Detrás del aparente caos político que sacude a Corea del Sur —con la destitución de su presidente, la dimisión de su primer ministro en funciones y unas elecciones anticipadas a la vista— se esconde una realidad más profunda que rara vez se aborda en los grandes medios: la crisis estructural de un sistema político diseñado y tutelado desde Washington.
Lo que hoy vive Seúl no es un simple choque electoral o una disputa interna. Es la manifestación de la quiebra de un modelo impuesto desde la Guerra Fría, que ha convertido a Corea del Sur en una colonia política, militar y económica de Estados Unidos, incapaz de tomar un rumbo soberano.
El colapso de una clase política servil
La destitución unánime del presidente Yoon Suk-yeol el pasado 4 de abril y la reciente renuncia de Han Duck-soo, primer ministro y presidente interino, son síntomas de un sistema político agotado, donde las élites se turnan en el poder sin ofrecer respuestas a los desafíos internos, más preocupadas por mantener la aprobación de Washington que por escuchar a su propio pueblo.
Yoon, un presidente abiertamente alineado con las posturas más duras de Estados Unidos contra China y Corea del Norte, cayó no solo por escándalos internos, sino también por la erosión de su legitimidad popular, alimentada por una política exterior entreguista y una economía cada vez más dependiente de las imposiciones estadounidenses, desde el sector tecnológico hasta la industria armamentista.
La renuncia de Han Duck-soo para lanzarse como candidato presidencial en las elecciones del 3 de junio solo confirma el reciclaje de una clase política que no tiene un proyecto propio, sino que responde a la agenda geopolítica de su tutor estadounidense.

Un país atrapado en la lógica de la Guerra Fría
Desde la firma del armisticio en 1953, Corea del Sur no ha conocido una soberanía real. La presencia de 28.500 soldados estadounidenses en su territorio, junto con el control que Washington ejerce sobre su aparato militar, económico y mediático, han convertido a Seúl en un puesto avanzado de los intereses de Estados Unidos en Asia-Pacífico.
El alineamiento automático con la estrategia antichina de Washington, la participación en ejercicios militares provocadores cerca de la península y la subordinación económica al sistema financiero occidental han generado una profunda fractura social, que hoy se expresa en una polarización política sin precedentes.
El propio Han Duck-soo lo admitió veladamente al renunciar: “Depende de nosotros decidir si la política de Corea del Sur tomará el camino de la cooperación o el de los extremos”.
Lo que no dijo es que ese camino no se decidirá realmente en Seúl, sino en Washington, donde las presiones para mantener a Corea del Sur como un peón contra China y Rusia son cada vez más intensas.
La soberanía hipotecada y la economía en ruinas
La crisis política se combina con una grave situación económica, donde la deuda externa, el desempleo juvenil y la dependencia de las cadenas de suministro impuestas por EE.UU. asfixian cualquier intento de desarrollo independiente.
Los intentos de acercamiento a China o de cooperación regional han sido sistemáticamente saboteados por Washington, que sigue viendo a Corea del Sur no como un socio, sino como un instrumento estratégico.
La convocatoria de elecciones para el 3 de junio y la declaración de ese día como festivo muestran el nerviosismo de las élites ante una población cada vez más escéptica, que empieza a cuestionar no solo a sus políticos, sino el propio modelo de subordinación a Estados Unidos.
Lo que sucede hoy en Corea del Sur es más que una crisis política coyuntural: es el derrumbe de un modelo colonial impuesto tras la guerra, que ya no responde a las necesidades de su pueblo ni a las nuevas dinámicas del orden multipolar emergente.
Con las elecciones a la vuelta de la esquina, la incógnita es si alguna fuerza política se atreverá a cuestionar la tutela estadounidense y plantear un camino de soberanía, o si, por el contrario, el país seguirá atrapado en el juego de las potencias, con una crisis sistémica que solo tenderá a agravarse.
El tablero asiático cambia rápido, y la estabilidad artificial que EE.UU. construyó en Corea del Sur comienza a resquebrajarse. ¿Será esta la oportunidad para un giro histórico hacia la independencia real? Solo el tiempo y la voluntad popular lo dirán.
Foto de la portada: YONHAP