Brasil frente a los requerimientos de la Corte Penal Internacional, un organismo que Rusia no reconoce, pero que condiciona la diplomacia en territorios como el brasileño.
Un bloque sin su núcleo
Más allá de los detalles protocolarios, lo cierto es que la ausencia simultánea de Putin y Xi desdibuja el peso de la cumbre en Brasil y pone de manifiesto un hecho central: el liderazgo del BRICS hoy reside en el eje sino-ruso, y no en las democracias liberales del sur global que intentan mediar entre todos los mundos sin comprometerse con ninguno.
Pese a los esfuerzos diplomáticos de Lula da Silva por presentarse como articulador de consensos —visitó Moscú y Beijing en mayo y promovió la ampliación del bloque el año pasado—, las decisiones estratégicas siguen pasando por Moscú y Pekín.
La insistencia de Brasil en mantener una política exterior ambigua, sin definiciones claras frente a cuestiones como el conflicto en Ucrania, las sanciones occidentales o la presión de Estados Unidos sobre el Indo-Pacífico, han restado confianza en su papel dentro del nuevo orden multipolar.
Sumado a su grave falta en la cumbre del BRICS celebrada el año pasado en Kazán en donde bloqueo de manera unilateral la entrada de Venezuela a la organización lo que generó mucho ruido puertas adentro.

BRICS sin Xi ni Putin: ¿un cascarón vacío?
Para muchos analistas, la ausencia de Xi es particularmente simbólica. La última vez que se ausentó de una cumbre internacional fue en Sudáfrica, en 2023, cuando de manera sorpresiva envió a un ministro en su lugar.
El patrón se repite, pero esta vez en un contexto mucho más crítico, donde China y Rusia no solo lideran procesos bilaterales clave (como la resolución del conflicto en Asia Occidental), sino que también empujan una visión de multipolaridad que no depende del visto bueno de Washington ni del FMI.
La consolidación del BRICS+, la creación de sistemas de pago alternativos al dólar, y los intentos por reformar las instituciones multilaterales no pueden avanzar si los dos pilares fundamentales del bloque no están alineados con el anfitrión. En ese sentido, la incomodidad del gobierno brasileño es palpable.
Según fuentes diplomáticas, la expectativa era que Xi asistiera como gesto de reciprocidad, después de las múltiples visitas de Lula a Beijing y de las promesas de cooperación bilateral. Sin embargo, desde China se interpreta que Brasil no ha asumido un rol proactivo ni independiente en los foros clave donde se juega la gobernanza del siglo XXI.
El eje sino-ruso: fuerza silenciosa, influencia global
Mientras la prensa occidental insiste en presentar a Xi y Putin como aislados del sistema internacional, lo cierto es que ambos liderazgos están hoy en el centro de múltiples dinámicas globales que moldean la arquitectura emergente del siglo XXI.
Desde la mediación en Asia Occidental hasta la consolidación de rutas energéticas, financieras y tecnológicas independientes del control atlántico, el eje Moscú-Pekín proyecta estabilidad, racionalidad y una clara hoja de ruta en un mundo en transición.
Lejos de exhibicionismos diplomáticos o discursos vacíos, China y Rusia operan con lógica estratégica de largo plazo, prefiriendo escenarios donde las decisiones reales se toman lejos de las cámaras, pero con efectos concretos en el equilibrio global.
En ese marco, la cumbre en Brasil —sin sus dos principales actores— corre el riesgo de convertirse en un evento sin alma, con declaraciones diplomáticas sin consecuencias reales.
La ausencia de Putin y Xi no es una señal de debilidad del BRICS, sino una afirmación implícita de dónde está hoy el verdadero centro de gravedad del bloque. El eje sino-ruso no necesita exhibirse para influir: lo hace en la práctica, a través de alianzas estratégicas, acuerdos energéticos, inversión en infraestructura, y una visión compartida del mundo donde la hegemonía unipolar ya no tiene lugar.
Brasil tendrá que redefinir su papel si desea seguir siendo relevante en este proceso. Porque en el nuevo orden multipolar, los gestos sin compromiso ya no bastan, y los países que pretendan ser puentes deberán elegir entre ser simples anfitriones de cumbres o protagonistas de la historia.
Tadeo Casteglione* Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Periodista internacional acreditado por RT, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.
Foto de la portada: MFA China