Fue un verdadero desfile geopolítico donde los grandes actores de Eurasia —desde Rusia e Irán hasta Turquía, Kazajistán, Armenia y Uzbekistán— se reunieron en un escenario que, curiosamente, suele estar lejos de los focos mediáticos occidentales.
Pero esta vez, la neutralidad turcomana, celebrada en su 30.º aniversario, se convirtió en el punto de encuentro para conversaciones que marcarán el pulso del continente en los próximos años.
El anfitrión del foro, Gurbangulý Berdymujamédow, abrió el encuentro con un mensaje que, aunque envuelto en un lenguaje diplomático impecable, tenía una carga política evidente: el mundo atraviesa un momento difícil y las “fuerzas pacifistas” deben unirse para enfrentar amenazas que socavan la arquitectura global de seguridad.
En un planeta reconfigurado por conflictos, sanciones y el choque abierto entre modelos de orden internacional, el llamado de Berdymujamédow sonó como una advertencia a la comunidad internacional: el mecanismo de cooperación debe volver a girar, y la ONU —según él, la única organización con legitimidad universal— sigue siendo el pilar central de ese esfuerzo.
Sin embargo, más allá de los discursos, el verdadero condimento de la cumbre estuvo en los encuentros bilaterales al margen del foro. La llegada de Vladímir Putin convirtió el evento en un epicentro geopolítico. La sola lista de asistentes explicaba por qué: líderes de Armenia, Irak, Irán, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turquía y Uzbekistán, junto a los primeros ministros de Azerbaiyán, Georgia y Pakistán. Una verdadera constelación que revelaba que Eurasia no está dispuesta a dejar pasar la oportunidad de discutir su propio destino sin la tutela externa que dominó el siglo XX.

Uno de los encuentros más comentados fue el de Putin y Recep Tayyip Erdogan. Turquía y Rusia mantienen una relación compleja, llena de competencias regionales, pero también de pragmatismo estratégico. En Asjabad, ambas partes decidieron enfocarse en lo que las une: la energía.
El ministro turco Alparslan Bayraktar dejó claro que la alianza energética se mueve en una línea ascendente, tanto en gas natural como en energía nuclear. Lo interesante es que Turquía sigue profundizando esta asociación mientras envía mensajes de estabilidad regional, posicionándose como un actor dispuesto a mediar incluso en conflictos tan envenenados como el de Ucrania.
Otro encuentro que generó atención fue el de Putin con el presidente iraní, Masud Pezeshkian, quien agradeció abiertamente el apoyo ruso a la posición iraní en el escenario internacional. Teherán reafirmó su compromiso con la implementación del Tratado de Asociación Estratégica Integral firmado a comienzos del año, un acuerdo que no implica defensa militar automática, pero sí una alineación profunda en términos estratégicos y de no asistencia a agresores de cualquiera de los dos países.
En otras palabras, Rusia y Teherán están consolidando un eje de cooperación más silencioso, pero muy consistente, que se expande desde el Cáucaso hasta el Golfo Pérsico.
Más allá de estas reuniones de alto perfil, el clima en Asjabad tuvo un tono peculiarmente simbólico.Turkmenistán, país conocido por su neutralidad permanente, logró reunir en una misma sala a potencias que no siempre comparten intereses, pero que esta vez coincidieron en que la arquitectura de seguridad global necesita nuevas bases.

Esta idea, repetida en los discursos y en las interacciones informales, estuvo acompañada por un hilo común, la percepción de que el orden internacional está en transición y que Eurasia —antes fragmentada, ahora conectada por proyectos energéticos, corredores logísticos, acuerdos de seguridad y foros multilaterales— debe actuar de manera más coordinada.
Putin, en un gesto diplomático característico, felicitó a Turkmenistán por su estatus de neutralidad y por su política exterior “coherente y constructiva”, subrayando que las relaciones bilaterales están en un nivel sin precedentes. Con la calma de quien sabe que la región se está redibujando a su favor, el presidente ruso reforzó la idea de que Asjabad es un socio estable en una zona clave del continente euroasiático, justo en el cruce entre Asia Central, el Caspio y las rutas económicas que buscan alternativas al eje atlántico.
La cumbre de Asjabad, no fue un acto ceremonial sino una especie de termómetro político. Un espacio donde se respiró la sensación de que Eurasia está mutando, que las alianzas están reacomodándose y que los países del corazón del continente buscan hablarse directamente, sin intermediarios. Los encuentros, los gestos, los acuerdos energéticos en construcción y las palabras de respaldo mutuo dibujaron un paisaje que habla de un continente que apuesta por su propia estabilidad, su propio diálogo y, sobre todo, su propio futuro.
Lo interesante es que, lejos del dramatismo o la solemnidad, la cumbre tuvo un aire natural, hasta descontracturado, líderes conversando de manera franca, países alineando intereses, y Turkmenistán celebrando su neutralidad mientras se convierte, paradójicamente, en uno de los principales centros de gravedad diplomática de Asia Central.
Un escenario perfecto para recordar que, detrás de los grandes discursos sobre paz y confianza, la verdadera política sucede en los pasillos, en las reuniones de margen, en los apretones de manos que construyen silenciosamente el nuevo mapa del mundo.
*Foto de la portada: Reuters

