El próximo año habrá cita con las urnas en países tan relevantes como Taiwán, Indonesia, India, EEUU, al Parlamento Europeo y, muy presumiblemente, aunque aún sin fecha, en Reino Unido. Entre muchas otras, porque cerca de 2.000 millones de personas en más de 70 países han sido o podrían aún ser convocados a depositar su voto en 2024 en un proceso electoral excepcional que los observadores internacionales califican como un acontecimiento geopolítico de primer orden por tratarse de todo un test-estrés sobre la salud de las democracias.
Este ejercicio de resiliencia es sumamente novedoso. Hasta el colapso crediticio -y sus múltiples efectos secundarios posteriores, como la crisis de la deuda en Europa- el triunfalismo del modelo democrático dominaba las doctrinas imperantes. Pero, de repente, los vientos de libertad se han paralizado y han surgido, en cambio, fenómenos que soplan en dirección contraria. La irrupción mayoritaria de signo y simbología ultraderechista, ha creado un campo abonado a la contestación de los sistemas de contrapesos de poder que se sustentan en los derechos humanos y el respeto a las minorías.
La sucesión de elecciones deja un rastro preocupante de aspirantes antidemocráticos y con poco apego a las libertades, pronostica Zanny Minton Beddoes, editora de The Economist. Otros -dice- acudirán a las urnas con «casos de corrupción o indicios delictivos entre manos o con vitolas de incompetencia en su gestión». Pero, por encima de cualquiera de las citas electorales previstas, las presidenciales estadounidenses de noviembre serán el culmen de esta afrenta a los valores democráticos.
La carrera por la Casa Blanca, con Donald Trump como más que posible rival -otra vez- de Joe Biden, ya ha forjado una contienda cargada de crispación y división social y manchas judiciales y políticas sobre la conveniencia de que el dirigente republicano retorne a Washington.
Quien quiera que esté en el Despacho Oval a partir de 2025 determinará conflictos bélicos como el de Ucrania o la explosiva situación en Oriente Próximo, la dirección interna que tomará EEUU o su postura en el liderazgo del orden mundial. En cualquiera de los casos, será un año en el que el planeta volverá a vivir peligrosamente.
Andrés Ortega insiste en Política Exterior en que 2024 es un año con una «alta carga electoral», cuyos futuros mandatarios «pueden cambiar el mundo, la UE y hasta, quizás, España» porque se deben encuadrar en un contexto en el que «podrían irrumpir la simbiosis entre la Inteligencia Artificial (IA) generativa y las nuevas redes sociales», como ha ocurrido, «aunque con resultados aún poco significativos en los comicios argentinos» que dieron la presidencia al ultraderechista y neoliberal Javier Milei.
Pero que podrían dejar en un mero juego de niños las interferencias de Cambridge Analytica y Facebook en el referéndum sobre el brexit o en las elecciones que ganó Trump -ambas, en 2016- con la capacidad que ha adquirido ahora una desinformación diseñada con celeridad casi por cualquiera a medida de cada elector.
Un 2023 con afrentas democráticas a flor de piel
En 2023 también se presenciaron varios órdagos a las democracias. Un ejercicio que comenzó con el recibimiento de la banda presidencial brasileña por parte de Luiz Inázio Lula Da Silva tras el intento de asalto a la emblemática Plaza de los Tres Poderes de Brasilia por correligionarios radicales alimentados por las proclamas trumpistas que ponían en tela de juicio el resultado de las urnas por parte del líder neofascista Jair Bolsonaro desde Florida (EEUU), a donde se desplazó para seguir los acontecimientos post-electorales después de su periplo como jefe del Estado de Brasil.
El año que acaba de terminar ha aupado al gobierno finlandés más ultraconservador, en manos de una coalición de cuatro partidos que lidera el primer ministro Petteri Orpo desde junio y cuyo Parlamento (Eduskunta) el más radical de este póker de formaciones, Verdaderos Finlandeses, ya ha impulsado medidas contrarias a la inmigración y de tinte antirracista, después de crear la primera crisis del cautripartito con sus siete ministerios. Al igual que ha consolidado a Recep Tayyip Erdogan otros cinco años en la presidencia turca tras dos décadas en el poder y a su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), perpetuando así su cacareado lema ciudadano de «unidad en torno a los objetivos nacionales».
Sin embargo, el mayor exponente del la extrema derecha ha surgido en Argentina. A la victoria del extravagante Milei al grito de «¡Viva la libertad, carajo!» y con una motosierra en la mano con la que simboliza los recortes en el ya de por sí anémico estado de bienestar y la supresión de casi cualquier subsidio en un país con más de un 40% de pobreza le ha seguido, en cuestión de días, manifestaciones contrarias a la puesta en marcha de sus recetas neoliberales y caducas de los Chicago Boys. A las que su polémico gobierno ha querido frenar con premeditación y alevosía retirando derechos a la regulación de la libertad de huelga desde el Ministerio de Seguridad cuya dirección ha encomendado a Patricia Bullrich.
En sentido contrario, en Polonia, el europeísta Donald Tusk ha logrado conformar un bloque de partidos de centro derecha que logró cerrar la prolongada era ultraconservadora protagonizada por la formación Ley y Justicia (PiS), ultracatólica, nacionalista y proteccionistas de los hermanos Kaczyński y que, bajo la jefatura de Gobierno de Mateusz Morawiecki, conocido como banquero de la derecha, y sus políticas contrarias a la UE, trajeron innumerables disputas y la congelación de fondos comunitarios. Tusk ha prometido reestablecer relaciones con la UE y establecer un gobierno progresista y liberal. No sin barreras de crispación inmediatas.
Como las que ha ocasionado el PP y Vox en España desde antes, incluso, de la nueva investidura de Pedro Sánchez y de la tramitación de la Ley de Amnistía, con protestas en las sedes del PSOE por toda España, con elevada carga de incidentes en su sede madrileña de Ferraz.
Ortega recuerda que «el trumpismo no es un hecho aislado, sino parte del ascenso social de una derecha radical». La Argentina de Milei y los Países Bajos de Geert Wilders -aún sin poder avanzar en un gobierno bajo su jefatura- son dos de los últimos botones de muestra. Pero no los únicos. También en Italia, Suecia, Finlandia, Hungría, Eslovaquia la sombra de la extrema derecha se ha propagado por Europa. Y podría suceder en Rumanía tras las elecciones de 2024.
De igual modo que podría darse el ascenso de la AfD (Alianza por Alemania) ante las dudas que suscita en la ciudadanía la actual coalición semáforo de socialdemócratas, verdes y liberales que dirige el canciller Olaf Scholz. O producirse un giro político en Portugal, a raíz de la dimisión del socialista António Costa por un más que cuestionable caso de corrupción.
Todas estas citas con las urnas de 2024 -y las siguientes, de 2025- tendrán en Trump a su mentor ultraderechista. Las encuestas inclinan en estos momentos la balanza a su favor, pese a que aún no es el cabeza de cartel oficial del Grand Old Party (GOP). En caso de retorno, EEUU cambiaría el paso en aspectos como la lucha contra el cambio climático, la retirada americana del respaldo financiero y armamentístico a Ucrania que Trump ha prometido resolver de un plumazo por su proximidad a Vladimir Putin o la vuelta a la guerra arancelaria con China y aliados anglosajones y europeos. Y añadiría tensión con Taiwán, también con elecciones previstas para el 13 de enero. Además de agravar la polarización de la sociedad estadounidense.
Los comicios se suceden por todas las latitudes
Pero hay otros frentes electorales abiertos. En Bielorrusia o Ruanda, por ejemplo, la cuestión se centra en comprobar el grado de complot y fraude de los comicios. Mientras en Rusia la decisión de Putin de presentarse a su quinto mandato presidencial no resulta nada sorprendente después de haber suprimido cualquier limitación constitucional a este respecto en 2020.
En Asia se someterán a las urnas tres de las mayores democracias: Bangladesh, India e Indonesia. En el caso de India, bajo el liderazgo de Narendra Modi que presumiblemente revalidará la jefatura del Estado, con un notable progreso económico y poder geopolítico, pese a las condenas anti-musulmanas del indiscutible dirigente del Bharatiya Janata Party (BJP) y al desmantelamiento de ciertas salvaguardas institucionales. En Indonesia, se pone en liza la dinastía política del presidente Joko Widodo y en Bangladesh el arraigo autoritario de un modelo que mantiene encarcelados a los líderes opositores y a disidentes.
África también tendrá su foco electoral. De hecho, será el continente que tendrá más afluencia de votantes. Eso sí, la mayoría con un alto grado de desilusión en la democracia tras la sucesión de golpes de estado del último cuatrienio. En concreto, nueve regímenes militares se han hecho con el poder desde 2020. Los sondeos revelan un creciente número de africanos partidarios de gobiernos autócratas. Y en Sudáfrica, tres décadas del Congreso Nacional Africano (CNA) de Nelson Mandela en el poder no han impedido la profusión de casos de corrupción ni unos altos índices de criminalidad y de desempleo. El final del apartheid no ha traído consigo la estabilidad económica y social.
En México, sea cual sea el resultado, habrá sucesora femenina. O la ex alcaldesa de la capital, Claudia Sheinbaum, cartel de Morena, el Movimiento Regeneración Nacional que fundó Andrés Manuel López Obrador (AMLO) sobre los pilares del nacionalismo y la socialdemocracia en 2011 para acabar con la dictadura perfecta del PRI y las siete largas décadas de dedazo presidencial y la doble muleta del PAN, primero con Vicente Fox, que dejó atrás seis decenios de oposición en 2000, e implantó un recetario ultraliberal sin paliativos y que cedió, sin solución de continuidad y no pocas denuncias de compra de votos, a su delfín Felipe Calderón. O la candidata y senadora de esta última formación, Xochitl Gálvez, que desea privatizar Pemex e iniciar una reconversión energética hacia fuentes renovables con el buque empresarial y energético insignia del país -al que la Constitución prohíbe vender al capital privado- como bandera de su liberalismo.
Entretanto, en Reino Unido los británicos, de confirmarse la cita electoral en 2024, decidirán entre la continuidad tory después de 14 años de estancamiento económico y crisis políticas que han transformado la faz de la Pérfida Albión o la vuelta del laborismo.
Pero todas estas incertidumbres electorales tendrán un núcleo gordiano; el próximo inquilino de la Casa Blanca y la hipotética vuelta de Trump si logra la nominación del GOP y el triunfo en noviembre. Una reválida que los expertos de Economist Intelligence Unit (EIU) han calificado del «mayor peligro del mundo en 2024» que podría «eclipsar» los sistemas democráticos del planeta.
*Diego Herranz, periodista.
Artículo publicado originalmente en Público.es
Foto de portada: Foto de archivo del expresidente de los EEUU, Donald Trump. —EUROPA PRESS