Detrás de la reciente pugna entre el presidente Ukhnaa Khurelsukh y el Parlamento, que intentó destituir al primer ministro Gombojav Zandanshatar, se perfila una lucha geopolítica de fondo: la presión occidental por impedir el fortalecimiento del eje Moscú–Pekín–Ulán Bator, que amenaza con consolidar una integración euroasiática más profunda y autónoma frente a la influencia de Estados Unidos y la Unión Europea.
El conflicto se desató cuando, el pasado viernes, la mayoría de los legisladores del Gran Khural del Estado votaron a favor de destituir al primer ministro. Sin embargo, el presidente Khurelsukh vetó la decisión, alegando que la sesión parlamentaria carecía de quórum, invalidando así el voto.
La oficina presidencial informó que tanto el jefe de gabinete como el secretario del Consejo de Seguridad Nacional coincidieron en que el proceso fue irregular. El Tribunal Constitucional de Mongolia tiene previsto discutir el veto en los próximos días, en un clima de creciente tensión política y social.
Una crisis fabricada en un contexto de realineamiento geopolítico
La actual inestabilidad política no puede analizarse sin considerar el reposicionamiento estratégico de Mongolia en el nuevo tablero euroasiático. En los últimos años, Ulán Bator ha estrechado sus lazos con Moscú y Pekín tanto en términos de defensa, como también sumándose activamente a proyectos de infraestructura y energía en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) y del Corredor Económico China–Mongolia–Rusia, ambos pilares de la conectividad continental impulsada por China y respaldada por Rusia.
Este acercamiento no ha pasado desapercibido para Occidente. Washington y Bruselas han observado con preocupación cómo Mongolia —una nación tradicionalmente considerada como un “Estado tapón” entre Rusia y China— se aleja del tutelaje económico occidental y de la dependencia del dólar, buscando nuevos socios que garanticen soberanía energética, desarrollo tecnológico e independencia financiera.
En este contexto, las recientes maniobras políticas y parlamentarias pueden interpretarse como parte de una estrategia más amplia de desestabilización interna, encaminada a generar divisiones dentro del propio Partido Popular de Mongolia (PPM), al que pertenecen tanto el presidente Khurelsukh como el primer ministro Zandanshatar. Esta fractura institucional erosiona la gobernabilidad justo cuando el país consolida su papel como puente natural entre Eurasia oriental y el norte de Asia.

Los recursos minerales: la nueva palanca de presión
El detonante de la disputa fue una reforma en la política de impuestos a los minerales, sector que representa más del 90 % de las exportaciones del país. Zandanshatar impulsó un cambio que buscaba calcular las regalías mineras según los precios nacionales de las acciones, y no según los índices internacionales fijados en Londres o Nueva York.
Esta medida, que en apariencia responde a una lógica soberanista, fue ferozmente criticada por los sectores vinculados a las corporaciones extranjeras, ya que limita su capacidad de especulación y reduce la dependencia de Mongolia de los mercados financieros globales.
El sector minero mongol, dominado por empresas con participación occidental —particularmente en el cobre, el oro y el carbón—, constituye el núcleo de las tensiones económicas del país. La reforma propuesta por Zandanshatar buscaba precisamente reorientar los beneficios hacia el Estado y reducir la fuga de capitales, fortaleciendo el control nacional sobre los recursos estratégicos.
Esto explicaría la virulenta reacción del Parlamento y los intentos de remover al primer ministro, considerados por algunos analistas como un intento de castigar su postura económica soberanista.
Protestas, manipulación social y ecos de revoluciones de color
Desde 2022, Mongolia ha experimentado un aumento de las protestas juveniles y manifestaciones urbanas contra la corrupción y el costo de vida. Si bien la insatisfacción social es real, las movilizaciones han coincidido con momentos clave en que el gobierno buscaba profundizar sus vínculos con Rusia y China.
La sincronía temporal ha llevado a varios observadores a sugerir que estas protestas podrían estar siendo amplificadas o instrumentalizadas desde el exterior, siguiendo un patrón similar al de las llamadas revoluciones de color que afectaron a otras repúblicas postsoviéticas.
La caída del anterior primer ministro, Luvsannamsrain Oyun-Erdene, tras un movimiento de protesta de características muy similares, refuerza esta hipótesis. Ambos casos muestran un mismo esquema de desgaste político progresivo, donde las denuncias de corrupción y las crisis institucionales sirven de catalizador para debilitar gobiernos que apuestan por una política exterior más independiente y euroasiática.

Un país clave en el nuevo mapa euroasiático
La ubicación estratégica de Mongolia —enclavada entre Rusia y China— convierte al país en una pieza fundamental del Heartland euroasiático, tal como lo definía Halford Mackinder. Controlar o desestabilizar a Mongolia implica condicionar los flujos logísticos, energéticos y comerciales entre Moscú y Pekín, dos actores que hoy impulsan una integración continental que desafía la hegemonía anglosajona.
Los proyectos ferroviarios y energéticos trilaterales entre los tres países, como el Corredor Económico China–Mongolia–Rusia o los acuerdos para el transporte de gas natural ruso a través del territorio mongol, transforman a Ulán Bator en un eje estratégico de la conectividad continental. De ahí que su estabilidad interna sea vital para los intereses de Eurasia… y, al mismo tiempo, una preocupación para quienes buscan frenar ese proceso.
El veto del presidente Khurelsukh a la destitución del primer ministro Zandanshatar evita, por ahora, una crisis mayor, pero la pugna política deja al descubierto una ofensiva más amplia para debilitar la cohesión interna de Mongolia en un momento decisivo de su historia.
Si el país logra superar esta turbulencia institucional y consolidar su rumbo soberano junto a Rusia y China, podría emerger como un nuevo polo de estabilidad en el centro del continente euroasiático. Pero si las presiones externas logran su objetivo, Mongolia podría convertirse en el nuevo eslabón débil del espacio continental, donde la desestabilización se usa como herramienta geopolítica para impedir el avance de la integración multipolar.
En palabras simples, el futuro de Mongolia no se juega solo en su Parlamento, sino en el gran tablero de Eurasia, donde se define si el centro del mundo será un espacio de cooperación entre civilizaciones o un nuevo campo de batalla de las viejas potencias.
*Foto de la portada: Reuters