Como proceso de descolonización, la Confederación de Estados del Sahel, ofrece a través de medidas concretas una salida ¿definitiva? de la dependencia colonial. La defensa de los recursos naturales, las alianzas en torno a la seguridad y la lucha conjunta contra el terrorismo parecen ser el camino que Mali, Burkina Faso y Níger le quieren mostrar al resto del continente. La unión fraterna que comenzaron a demostrar estos países, a partir de sendos procesos de “golpes de Estado”, se remonta incluso a otro tiempo, donde la región permanecía unificada. La llegada de los colonizadores, en este caso la Francia imperial fragmentó la zona para su mejor propósito. El saqueo de las riquezas y recursos naturales que engrosaron las arcas de Paris y enriquecieron a empresas privadas ligadas a la explotación minera, parece haber llegado a su fin en este lado del mundo donde la AES se ha hecho fuerte, incluso seduciendo a otros países de la región a sumarse a esta cruzada descolonizadora.
En el corazón del continente africano, Burkina Faso, Malí y Níger han dado un giro drástico en su historia reciente, emprendiendo un proceso de profunda descolonización y reconfiguración geopolítica. La creación de la Confederación de Estados del Sahel no solo representa un esfuerzo colectivo por consolidar su soberanía, sino que también es un desafío directo al modelo de injerencia externa que ha caracterizado su historia poscolonial. La expulsión de tropas extranjeras, la ruptura con instituciones regionales alineadas con intereses occidentales y la implementación de políticas económicas independientes han marcado un punto de inflexión. Este artículo analiza en profundidad las medidas adoptadas, su contexto y sus repercusiones en el futuro de la región.

Desde el punto de vista político, la salida de estos países de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) supuso un quiebre con una estructura que había impuesto sanciones tras los golpes de Estado que llevaron al poder a gobiernos militares en cada uno de ellos. Durante décadas, la CEDEAO funcionó como un actor clave en la supervisión del orden político regional, pero también como un mecanismo de influencia de Francia y otras potencias extranjeras. La decisión de estos países de abandonar la organización refleja una determinación de desligarse de estructuras que, según sus líderes, perpetuaban la dependencia económica y política. Sin embargo, esta ruptura no estuvo exenta de costos: el comercio intrarregional cayó un 12 % en el primer año posterior a la salida, aunque analistas proyectan que nuevos acuerdos bilaterales y el fortalecimiento del mercado interno podrían compensar esta pérdida para 2025.
En el ámbito de la seguridad, la expulsión de las tropas francesas y la ruptura de acuerdos militares con Francia marcaron un antes y un después en la estrategia defensiva de la región. La Operación Barkhane, activa desde 2013, había sido justificada como un esfuerzo para contener la insurgencia yihadista en el Sahel, pero la percepción ciudadana sobre su efectividad se deterioró con el tiempo. Encuestas realizadas en los últimos años indicaban que más del 60 % de la población consideraba que la presencia militar francesa no había mejorado la seguridad y, en algunos casos, incluso la había empeorado. La retirada de estas fuerzas no estuvo exenta de desafíos: la criminalidad en algunas zonas aumentó temporalmente en un 20 %, aunque la llegada de asesores militares rusos y el establecimiento de una fuerza conjunta entre Burkina Faso, Malí y Níger han contribuido a reducir el número de ataques en un 30 % en ciertas áreas.
Este nuevo bloque también ha optado por reformas económicas que apuntan a una mayor autonomía. Durante décadas, los tres países dependieron del franco CFA, una moneda vinculada al euro y bajo control del Tesoro francés, lo que limitaba su capacidad de implementar políticas monetarias soberanas. La propuesta de una moneda propia dentro de la Confederación de Estados del Sahel busca corregir esta situación y, según estimaciones del FMI, podría reducir la inflación en un 8 %. A la par, el fortalecimiento de instituciones financieras regionales ha facilitado el acceso al crédito para pequeños productores agrícolas, con un incremento del 40 % en las solicitudes de financiamiento para el desarrollo rural.
Uno de los aspectos más innovadores de este proceso ha sido la reforma del sistema judicial, que ha incorporado prácticas tradicionales para hacer el acceso a la justicia más eficiente y acorde a las realidades locales. Históricamente, el sistema legal en estos países había estado basado en códigos de origen colonial que no siempre se adaptaban a las necesidades de la población. La creación de más de 200 tribunales en zonas rurales ha contribuido a mejorar la confianza en el sistema, con encuestas que muestran un aumento del 35 % en la percepción positiva de la justicia local.
En el ámbito de los derechos humanos, los gobiernos del Sahel han optado por un doble enfoque: por un lado, denunciar ante foros internacionales las violaciones cometidas en el marco de la lucha contra el terrorismo, y por otro, iniciar procesos judiciales internos contra responsables de abusos, tanto de grupos armados como de las fuerzas estatales. Esta estrategia ha permitido que la asistencia humanitaria internacional aumente un 50 %, aunque organizaciones de derechos humanos siguen señalando desafíos en la implementación de mecanismos de rendición de cuentas.
Además de la seguridad y la economía, la Confederación del Sahel ha puesto énfasis en la promoción de la educación y la cultura autóctona. Durante décadas, los sistemas educativos siguieron modelos impuestos desde el periodo colonial, marginando las lenguas y tradiciones locales. En el último año, más de 50 programas de educación han sido reformados para incluir el uso de idiomas indígenas, con un impacto directo en la tasa de matriculación escolar, que ha aumentado en un 20 % en zonas rurales. Paralelamente, la producción cultural y artística ha recibido un impulso con programas estatales de apoyo, fomentando la identidad nacional y el sentido de pertenencia entre los ciudadanos.
Las nuevas alianzas internacionales han sido otro eje central de la estrategia del Sahel. Históricamente alineados con Francia y otros países occidentales, estos gobiernos han diversificado sus relaciones diplomáticas y económicas, estableciendo acuerdos con Rusia y China, entre otros actores. La inversión extranjera en infraestructura ha crecido un 30 % en el último año, particularmente en la construcción de carreteras y redes eléctricas, mejorando el acceso a servicios básicos en zonas rurales.
El impacto de estos cambios no se ha limitado solo a Burkina Faso, Malí y Níger. Países vecinos como Senegal, Chad, Benín y Ghana han comenzado a evaluar las implicaciones de este nuevo bloque. En Chad, el gobierno ha mostrado interés en establecer acuerdos de cooperación con la Confederación, mientras que en Benín y Ghana se han generado debates internos sobre la posibilidad de alejarse de la CEDEAO y sumarse a una estructura con mayor autonomía económica y política. Senegal, tradicionalmente alineado con Francia, enfrenta un dilema estratégico, ya que sectores políticos y sociales han comenzado a exigir una mayor independencia en línea con el modelo del Sahel. La posibilidad de expansión de la Confederación de Estados del Sahel no solo consolidaría un bloque con una mayor capacidad de negociación, sino que podría redefinir el equilibrio de poder en África Occidental.
El futuro del Sahel se encuentra en una encrucijada. Si bien la ruptura con estructuras neocoloniales ha sido aclamada como un paso hacia la soberanía real, los desafíos persisten. El éxito de la Confederación de Estados del Sahel dependerá de su capacidad para consolidar sus estructuras políticas, garantizar estabilidad interna y mantener relaciones internacionales equilibradas que le permitan seguir avanzando en su desarrollo económico y social. La historia de África ha estado marcada por intentos de independencia que han sido sofocados por injerencias externas y conflictos internos. Sin embargo, lo que ocurre hoy en el Sahel sugiere que una nueva narrativa está tomando forma, una en la que estos países buscan, por primera vez en mucho tiempo, escribir su propio destino.
*Beto Cremonte, docente, profesor de Comunicación social y periodismo, egresado de la UNLP, Licenciado en Comunicación social, UNLP, estudiante avanzado en la Tecnicatura superior universitaria de Comunicación pública y política. FPyCS UNLP.