El viceprimer ministro chino He Lifeng encabezará la delegación de Beijing entre el viernes y el lunes, donde se reunirá con altos funcionarios estadounidenses para abordar lo que el Ministerio de Comercio de China describió como “temas importantes en las relaciones económicas y comerciales entre ambos países”.
Será la quinta ronda de conversaciones entre las dos mayores economías del planeta y servirá de antesala al esperado encuentro entre Xi Jinping y Donald Trump en Corea del Sur.
Sin embargo, detrás de los comunicados diplomáticos y los gestos de cordialidad, las negociaciones avanzan con pie de plomo. Las tensiones se han recrudecido en las últimas semanas tras la nueva ola de sanciones estadounidenses, los controles de exportación chinos y la amenaza de Trump de elevar los aranceles hasta un 100 %, lo que amenaza con deshacer meses de avances frágiles.
El regreso de la “guerra de aranceles”
El conflicto comercial entre ambas potencias parecía haberse enfriado tras los intentos de estabilización a lo largo del año. Sin embargo, el aluvión de medidas coercitivas lanzadas por Washington volvió a colocar a la relación bilateral al borde de una nueva confrontación. En respuesta, Beijing expandió su régimen de control de exportaciones sobre elementos de tierras raras, materiales estratégicos esenciales para la industria tecnológica global.
Esta decisión fue vista como una represalia directa contra la ampliación de la “Lista de Entidades” de Estados Unidos, que impone duras sanciones a empresas chinas vinculadas a la defensa y la innovación tecnológica. El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, criticó la medida calificándola de “China contra el mundo”, afirmando que los nuevos requisitos de licencia para exportadores chinos son “inviables e inaceptables”.
La respuesta china no es solo económica, sino también política y estructural. El control de los recursos estratégicos forma parte del proceso de redefinición del modelo productivo que el Partido Comunista Chino (PCCh) está implementando dentro de su nuevo plan quinquenal, enfocado en la autosuficiencia tecnológica, la seguridad económica y la resistencia frente a presiones externas.

El escepticismo chino frente a las “promesas” de Trump
Aunque Trump se muestra públicamente optimista sobre un eventual acuerdo, en Beijing prevalece el escepticismo. Las autoridades chinas no olvidan los episodios de 2018 y 2019, cuando el entonces presidente estadounidense rompió unilateralmente acuerdos preexistentes, imponiendo aranceles sin previo aviso tras promesas de cooperación.
El presidente estadounidense dijo esta semana que “la tierra rara es lo de menos” y que espera alcanzar un “gran acuerdo” que incluya agricultura y energía. Pero en Beijing, tales declaraciones se interpretan como retórica electoral destinada a calmar a los mercados y a los sectores industriales de EE.UU. más afectados por las sanciones cruzadas.
La desconfianza china se apoya en la evidencia de que el gobierno de Trump mantiene un enfoque volátil y poco confiable, alternando entre la negociación y la presión económica, lo que en la práctica mina cualquier posibilidad de establecer una relación estable y previsible.
El Partido Comunista Chino se reorganiza para resistir
Mientras las negociaciones avanzan lentamente, China consolida su poder interno. En el marco de la reestructuración del Partido Comunista, se están fortaleciendo los órganos de planificación económica y control financiero para proteger los intereses nacionales ante la presión externa.
El nuevo plan quinquenal —que será presentado oficialmente a comienzos de 2026— prioriza la soberanía tecnológica, la industrialización verde y la expansión de las alianzas con el Sur Global como respuesta a la agresiva política comercial estadounidense. La dirigencia china interpreta la guerra arancelaria no solo como un conflicto económico, sino como un intento de Washington por frenar el ascenso global de China y mantener su hegemonía sobre el sistema financiero y productivo mundial.
En ese sentido, las negociaciones actuales con Estados Unidos son vistas más como un ejercicio de contención estratégica que como una verdadera apertura diplomática. Beijing busca evitar una escalada inmediata que afecte su crecimiento interno, pero al mismo tiempo se prepara para un escenario prolongado de competencia estructural y desacoplamiento parcial entre ambas potencias.
Un equilibrio frágil en la nueva era multipolar
A pesar de las tensiones, ni Beijing ni Washington desean un colapso total del comercio bilateral, que sigue siendo uno de los más voluminosos del mundo. Sin embargo, la guerra de aranceles y el deterioro de la confianza mutua han dejado heridas profundas que difícilmente podrán cerrarse con una sola reunión entre Xi y Trump.
El gigante asiático busca preservar su independencia económica y consolidar su liderazgo en Asia, mientras Estados Unidos intenta frenar su avance mediante sanciones, bloqueos tecnológicos y la instrumentalización de sus aliados en el Indo-Pacífico.
Las negociaciones en Malasia, por tanto, representan algo más que una disputa comercial: son el reflejo de una lucha de poder global en la que ambas naciones buscan imponer su visión del orden internacional. Con pie de plomo, prudencia y cálculo, China avanza en su estrategia de largo plazo, consciente de que el tiempo —y la economía real— juegan de su lado.
*Foto de la portada: AP
