En el actual contexto global marcado por el declive de la hegemonía estadounidense y la consolidación progresiva de un orden multipolar, las futuras rondas de negociaciones económicas entre China y Estados Unidos revelan una dimensión hasta ahora menos explícita del conflicto: la energía como factor de seguridad nacional.
El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, adelantó el pasado lunes 21 de julio que las próximas conversaciones con Pekín podrían incluir discusiones sobre las compras chinas de petróleo ruso e iraní, lo que marca un punto de inflexión significativo en las prioridades de Washington.
Este viraje deja en claro que Estados Unidos ya no puede abordar las negociaciones bilaterales desde una lógica estrictamente comercial. El comercio ha dejado de ser el único eje de las tensiones.
La geopolítica de la energía, las rutas comerciales alternativas impulsadas por Eurasia y la creciente autonomía de los actores emergentes obligan a redefinir el tablero.
De los aranceles al chantaje energético
La administración de Donald Trump, que este año impuso aranceles tanto a aliados como a competidores, ha apostado por una estrategia de presión generalizada. La escalada arancelaria con China, que en abril llevó a ambas partes a adoptar medidas de represalia mutuas, parecía desbocada.
Sin embargo, las conversaciones recientes en Ginebra y Londres lograron una tregua temporal: se redujeron los niveles de aranceles hasta mediados de agosto, abriendo la puerta a una etapa de negociaciones menos agresivas en lo comercial, pero potencialmente más explosivas en lo estratégico.
En palabras del propio Bessent: “Creo que el comercio está en una buena situación, y ahora podemos empezar a hablar de otras cosas”. Esas “otras cosas” revelan el verdadero núcleo del conflicto: la emergencia de un mundo donde Estados Unidos ya no puede decidir unilateralmente qué país comercia con quién.
China, el pivote energético de Eurasia
La posición de China como principal comprador de petróleo iraní y uno de los mayores importadores de energía rusa convierte a Pekín en un actor decisivo en el sostenimiento de los Estados sancionados por Occidente.
Las importaciones chinas de crudo iraní han servido como auténtico salvavidas para Teherán, cuya economía continúa asediada por las sanciones impuestas por Washington.
Al mismo tiempo, el flujo constante de petróleo ruso a través de corredores energéticos como el oleoducto ESPO o el comercio vía intermediarios asiáticos desafía abiertamente los intentos estadounidenses de aislar a Moscú.
Esta dinámica molesta profundamente a la Casa Blanca, que ahora amenaza con aplicar “aranceles secundarios de hasta el 100%” a cualquier país que adquiera petróleo sancionado de Rusia.
El mensaje de Bessent no deja lugar a dudas que la administración Trump busca exportar sus sanciones a terceros países mediante un régimen punitivo de consecuencias económicas.
“Instaría a nuestros aliados europeos, que han hablado mucho, a que nos sigan si implementamos estos aranceles secundarios”, subrayó el secretario del Tesoro.
A esto se suma un ultimátum lanzado por Trump al presidente ruso, Vladímir Putin: alcanzar un acuerdo de paz con Ucrania en un plazo de 50 días o enfrentar un nuevo paquete de sanciones económicas masivas.
Esta presión diplomática no sólo busca aislar aún más a Rusia, sino también condicionar a otros actores que comercian con ella. El tiempo se convierte, así, en un instrumento de presión geoeconómica.
Las reglas del mundo que viene
En esencia, Estados Unidos está intentando frenar —sin mucho éxito— el surgimiento de un orden multipolar donde ya no posee el monopolio sobre los flujos económicos globales ni sobre las decisiones políticas de otras potencias.
Las iniciativas chinas, como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el fortalecimiento de BRICS+ y su participación activa en la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), consolidan su papel como centro gravitacional de un sistema alternativo.
Pero lo que ahora se pone en juego es más que comercio o sanciones: es la legitimidad misma del derecho de Washington a definir lo que está permitido y lo que no. La compra de petróleo sancionado ya no es simplemente una cuestión de mercado; es una declaración de soberanía.
La próxima ronda de negociaciones entre China y Estados Unidos no será una conversación más sobre balanzas comerciales o subsidios agrícolas. Se tratará de redefinir los límites del poder en un mundo donde las viejas reglas ya no funcionan. Washington podrá amenazar, presionar y sancionar, pero Pekín no está solo.
A su lado están no sólo Rusia e Irán, sino una creciente coalición informal de países decididos a no subordinar su desarrollo a los dictados de una potencia que ya no tiene el control total del tablero.
Las negociaciones continuarán. Pero ya no bajo los términos del viejo mundo.
Tadeo Casteglione* Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Periodista internacional acreditado por RT, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.
*Foto de la portada: Li Ying/Xinhua via AP