«Un Gobierno de interés general». El presidente francés, Emmanuel Macron, utilizó el jueves esta fórmula vacía de contenido para describir el perfil del primer ministro que sustituirá a Michel Barnier.
La misma semana en que el jefe del Estado ha vivido uno de esos momentos de grandeur —y que tanto le gustan— con la reapertura este sábado de Notre Dame, ha sufrido un revés político mayúsculo. La moción de censura impulsada por la coalición de izquierdas del Nuevo Frente Popular (NFP), y que contó con los votos de la ultraderecha de Marine Le Pen, tumbó al Ejecutivo de coalición entre el centro-derecha macronista y los conservadores de Los Republicanos (LR).
Francia ha subido un par peldaños en su profunda crisis, que la mayoría de la población atribuye a Macron. A diferencia de España, en Francia el éxito de una moción no supone la investidura de un Ejecutivo alternativo de aquellos que la presentan. El presidente dispone de un amplio margen de maniobra a la hora de elegir al próximo responsable del Ejecutivo, aunque luego se enfrentará a una muy fragmentada Asamblea Nacional. De momento, no ha revelado del todo sus cartas. Pero la prensa francesa se muestra escéptica ante la posibilidad de que nombre a un premier de izquierda, y eso que el Frente Popular venció por la mínima en las elecciones legislativas del 7 de julio.
Tras haberse reunido el jueves en la sede presidencial con el centrista François Bayrou, Macron se vio las caras el viernes al mediodía con una comitiva del Partido Socialista y a última hora de la tarde con representantes de la derecha tradicional de Los Republicanos (LR). También conversó ese mismo día con representantes de los partidos de la coalición presidencial (Renaissance, MoDem y Horizons). Estas tres formaciones se oponen a la designación de un jefe del Gobierno vinculado al Frente Popular, compuesto por la Francia Insumisa (afines a Sumar o Podemos), el Partido Socialista, los verdes y los comunistas.
«Nadie cree realmente en ello», reconoció François Patriat, presidente del grupo de los macronistas en el Senado, en declaraciones a Le Monde.
¿Apostará por una opción continuista?
Los nombres que más circulan como futuribles para Matignon apuntan a una opción continuista respecto a Barnier. Los partidos afines a Macron quieren mantener su alianza con la derecha republicana, a pesar de que esta coalición solo cuenta con el apoyo de 212 diputados (de un total 577). No obstante, les gustaría dividir al Frente Popular, con fuertes tensiones internas desde hace semanas entre sus dos principales polos: los socialistas y los insumisos. En concreto, quieren lograr que el partido de la rosa se comprometa a no censurar al Gobierno hasta que se celebren otras elecciones anticipadas a partir del próximo verano, cuando podrán convocarse de nuevo.
En este sentido, se habla mucho del veterano centrista François Bayrou. También han aparecido en la prensa menciones a los conservadores François Baroin o Jean-Louis Borloo; al ministro del Interior, Bruno Retailleau, quien encarna una derecha más dura que la de Barnier; o al responsable de Defensa, Sébastien Lecornu, muy cercano a Macron y supuestamente con buenas relaciones con Le Pen. Los altos cargos del Elíseo también han valorado la opción de un Ejecutivo técnico, al más puro estilo Mario Draghi en Italia. Podrían encabezarlo François Villeroy, actual presidente del Banco de Francia, o el excomisario europeo Thierry Breton.
Como le sucedió a su predecesor, el futuro primer ministro se enfrentará a la compleja tarea de elaborar unos presupuestos en un país con un crecimiento económico raquítico (apenas el 1% del PIB) y que registrará este año un déficit público superior al 6%. De momento, se prorrogarán los de este año, pero Macron expresó su voluntad de aprobar unos nuevos a principios del 2025. El jefe del Estado ha insistido en que estos deben «volver a los fundamentos» de la política fiscal macronista. Esto significa mantener los regalos fiscales para los más ricos y las cuantiosas ayudas para las grandes empresas dadas desde 2017. Un neoliberalismo a la francesa que Barnier intentó matizar, lo que suscitó numerosas trabas por parte de sus supuestos aliados.
“Deseo una negociación»
«La derecha tradicional ha aceptado aumentar los impuestos a los más ricos antes que los macronistas», recuerda el politólogo Christophe Bouillaud, sobre el ADN de Macron en materia económica del presidente. Esta obstinación del presidente por no subir los impuestos a los más ricos dificulta que pueda hacer concesiones suficientes a los socialistas para compensar el precio electoral que supondría desmarcarse del Frente Popular.
A pesar de ello, el PS no quiere que lo hagan responsable del embrollo actual. «Deseo que haya una negociación. Veo bien que no hay una mayoría absoluta y que en un momento dado hace falta lograr algunas decisiones», defendió el viernes por la mañana en una entrevista radiofónica el secretario general del partido de la rosa, Olivier Faure. Esas declaraciones suscitaron una oleada de críticas por parte de sus socios de coalición. Vieron en ellas la posibilidad de que los socialistas se desmarquen del Frente Popular para formar una especie de «gran coalición» con los macronistas y la derecha republicana.
«Nada de lo que Faure dice lo hace en nuestro nombre», advirtió Jean-Luc Mélenchon, principal referente de la Francia Insumisa (afines a Sumar o Podemos). «Le digo a Olivier Faure: vigila«, insistió Marine Tondelier, secretaria general de los Ecologistas. Tras una jornada de cierta histeria interna en la gauche, el secretario general de los socialistas, y hasta ahora firme defensor de la alianza unitaria de la izquierda, matizó sus palabras asegurando que «para nada vamos a mezclarnos en un Gobierno de derechas».
Escepticismo en la izquierda ante la posibilidad de gobernar
«Macron se esfuerza tanto en apartar al NFP del poder que no hay que dejarle el pretexto de que somos los responsables de la obstrucción», declaró la economista Lucie Castets, propuesta por la izquierda como posible primera ministra y que salió en defensa de Faure. Además de no querer que lo hagan responsable del bloqueo, la aparente mano tendida del líder de los socialistas «se debe a los conflictos internos en el PS», recuerda Bouillaud. Esta formación celebrará el año que viene un congreso nacional en el que el sector moderado (liderado por el expresidente François Hollande) aspira a derrocar a Faure y poner a un secretario general que rompa con los insumisos.
Pese a sus tensiones internas, los cuatro partidos del Frente Popular coinciden en pedir un primer ministro de izquierdas y que este se comprometa a no recurrir al decretazo del 49.3, un polémico artículo de la Constitución que permite aprobar una ley sin una votación parlamentaria y cuyo uso propició la caída de Barnier. La mayoría de los representantes progresistas no creen, sin embargo, que el presidente acepte esta opción. Y eso que tendría el mérito de dejar al lepenismo en una posición más marginal, a diferencia de lo ocurrido en las últimas semanas en las que el primer ministro conservador priorizó negociar los presupuestos con la extrema derecha.
«No lo hará. El problema de Macron es que nunca pone en duda su política económica y social favorable para el mundo de las finanzas. Incluso un primer ministro de centro-izquierda sería demasiado para él», sostiene el diputado insumiso Éric Coquerel, en declaraciones a Público.
Los próximos días —o semanas— dirimirán si Macron se mantiene en su enroque en la derecha, y que lo obliga a depender de los humores de una imprevisible Le Pen. O bien intenta dividir al Frente Popular.
*Enric Bonet, periodista.
Artículo publicado originalmente en Público.
Foto de portada: El presidente francés, Emmanuel Macron, habla durante una rueda de prensa tras la cumbre extraordinaria de jefes de Estado y de Gobierno de la UE del 17 de octubre de 2024. —Gaetan Claessens/EU Council / dpa