Área Árabe Islámica Política

Egipto, rendición del emir al-Qadi uno de los líderes del Dáesh egipcio

Por Guadi Calvo*-
Se conoció el pasado 19 de septiembre que Abu Hamza al-Qadi, el emir de la Wilāyat Sinaí (Provincia del Sinaí) el capítulo egipcio del Dáesh, se rindió frente a los líderes de la Unión de Tribus del Sinaí, una confederación no oficial compuesta por 24 tribus beduinas del norte y centro de la península, dirigidas por el sheikh Ibrahim Ergani, miembro de la tribu Tarabin, la más numerosa del Sinaí.

La rendición, que se habría producido el 10 de septiembre, es un fuerte golpe para el grupo wahabita, que ha sido uno de los grandes “animadores” del terrorismo integrista en el continente durante la década pasada, cuando operaba con el nombre de Ansar Beit al-Maqdis (Seguidores de la Casa de Jerusalén), que tomó un gran impulso con la Primavera Árabe, cambiándolo en noviembre de 2014 a Wilāyat al Sinaí, tras jurar lealtad al emir del Dáesh global Abu Bakr al-Baghdadi.

La Willat Sinaí, en octubre del 2015, fue responsable entre otros atentados del derribo del vuelo chárter KGL 9268, de la aerolínea rusa Kogalymavia, que se dirigía a San Petersburgo desde el balneario egipcio de Sharm el-Sheij, en el sur de la península, sobre el mar Rojo, provocando 224 muertos, todos rusos, que volvían de sus vacaciones. Además de los sucesivos ataques contra la comunidad copta, en el marco de la guerra de exterminio que el Dáesh lanzó en 2016 contra esa minoría religiosa, que representa el nueve por ciento de la población total del país.

El 9 de abril de 2017, en plena celebración del Domingo de Ramos, y a veinte días de la llegada del Papa Francisco, en dos ataques explosivos y simultáneos contra la iglesia Mar Guergues y la de Tanta, en Alejandría, fueron asesinadas 53 personas produciendo además 204 heridos. Meses después, exactamente el 24 de noviembre, un ataque protagonizado por unos 40 muyahidines contra la mezquita sufi Jaririya de al-Rawda en la localidad de Bir al-Abed al norte del país, dejó 311 muertos lo que significó el 75% de los hombres de la aldea, además de dejar 130 heridos.

La rendición de al-Qadi marca la importante crisis que se está produciendo en el interior del grupo. Ya en 2016 había muerto en combate Abu Duaa el-Ansari, por entonces jefe de la organización, localizado en el área de la ciudad al-Arish, capital de la provincia del Norte del Sinaí, junto a 45 de sus combatientes, en una operación que según se cree fue guiada por inteligencia extranjera. Mientras que, a fines de marzo de este año, otra muerte relevante sacudió a la Wilāyat, fue eliminado Salim Salma Said Mahmoud al-Hamadin en el marco de un operativo del ejército, cerca de al-Barth, al sur de Rafah, en proximidades de la frontera con Israel.

Salim al-Hamadin era uno de los más antiguos miembros de la organización y considerado por la inteligencia egipcia particularmente violento. Responsable de decenas de asesinatos de civiles y militares, realizó ataques explosivos a gasoductos, puestos policiales y unidades militares, además de haber estado involucrado en los atentados de Alejandría y Sharm el-Sheij, por los que se consiguió detenerlo aunque pudo fugarse poco tiempo después.

Para su rendición, al-Qadi, pactó que su vida, la de su mujer y sus tres hijos fueran respetadas. Lo que ha conseguido a pesar de su largo historial de crímenes, como la decisión de ejecutar a nueve camioneros civiles sin vinculación con el Gobierno en el norte del Sinaí, en noviembre de 2017.

Según algunos analistas su rendición está señalando profundas grietas dentro de la dirigencia de la Wilāyat, lo que podría producir un efecto dominó en el interior de la organización.

Además se especula que con la rica información que posee acerca de escondites de los miembros de la organización, depósitos de armas, rutas de abastecimiento y organigramas de la banda y conocimiento de la red de sus células que operan fuera del Sinaí, les dará a los militares egipcios la oportunidad para asestar golpes cada vez más duros.

Un matrimonio de conveniencia

Si bien es cierto que el presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi, después de los ataques a la aldea de Bir al-Abed en noviembre de 2017 comprendió que para derrotar a los rigoristas iba a necesitar una estrategia más amplia de la que estaba aplicando, dispuso la puesta en marcha de la Operación Sinaí 2018, que desde febrero de ese año se ha extendido hasta hoy. Para dicha operación dispuso prácticamente del despliegue de todo el potencial de sus fuerzas armadas y de seguridad, que además de concentrarse en el Sinaí operaron junto a la inestable frontera libia, de donde los terroristas egipcios se abastecían de armas y militantes.

Para el libre manejo de sus tropas al-Sisi, clausuró el acceso de los periodistas al Sinaí, por lo que la información siempre está siendo regulada por el ejército, aunque si se han filtrado innumerables denuncias por la violación a los derechos humanos, ya no solo de los combatientes, sino también de la población civil que ha sido prácticamente militarizada con rígidos horarios de tránsito, impidiendo en muchos casos la posibilidad de traslados laborales y transporte de mercaderías, a lo que hay que agregar la demolición de numerosas viviendas para permitir maniobrar “cómodamente” a los efectivos de al-Sisi y restar a los terroristas escenarios propicios para atentados y emboscadas. Además, los pobladores del Sinaí sufren detenciones masivas sospechosos de colaborar con los insurgentes, sin ningún sustento legal.

A pesar de haberse tomado todos esos atributos las tropas de al-Sisi no habían logrado, y todavía no lo hacen, la derrota total de la Wilāyat Sinaí, por lo que debieron estrechar sus esfuerzos con las tribus locales, que desde siempre han tenido una relación “compleja” con El Cairo, que nunca los ha tenido en cuenta en sus planes de desarrollo ni estructuró políticas de integración. Además de haber sido considerados un factor de conflictos por sus actividades relacionadas con el contrabando. Cuando en 2013 surge la actividad terrorista en la península las tribus prefirieron mantenerse distantes de ellos, aunque algunos de sus jóvenes se afiliaron a la insurgencia como modo de expresar su rechazo al Gobierno central por no aplicar políticas de desarrolló para el Sinaí.

La vinculación entre las tropas del Gobierno desplegadas en el Sinaí y las tribus ha sido un matrimonio de conveniencia para ambas partes. Para los militares porque los beduinos son conocedores profundos de la geografía de la península, que ocupan desde hace milenios al tiempo que las tribus habían comenzado a ser cada vez más violentadas por los rigoristas sufriendo abusos de todo tipo: robos, secuestros, tortura y muerte e incluso la incorporación obligatoria a la organización. Las tribus han proporcionado al ejército en operaciones importante información acerca de refugios, depósitos de armamentos y la posibilidad de ataques, además de hacer inteligencia constante e incluso incorporándose en operaciones que las llevaron a participar en numerosos combates. Según los líderes de las tribus, la estrecha coordinación con el ejército se verifica con las cada vez más frecuentes derrotas de los takfiríes.

El 1 de agosto el ejército consiguió “neutralizar” a 90 muyahidines en la provincia nororiental de Sinaí del norte, además de incautar más de 400 IDE (dispositivos explosivos improvisados), cuatro cinturones explosivos, incautar 73 ametralladoras y 52 vehículos. Mientras también se conoció la baja de ocho militares. El 13 de ese mismo mes fueron asesinados una docena de terroristas en diferentes operaciones en el norte y el área central de la península.

La alianza entre las tribus y el ejército facilitó que los terroristas no tuvieran vías de acceso seguras para acercarse a los puestos de control y campamentos militares para ataques más amplios, reduciendo su accionar a tácticas limitadas, como la colocación en rutas y caminos de IDE, lo que no era habitual en este grupo terrorista. Consiguieron algunos “éxitos” como el del pasado 13 de agosto, cuando el vehículo blindado en el que viajaban fuerzas de seguridad pisó uno de estos dispositivos en New Rafah, cerca de la frontera con la Franja de Gaza, produciendo una explosión en la que murieron nueve policías y otros seis resultaron heridos.

Según algunos analistas esta nueva estrategia adoptada por la Wilāyat es una clara demostración de un marcado deterioro de sus capacidades y su colapso gradual, aunque se sabe que existe una importante cantidad de “células durmientes” que podrían ser activadas, cuanto más presionada se sienta, incluso llegando a operar en El Cairo.

*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

Artículo publicado en Rebelión y fue editado por el equipo de PIA Global