Colombia, como espacio territorial y como noción política, fue cuna de la idea de Nuestra América. Es el primer territorio donde se hace concreta la noción de Patria Grande soñada por Francisco Miranda y construida en los hechos por Simón Bolívar en el Congreso de la Angostura. Sorteando las contradicciones que la propia historia le imponía a los territorios deliberadamente desguazados por la ocupación colonial en presidencias, virreinatos y capitanías generales; lo que la historiografía recupera hoy como Gran Colombia no fue otra cosa que el intento práctico de construcción de Patria Grande.
La Carta de Jamaica y el Discurso de Angostura, entre otros tantos documentos, expondrán la grandeza del pensamiento de Simón Bolívar:
“Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo en una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; […] ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración (…)”
El Congreso de Panamá insistirá en sentar las bases doctrinarias y construir los acuerdos necesarios para la unificación jurídico político de todo el territorio nuestroamericano. Pretenderá construir una Confederación de Naciones para suplantar desde la unidad al orden colonial español. Fue un intento consistente por evitar la balcanización de las nacientes repúblicas independientes y evitar así (lo que luego ocurriría) la debilidad resultante de una fragmentación política y económica que las dejara en situación de inferioridad frente a las potencias coloniales e imperiales. Todos los líderes de la independencia latinoamericana tuvieron clara conciencia de la necesidad de la unidad.[1] Ya en algunos hombres que protagonizan aquel momento estaba el virus del cipayismo contra el que las luminosas ideas de Bolívar, San Martín, Monteagudo, Artigas, Juan Egaña y tantos otros no pudieron en ese momento.
Colombia es también el espacio donde tempranamente se expresaron las clases populares y amasaron una novedosa forma de hacer política que combinó intervenciones e interpelaciones a lo institucional constituido, fundación de nueva institucionalidad e insurgencia. Ahí el Grito de Socorro, la rebelión de los comuneros, Manuela Beltrán, Galán, Berbeo y en tantos y tantos puede uno referenciar los primeros intentos de las clases populares por tomar en sus manos la construcción de su propio destino, por cuestionar la legitimidad de quien detentaba el poder del Estado.
Tenemos entonces una Tierra prodigiosa y tempranera en insinuar, caminar e intentar los grandes desafíos que desde la primera independencia hemos planteado los nuestroamericanos: Patria Grande y Soberanía Popular. Colombia no puede ni debe estar ausente del pensamiento ni de la acción de los patriotas nuestroamericanos.
El conflicto armado
El inicio del conflicto armado, su ubicación temporal en la historia de Colombia, será motivo de discrepancias. No obstante cualquier observador lego podrá advertir la continuidad de la situación de guerra política desde el inicio de la historia colombiana. Las guerrillas liberales, los acuerdos una y otra vez traicionados de pacificación, la guerra contra las repúblicas independientes, el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, el genocidio contra la Unión Patriótica, etc. Todos estos ejemplos hacen asomar impertinente la evidencia de que el Estado Colombiano no pudo monopolizar el uso de la fuerza y de que una y otra vez la manera de conmover e interpelar al Estado para que sea efectiva ha sido la violencia y que el relacionamiento del Estado con las clases populares ha sido la de operar su sometimiento a partir de la guerra permanente.
La violencia ha sido un elemento estructurante, constituyente y articulador de la historia y el presente político colombiano; ante las dificultades del Estado de construir el monopolio de la fuerza producto de su inestabilidad hegemónica que seguramente tiene motivaciones tanto en la debilidad de la alianza de clases dominantes como en la imposibilidad de imponerle a las clases populares una forma de producción política que reproduzca la normalidad y el orden que las elites colombianas pretenden.
Hay motivos inocultables que produjeron esta situación de guerra política, de conflicto armado. Uno es la cuestión agraria, la concentración y enajenación de la tierra, el despojo. Otro motivo que se desprende del anterior es la confiscación de la política por parte de esa misma oligarquía que se apropia de las tierras, enquistada en el Estado, produce una continua cerrazón política expulsando de la posibilidad de disputar el gobierno a las clases populares. El Frente Nacional será la expresión paradigmática de esta confiscación de la posibilidad de acceder al gobierno a manos de las elites. El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán es la expresión por antonomasia de la cerrazón política de la que hablamos. El tercer elemento es el narcotráfico, que no solo suministrará recursos para la guerra contra las clases populares, construirá el paramilitarismo, será el argumento, además, la excusa moral, para el injerencismo y el intervencionismo norteamericano a través del Plan Colombia. Y el elemento fundamental que será paraguas de todo lo anterior es la colonización del Estado por parte del imperialismo norteamericano.
Desigualdad e inequidad, injusticia y concentración de la riqueza, serán elementos permanentes en la política colombiana como así también la creciente degradación de los actores de la política formal mutando de políticos profesionales a gánster territoriales, cuando no directamente a empleados del narco o de la DEA.
Más de cincuenta años de existencia de una insurgencia popular que por naturalizada como elemento estructurante de la política colombiana no ha perdido ímpetu, demuestra que el sistema político colombiano es excluyente y proscriptivo.
En pleno apogeo del neoliberalismo, inmersos en una de las tantas conversaciones de Paz, surgirá el Plan Colombia de la mano del cambio de estrategia de redespliegue militarista norteamericano. Será la dimensión militar policíaca del proyecto de saqueo a gran escala que pergeñaban a través del ALCA. Operará además como el elemento militar de disuasión ante cualquier intento de confrontar los planes norteamericanos. La justificación serán los dos nuevos elementos que el imperialismo irá imponiendo para, a partir de ellos, sobredeterminar procesos políticos subalternos: el narcotráfico devenido luego en narcoterrorismo, y la llamada seguridad ciudadana.
La cuestión de la continentalidad.
La continentalidad no es una necesidad militar sino que tiene su razón en la filosofía política. En todo caso a partir de la política es que surge la comprensión militar de la necesidad de continentalizar la táctica.
El Mensaje del Che a los argentinos de 1962 en ocasión de un aniversario del 25 de mayo de 1810, es una de las piezas doctrinarias más elocuentes no sólo para comprender la continentalidad en el pensamiento de Bolívar y San Martín, sino para comprender la solidaridad revolucionaria de los cubanos y para dimensionar la importancia de incorporar la política de la insurgencia colombiana en el marco del dispositivo mayor de recuperación de autonomía y soberanía de los gobiernos populares de algunos países nuestroamericanos. Es decir, la política de la insurgencia colombiana debe ser parte de la política de cualquier revolucionario nuestroamericano, se trate de chavistas, sea de pueblos originarios, bolivianos, kirchneristas, del MST o del PT en Brasil, rodriguistas, ecuatorianos, lo que sea.
La derrota del ALCA como proyecto panamericano es la evidencia contemporánea de esto que estamos planteando. Esa política imperial se la derrotó continentalmente, como unidad suramericana. Como países individuamente tomados resultamos débiles frente a los megaproyectos históricos de saqueo. La Alianza del Pacífico es elocuente demostración de lo expuesto.
Celac o Unasur han tenido momentos muy difíciles que sortear y por fortuna lo han hecho en unidad regional venciendo las pretensiones golpistas o secesionistas alentadas por los Estados Unidos; momentos que exponen a la nueva diplomacia nuestroamericana no sólo con altos niveles de autonomía sino con gran capacidad para impugnar las pretensiones injerencistas norteamericanas.
Ahí están las conversaciones de Paz en La Habana reclamando la necesaria intervención decisiva de estos organismos, para que se encarguen de observar el cumplimiento de los acuerdos y condenen con fuerza los intentos de recrear un nuevo genocidio, como el perpetrado contra la Unión Patriótica, o los falsos positivos, ante lo cual todavía hoy el pueblo reclama respuestas de parte del Estado. Mientras tanto, los falsos positivos judiciales y los asesinatos selectivos continúan siendo hoy una táctica del Estado colombiano que merece el llamado de atención de todo el sistema de naciones suramericanas.
Como anunciara el congresista republicano norteamericano en 1998, Paul Coverdale, primer ponente en el debate sobre Plan Colombia; “para controlar Venezuela es necesario ocupar militarmente Colombia”. Profético, el congresista se estaba refiriendo a la franja petrolera que corre entre las selvas colombianas de Catatumbo y los llanos venezolanos, lugar donde además de petróleo hay insurgencia y patriotismo antiimperialista. Pero en el 2000 este exponente del pensamiento estratégico imperialista fue aun más contundente:
“Aunque muchos ciudadanos teman otro Vietnam, resulta necesario, porque Venezuela tiene petróleo. Venezuela tiene animadversión por Estados Unidos, éste debe intervenir en Colombia para dominar a Venezuela. Y puesto, que Ecuador también resulta vital, y los indios de allí son peligrosos, los Estados Unidos, también tienen que intervenir ese país. (…) Si mi país está librando una guerra civilizadora en el remoto Irak, seguro estoy que también puede hacerlo en Colombia, y dominarla a ella y a sus vecinos: Venezuela y Ecuador”.
Ahí podemos comprender entonces también el valor estratégico que el imperialismo le asigna a su política de gendarme y de penetración militar en nuestra región a través del Plan Colombia. No se trata hoy solamente de asegurar el saqueo y la depredación vía la Alianza del Pacífico, sino de ser retaguardia y portaaviones ante la eventualidad de tener que intervenir en alguna situación que se salga de la lógica o la previsibilidad del metacontrol imperial de la región.[2]
La estabilidad o inestabilidad de los regímenes políticos de Venezuela y Ecuador están intrínsecamente enganchados a las operaciones que el paramilitarismo y los organismos paraoficiales del imperialismo lanzan con base de operaciones y retaguardia en Colombia, del mismo modo que la capacidad de resistencia a los sabotajes y embates proimperialistas cuentan con una reserva estratégica en la insurgencia colombiana y su concepción continentalista.
La paz como victoria
En un continente plagado de injusticias también es lógico que hayamos asistido a rebeliones y revoluciones. Una y otra vez las operaciones de restauración de orden y la normalidad que se sucedieron luego de victorias o derrotas populares conllevaban acuerdos de pacificación. Pacificación que en realidad no ha sido otra cosa que la asunción de parte de un bando de su derrota y la detentación de la victoria de parte de otro bando.
La historia suele ofrecernos escenarios más complejos que la simplificación hecha más arriba y así frente a la derrota electoral sandinista que era además una derrota popular nos encontramos con la curiosa situación de la preservación intacta del ejército sandinista. Los tratados Esquipulas de Centroamérica que de algún modo permitieron y abrieron a la participación política de sectores populares proscriptos hasta entonces fueron a la vez la consagración de una frustración coyuntural de décadas de lucha revolucionaria.
Colombia también tiene una larga historia de procesos que manifiestan la intención de resolver el conflicto armado y que una y otra vez terminaron con los sectores populares masacrados, proscriptos, diezmados, sin posibilidades de verdadero desarrollo político; atacados militarmente por el propio estado y por estructuras paraestatales.
¿Cuál sería entonces la diferencia de estas conversaciones de Paz de las que somos hoy testigos, respecto de tantos intentos anteriores, y cuál sería la garantía de que no se traicionarán los acuerdos como se hizo siempre de parte de las elites colombianas?
La diferencia es que se está conversando sobre la paz no desde una posición de debilidad sino desde una posición de fuerza. La diferencia es que la paz en este caso no significa una rendición ante la inviabilidad histórica del propio proyecto o la evidencia de las limitaciones militares, o circunstancias por el estilo, sino que es la victoria del proyecto. Las conversaciones de Paz en La Habana tienen, en el plano político, el equivalente que tuvo la toma de Santa Clara. Y de esto son claramente conscientes las elites colombianas por lo cual algunos sectores identificados con el uribismo luchan desesperadamente por boicotear el proceso y producir una imposible y ahistorica restauración uribista.
La llegada de Santos (y lo que él expresa) al gobierno colombiano con el consiguiente retroceso del uribismo ha sido un claro síntoma de un cambio de etapa. Pero no se trata de la ilusoria pretensión de que Santos por expresar a una burguesía que pretende construir un estado viable “es más bueno que Uribe”; no olvidemos que la conducción de la guerra oficial y de la guerra sucia durante el uribismo estuvo en manos del propio Santos.
Las conversaciones de Paz han logrado comprometer y entusiasmar a cada vez más importantes sectores del pueblo colombiano. Diversas organizaciones de la sociedad civil y referentes intelectuales, culturales y políticos se han comprometido en el proceso de Paz. Los gestos de la insurgencia colombiana planteando un alto el fuego unilateral sumado a la solidez y solvencia en las discusiones de paz evidencian la existencia de un proyecto nacional sólido y posible.
El gobierno de Uribe primero y de Santos ahora constituyeron las etapas finales de la decadencia del sistema de guerra permanente contra el pueblo, con la consiguiente degradación de la política oficial que redundó desde el genocidio de la Unión Patriótica en adelante, en facilitar por parte del gobierno, el intervencionismo militar extranjero sionista-norteamericano, el paramilitarismo, la raquitización del sistema de partidos, la confiscación de la política en manos de las elites, la creciente violación de derechos humanos, la incapacidad de derrotar a la insurgencia, el parasitismo productivo y fiscal derivado del sistema de guerra permanente. Un estado inviable.
Grandes concentraciones de diversos movimientos populares nucleados en Marcha Patriótica o en el Congreso de los Pueblos, el Frente Amplio por la Paz, las organizaciones defensoras de los derechos humanos, enormes contingentes de trabajadores, estudiantes, campesinos, pobladores, se van enrolando en la vorágine de la lucha por la Paz que más allá de las sombras que la acechan y sabotean, posee la inercia de la fatalidad histórica de la que son conscientes quienes militan por la Paz.
La caotización como táctica, que el imperialismo ha desarrollado en otros rincones del planeta, y que pudiera promover aquí, dotando al estado colombiano de elementos que lleven la actual guerra a otra escala, es evidente que no es parte de lo que los depredadores entienden como método conveniente.
Uno no puede entusiasmarse con miradas ingenuas que no contemplen que tanto el imperialismo como las elites colombianas más conscientes están buscando también la pacificación no porque sean pacifistas sino porque comprendieron el agotamiento e inutilidad del régimen de guerra permanente.
Buscarán nuevas formas, posibles formas, para operar el saqueo, la depredación y someter al pueblo. Los patriotas deberán sortear las trampas planteadas y forzar un nuevo pacto nacional, un proceso constituyente que ponga a Colombia en hora con el tiempo nuestroamericano y con las propias necesidades de su gente. El continente entero tiene un compromiso con la Paz en Colombia y eludirlo es directamente contrarevolucionario.
[1] Historia Contemporánea de América Latina, Relaciones Internacionales. Carlos Ciappina y Fernando Esteche. Ediciones EPC. UNLP. La Plata, 2013.
[2] “Quieren desbolivarianizar Venezuela”, PIA Noticias, 14/6/2015.